domingo, 10 de febrero de 2019

Algunos textos de Daniel de los Ríos




De El laberinto ilustrado:

 

ABRIL


Día 26
11:00 a.m.
Buscando el mínimo atisbo de lo que aparente ser una prueba irrefutable de la existencia de Dios con que conmover el aparato astroso de mi alma, me vi atrapado en la frenética agonía de la efectividad del bien, esto es, de la posibilidad del mal. Me detuve, quiero decir, ante el generoso límite en que se enseña el amor o el desprendido espacio en que se exhibe el odio, lo que —entiendo— no es decir demasiado.


03:00 p.m.
He pensado: el cielo sangra del terrible filo que presumo al meditar esta pereza y el cielo es terco como costra y como amaño y me conmueve con sus pausas por mis ecos, por mi rencor, por mis nociones, pues si estas groseras consecuencias envejecen lo bastante o si al punzar sobre estas planas, sistemáticamente, remordiera mis principios, ¿no sería el temor, acaso, quien, finalmente, maniobre el amasijo de mi cuerpo?


04:00 p.m.
El hebreo se vale del término rah para referirse al desierto lo mismo que a la vaca famélica o a la batalla perdida, a la vergüenza pública, al hombre sin fe o al higo que se pierde por maduro. Cierro los ojos. De la impresión al cuerpo devoto marra el mármol una culpa. ¿Aquel que no ve a Dios puede soñar con pastores que se ven en sueños fornicando con ovejas enloquecidas?


Día 27
10:00 p.m.
Aunque sensible, cuando niño, disfrutaba el espectáculo de lidiar gallos y cazar palomas. Luego, Jean-Baptiste Oudry me instruyó en la enumeración, y en el lamento, al nombrar al faisán, faisán y a la liebre, naturaleza muerta.
Ergo:
He acariciado algunas noches la tentación de saludar en Marcos aquella lacerante inmisericordia de amor al prójimo.
He vacilado en seis horas un latido o asomo o demanda o floración.
He practicado un consuelo hasta prendarme al deseo de lo simple.
He acumulado en tres objetos todo el pasado del que era capaz para sufrir las consecuencias impalpables e irrenunciables de la sombra.
He silenciado mi odio en piedra fría.


10:05 p.m.
¿Quién, sinceramente, percibe a Dios como Acto Puro, como algo ajeno a una ventisca, a un estornudo, a una sorpresa postergada por demasiado tiempo?
(Me sentía como si la nostalgia irreprimible del mar urdiera un eco de penitencia).


Día 28
05:00 a.m.
Con el primer destello, he intentado diseccionar la primavera tímida espigando, ataviado de claro y con sandalias, la herencia ígnea de su diáfana extrañeza.


05:30 a.m.
Observo el cielo a través de los cristales. Entre él y la urbe dos jóvenes juegan al ping pong con espontánea torpeza. Intento gobernar mis pensamientos o demorarlos una cifra. Lo que obre en mi mente obrará en mi carne, me repito cuando quisiera preguntar —por ejemplo, a la joven viuda y perturbada que va y viene por la calle y cuyo nombre es Gladys o a la anciana rubia que frota sus anteojos contra el doblez de su falda y cuyo nombre ignoro:¿dónde está, allá en lo vago, la placentera tez de la locura? ¿Acaso en los pezones, en el sangrado irregular o en el temblor inconmovible y fronterizo de la nada? ¿Dónde reposa aquello que he opinado sobre el delirio del amor o la amistad o la violencia? ¿Dónde, si en cada nada cifran dos capullos, dos incógnitas, dos cuerpos independientemente ungidos de nocturnos como los duros bloques calcinados de Max Beckmann?


05:35 a.m.
¡Dios Santísimo!


05:36 a.m.
¡Dios Santísimo, me aferro a Ti como a un valle embellecido por las flamas!


05:37 a.m.
¡Dios Santísimo! Ayúdame a inflamarme con tu espíritu y a: 1) sentir que algo me odia por las mañanas y me depreda por las noches; 2) entender que una pelota de pig pong es un objeto para el viaje, un objeto que marcha y que retorna; 3) someter en la desdicha mi vieja pretensión de repatriarme tras la noche, pero no de: a) ver en el lenguaje la escultura del aliento; b) sorber a la distancia el eco como un hilo; c) juzgar el beneficio de los ojos ante el nombre.


06:00 a.m.
Todo vómito principia en el lenguaje.
La dignidad nos predispone, mediante el cuerpo, a la comedia. — He aquí
que un cuerpo ha muerto.
(Los pastos patinados humedecen cuanto la sombra ha sido:
su nombre duele, lejano su esplendor sospecha,
corroe su deleite cada espasmo,
cada palmo de yacer, cada minúscula, pues todo tránsito florece en alarido).
Camino de la mar el horizonte ofrece un límite sonoro
y añejos remanentes irisados susurran un laurel sobre la espuma
bajo la espuma, con el viento, junto a los pasos.
Acerca de los actos, el efesio condenó la permanencia,
aun si nos domina la palabra,
pues no hay palabra, ni segmento, ni vacío,
que no se busque en el reflejo conmovido
como no hay fuego, ni fiebre ni pavesa, que no transgreda su luz
y sea genuino amante de extraviarse y ser del aire.
La sombra que refluye extasiada de humedad,
la sombra de aridez,
la sombra que es reflejo o semilla de su muerte,
oquedad para fugaz incandescencia,
murmullo entre la arena,
segundo en que lo habita alguna espuma delirante,
pues todo cae en el temblor o la pavesa, en el segmento despojado o el romance
hasta tornar doloso espectro,
diálogo infame entre las costas del consuelo,
palabra bajo el puño, alarde sobre el puño
                        tan solo para arder sobre la mar!


Día 29
05:00 a.m.
Hondo en el desierto la huella del extranjero accede como una espina y el beso es áspero reflujo. Bajo mi piel, la dulce bendición del odio y el milagro de la muerte palpitan concordantes. Persisto en el reposo de mi habitación. Mis jóvenes vecinos continúan manipulando sus sólidas paletas. Descorro las cortinas y elijo recrear el mundo con especial embeleso, gobernarlo, maniatarlo con el gesto rápido y grosero de mis manos.
El despertador.

  
05:10 a.m.
Finalmente he desistido. En esta precaria brusquedad —la del ruido del despertador que me regresa desde un trance de miedo—, he decidido perseguir alguna ruta a través de la novísima y preclara epistemología de mi época.
Apelo a la huella entre mis sueños.
Amanece.
Ha huido el milagro.


FEBRERO, SEGUNDA SEMANA

Antes hablé de cuerdas y otras herejías. El monje Linji, natural de Haze, era frecuentado por montañas y pequeñas grietas. Ante la brevedad de las moscas, perfeccionó la hostilidad como su método. La tradición lo ha perpetuado, irónicamente, como un anciano delgado, cuya calvicie contrasta con una extraña frondosidad que puebla su rostro gemebundo; unido a esto, aquellos ojos desorbitados de intransigencia, lo finalizan por envolver dentro de un aura de rudeza y suspicacia, acaso señas de su real aspecto. Nunca respetó la autoridad. Nunca pidió. Cada vez que se acercó hasta las orillas del Zhaowang, ante su pálido reflejo, sintió que apenas una cuerda bastaría para evitar la incómoda elegancia de la ancestral y venerada cimitarra.

Como el recuerdo,
una vasija de porcelana acoge húmedo el vacío,
atesorando lo que fue, ante el atisbo de su albor,
algún dorado ovillo de existencia.
(Alguna tímida muchacha que ensayara el alegato de su afecto,
puesto que alguien le ha revelado que el amor
no es más que un cuenco en que la chicha se fermenta
).
En otro lado del mundo
se aprecia en la difícil porcelana
esa frondosa alegoría de nubarrones pasajeros
que les imponen sus resquicios calculados.
Me explico:
Valiéndome de una astilla he asesinado a cuatro dioses.
            (De esta manera interactúa una vasija con el ruido).
            Sobre mis palmas, una sospecha de la luz que peregrina.
                                    (De esta manera interactúa una vasija con el sueño).




De El supermercado al mediodía:

 

NATURALEZA MUERTA CON FRUTOS PERFECTOS


«Estas granadas que se agrietan y hieren labios exaltados no consideran abarcar la arquitectura ni ser insólitos emblemas de alguna mente perturbada; ellas pretenden el sabor que las prolonga, apenas lo nutricio»—, para olvidar mi fatigoso desamparo me detengo ante este cálculo, esta noción de permanencia que admite el fruto. ¿Quién recordaría esta demora como la escena familiar en que las moscas ejecutan su conmoción o terquedad de dinamismo?
Un niño reclama a su madre. Le dice que ha encontrado las granadas mucho antes que ella. La madre asiente sorprendida. Quiero decirle que su hijo las ha imaginado mucho antes que ella—«Su pequeño ha pincelado estas granadas»—, pero me limito a sentenciar en el contacto, a vulnerar en la fricción como buscando esa rutina del defecto que se dispersa en lo creado. Percibo algunos frutos de aroma y de textura delicados como una joven enfermiza. Creo ver en ellas geometrías rigurosas, aislamientos refinados, sentir el alegato del intruso, la variación jurásica, el mecanismo darwiniano entre partículas cautivas.
Quiero entregarme a la esperanza del reencuentro y a la emotiva corrupción de la violencia. El pequeño da brincos alrededor de su madre. Las granadas me sugieren el principio del temor: SI ALGO SE EXPONE, ENTONCES TEME POR TU VIDA.
Quiero creer en el psicópata frente a la imagen que se expande desde un punto, en el hombre ante la fe o ante el reporte matutino de personas extraviadas. «Ha sido un juego solamente—le diría a su víctima—. En unas pocas horas estarás de nuevo en casa».



HE VIAJADO A 300 KM/H PARA VERTE BAILAR SOBRE EL CAPÓ


La muchacha que completa, en el anuncio, la delicada circunstancia familiar, como segmento, o agregado, por fuerza, ha de entender que su figura no ha de sestear, con aparente solidez, sobre el capó de algún audaz y repulido Rolls-Royce 1900, 71. Esta mujer piensa: «Empujar el carrito de las compras me sitúa en algún punto de la cadena alimenticia». Y entonces se conduce con el placer legítimo de los compromisos bien remunerados, y vincula su postura al artificio, deseando ser una estatuilla delicada sobre el capó de un refulgente Rolls-Royce viajando a 300 km/h sobre la Panamericana Norte. Toda la ligereza del paisaje emancipado de su forma sin apenas un cabello liberado de su asalto. Bajo su falda, la estela de un galeote. Así, cuando la noche cubre su espíritu de calma, espera el dulce desahogo de un indicio. ¿Acaso el camisón que la fatiga y, obstinado, sus tetas compromete, abrigue esa alegría del consuelo como un tacto? ¿Se comprende adelantada o mascarón de proa en cuanto hurga el mecanismo exasperado de sus pechos? Esta mujer es una imagen de la felicidad, una imagen provechosa que reproduce la fortuna: empujar el carrito de las compras a velocidad constante, anclarse al porte de los entredichos con una mueca comparativa, estar a la espera, obedecer al prójimo, obligarse al apetito. Un Rolls-Royce 1971 viaja a 300 km/h para ofrecerle a esta mujer aquella firme calidez de un corazón imperturbable.



AHORA QUE LOS JÓVENES Y LAS BOTELLAS SUSPENDIDAS

Ahora que una A circulada ornamenta las paredes de esta gran ciudad y rememora el frenesí de la belleza que participa de los libros, pero que nadie se molesta en presumir, tomar las calles como perros delirantes para roer, en el secreto de la rabia, sus más pulcras avenidas, configura la estrategia de una noble juventud entusiasmada—furiosamente, para ornados— con el prójimo. Y aquí estamos.
Un anarquista deambulando por los pasillos de un supermercado al mediodía es toda la estética de la que es capaz el anarquismo: el parche que luce esta persona guarda una severa relación con la amargura de estos tiempos.
Aunque asumamos que este hombre es bello porque cede el paso, porque se abrasa en las mejillas, porque conmueve, nada de esto nos podría prevenir ante la primera arruga que, al herir su bendecido rostro, desatara una pasión pendiente, muy similar a la apatía, porque si bien este hombre es bello y cede el paso, también es una bestia conmovida, un argumento rebatido por el tiempo.
Cualquier manual de arte da por sentado que la experiencia nos desborda, que nos despoja de la línea eterna y nos entrega al empellón del horizonte. (En el sistema de masas, una falla es un fenómeno al que podemos sacar provecho de alguna u otra manera).
Este joven anarquista representa el desenfreno de los años insurrectos de la razón. Este muchacho es una caja desglosable.
                      ¡Están llamando a la acción directa!
                                                          ¡Oigo sus voces acercarse!
Y asaltamos las calles para dibujar el grafiti curvado de la libertad y todo arde por un segundo porque correr cuando las botas no pesan más que la esperanza del retorno es una aspiración contra los frutos más pesados de las ramas del presente y toda aspiración contra las ramas del presente es aplaudida por los cuerpos perseguidos, por su propia inclinación a ser retumbo de la carne, fisura imperceptible del presente.
                      ¡Están coreando los sermones en las plazas!
                                                                                  ¡Capullos de Proudhon!
Un joven anarquista merodea por los estériles pasillos del supermercado. De pronto, estira un dedo y lo balancea como dibujando el símbolo de su desengaño, una A circulada sobre la imagen esplendente de una bonita caja de cereales: la pauta del humor en un fanzine anarcopunk.
                      ¡Están llamando a la acción directa!
                                                                      ¡Escucho a sus corceles acercarse!
Pero alguien, entonces, nos consuela: «¡Hacia la resistencia, camaradas! ¡Están curvando las figuras!» —Esto es hermoso.



AZUL PRUSIA


Juraste amar nuestro retrato: «Lo juro, Amor. Adoro urdir nuestros retratos». Pero el ocaso nos impidió albergar esa consciencia fresca que prometía transformar nuestra codicia renovada en anticuadas contracciones del percance.
No hay nada más hermoso que una mujer un poco colocada deslizándose por los alrededores estridentes de Plaza de Armas. Tomar su cabellera por una pétrea paradoja y maniatarla con una extraña melodía de rogativa en tregua, en cesación de encargo, en relativa pausa de su patrocinio. Acariciar despreocupadamente su regazo con un ardor sutil que lo obligara a desprenderse bajo la tela irrespirable de la noche. ¡Pues tomaremos las palabras cotidianas, en el sagrado orden cotidiano, para desmantelar el dadaísmo! «Lo juro. No hay nada más hermoso que el retrato».
                                                                                   —Si bien tu piel es el reflejo                                               de una antorcha bajo el amparo de su instinto,
                                                                      tu sexo es la sospecha de una noche
                                              aún más vaporosa que la noche—.
Encogidos de correspondencia, la madrugada nos sepulta entre las mieses de la aurora e interpretamos la resina del silencio, porque en el orden nuestros cuerpos se desatan confundidos al arder desde un estímulo remoto, desde una chispa, desde una fuga de la nada. «Cariño, estás ardiendo —me dices—. Somos apenas dos astillas contrapuestas». Puedo sentir el olor del quitaesmalte sobre tu llaga reciente. ¡Algo me dice que un espíritu más grande sí es posible y que tomemos las palabras cotidianas, en un orden virtuosamente sobrehumano, para blandir una farola! «Cariño, estoy ardiendo. Somos apenas dos brochazos superpuestos del otoño».
Conjeturo que un listado definitivo de la envidia ha de incluir la disyunción como premisa confidente, pero es posible que mi razón vague perpleja bajo el efecto agitador del quitaesmalte. En tales condiciones, valerme del cadáver de una rosa me obligaría a compararla con un falo. «Cariño, deja para después todas las rosas». Escucho tu voz cuando escuchar tu voz reprime el canto que venera el orden necesario de la fe (Espacio Vacío Retrato) como una roca abandonada de su oficio entre la fibra. «El quitaesmalte que alimenta mis retornos, también eclipsa aquel rumor endurecido del letargo que nos pierde».
Ven a decirme que el silencio es una llaga humedecida o que la madrugada es el calvario, pero que no importa. Ven a mostrarme cómo la noche se desliza entre tu cuerpo y cómo el crepúsculo repuja una pestaña inabarcable entre tus manos. Te recuerdo adormecida sobre una banca hedionda en Plaza Elguera. Eran los años en que el vigor se confundía con el anzuelo de la sed y la venganza era el feroz retrato de una muchacha abandonada contra el día, sobre la piedra roja, junto al falsete de su mal, bajo sus pechos.
—Como la plácida violencia
de una pluma correctora
sobre los montes azulinos de la mecanografía;
así, como este escrúpulo de nube,
luces hermosa al aplicarte,
                      desgarradora, meticulosamente,
          la hipnosis líquida del quitaesmalte—.
Al recurrir a un crisantemo, o flor cualquiera, nos preguntamos por el código viciado del disfraz. ¿Por qué elegir el silencio cuando tanto anzuelo nos reclama? «El color del té de crisantemo al mediodía me recuerda a la sospecha del dolor que es el cortejo entre dos aguas». Te he observado al alejarte, irregular y reflexiva, como evitando a las extrañas marejadas de mi sombra. «Cariño, ardemos. Somos apenas dos banderas sobre el vezo de la rabia», te revela el eco.
La vecindad es una bota tumefacta sobre mi cabeza;
el quitaesmalte nos suspende en su maniobra
          hacia el retiro,
                      porque la soledad nos compromete en el desvelo,
nos predestina al sueño que transita la distancia
          entre el amaño del amor y el apetito.
«Que no transita la distancia…», alguien nos burla, «…entre el amaño de mi amor y el apetito». Pero la posesión de nuestros cuerpos perforados palidece como lejanos promontorios de arenisca cuando lo dicho y el retrato, en una curva, se devanan.






Daniel de los Ríos. Cursó estudios de Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Poemas suyos forman parte de Recitales Ese puerto existe. Muestra poética (2010-2011). Ha publicado Exhibición permanente (2013) con la editorial Paracaídas y ha sido finalista en el VIII Concurso Nacional de Poesía Premio José Watanabe Varas 2013, la XVII Bienal de Poesía Premio Copé 2015 y el X Concurso Nacional de Poesía de la Asociación Peruano Japonesa Premio José Watanabe Varas 2017.

sábado, 9 de febrero de 2019

7 poemas del mexicano Virgilio Miztlán González



FANTASMAS

¿Quién puede decir
acaso el aire
destruyó mi casa?
Mis hijos esparciéronse
y mi mujer se ahogó
en brazos de otro.
Son fantasmas
fantasmas en manada
enfurecidos buscando
sábanas blancas
¡Fiereza en su desnudez!
Se estrellan contra mi cara
árboles y casas
juegan con mi pelo
esparcen todo lo que encuentran.
A sus lares les recuerda esta tierra
se llaman a distancia
hacen conjuros
estridentes fiestas
remolinos de orgía
entre tornados y ciclones.
Eolo su hija me envía
me seduce e insiste
soy parte de ellos.
Un día me quitaré la ropa
Y así viviré.




SIN ESCAFANDRA 

Tu silencio paralelo al tiempo…
también diluyéndose está.
Esta lentitud
sofoca.
Viernes por la tarde
el timbre se une al momento.
Tu ausencia…
no hay forma de tocarte.
¡El frío obstinado!
¿Cómo lo apago?
¿El “Cómo estás amor”? 
lo escucho en ninguna parte.
Salgo de la escafandra
me tiro por la ventana descalzo,
en el parque
recojo un corazón…
quizás, a un niño del bolsillo
se le cayó.
Domingo de tarde en un terraplén
durmiendo me encuentra el sol.




ART POETICA 2

Me eché la puerta encima,
la casa, la familia, la propia vida
guardándola en la camisa doblada.
¿Llegué, o me fui?
Cuando mi epílogo me libere
en cualquier lugar, rompiendo paredes, ausencia no habrá.
(Me consume, me escuece la utópica eternidad de la espera).
¿Quién soy? Me fui a buscar.
Terriblemente estoy viviendo
este anonimato.
No elegí nacer:
ni padres, ni raza, ni nacionalidad,
ser árbol, jaguar
o el sueño del río en la luna reflejada.
¿Quién soy?
¿Quién se atreve a certificar mis pasos?
¿Es esto un poema?
Hay casos… bolígrafos vacíos. Escondan las hojas
los árboles que ya no sangren,
que vuelva la piedra, mis uñas a desgarrarse en ella.
Queman, 
mis venas 
queman
al no alcanzar la catarsis, volverme nada
ir en busca de nada, 
ser nada.
Soy viajero en silencio, un punto oscilante,
la necesidad de amar: Necesidad de proyectar mi libertad.




10 PARA LAS 5:30 A.M. 
A Mariscela Z. Yatzil 


Ascendieron hasta su cuello mis deseos… 

No sé si musite o lo pensé

 “Estoy lejos amor, en el año cero encarné en este cuerpo,
me prometí rendirme,
llorar,
 en tu cuerpo desandarme”.  


No dijo nada, 
de la luna, tal vez aún no bajaba.
Quizás miedo le dio dar un paso más. 
Hay tantos enfermos, muchos suicidas,
pero no todos dan la vida… 

Se incorporó de la cama, 
 en el vientre la almohada se acomodó… 
¿Duermes? Me preguntó.
Es posible, la ventana aleteó, mientras 
soñabas haciéndome el amor…
Yo no soy yo,
soy el grumo, el sedimento del tiempo, 
migaja de Dios; que en ti se ciñó. 

Tú te quedas con tu espejo    
y tus sueños agazapados en tus dedos.  

No dijo nada.
No alcanzó a articular: ¿qué hora es?
Un gallo a lo lejos nos dijo: no queda tiempo…  
aún los ata carne y huesos.

Miré el reloj: 5:20 a.m.
“Es verdad”, dijo, 
“aún nos mantienen erguidos los huesos”, 
y se fue buscando entre las sábanas 10 minutos más de sueño.






AUTOBIOGRAFÍA


Si pudiera elegir un lugar
para dar continuidad a esta autobiografía;
me inclinaría en tu cuerpo, tus campos, tu río, y en la historia intransigente
pendido en el ángulo intangible de mi totomoxtle.
  

Vagabundo, 
siempre detrás de nada 
                                           de las cosas que no encajan… 

Hoy visualizo el sur, 
 a punto de llegar a ti. 




MI NOMBRE, FLOR DE MUERTE

Siento como un hueco, un vacío,
un precipicio que desemboca en mis entrañas;
el universo ha dado vueltas tirándome en este osario.
Me da pereza buscar la palabra 
que no me cabe adentro.

Hozo los rincones buscando tal vez la flor de limo.
¿Dónde están mis abuelos? 
Que pronosticaron con mi nombre mi muerte
¿Dónde está la chica del 69 esquina con sus quince de abril
enhiesta en mis moléculas?
¿Dónde recargo los huesos?
para apuntalar este sufrimiento.




ARS POÉTICA

Me pregunto: ¿Un día
el poeta encontrará la paz
que profesa?
Pero no esa paz, la otra.
Al escribir un poema
se abre una puerta,
nuestra alma se va en ella.
¿Por qué vagar y vagar,
no estacionarse
en tranquilizante paraje,
mirar la danza del aire 
entrar, 
seducir,
descubrir cómo las aves
van dejando su esencia
en las partículas de las primaveras?
¿Por qué morir y revivir entre renglones
donde nadie consciente la realidad?

Dicen: metafísico eres,
siempre errante,
buscando ese dios
que se esconde
en mis pulmones.
¿Cuándo, cuándo dejaré de ambular?

Ya no quiero ver la sangre
saliente de mis pies,
estoy cansado
quiero morir en este instante
para no contagiarme. . .

¿Quién seguirá mis pasos?
Duele ser divergente,
quiero ser como ustedes,
agarrar fuerzas,
estrangular a mi persuasivo
ángel
que continúa diciendo:

…  escribe, escribe
lo que nadie entiende.




Virgilio Miztlán González. Mexicano, radica en la ciudad de Oxnard, California. Poeta, escritor y fundador de la revista poética Mayday. Ha publicado Orquídeas Negras (2011), Sin escafandra (2015) y Galatea (2017).

martes, 5 de febrero de 2019

CLASES DE POEMAS PUBLICADOS EN EL PERÚ RECIENTEMENTE, por Paul Guillén


Este es un breve comentario a ciertos libros o poemas que llegaron a mis manos en estos últimos meses. Esto es solo un mapeo de las distintas posibilidades del poema como “recipiente cultural”.

Khirkhilas de la Sirena (Bolivia: Plural Editores) de Gamaliel Churata, esta edición viene precedida de un largo estudio de la investigadora italiana Paola Mancosu. Khirkhilas era uno de los poemarios inéditos de Churata, también se prepara la edición de otro de sus poemarios con el nombre “Mayéutica”. En este conjunto es claro que Churata trabaja desde un barroquismo andino. Las conexiones que se pueden hacer, primero, con Trilce y, luego, con el neobarroco de los años 80’s son una tarea pendiente de análisis. Pero en Khirkhilas vemos cómo esa conjunción del verso corto se amolda con la prosa reflexiva; esos versos que se remilgan en el quechua y el aymara y que confluyen en una hibridización del lenguaje, en un “mugriento español” como el mismo Churata llamó a su escritura:

Ésta la Sirena del Osle y el Waksallu.
La que, celaje, me parió mi guagua;
y, si relámpago,
vistióse lampos;
se tocó oriflama.
Con mieles maceraba su ternura;
y miel de su ternura fue la miel.

Pankhara que arrullan las kheñulas;
pankhara que aromas con el beso.
Eres mi hoy
que aroma y sahuma; aroma
que espuma la kheñula.

Porque el llokhallo como la kharkha Laykha
se vio en el belfo de agua...
Si cuando más tu carne placentera
del Puma sangraba en el gruñido,
las khenas del cielo haruñaban.
Y fuiste carrizo pentatónico
en que el llokhallo phusa
con cinco pétalos la ahayu.

Asukara rezuma el warikhollo;
destilan miskhis los phusiris;
las mieles efluyen de las sakhas.
Y ya, des el nido de la kharkha
el cortejo siento plañir de los khirkhinchus;
y hórrido Puma que horra tras tu herro...

(Churata, 117-118).



Pessoa por Wong (Hanan Harawi) de Julia Wong, un texto escrito mezclando el libro de viaje, la traducción y la poesía documental, que reflexiona por la relación con el padre, la migrancia, las fronteras y los afectos. Lo interesante de Wong es que se entronca con un tipo de poesía experimental, donde cobra importancia el documento, la intervención de imágenes, el ensayo, el apunte autobiográfico; en este tipo de poema no es tanto la socialización, sino el yo mutable e híbrido:

Viajar a Macao implicaba una investigación que iba más allá de lo material. Me llevaba al origen de las diferencias, a adentrar la belleza tan distinta de dos idiomas, el portugués y el chino. De ser un desplazamiento de un lugar a otro para llegar a un destino esperado, donde hay una seguridad material, una casa, un padre, estos viajes se convirtieron en una operación de traducción constante, no solo entre los idiomas, sino de las experiencias provocadas, tanto por el entorno, como por los olores, el lenguaje y lo sagrado, que conectaban estos dos mundos. Palabras como «devoción», «fidelidad», «amistad» y «religión», estaban escritas en los dos idiomas por todas partes, en las calles, en los monumentos, y referían, por ejemplo, a la amistad luso-chinesa. Y me interesaba saber qué había detrás de esas imágenes y signos. Aquí va un letrero típico de Macao:


Foto: Google

Yo no pertenecía allí, no pertenecía a mi papá, no hablaba bien el chino, no pertenecía a este territorio libre de la lengua española. Este hecho me liberaba lo conocido, de las palabras que me sonaban terribles cuando era niña, y abrían un nuevo territorio afectivo y otras maneras de sentir y conocer. Descubrí, fascinada, que el portugués, como origen, gentilicio y denominación, se decía luso o lusitano, y que, semánticamente, decir luso era distinto a ser portugués. Había una jerarquía en la emotividad y en la intensidad de sentir y percibir paisajes, edificios e idiomas desde los afectos y el lenguaje, no solo desde la gramática.

                                                                                    (Wong, 12-13).



Tilsa Otta en La vida ya superó a la escritura (Juan Malasuerte), más allá de la onda pop, percibo versos que pisan en las llagas del día a día. Con un lenguaje que interpela al lector, que le habla desde el mismo plano y le detalla verdades y alucinaciones. Por ejemplo, el poema “La poesía es la gran aguafiestas…” no se calla nada y va develando cicatrices y alegrías; la ironía que Tilsa había manejado en sus anteriores libros, aquí explota, incluso contra la propia poeta. La enumeración del final de “La poesía es la gran aguafiestas…” le sirve a Tilsa no para hacer una crítica política directa, sino una crítica desde el candor y la adultez y que no por ello es menos brutal.

La poesía es la gran aguafiestas

La invitada sentada en la esquina callada

Observando a todos, la que no se halla, se aburre rápido, piensa que estaría mejor en casa

La que roba vasos de otras manos y siempre pide cigarros

La primera que baila y luego llora

La que roba besos a chicos y chicas, la que no logra articular palabras ni caminar derecho, la que pierde el sentido

A quien botan a patadas y regresa

Contenta, ya más animada

La última en irse, cuando la fiesta ya ha terminado

La primera en llegar cuando la fiesta ha terminado

La copa rota, el suelo mojado, el vómito en el sofá de cuero, la quemadura de cigarrillo en mantel y brazos, la aventura de una noche, la resaca, el chupetón, el arrepentimiento, el nuevo amor, la pastilla del día siguiente, tus tres hijos, el departamento comprado a plazos, la búsqueda del éxito, la deuda con el banco, el auto de segunda, la estabilidad, la confianza que dan los años, la crisis de los cuarenta, el fin del amor, la vejez tranquila, tu entierro


La poesía es todas las fiestas.



Mario Montalbetti en Notas para un seminario sobre Foucault (FCE/Sur) parte desde la idea de que no hay lenguaje, pero que el poema es algo que le hace “algo” al lenguaje. Esta es su premisa básica. La comparación desemejante entre poesía y dinero es provocativa o la idea de que la novela es viajar turisteando en avión y el poema es adentrarse en un submarino. Montalbetti dice que de lo que se trata es de una cuestión de espacio y no de tiempo, de unos vectores que se lanzan hacia un afuera. Notas para un seminario sobre Foucault se agrupa en varias lecciones, donde se traza un arco que va desde Lacan, Foucault, Deleuze, Blanchot, hasta los filósofos griegos:

El problema es que Stevens también dijo
que la poesía es un meteoro,
un café,
un faisán
y                      una forma de redención.

No importa. Es un tipo de dinero…

-que es como preguntarse
en qué se parece el dinero a la poesía
Y yo les puedo decir: en todo.

Se parecen en todo.

Lo cual no quiere decir que sean lo mismo
-para parecerse no hay que ser
lo mismo:

                                                            (Montalbetti, 16).



Oswaldo Chanove en El motor de combustión interna (FCE/Biblioteca Regional MVLL) propone un proyecto desemejante al de Montalbetti, hay una pregunta por el “yo”, la vista y la inadecuación frente al mundo. Donde Montalbetti está haciendo un rodeo (no parabólico), Chanove comenta el cine, la música popular o “donde pone el ojo, pone la bala”, hay un “centro no armónico” en Chanove, que en Montalbetti no es posible ese “centro” o “centros”; son rodeos, curvas:

No sé cómo decir esto
Debo confesar que en ocasiones he realizado viajes siderales
Esa es la razón por la cual tengo problemas en mis interacciones sociales
He pasado demasiado tiempo metido en una cápsula espacial

(…)

Y así ser y volver a ser (cada día) ese extraño personaje
Trastornado por la radioactividad
Con esta mente irritante
Que no sabe cómo digitar la contraseña del reino de este mundo


                                                            (Chanove, 19-20).



Espíritus (Editions Folle Avoine) de Jorge Nájar se había publicado en 2005 en la revista Lienzo, número 26, pero acaba de aparecer en versión bilingüe español-francés. En el prólogo afirma Nájar que se trata de recuperar la memoria de su periplo por los pueblos amazónicos y también por otras ciudades del planeta. Lo que hay de entrada en este conjunto es la idea de la poesía como sanación. Recuperar la memoria de los abuelos, la madre y el padre, que también son memorias étnicas y de migrancia (asiático-amazónicas) y también son memorias naturales de los árboles, los ríos.    

Al diablo los precipicios del vivir
en la guerra de todos los días;
mejor sería quedarse soñando
a tus pies viejo árbol,
limpiarse de la vanidad oculta
en el aire tan simple que nadie ve.
Y en el charco amarillo el reflejo
de la luna, del colibrí cantando
mientras saboreo tu grandeza.
Con tu savia vienen las promesas
de otro mundo, de otro sueño.
Poco importa si al despertar
la noche arda o no
pues lo que sí cuenta
es brillar bajo tu sombra.

                                                                        (Nájar, s/n).



Urancancha (PBC) de Santos Morales Aroní es una recuperación de la memoria, pero esto ocurre en los Andes sur centrales. Si en Nájar hay un total pansiquismo, en Morales Aroní hay el movimiento de la cosecha (campo) hacia la cocina (casa), de los abuelos a los padres y de estos a los nietos (trasmisión de memorias):

El abuelo Santos ha cosechado las mejores piedras hechas con la saliva del sol y ha musitado; wasiyta ruwasaq.
En su boca la amalgama de coca y torqa le irriga fortaleza, se quita el sombrero y le hace reverencia al taita inti y besa la mama pacha para que la casa perdure en el jugo gástrico del tiempo. El mismo ritual es reproducido solemnemente por sus peones.

                                                                        (Morales Aroní, 11).

Pero al final del breve conjunto de poemas nos enteramos que la migración hace estragos en las tradiciones. Entonces, Morales Aroní entronca sus poemas con el discurso del indigenismo ortodoxo, por decirlo de algún modo teñido de nostalgia (esta es la parte menos interesante de este proyecto), y, en menor medida, con Arguedas, aunque muchos de sus versos parecen imantaciones del autor de Katatay:

Te vas quedando sola Urancancha. Tus niños de primaria no son más que ocho pichones que trinan en tus aulas silentes. Se acuerdan de ti, una vez al año, o mejor dicho se acuerdan de la “fiesta”. Afuera la jarana atiborrada de excesos arde furiosamente, mientras en tu templo San Gualberto y mamacha Rosario lloran polvorientos, desnudos de rezos y oraciones, unas cuantas flores marchitas yacen ante sus pies, la misa es un recuerdo de antaño, una moda pasada. Llegan de Ayacucho, de Lima, de Ica, bailan, se embriagan, contaminan tu cuerpo de escupitajos, de vómitos y de ingratitud, luego se van, como un hijo pródigo, sin darte un beso en la frente, sin dejarte un te amo, o se van dejándote una promesa vana e imposible.

(Morales Aroní, 32).


Buen viaje, Ikarus 10 (Paracaídas) de Pablo Salazar Calderón, aunque utiliza tópicos de la cultura de masas no se trata del mismo camino de Chanove, el uso de referencias del cine (Volver al futuro) y los dibujos animados (Transformers) no son adendas a la nostalgia por el pasado o crítica feroz e irónica contra la modernidad. Buen viaje, Ikarus 10 se construye a través de algunos guiños a la ciencia ficción, rasgo que comparte con Chanove, y, en ciertos momentos, hay la presencia de cuerpos ciborgs, pero todo esto instalado desde un paralelo con una crítica política encriptada (por ejemplo, revisar el poema “País autoboot”):

La reaparición del piloto

Brazos llevan documentación azul

(realizábamos una diligencia en el punto conocido como crash
donde las esquirlas de los automóviles se transforman en cohetes)

el mensaje llega del parlante de un vehículo que acaba de
abrazar a otro como acercándolo a su pasado para decirle:
¡Mira!

miembros androides aparecen en la camioneta como prueba
material de aquel viaje

anhelan el reencuentro con el piloto parcialmente desaparecido

vuelto su rostro
pesa en la ventana

sus ojos contienen tantas luces

que se emplean como controladores de vuelo
de las otras partes de su cuerpo.

                                    (Salazar Calderón, 35).

Pero Salazar Calderón también da una sub-trama que se mueve en torno a ovnis y ómnibus que viajarán por toda la vía láctea, esto es una forma de escapar al poema del yo íntimo y narcisista-egoístico, la dicción que escoge Salazar Calderón es provocadora, puesto que la presencia de figuras históricas como Paulet o Túpac Amaru se engarza con un proyecto desmitificador, pero, a la vez, algo delirante dentro de su propia contención:

Arte poética

Parachoques pedales de acelerador tubos de escape
aparecen sobre esta pista
fueron expulsados hasta los confines de la Vía Láctea

Hoy los hallo en esta avenida
como viejos trastos de una banda escolar

Aquello que muchos llamarían basura del espacio
ahora me sirve para afirmar
que hubo vida en ese lejano lugar del cual provengo

Son los metales de mi banda sonora
las piezas faltantes
de mi DeLorean.

                                    (Salazar Calderón, 67).



Si en el viaje de Salazar Calderón se pueden intuir restos o rastros de la ciudad, en Respirar (La Chimba) de Julio Barco, la ciudad está puesta al mismo de nivel de un “yo” cronista, es decir, el poeta camina la ciudad detallando de manera delirante lo que va viendo-sintiendo (comidas, olores, erotismo, avenidas, cabinas de internet, canciones, parloteos, amigos, alcohol, porros):

Yo estoy atravesado por mi propio delirio
    Y mi delirio es fluidez incesante, apertura de ojos

                                                            (Barco, 11).

Este delirio de la ciudad desemboca en que el cuerpo del poeta es uno con la propia ciudad. En muchos pasajes Barco tiene guiños al Juan Ramírez Ruiz de Un par de vueltas por la realidad y a otras poéticas de los años setenta como el primer Verástegui u Oscar Málaga, pero la diferencia es que su yo-ciudad es más disgregada, más extensa en ramificaciones de ese mismo yo-ciudad:

Cuando miro el mundo soy el mundo
          Por Andahuaylas, entre las plazas, cargo Ética de Verástegui como un viejo pachulí de recuerdos
           & su lenguaje se trenza a mi aliento como las hélices del adn
            Al refulgir del agua
            Bálsamo para mis crecidos bigotes & la descuidada tristeza
            Cuando en los árboles de floripondio anegan la luz titubeante de la tarde
  & hago cola en el banco esperando un depósito que me saque de la miseria

                                                (Barco, 70).



Blue tragedy o el panfleto del gatito negro (Editorial Feminista La Otra Voz) de María Font también se relaciona con esta especie de “yo” urbano, pero, en muchos de sus tramos, es un “yo” que no es cronista, es decir, le interesa la ciudad en función de un auto-conocimiento de la cuerpa y el paso del tiempo:

Podría decirte que mi lengua hirviendo sanará
con dos trozos de medias lunas, pero las tres
tallas que no volverán de mis dieciocho años me
empapan de losetas y rostros que se fotografían
en los pestañeos de las muchachas que ya no seré.

                                                (Font, 23).

Font, en otros poemas, da cuenta de marchas y protestas y liberaciones de las cuerpas. Todo esto enmarcado en la ciudad con sus vaivenes y, de nuevo, las cuerpas buscando su propio conocimiento y placer:

Mis piernas en 180 grados
Tu mandíbula amamantando mi coño,
(…)

Nadie acomoda la sábana y tus senos sobre la
almohada me invitan a lamer la pupila de tu
clítoris, que me dice que las hormigas trabajadoras
del sur nos tienden una trampa para el final de
nuestra colmena,
—Señoritas, su tiempo se ha acabado—

                                                                        (Font, 45).



Disidencia (Cascahuesos) de Katherine Medina Rondón, postula un recorrido por un yo-doliente-percibiente-deseante. En algunos de sus poemas se puede rastrear imágenes que dentro de lo cotidiano refulgen y brillan como gemas de luz. El poemario está construido en torno al concepto de lo cotidiano y el erotismo, pero cuando Medina Rondón se despoja de esa cuota de cotidianidad surgen versos delirantes como:

Nadie sabe por qué cruzo el puente al revés
y torturo a los conejos hasta que confiesen
o salten por el precipicio con un poema en el cuello

(Medina Rondón, 34)  

Estos son los versos que se instalan dentro de ese yo que es un buscador del deseo y de su propia realización, un yo que reacciona frente a ese dolor-percepción-deseo y produce un espejeo entre realidad e irrealidad; entre mundos de ensoñación que pueden vivirse en lo cotidiano. Porque detrás de una puerta también pueden encontrarse nuevos cuerpos:

Una puerta

Llegará el día en que abrirás una puerta
y me encontrarás tendida en la cama,
garabateando versos bulliciosos
que pedirán dejar de ser presos
del cuaderno amarillo,
o quizás sentada en la silla del diablo
—cuarenta y un grados, trece minutos, nororiente—
con el ojo derecho sujeto al caballete.
Y sobre todo
besarás la cicatriz de mi frente
despojado de la piel cansada
para escuchar cantar bajo el parqué
al insecto de oro,
y dejarás en la mesa la llave,
y me acostaré sobre tu pecho
para poder abrir una puerta.


(Medina Rondón, 33)



La plaquette Mandrágora (Editorial Mandragorita) de la iqueña Liz del R. Matta Durán se conforma de dos poemas que tienen un motivo post-apocalíptico:

Una parte del Sol se nos ha caído encima
Caminamos por el precipicio como ratas asustadas
La gente muere con los ojos secos de puro carbón
Caminamos encima de ellos
sus vísceras huecas se enroscan entre sí
forman un hueso triste que se resigna a no morir

(Matta Durán s/n).

En este contexto la figura de la madre-niña cobra importancia. Ella es recipiente de la sabiduría y frente a la catástrofe es una especie de guía o chamana. Finalmente, este poema, en ciertos tramos con una estela teatral, postula un ambiente, donde ha ocurrido una hecatombe, pero nadie sabe lo que en realidad ha pasado, el cómo y las razones del asunto.

Cuando Madre dice: Coman
Comemos las costras de los caídos
Y a veces nos bañamos en sus grasas
Madre grita a los cuatro vientos
El apocalipsis es una hembra
que no deja de parir

(Matta Durán s/n).



 Carta para Mónica Santa María (Aletheya/El pasto verde) de Robert Baca se trata de un objeto poético que se instala, en apariencia, dentro del género epistolar, pero que en realidad va más dentro del tono del poema-confesión. Un único poema-carta, enviado cuando se cumplieron los diez años de la muerte de la “dalina chiquita”, le sirve a Baca de pretexto para hablarnos de la vida como mercancía. Al parecer esta es la conclusión: infancia, televisión, los recuerdos, todo eso no escapa al flujo monstruoso del capital y, por ende, se convierte en mercancías, en tanto, Mónica Santa María representa la negación de ese sistema:

            Mónica, ¿alguna vez soñaste con el monstruo
y sus millones de orificios en las pantallas de los cajeros automáticos?
            Sentiste el aire comprimido de sus fauces
            levantando
            la más sutil de las burbujas al cielo mismo de un país, Mónica,
            de un país que ya había naufragado
                                                                        en el mar hueco de cavidades múltiples,
            con esta velocidad que disipa lo existente
            con esta velocidad de tu arma apuntando
a la niebla sonora que gobierna más allá de un programa en vivo,
al virus de un escenario que se elevó gracias a la fuerza de unos motores bajo tierra,
                                                                        a la existencia ausente de cadáveres
                                                                                    que dialogan aún bajo tierra,
a la compraventa invencible de tu rostro reproducido por los afiches que jamás llegarían a concebir la joya que le arrebataste al envejecimiento

                                                                                    (Baca, s/n).

Diversas y variadas posibilidades desde la conciencia de la imposibilidad del lenguaje, desde la hibridez, desde un espacio más allá de la realidad, desde las memorias pérdidas o tratadas de recuperar, desde la cultura de masas, desde el poema como resistencia a la mercancía, desde la cuerpa y la lucha política, desde la hecatombe. Estas variaciones construyen un corpus de poesía peruana que corresponde pensar y volver a repensar continuamente.

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