domingo, 4 de mayo de 2008

Pedro Marques de Armas, Cabezas (Premio UNEAC de Poesía) por Jorge Alberto Aguiar Díaz

¿Es posible escribir poesía después de Auschwitz? La pregunta, insistente, resuena todavía dentro de nuestras cabezas como nana espeluznante.

Leer un libro como Cabezas es someterse a una experiencia de desgaste, de metafórica resistencia frente a las frivolidades que aún esperamos de la poesía.

Y es que todavía hay un sentimiento de banalidad en la mayoría de los lectores de poesía; esperan metáforas, imágenes, intensidades de un pathos recalentado por la tradición de la poesía como experiencia vital y trascendente, como expresión excelsa del espíritu, etcétera.

Pero no hay que culpar a los lectores de la mala recepción de una parte de la poesía contemporánea. Los propios poetas (la mayoría) son pésimos lectores de poesía, tan preocupados como están por alimentar el mito de ser "vehículos de inspiración divina" o "elegidos de una sensibilidad exquisita".

Los poemas de Marqués de Armas participan de la idea deleuziana de una "literatura menor", de un discurso que tensa la relación literatura-política desde la perspectiva de su testimonio.

Escribe el poeta estos versos en prosa:

"Cada cierto tiempo volvíamos de la provincia a través de una serie de trenes intensos y oscuros… Cada poste burlado ponía en relieve segmentos de un paisaje real (y ardoroso) como un delirio que invade nuestras fatigas de afuera. Aquellos campos verdes (interminables) eran los del sopor, entre sus pliegues nos adormecíamos. Despertábamos a la inercia de otros pueblos, sin rastro, en la ofuscada escritura".

La experiencia histórica de Pedro Marqués de Armas no es, por supuesto, la misma de Paul Celan; no se trata ya de campos de concentración, de tus familiares muertos, de la lengua destruida. Sin embargo, en ambos poetas, la vocación por narrar el horror (y no informar como en una mera confesión lírica) confluye en una escritura que no se exhibe, que no transparenta el dolor en una mueca sentimentalista.

Para el autor de Cabezas es posible trabajar con referentes como Celan, Heidegger, Mandelstam y Bernhard. O incluso el propio Benn y su relación con la clínica, aunque ya no en su función moderna. (Pedro Marques no busca el sentido por excelencia del cuerpo como un espacio; para él todo cuerpo es plano, no es más que un resto, no hay morfología ni profundidad, es la experiencia, en fin, de la post-clínica.) Es posible, entonces, para él trazar sus referencias a partir de un lugar fuera de la nación, porque su experiencia de lo que llamamos -narcisita y y obsesivamente- lo cubano, no tiene nada que ver con una tradición estereotipada y política de identidad cultural, de nacionalismo carroñero. La poesía es una experiencia problematizadora y creativa con el lenguaje, y no mero esencialismo como se pregona desde el discurso oficialista.

Seco y hojoso
eras el cuerpo lleno de tierra
cuando te excavaron.
Bulbo de pedestal
apenas sostenido, casi
Cristo de Grünewald
inarticulado.
Sólo espiga y cabeza
-rodillo-
una sustancia blanca
como de laja
que se vaciaba.

Pedro Marqués de Armas nació en La Habana en 1965. Cabezas es su tercer libro de poemas. Ha publicado también un ensayo: "Fascículos sobre Lezama", que obtuvo el Premio de la Crítica 1995. Pertenece al proyecto de escritura alternativa Diáspora(s), uno de los más serios y profundos que ha ido dejando su huella en Cuba a lo largo de la década de los noventa.

Pocas veces el premio UNEAC ha sido tan certero. El jurado, integrado por Georgina Herrera, Luis Marré y Nelson Simón, supo elegir un libro que marca su diferencia en el uniformado coro poético dentro de la Isla. Texto que se ubica, dentro del anémico panorama de la poesía contemporánea escrita en Cuba, como uno de los registros más originales e intensos de los últimos años.

Fuente: Cuarto de máquinas

Puedes leer poemas de Pedro Marques de Armas en la revista Sol negro número 1

1 comentario:

jaad dijo...

Gracias por reproducir esta pequeña reseña. Un abrazo. Seguimos en contacto.

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