jueves, 29 de agosto de 2019

Asedios, nueve poetas colombianos de Omar Castillo

Omar Castillo


INICIO 

Para esta segunda edición de Asedios, nueve poetas colombianos, he revisado los ensayos que componen el libro, he escarbado en su escritura queriendo hacer nítido el dibujo de algunos de sus pasajes, he insistido en su decir buscando esclarecer para el lector mis conjeturas sobre los poemas de los poetas tratados en él.
En Asedios, nueve poetas colombianos reúno ensayos cuya redacción inicial fue hecha entre los años 1990 y 2005, en los cuales consigno mi visión sobre la poesía escrita en Colombia por nueve poetas nacidos entre 1939 y 1952, ellos son: León Pizano (1939-¿?), Amílcar Osorio (1940-1985), Alberto Escobar Ángel (1940-2007), Teresa Sevillano (1944), Rafael Patiño (1947), Darío Jaramillo Agudelo (1947), Luis Iván Bedoya (1947), Juan Gustavo Cobo Borda (1948) y Carlos Carabeto (1952).
En 1958, cuando el grupo Nadaísta irrumpe en la escena poética colombiana, el país se encontraba sumido en lo que se ha dado en llamar “La violencia en Colombia” y sus poetas más promocionados, “los de mostrar”, se dedicaban a encubrir con sus versos las atrocidades de dicha violencia: “Salvo mi corazón todo está bien”. En tal escenario los Nadaístas promueven su ruptura, la opción de una poesía no atomizada por las “sanas costumbres y el correcto decir”, una poesía al filo de los abruptos que sobrecogen la cotidiana realidad del país.
Teniendo presente los recursos poéticos intuidos y propuestos en ese año de 1958, en ese cruce exasperante y tenaz, inicio mis aproximaciones a la escritura de estos nueve poetas, a las formas y maneras de su participación en la tradición poética colombiana, a las rupturas y apuestas presentes en sus obras, que si bien han sido realizadas desde una noción de lo poético, también es un hecho como a todos ellos los nutre un mismo período histórico, una formación inculcada por la educación, por los eventos del país y del mundo, por las lecturas de su momento y por la valoración de literaturas del pasado, y sobre todo por los hallazgos y las búsquedas posibles en el ámbito de una lengua común.
La escritura poética en Colombia, la que podríamos llamar su tradición, es reciente, y en medio de las contradicciones que esto puede implicar, creo que se inicia a principios del siglo XIX, y algunos de sus iniciadores son: Gregorio Gutiérrez González (1826-1872), Rafael Pombo (1833-1912), Candelario Obeso (1849-1884) y José Asunción Silva (1865-1896).
Leer es difícil, más cuando se trata de nuestros contemporáneos. Más difícil aún resulta escribir acerca de sus obras, pues los celos o las rebuscadas formas del halago suelen entorpecer una higiénica apreciación. Para estos ensayos me he permitido licencias de todo orden, buscando una noción de lo escrito por cada uno de los nueve poetas aquí asediados, al extremo de diseccionar la escritura de sus poemas sin temer caer en el ultraje o el equívoco, pues creo que leer es desvelar, es revelarse.
La poesía escrita en occidente en los recientes 200 años nos produce una sensación extraña, como si la piel del poema se extraviara dejando un vacío y en el momento cuando vamos a leerlo, solo alcanzáramos a ver el reflejo de las letras de su escritura surgiendo del fondo de ese vacío. Es en esa extrañeza cuando sucede la fascinación por las imágenes entrevistas y en las cuales es posible aprehender el súbito del poema. He ahí el instante cuando la analogía entra para conectar la fragmentación que nutre al poema en su constante construcción y devastación.
En las vetas activas y en las inéditas de la memoria humana, el poeta explora el habla para el poema, los incógnitos fragmentos donde descifrar el huellar humano en la tierra y en su visión del universo.
Entonces, en Asedios, nueve poetas colombianos busco alcanzar el vacío donde afloran las escrituras de estos poetas, la página donde el poema se hace y deshace.
Inevitable, la poesía nos reúne y devora. Única. Nos revela y consume hasta hacernos renacer en el vientre de su escritura.
Gracias a Luz Marley Cano Rojas por la cuidadosa lectura de estos textos y por sus aportes.

Omar Castillo por Luz Marley

Omar Castillo

RESTAÑAR O APREHENDER, LOS POEMAS DE LUIS IVÁN BEDOYA
En este ensayo reúno dos textos: “La palabra que no se restaña”, que escribí para abrir Poesía en el umbral, selección 1985-1989, editado por Cuadernos de otras palabras, Vol. 10, (1993), en el cual preparé una antología con poemas de los primeros cinco libros publicados por Luis Iván Bedoya (Medellín, 1947). Y el texto que publiqué en 1991 sobre su libro Aprender a aprehender (Ediciones otras palabras, 1986). Al concitar el encuentro de estos textos, pretendo con ello ampliar mis conjeturas de acceso a las atmósferas y ámbitos propuestos por la poesía publicada por el poeta en los años ya mencionados.

I
La palabra que no se restaña
Aludiendo al mágico don adjudicado al poeta desde la antigüedad primitiva del mundo, en el texto escrito para presentar Poesía en el umbral digo:
El tribal viaja por el laberinto de la llama, esa fascinación que no restaña. Al danzar, deviene sonido para el canto. Si la llama es cuerpo y lo que quema hace danza, ¿qué, entonces, incendia la palabra en quien danza? Si el fuego es hoy posible en una cerilla, ¿de dónde sacar la palabra precisa? La palabra es roca propuesta a la faz de la vida. Del fuego deviene una presencia. El abrigo resguarda al cazador. En la pared penumbrosa, concluido el dibujo, el trazo grueso atrapa al animal que, libre, corre por la pradera. Iniciando la costumbre, un quehacer ético. Lo graficado para la grey emprende la fundación del instinto estético. La presencia de lo ético y lo estético se constituye en el reto por asumir una dignidad como aquella con la cual los guerreros se presentaban unos a otros, antes de la batalla. ¿De qué manera la palabra manifiesta esta presencia? Desde siempre han existido condenados a hallar la entraña de la palabra o, acaso, su simple veta. Los mismos que, sin premura, la transitan por el filo sin llegar a lacerar su fondo. Una condena no deja de ser condena. Tampoco una flor que arde prístina, sucumbe en la memoria. Quien empuña el arma no tiene límite si penetra con ella. Así la palabra, al ser pronunciada, al ser aprehendida vuelve y, como lo dibujado, se prende en la memoria por el laberinto de la llama.
Con la misma insistencia de una gota de agua labrando la piedra, la palabra en la poesía de Luis Iván Bedoya se realiza sobre la hoja de papel. Y son estas labraduras las que ha puesto a disposición del lector en sus libros de poemas, tal como quien entrega la contracifra posible para habitar los arduos ámbitos otrora tan solo conquistados. Sus poemas no están grabados en el pensamiento como los estribillos de una canción que ha hecho muesca y conduce a sus recitadores, convirtiendo la memoria y su poseedor en un paraje de escombros. Los suyos reclaman otra costumbre. Logran aventurar un aire con el que preñan los paisajes por los cuales el ser humano pasea y exhibe su primigenia y gastada identidad, siempre entre lo universal y lo usual.
Además, conjeturando sobre los libros publicados por el poeta hasta esa fecha digo:
Cuerpo o palabra incendiada (Ediciones otras palabras, 1985), es el libro donde Luis Iván Bedoya inaugura el itinerario de su escritura poética. Itinerario que surge en la fragua donde los destinos humanos son enmarañados, donde sus existencias son reducidas a vivir en lo aciago por la desobediencia cometida, a expiar su culpa hasta quedar hechos cenizas en las historias que el viento sepulta detrás de las costras del tiempo. Y es justo desde ahí donde este poeta extrae las palabras para el hálito y la forma de su aventura poética: “cenizas / palabra de alucinada esencia / despliega en el aire / lo que está detrás / de todo rostro”.
El perfil logrado por cada uno de los cuatro dísticos que componen los poemas del libro Protocolo de la vida o pedal fantasma (Ediciones otras palabras, 1986), permite ver las tensiones en las que es expresado el carácter humano, las raíces de su ser realizándose en las realidades donde sucede su existencia. Entonces el poeta, varado en las características de esta “caravana urbana”, asume las vivencias, las tramas de ese suceder y recoge de ellas las monedas acuñadas por la libido de esa condición. Por ello acude a los festines donde “la carne domesticada” se regodea en su fisiología, constatando el tráfico, los flujos de un destino tautológico. Empero, el poeta no se aplica a nihilismos consoladores que sirvan de coartada para encubrir tales perfiles. Tampoco se sustrae del asombro coloquial que lo aferra a esa caravana. He ahí la realización de la paradoja, el don del poema:

“por los mismos ojos ahora fijos en la sorpresa aplazada
sostenida por esperanzas vítreas momificadas y huecas

por el abandono compartido por la caravana urbana varada
en el puro centro de moles de cemento y ruido y humo”.

En los dos cuartetos que arman cada poema del libro Aprender a aprehender (Ediciones otras palabras, 1986), el ceñirse del poeta a un marco de escritura tan marcado, lo lleva a extremar la elaboración de sus versos. No obstante su concreción, el poeta logra entre cuarteto y cuarteto un diálogo que puede presentarse del primero al segundo, o viceversa. Ambos cuartetos alcanzan sus propios rasgos y crean una relación que hace del poema un todo. Dentro de los límites que se impone en estos poemas, Luis Iván Bedoya consigue exponer su propuesta poética en versos que engarzan la realidad y la otredad. Así el poeta enhebra exasperantes imágenes en analogías que establecen metáforas donde avanza y se contrae el mapa del poema esclareciendo ámbitos enrarecidos de la realidad que aprehende. La estética propuesta en sus anteriores libros se amplía en este con su visión ética, logrando que sus poemas se zafen de las gasas que los amortajan y los dejen al descubierto, en el vacío irrefutable de su trayectoria esencial.
En el libro Canto a pulso (Ediciones otras palabras, 1988), el poeta emplea en cada uno de sus poemas epígrafes de autores estadounidenses. Puestos en su idioma, los epígrafes quedan como correlatos de una trama que crece en cada poema, también figuran como estelas con breves mensajes o si se quiere, como vallas puestas al pie de las rutas donde pernocta la caravana humana y donde se dice de la muerte, la usura, el fracaso, el amor. Al leer el poema “Palabras” con el cual se accede al ámbito propuesto por este libro, uno muy bien puede preguntarse si las palabras en la magnitud de su escritura son vestigios de un nacimiento y de un crimen, pues en estos versos el conato de la realidad humana parece chocar con los fósiles donde consigna lo devastador de su ser depredador. Realidad vuelta dígitos históricos de un pasado cuyo presente luce un haz árido. En la tensión de este arco verbal se realizan los poemas que componen Canto a pulso, en su escritura las palabras danzan como “sílabas de arena” donde se conserva el sonido de la memoria, el eco de una “fragua antigua” cuya sintaxis permanece. Y como en una tragedia que no cesa, cada palabra se adentra en el cuerpo del habla buscando las raíces que esclarezcan los instintos de la vida y así, tras ese adentrarse, las palabras vuelven libidinosas sobre la página donde hacen cundir los abruptos e imaginarios de la estirpe humana. En la página, su escritura parece polvo alrededor de las huellas azarosas de la acción cognoscitiva humana, como si arrastraran ripio de galaxias iniciales. Las palabras alcanzan en estos poemas una extensión titilante en el firmamento de sus palimpsestos:

“sus formas
      ícono profano
sílabas de arena
calladas
piedra que resiste
las armas abstractas
de su dialecto
         eco de hierro
en fragua antigua
   sintaxis
  de un mapa
salpicado al azar
por una mano descuidada”.

Como si fuera una “red erosionada”, el poema “Caja de autorretratos” que cierra Canto a pulso, abre paso al tramado donde gravitarán los poemas del siguiente libro de Luis Iván Bedoya: Biografía (Cuadernos de otras palabras, Vol. 3, 1989). Si en sus primeros tres libros el poeta nos muestra pasajes concretos de la veta por donde explora su escritura, en Canto a pulso y en Biografía esta veta lo suspende en un umbral, el mismo donde su escritura debe descubrir las maneras de tejer la costumbre para las azarosas ascuas de su tiempo. Empero, el libro Biografía no es la afirmación o negación de una biografía. Su asunto es la paradoja de quien se mira en un espejo mientras desfigura sus facciones, entre ellas la del habla. Los 13 poemas del libro son un lugar donde el poeta quiere dejar el fichero de la historia para dar inicio a su encuentro con la memoria de lo inédito. En Biografía el poeta no se figura como un Adán que desciende por el hirsuto pelambre de la realidad hacia una nueva tierra, no, el poeta se sabe incógnito, es decir, partícipe del laberinto donde se extravía su aliento hasta el hallazgo libidinoso donde prende el misterio, la nitidez de su presencia:

“algunas veces casi el vacío
el polvo
el silencio
el viento

escritura líquida donde nada un sueño

rueda oxidada en que gira el pantano
de otros días

marca de los límites
                                                eco de fracturas
caligrafía del aire en movimiento

pero el día sigue su curso
                                                el peso de la sangre
quiebra de las palabras”.

II
Aprender a aprehender

Y conjeturando sobre la ardua escritura establecida en los poemas que componen el libro de Luis Iván Bedoya, Aprender a aprehender, digo:
Lo que nos lleva a conjeturar sobre la obra de un poeta, es la necesidad por esclarecer el súbito instante realizado en sus poemas, ese que nos atrapa en el haz verbal de su escritura cuando volvemos sobre sus versos una y otra vez. Porque un poema no es la anécdota que impulsó la escritura de un poeta, tampoco aquello que al leerlo creemos identificar con nuestras emociones.
En los poemas ensamblados por Luis Iván Bedoya en su libro Aprender a aprehender, encontramos una escritura sintáctica practicada en unos textos que no buscan convencer a su lector sino enfrentarlo. No se acude en ellos a la catarsis que le garantice un lector reblandecido en sus instintos. Los suyos son textos que confrontan la callosidad que pervierte nuestra capacidad cognoscitiva: “mira las briznas volátiles del oro / milenios de luz siempre en retorno / a los reveses de la desechada vida / en las formas nebulosas de los días”.
En el libro Aprender a aprehender, el poeta nos recuerda como en las palabras nos “persigue la obstinada historia” y que en ellas han ido quedando los idearios vivenciados por la humanidad a través de los distintos espejos de su historia real e imaginaria, entonces, no es extraño que las irradiaciones ideológicas con las cuales han sido tocadas nos penetren y su decir afecte nuestros instintos. Por ello, si queremos reconocernos en otras formas de existir, si queremos alcanzar un canto que nos represente, debemos empezar por el desmonte de cuanto oxida e inutiliza las palabras, dejándonos en la orfandad de su promiscua confusión.
El poeta también nos filtra, como las palabras informan o deforman un idioma, como con ellas se puede contener el mundo y clasificarlo hasta dominarlo según la conveniencia de las ideas de quienes para ello actúan. Tal parece que la realidad de los idiomas hablados en el mundo, ha sido reducida a la usura y consumo delirante, mandando a la intemperie a quienes no se supeditan a ella, mientras en las cuadrículas urbanas se amontonan y se jactan quienes eyaculan e imprimen su huella en el carné de identidad, aquellos cuyo lenguaje se limita al pavimento que los conduce hacia la rutina laboral, al “espacio donde aumentan los saldos de inventario”:

“desciende al infierno de los perdidos peatones
para auscultar las reservas de la ciudad sin nombre
es su aventura el destino de una gesta para otro canto
metamorfosis de gastados floripondios e inocuas faunas”.

El poeta que sucede en Aprender a aprehender sabe los riesgos de adherir su perfil a las ascuas donde son incineradas las palabras, esas mismas ascuas de donde resurgen para confrontar los “cadáveres con ojos filo en punta”, la “difícil ciudad” de objetos hechos escombros, de naturalezas de hojalata e instantáneas donde se movilizan sus peatones. Palabras perturbando lo sometido como real, pues en la escritura de Aprender a aprehender las palabras se levantan en imágenes desfamiliarizadas de las habituales maneras donde se prolonga la catarsis de los sentidos, reclamándonos ver y aprehender de nuevo los instintos del mundo.­
En estos poemas se narra el “engranaje humano”, su máximo rendimiento para obtener el salario que le permita cubrir las deudas en la cuadrícula “lógica de la vida cotizada en cuotas”. Vida salarial voceada por marcas que se cotizan en insinuantes vallas, o en la pantalla subrepticiamente rayando la memoria. Maquilado el deseo queda el eslogan humano, la fantasía plegable de “su destino para cargarlo en leve imagen”, calco tras calco. En este punto el vocabulario peatonal solo tiene una utilidad: actuar como comprador cautivo: “consignada en caja de automatismos programados / está su voluntad y están sus sueños / tiene que ser en la ficción de todo comienzo / donde se base siempre el cómputo de las edades”.
En el haz de sus poemas el poeta que escribe Aprender a aprehender busca revelar las palabras, su capacidad para estimular la acción cognoscitiva que desvele el discurso que nos somete a ser usuarios consignados “en caja de automatismos programados”.
En la escritura de Aprender a aprehender el poeta no escapa a la azarosa realidad que somete las palabras y a sus usuarios. Sus poemas recorren los distintos estadios de abyección donde tal realidad ocurre. Su revelarse se da en el itinerario mismo del ultraje. Una lectura que ignore lo anterior sería insuficiente, pues en estos poemas el poeta no se muestra como un salvador, sabe que de hacerlo sería un continuador del discurso que lo ultraja. Aquí el poeta es una víctima que se revela. Es perceptible la sacudida sufrida por el poeta durante la escritura de estos poemas, el reacomodarse del sistema gravitacional de su existencia. En ellos asume las palabras no obedeciendo las señales que le indican la calzada de supuestos como opción “genuina” y acelera en la sintaxis impuesta como una infatigable luz roja. Los suyos son poemas sobre las señales que caracterizan los “ciudadanos inertes que nada rigen / solo la risa póstuma de su tiempo / detenido en la vaguedad de sus facciones / signos de los límites sin elixir de la vida”.
La obra de Luis Iván Bedoya hace mucho se apartó de los manidos temas y de la música de canción repetida que rige la escritura poética practicada en Colombia y esto ha sido suficiente para que su obra despierte resquemores insulsos, desconociéndose como la suya es una poesía dada a los rigores y riesgos necesarios para acceder a las manchas donde yace el instinto esclarecedor de los imaginarios de la realidad.
            Los libros de Luis Iván Bedoya tratados en este ensayo, están incluidos en su Obra poética (Ediciones Pedal Fantasma, 2011), donde también reúne: Del archivo de las quimeras (Ediciones otras palabras, 1999), Ciudad (Ediciones otras palabras, 1999), Paleta de Luces (Ediciones otras palabras, 2002), Raíces (Ediciones otras palabras, 2002), 55 Cucúes (Ediciones otras palabras, 2002), Tautologías (Ediciones Pedal Fantasma, 2005), La alegría de decir (Ediciones Pedal Fantasma, 2009) y Desplazamientos (Ediciones Pedal Fantasma, 2011).


viernes, 12 de julio de 2019

Cinco poemas de ANEN. Conjuro al viento de Ana Luisa Ríos González



La poeta amazónica Ana Luisa Ríos González presenta su poemario ANEN. Conjuro al viento en la FIL Lima el 30 de julio a las 15h Sala Laura Riesco. Comentarios de Martiza Villavicencio y Cucha del Águila.


Anen1

El viento susurra en las rendijas
y acaricia el vuelo de una mariposa,
los astros meditan a lo lejos,
despiertan con el canto azul del sui sui.
Hormigas en fila anuncian la lluvia fresca,
luego nadan desesperadas en los charcos.
Aparece un arcoíris y se guarece la mujer shiijam
Mientras el sol reverbera con las pestañas al aire.
Aletea un jempe tornasol, enamorado colibrí,
con sus vuelos esplendentes en las flores encarnadas,
lleva mensajes de amor a las heliconias
y a las blancas flores del floripondio toé.
Distante viaja, por los ríos, un hombre solitario
va en busca de alimentos para su casa.
Una bella mujer abraza al ocaso
en la chacra, en el monte, en el fresco río
y en la casa silenciosa de madera.
Canta un conjuro de amor para que él vuelva,
a su regreso danzarán como picaflores,
sin anillos ni turbantes ni falsas proclamas:
solo amor se prometen bajo el cielo estrellado.

1 Canto ancestral del pueblo Awajun, de carácter mágico-religioso.


Vasijas

Concha rayada de tortuga o motelo,
estrella encendida «yaya»,
lianas dispersas como cabellos,
verdes y sinuosas madreselvas,
negras patas con memoria de cangrejo,
son blancas líneas de un bostezo,
telarañas encubiertas en silencio.
Luna de rostro como hueso,
caras pintadas con huito fresco,
tonadas de un sol un poco muerto,
lluvia en el campo fresco, azulinas nubes,
vaho interminable, lecho del viento,
son los trazos envolventes y mágicos
el cosmos que despierta en las vasijas albarosas.


Yuca awajún

Cultivamos la yuca sagrada que nos salva la vida,
en parcelas, en chacras, en el centro del monte
y en la parte más preciosa del corazón.
Somos hombres y mujeres hechos de fibras ancestrales
que caminan por el bosque
y van por los aires, como féculas de almidón,
a toda la humanidad.
Somos el agua de las cochas,
la multitud de peces dorados que saltan sobre el río,
las infinitas aves que inician la jornada
con gorjeos y cantos que anuncian el alba,
todavía en la oscuridad del amanecer.
Somos la selva que siempre comienza,
los otorongos sigilosos, el calor del sol.




Lagarto negro

Interminable como una noche triste
se desliza un relámpago sobre el limo,
chapotea en las orillas cenagosas de los barrizales,
lanza coletazos de furia, rasga el aire
y danza la muerte con la vida.
Regresa a las aguas negras
o a las pendientes abruptas,
solitario se oculta en los troncos flotantes,
con incansable paciencia de cazador mitayero
espera a las incautas presas,
ingenuos animales que salen a beber en las colpas,
bajo la suave caricia de la luna plateada.
Centelleantes dientes de innumerables filas,
ojos de fuego, filudos cuchillos, ascuas.
Los hombres y mujeres le temen,
¿Será salvaje este lagarto negro que se defiende?
¿o el hombre de la ciudad que lo mata?


Playa Tibi

Nací en Playa Tibi y crecí entre las garzas
buscando huevos de taricaya y también de tortuga,
las crecientes del río se llevaron esas tierras.
Mis papeles dicen que nací en Nauta,
pero mis ancestros son de todas partes,
aunque yo creo que nací libre como las garzas.
Tuve una abuela de piel oscura y cabellos de luna
que vino tal vez de Esmeraldas
y murió abandonada donde nunca supe,
tuve un abuelo blanco que vino de las Españas.
Por mis venas corre, aunque mi gente lo calla,
sangre originaria, tal vez Mayoruna o Kukama.
Hablo el castellano amazónico y el de todas partes,
me encantan las fiestas de los animales y la fiesta de las frutas.
A veces vuelvo al lugar donde quedaba Playa Tibi
y me quedo mirando, por horas, las aguas mansas del río


Ana Luisa Ríos González. Nauta (Loreto), 1977. Licenciada en Educación, Lengua y Literatura, por la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana. Estudió las maestrías en Estudios Amazónicos y Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y el diplomado en Gestión Cultural con Enfoque en la Literatura en el Instituto Runa de Desarrollo y Estudios de Género. Fue secretaria técnica de la Mesa de Concertación para la Lucha Contra la Pobreza y miembro del Foro Educativo en Loreto. Trabajó en AIDESEP y en el Programa de Formación de Maestros Bilingües de la Amazonía Peruana. Publicó el libro de cuentos infantiles Travesuras amazónicas.

jueves, 20 de junio de 2019

Claudia Schvartz responde “En cuestión: un cuestionario” de Rolando Revagliatti


“Shakespeare me estremece una y otra vez. Lear. O el horrible Ricardo”

 Claudia Schvartz nació el 3 de diciembre de 1952 en Buenos Aires, donde reside, capital de la República Argentina. Es dramaturga y actriz (interpretó monólogos teatrales de su autoría). Publicó el volumen de cuentos para niños “Xímbala” (1984), el de ensayo “Miyó Vestrini o el encierro del espejo” (2002, Editorial Blanca Elena Pantin, en Venezuela), y otro con prosas, “El papel y su futuro” (2015). En 2018 apareció su nouvelle “Nimia”. Poemarios editados: “La vida misma” (1987), “Pampa argentino” (1989), “Tránsito es nombre” (2005), “Ávido don” (2008; Mención del Premio Nacional de Literatura 2001), “Eólicas” (2011) y “Alcanfor” (2018). “Ávido don” fue traducido al francés en Quebec, Canadá (2015, Éditions de la Grenouillère) y al portugués (2016, Poética Edicioes). Fue incluida en antologías de su país y del extranjero. Tradujo, entre otros, “Sonetos y elegías” de Louise Labé, “Cementerios: la rabia muda” de Denise Desautels, “La libertad del espíritu” (textos de Paul Valéry y Antonin Artaud), “Tú, mi único” (antología de poesía femenina provenzal). Citamos, de las diversos volúmenes que compiló, “Antología de la poesía erótica” y “Nueva antología del amor”.

“Nací en noche de tormenta y antes de lo pensado el 3 de diciembre de 1952. Al llegar, conocí a mi familia. Y después, en mi segundo año, nació mi hermana, quien me transformó en la hermana del medio. Mi abuela fue esencial en mi vida puesto que mi brillante madre durante su tercer embarazo comenzó la carrera de Historia en la Universidad de Buenos Aires y fue siempre una presencia esquiva. Fui alumna mediocre, lectora, muy ocupada en pasar desapercibida en familia de gente muy brillante. Estudié italiano con Marcella Milano. Primaria, en la Escuela Normal nº 4. Secundaria (e idioma francés), en el “Lenguas Vivas”. Egresé en 1970.
A los catorce años viajé a Tilcara [provincia de Jujuy, la Argentina], fundamental en mi existencia. Viajes sucesivos anuales.
A los quince años, viajé a Paris, La Sorbonne, curso de idioma in situ. Allí conocí a gente talentosa; varios, desaparecidos, como Irene Claudia Krichmar, Gloria Correa. Sobrevivimos Gustavo Vainstein y pocos más.
Primer trabajo, con Oberdan Caletti. Luego en “Fausto”, librería fundada por mi padre, el gran editor y librero Gregorio Schvartz (Siglo Veinte y otras editoriales).
16 años: Clases de teatro (para vencer la timidez, según mi madre) con Heddy Crilla y Lito Cruz.
A los dieciocho, Sergio Rondán nos lleva a estudiar con Alberto Ure, y marxismo con Raúl Sciarretta.
A los diecinueve me caso con Adolfo Dorin, compañero de teatro. 
Empiezo a realizar traducciones y correcciones para las editoriales de mi padre.
Imparto clases de teatro para niños y adolescentes junto a Juana Droeven.
En 1975 nace mi única hija, Lucía maravillosa. 
1976: Mi hermana Marcia parte al exilio. Desesperación y Miedo. En mi hogar, quema de libros y ausencia.
A los veinticuatro, separación violenta. Depresión.
1978: Trabajo en periodismo amarillo. Proyecto demente, un largometraje dirigido por Miguel Bejo, argumento de Bejo y Jorge Hayes (quien interpreta al personaje protagónico), Román García Azcárate colaborando en el guión con los ya citados, textos de Edgardo Cozarinsky, y entre otros actores, Ingrid Pelicori, Rubén Szuchmacher y Jorge Rey. Actúo y produzco. Nunca me quedó claro el título de la obra (los tuvo alternativos). Algo así como “Vito Nervio y las fuerzas oscuras del mal”. Aunque confirmo ahora que oficialmente quedó “Beto Nervio contra las fuerzas del mal”. Genialmente peligrosa. Una parte de los participantes emigraron.
1979: Viajo a Barcelona a ver a Marcia con mi hijita de tres años. Decido quedarme. Espero carta de Adolfo Dorin. Dice que se queda con la nueva esposa. Residirán en París. Lucía ya tiene una hermana. 
Además, el mundo de mi hermana en una Barcelona que ya no existe más. Escribo “Xímbala”, libro de cuentos para chicos.
1980: Viajo a París a dejar a Lucía con su papá durante un mes. Me encuentro en Roma con amigos. Conozco al hombre imposible, Andrzey Sliwowsky, un científico franco polaco. Nos mudamos a París. Trato de sacar los papeles de inmigración, inútilmente. Hago traducciones, correcciones, formo parte de varias películas francesas. Curso de teatro con la profesora Vera Gregh.
1982: Llegamos a Buenos Aires el 30 de marzo. En Plaza de Mayo, primera manifestación obrera contra la dictadura, varios muertos. Dos días después, declaración de guerra. Camino locamente por la ciudad, desesperanza, nadie en sus cabales. Lucía va al colegio, rápidamente recupera la escritura en castellano.
Empiezo época de actuaciones titerescas: Kiki La Plume, Reina del Bambo, La Niña de la Giba, Mossquito, La Papusa, etc. Café Einstein, Teatro Espacios, Teatro Cervantes. Los Redondos. El Hilván es un Estilo (teatro patrio). Actuaciones en varios bares y cafés que ya no existen.
Publicaciones en revistas, diarios, suplementos.
En la revista “Fausto”, 2ª época, secretaria de redacción. Duro poco, al comprender que si seguía allí, rodeada de adulaciones, me iba al carajo como posible escritora.
Sigo fracasando en cine, teatro y vodevil. Sin amor.
Escribo publicidad radial y otros, deferencia de mi hermana mayor, para parar la olla.
Empiezo análisis. Dejo el teatro con gran esfuerzo. Época demencial de enorme sufrimiento.
Tengo que parar la olla. Entro a trabajar en la librería “Fausto”, de lo que huí todo lo posible. Escribo, escribo...: bodrio tras bodrio.
Ya estoy viviendo con Lucía en una casa chorizo por Villa Crespo. Caminatas barriales. Escribo “Pampa argentino”. También reúno papeles en “La vida misma”.
Amistad con Ricardo Zelarayán, con Ricardo Carreira. Y desde 1984, a través de Ure, cuando ensayaba “El campo”, la pieza teatral de Griselda Gambaro, amistad con ella. Allí comprendí profundamente mi interés por el títere. Y después, todos los personajes que creé fueron a partir de ese yo títere que siempre me asombra.
En 1993 muere mi Nonna. Encuentro refugio en el Tigre, al fondo del río Carapachay. Sola pero, como nunca, en paz.
En 1994 edito (Editorial Leviatán) mi primer libro, “El corazón disparado”, de la brasileña Adélia Prado, que tradujimos Fernando Noy y yo. Librera en el día a día. 
Empiezo a traducir a Louise Labé. El libro será publicado en Venezuela por el sello Angria: “Sonetos y elegías”.
En 1998 nace Clara, mi primera nieta. Después nacieron Pedro y Theo.
En 2001 conozco a Gerardo “Pico” Manfredi, en una lectura a la que me invita la poeta Alicia Gallegos. En diciembre fallece mi padre. A mediados de 2002, cumpliendo la promesa hecha a él, y con el apoyo de mi madre, comienzo a ser la editora responsable de Editorial Leviatán.”


1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

CS: A los cuatro años inventé la palabra embustera. De a poco fui comprendiendo.


2: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

CS: A medida que el tiempo ha pasado, mi relación con la lluvia fue cambiando. Me encantaba caminar bajo la lluvia, chica, joven… algunos momentos deliciosos están ligados a la lluvia en mi infancia. Entrar en el mar bajo la lluvia, quedarse en el agua más tibia que el aire mientras en la playa, ya nadie… Tal vez en la orilla solo mi nonna que urgía para que saliéramos… una infancia con hermanas, claro. Después me volví cauta, responsable. Los truenos y los rayos pegaron más cerca, tal vez. Conocí en los cerros a una muchacha aterrorizada con la proximidad de la tormenta. Una mujer-pila que se había salvado por un pelo.
Pero se agravó la naturaleza, ¿no es cierto? Todo fue muy rápido. Se talaron los grandes bosques, se envilecieron los mares, la atmósfera se llenó de petróleo, se perforó la capa de ozono y también está lo nuclear, las fisuras desagotan en los mares y el agua es una sola, como se sabe. Cosas graves aprendí a medida que envejecía. El mundo fue cambiando violentamente en ese breve interín. Ahora cunden nuevos lenguajes en los que soy analfabeta. La velocidad ha devorado el mundo que conocía. Lo que dejamos a los más jóvenes es aspaviento, una consistencia que ellos deberán descubrir. Es decir, sin aquella consistencia. Muchas veces, comiendo, me pregunto qué es lo que mastico. Convivir con el peligro, podría llamarse esta civilización en la que resistimos, sin embargo.


3: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...

CS: La comparación con Faulkner es fallida a mi entender. Un novelista es un constructor.

Cuando logro un poema largo o corto, y lo siento logrado, por supuesto hay un trabajo, pero sobre todo una confianza extrema en la adherencia y la inmersión. En ocasiones, un tema para llegar a ser requiere descartar íntegra la primera composición, que resultó rígida —por ejemplo— por otra donde el tema ha decantado y corre respirando libremente, superando la primera redacción en profundidad y ritmo. El tiempo juega un papel importante. Antes un escrito descansaba en el olvido hasta que volvía a aparecer casualmente, muchas veces. 


4: ¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

CS: Tengo una pésima memoria. Los sucesos en la vida de las personas no sé si me interesan demasiado. Realmente no puedo recordar a ningún autor por sus hazañas. Si las he conocido fue a partir de la obra: Louise Labé, Francois Villon, William Shakespeare siempre son enigmas… Emily Brönte… a todos los leí antes y después de conocer algún hecho de su biografía. Por ejemplo, Jane Austen le pidió a su hermana Casandra que destruyera todas sus cartas. ¿Prudente, no es cierto? Italo Svevo, James Joyce… en fin. Literatura. Tampoco soy chismosa con mis amigos. Si me querés contar algo lo escucho y no lo suelo comentar por ahí. Queda entre nos.
Y si pienso en la literatura argentina, de inmediato se mezcla con la historia de modo inseparable. Juan Bautista Alberdi, por ejemplo. Domingo F. Sarmiento, el más miserable de todos y grande, sin embargo. O Lucio V. Mansilla. Puro siglo diecinueve, eh? Con Griselda Gambaro charlamos mucho de plantas, libros, lecturas, recuerdos, política… y le cuento cosas que me pasan. Tiene una forma de escuchar que me resulta fundamental.


5: ¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

CS: Una frase del Viejo Bribón que me gusta repetir: “Adelante con los faroles.”
Creo que no tengo otra. O están tan incorporadas que no las registro. También, “Tengamos la fiesta en calma”, que da cuenta un poco, del tenor violento que conozco.

 6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

CS: ¿Estremecimiento? ¿De placer? Odilon Redon. Un pequeño óleo en el Museo Nacional de Bellas Artes. El estremecimiento incluye contradicción, oxímoron si se quiere. O un abanico de sensaciones que no permanece inmóvil. Siendo así: Un pequeño autorretrato en verdes y azules de Vincent Van Gogh que sólo vi una vez. Parecía que Vincent se asomaba a una ventanuca, solo para mí. Las esculturas en madera talladas por Paul Gauguin. Un cuadro de Marcia Schvartz, entre los muchos de ella. Algunas esculturas de Juan Carlos Distéfano y otras de Norberto Gómez. Y siempre vuelvo a las pinturas de Cándido López. Y me gusta la pintura de Jorge Pirozzi.
Emily Brönte sí, me estremece. La leí muchas veces, año a año. “Alicia en el país de las maravillas” fue una de mis obras preferidas durante mi juventud. Otra obra que me encanta recorrer es “Ulises”, de Joyce. Shakespeare me estremece una y otra vez. Lear. O el horrible Ricardo.
¿Perplejidad?: Nikolái Gógol.


7: ¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

CS: Tengo gran vocación por el ridículo. Si recuerdo alguna situación específica más allá de la natural cotidiana ridiculez que padezco, la contaría con detalle. Pero mi mala memoria me juega pasadas tremendas.


8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

CS: No llegaré. Esa es una certeza tranquilizadora.


9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?

CS: Yo misma soy mi rutina. Me recorro con espanto. Muchas veces. Otras, puedo ponerme a salvo de mí misma. Escribir es la única manera en que salto el límite y logro sustraerme de mi deficitaria clave. Eso, o leer. Esa fascinación del descubrimiento de un libro, que en mí fue sobre todo en la adolescencia, la pubertad incluso, cuando eso sucede, oh maravilla, todo se silencia y solo existe ese mundo extraordinario.


10: ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.


CS: ¿No será que una es su propia limitación? Tal vez esa limitación sea el mundo que se relata, esa obsesión. La perfección es una búsqueda abrumadora. 


11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?

CS: Creo que la indiferencia política es lo que me resulta violentamente insoportable. Lo considero el rostro más peligroso del capitalismo.
Lo deshumanizado.
Y los estúpidos del arte, insoportables negociantes.


12: ¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

CS: A los trece años, o tal vez catorce, fui aceptada en un grupo del Colegio Nacional Buenos Aires que viajaba a Tilcara. Se estaba trabajando entonces en la recuperación arqueológica del Pucará. Mi madre, Hebe Clementi, era una de las profesoras elegidas por el grupo de alumnos, y ella me “coló”. Aprendí muchas cosas, como dije. Por bastante tiempo dejé, con tristeza, de ver a esos antiguos compañeros, a los que, sin embargo, guardé en el corazón. Ese viaje se repitió varias veces. Cada viaje es otro viaje, pero el sentimiento del cerro, esa soledad y esa amistad con la piedra y su música, su virtud, creo que es algo insustituible, un baluarte en mi vida. Y aparece siempre en lo que escribo, una de mis casas.


13: ¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

CS: Ese sentimiento corresponde a mis lecturas de la pubertad. La primera adolescencia. Hubiera querido que nunca se terminaran los tres libros de Italo Calvino que aparecen bajo el título “Nuestros antepasados”: “El vizconde demediado”, “El barón rampante” y “El caballero inexistente”. Todas delicias. Otro, “Orlando”, de Virginia Wolf. Y de todavía más chica, algunos de Julio Verne, “Un capitán de quince años”, por ejemplo. Y un libro de historias de piratas, de un famoso autor cuyo nombre ahora no recuerdo. Más tarde, Carson McCullers, Clarice Lispector, Sara Gallardo. Y ah, el Alejandro Dumas de mi niñez. Y otra cita es “Cumbres borrascosas”, de Emily Brönte, que no sé cuántas veces he leído, a decir verdad.

No sería personaje de ningún libro ajeno. Bastante con una misma.


14: El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

CS: Los gestos son fundamentales en mi modo de conocer las relaciones entre y con las personas. Un pequeño gesto me devuelve la memoria, a veces. Siempre es revelador, un entramado de relaciones permite la lectura a partir de un pequeño gesto.
El silencio puede ser una larga conversación. O seco como un golpe en la mandíbula.
No he tenido sorpresas agradables. No recuerdo ninguna, al menos. Prefiero que se anuncien.
Fervor… creo que conozco. La intemperancia, también. Muy dolorosa.
En cuanto a la oscuridad, tengo una relación próxima e intensa; sin embargo, soy del ojo más que del oído, del tacto más que del olfato.


15: ¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?

CS: Yo quitaría el ingenio de esa lista. Sin ingenio, no hay arte. Puro tedio. La lista cunde hacia la ironía, ¿no? Quisiera nombrar a Juan Carlos Onetti, que es un trágico, pero domina todos esos matices agudos. Lamborghini, ambos (Osvaldo y Leónidas). Alberto Ure. Susana Thénon. Y Mijaíl Bulgákov. Anita Brookner, también. Y Flannery O’Connor.


16: ¿Qué apreciaciones no apreciás?¿Qué imprecisiones preferís?...

CS: El narcisismo elevado a la sordera me saca de quicio. Prefiero las conversaciones donde se decanta lentamente el sentido preciso, precioso. Conversaciones son diálogos. Y necesitan tiempo, interés por el otro, y algo de memoria.


17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?



CS: Valorar es un verbo un poco retorcido. Las personas que quiero son muy valiosas para mí porque hacen a mi confianza, a la valoración de mí que me sostiene en pie. Después hay gente muy socialmente valorada. Y bueno, chapeau! A veces yo no tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones, pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese desprecio del que habla tu pregunta.


18: ¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?

CS: Hay muchas corrientes por navegar, por suerte. Hay que ver a qué mundo querés “pertenecer”. Y cuál es tu tabla de salvación. Muy chiquito, muy grande… Beber champán en idioma extranjero o apacibles mates camperos. Todo lleva al mismo sitio. Incluso puede convivir si la porquería es verdaderamente arte.


19: Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?

CS: Antonio Porchia. Edgardo Antonio Vigo. Antonio Berni.


20: ¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?

CS: Algunos comentarios de mis nietos, cuando cada tanto logro encontrarlos reunidos. Y si se suma alguien más de la familia, mejor.


21: ¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?

CS: Lo acepto como un querido fracaso más.


22: El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?

CS: Cosas bastante dispares…; el amor y la contemplación podrían ser parte de una misma cosa. Como hipótesis. La política y la religión también por caso. Dinero, siempre poco.
Ardua conquista, ser.


23: ¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?

CS: …tal vez no fueran artísticas, ¿no? Tal vez fueran solo divertimentos. Prefiero la literatura, sobre todo. A veces veo cosas fundamentales. Iris Scaccheri bailando será un recuerdo hasta el último día. Si es insufrible me levanto y me voy. Por eso los clubes de teatro, con su estructura tan expuesta, me resultan claustrofóbicos. Quiero decir también que cuando no se va al fondo, no pasa nada. Por eso consumo poco. 




CS: Valorar es un verbo un poco retorcido. Las personas que quiero son muy valiosas para mí porque hacen a mi confianza, a la valoración de mí que me sostiene en pie. Después hay gente muy socialmente valorada. Y bueno, chapeau! A veces yo no tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones, pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese desprecio del que habla tu pregunta.


24: ¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?

CS: Nací en la calle Bacacay, detrás de las vías del Ferrocarril Sarmiento, en Flores. Un edificio no muy alto, y nosotros vivíamos en la planta baja. Arriba vivía doña Amanda, que era una morena hermosa. Había tenido varones y le encantaba una casa con tres nenas. Un jardín había en casa y en el fondo casuarinas y una hamaca de vaivén y el canto del ferrocarril.
Más arriba vivían los Calviño, con su hijo Jorgito, que salía apenas. Una pareja grande, sus padres se habían casado por decisión de los espíritus de sus ex cónyuges en la Escuela Científica Basilio. En la planta baja, adelante, vivían los Scarfó. Eran tres chicos de más o menos la misma edad nuestra. Jugábamos en la vereda, pero seguramente poco. Enfrente había un pequeño taller de un zapatero, siempre con mucha tarea. En la esquina, un antiguo almacén de los de a granel y en la vidriera una publicidad de Puloil o de jabón en polvo, ya entonces descolorida, verde clarito…; era un mensaje discriminador, pero el dibujante había puesto gracia inolvidable. En ese entonces por el barrio venía la panificación a caballo, y hasta recuerdo al lechero con su vaca y el ternero. Duró poco pero pude ver ese carro lleno de tarros de metal esperando el regreso del lechero, el caballo girando la cabeza con sus orejeras y una especie de bolsa llena de algo para comer, para que no se distrajera de la ruta que conocía de memoria.
Pero los Scarfó, decía: el padre de los chicos era un hombre inmenso, con gran chambergo oscuro y un traje cruzado, a la usanza. Era el hermano menor de América, la novia de Severino Di Giovanni [1901-1931]. A la madre de los chicos no la recuerdo, solo sus gritos desde adentro de la casa. Jugábamos en la vereda de Bacacay todos los pibes. De los tres, sólo sobrevivió el mayor. Eran hermosos todos, muy inteligentes. No nos asustaba la fama anarquista, porque algo del tema también conocemos: tenemos pariente anarquista. Mi abuela Fanny Kulichevsky y Simón Radowitsky [1891-1956] eran primos.


25: ¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.

CS: ¡No!... Rechazo esta pregunta por barroca y pedigüeña.


26: “Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?...

CS: Una buena pregunta. Al pie del patíbulo. Y la literatura idisch también esto lo pondría en duda. …tal vez no fueran artísticas, ¿no? Tal vez fueran solo divertimentos. Prefiero la literatura, sobre todo. A veces veo cosas fundamentales. Iris Scaccheri bailando será un recuerdo hasta el último día. Si es insufrible me levanto y me voy. Por eso los clubes de teatro, con su estructura tan expuesta, me resultan claustrofóbicos. Quiero decir también que cuando no se va al fondo, no pasa nada. Por eso consumo poco.




CS: Valorar es un verbo un poco retorcido. Las personas que quiero son muy valiosas para mí porque hacen a mi confianza, a la valoración de mí que me sostiene en pie. Después hay gente muy socialmente valorada. Y bueno, chapeau! A veces yo no tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones, pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese desprecio del que habla tu pregunta.


27: ¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?

CS: …en una época juvenil era muy obediente a lo que “había que leer”. Después comprendí que cierta angustia se disolvía si abandonaba la lectura de Yukio Mishima, por ejemplo.


28: ¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?

CS: Tengo un largo entrenamiento en decepción. E igual no he podido dejar de esperar incluso con la certeza de que era un callejón sin salida. Por supuesto, cuando un amigo te deja en banda, no solo duele.


29: No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?

CS: Algunos gestos de valor y renuncia. Y sobre todo, el coraje que no hace alharaca.


30: ¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?

CS: Soy emocional, dicen. Mi lectura del mundo está teñida por esa mirada. Pero no sólo: a veces, gestos que consideraba de camaradería o entusiasmo fueron leídos como extemporáneos o incomprensibles y mancharon para siempre complicadas redes de relaciones. Pero no aprendí mucho de la experiencia y repito algunos errores que dicta el entusiasmo.
no, chapeau! A veces yo no tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones, pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese desprecio del que habla tu pregunta.





31: ¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?

CS: A mí me gustaría que artistas importantísimos, que nutren la base de muchos otros artistas —y son tan poco poquísimamente nombrados incluso por quienes los leen y conocen— fueran más conocidos, más leídos, más nombrados. Ricardo Carreira, Juan Andralis, Vigo. A Luis Thonis, a Liliana Guaragno, a Noemí Ulla. Otra desaparecida: Susana Cerdá… Soares, el gran cuentista. Y hay muchos más.


32: ¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?

CS: Acordaría, sí, con Luisa.


33: ¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?

CS: Una mañana que llegue a la tarde, sería perfecta. Si hay mediodía, almuerzo, siesta…: bajón asegurado. A veces, la madrugada solitaria, exquisita. Pero todo según el para qué. El anochecer me gusta: las luces se encienden y las casas se habitan. Es momento de dar una vuelta por el barrio.


34: ¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?

CS: Soy solitaria, disculpá! Seguramente no asistiría aunque me invitaran.


35: Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...

CS: Resistencia.


*

Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Claudia Schvartz y Rolando Revagliatti, abril 2019.






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