lunes, 25 de junio de 2007

Leopoldo María Panero: diario de un hombre infinitamente envenenado


¿Panero le robó
las credenciales a Dios o al diablo?
ROLANDO GABRIELLI

El loco mirando desde la puerta del jardín
hombre normal que por un momento
cruzas tu vida con la del esperpento
has de saber que no fue por matar un pelícano
sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros
y que nada sino el azar y a ninguna voluntad sagrada
de demonio o dios debo mi ruina.
Leopoldo María Panero, Poemas del manicomio de Mondragón, 1987

Leopoldo María Panero es el poeta más importante de España, aunque España le haya puesto una camisa de fuerza y lo envenene con el calmante haloperidol.

Encerrado en un manicomio hace casi dos décadas, el diario español El País pareciera haberle descubierto, y le entrevistó en un lugar conocido como la Residencia de Estudiantes. Escoltado, el poeta, por su colega y amigo Félix Caballero y una sugestiva admiradora, llamada Amaraba, habló de lo humano, divino, la poesía, España, la democracia, el Quijote, Neruda, la psiquiatría, sus preferencias sexuales, Freud, el Papa, Rasputín, Lacan, todas las etcéteras de las preguntas y de lo que le rodea: la locura. Panero, creo, no le deja un solo pelo a la lengua de sus palabras.

Panero viajó este año a Chile, invitado, bajo una estricta custodia, y recitó su poesía en el manicomio de Santiago de Chile, sitio de una vieja capitanía hispana, cuyo capitán general perdió la cordura en los momentos de apremio.

La conversación de El País con Panero, autor de una poesía en el límite, sin fondo, un lenguaje en escombros permanentemente, no incluyó poemas de su factura, sino dejó funcionar la escopeta con su pólvora acorralada en el manicomio del doctor Rafael Inglod, en Islas Canarias.

El puto infierno, dice Panero

Les confesó en el arranque a sus entrevistadores, Miguel Mora y Jesús Ruiz Mantilla, que España es la que está loca, no él. Sus respuestas están llenas de lucidez, humor, del peso rotundo de su palabra. Y ese fue el titular de El País. “Lo de Rasputín fue una noche y a puerta cerrada; lo mío va para 20 años y es a la luz del día: el diario de un hombre infinitamente envenenado”.

Es probable que Mora y Mantilla no conozcan su poesía, pero Panero ha dicho esto: Se cantan himnos a la virgen y loas a la cruz / que no existe, y al más allá, mientras Dios quema / y mi cuerpo escupe sobre el suelo el martirio / y vomita la cerveza y el vino del sufrimiento. / Porque la religión no son dogmas ni anhelos abstractos / sino el sufrir de otro sufrir, el matar por amor / hasta llegar a este final en donde sólo se habla de odio / Que Dios perdone mi odio, y lo perdona / pero tú no, animal hispano, bestia que no perdonas / el genio que no tuviste nunca caridad / mientras San Juan de la Cruz llora en la pradera de la / noche.

En este recreo con la prensa y que El País supo destacar en primera plana de su web durante todo el día, Panero califica su hogar en Inglod, de puto infierno, sí, el manicomio, donde pasa la vida junto a una ventana que mantuvo tres años abierta, lo que le ha significado ingerir dosis de haloperidol para atontarlo, comenta. Atonta. Pero más inteligente que yo, imposible. Soy tan inteligente como Nieztsche. Seguramente Panero pensó en la escena del 3 de enero en Turín, Italia, 1888, cuando el filósofo alemán se abrazó llorando a un caballo que un cochero golpeaba brutalmente. De ese acto de amor partió la locura de Nietszche, dicen.

El diagnóstico de Panero es esquizofrenia, una enfermedad normal en el mundo actual. Salga a la calle, converse con un político, vea la disociación en el discurso y la realidad, cómo los semáforos son unas luces decorativas en el paisaje urbano desolado, reventado por los avisos de neón, bajo el desamparo del hombrecito troglodita que consulta su celular como un librito mágico lleno de entretención.

Donde vivo, en el quinto mundo a mano derecha, los locos entran y salen del sanatorio, se confunden en las calles, forman parte de la sociedad, la que les anima a compartir sus proyectos en el manicomio local. La gran frase, locos de atar, ha quedado totalmente obsoleta donde vivo. Es una feria de idiotez erigida en la suprema causa perdida.

La realidad de Panero es otra, y como interno, acusa que no le dejan fumar, le obligan a hacer la cama siete veces al día (¿alguna cábala para locos?) “y aquí azuzan a los locos contra mí y no los atan, sólo lo hacen con los viejecitos por nada”, les comenta a los de El País. El periodista le pregunta por otra medicina habitual: ¿Le dan electroshocks? Es como una especie de desayuno, al parecer, por la pregunta nada de poética. “López Ibor te daba electroshocks y luego te ponía una imagen de santa Teresa en la mesilla. No he visto un nazi parecido en los días de mi vida. Ahora, la lobotomía y el electroshock están prohibidos, y las correas también, salvo en caso de sangre o pelea”, complementa su respuesta Panero a El País.

Los años han roto mi cara

Ya el diálogo se ha animado: ¿mienten los locos?, los periodistas buscan la verdad de primera mano y arrojan esa pregunta de patinazo. Y viene la lucidez de Panero: los locos yerran, pero no mienten. Él, remató, a los cuerdos reporteros: Un loco tiene la perniciosa manía de decir la verdad, como el borracho.

Y el cuestionario continúa por el mismo camino, mostrando una supuesta soga en la casa del ahorcado: ¿Acaso existe la locura? “No. Los locos son gente muy puteada y se esconden para que no les hagan más daño. El mito de la enfermedad mental, de Thomas S. Szasz: si el loco es un hipócrita, no está loco, es un hipócrita y punto. Yo aprendí telepatía en París, entendí que pensar venía de hablar, y hablaba y leía en voz alta. Me quedé telépata”. Algo parecido a un vidente, un transmisor psíquico, quien se comunica con los sentidos, sin Internet ni otros intermediarios físicos.

En su libro, Poemas del manicomio de Mondragón, Panero dice que la locura se puede definir, muy brevemente, como una regresión al abismo de la visión o, en otras palabras, al cuerpo humano que ésta gobierna. Yo he sido la diversión de España, acusa, por mucho tiempo, a la menor tentativa de defenderme, encontraba la muerte, primero en Palma de Mallorca en forma de una navaja, y luego, en el manicomio del Alonso Vega, en Madrid, en forma de una jeringa de estricnina.

Los años han roto mi cara / y dicen que no es sangre, sino pus la que corre / lentamente por el tembladeral de mis venas / donde agoniza un dios del pasado / que desde el poema nos llama con la llama de un muerto.

Panero habló con la lámpara y la vela encendida, de acuerdo a los claroscuros del momento. No en vano, sobre la mesa había siete paquetes de cigarrillos entreabiertos y el poeta es una chimenea en tiempos de elección papal. El humo se hace más humo en silencio. Nos ha dicho en su poesía y en esta entrevista, que es un poeta culto, con memoria, actual, de una vigencia extraordinaria en un planeta caótico, de notorios climax esquizofrénicos, de una banalidad rica, sustancial, irritante, para saturar un paisaje con un nuevo escalofrío y fantasmas que el viejo Marx hubiese preferido nunca mencionar.

Lacan, Marx, Ana Torroja

Los periodistas se sorprenden, es uno de los pocos comentarios que hacen en su entrevista, que tampoco describe el lugar donde suele habitar físicamente el poeta. Por ser las únicas definiciones sobre ese momento y relacionadas con lo que perciben de Panero, escondido en la mala conciencia española, aquí las incluyo textualmente, como un paréntesis de estos comentarios: “Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) fuma como un loco pero apaga los pitillos antes de la mitad. Sufre esquizofrenia, o eso dicen los psiquiatras. Los únicos síntomas aparentes son sus murmullos inaudibles, su enganche a la coca light y su paranoia (comprensible) con la CIA. Por lo demás, su lucidez destellante, su inteligencia sarcástica, su cultura-baúl (suelta citas y recita en varias lenguas y sectores: Lacan, Marx o ¡Ana Torroja!: “Y los jamones son de York”) y su curiosidad insaciable (poesía, literatura, psiquiatría, antipsiquiatría, física...) le convierten, más bien, en estos tiempos lelos, en un cuerdo tan indispensable como inalcanzable”.

Ahora sólo duerme adentro, en el manicomio del doctor Rafael Inglod, comentan los periodistas, bajo la carga demoledora del haloperidol, un tranquilizante que él desprecia, como toda la psiquiatría que le han echado encima en estas dos décadas. Todo ingreso es un secuestro, ha dicho Panero, y reiterado, toda internación es ilegal. Los periodistas continúan su cuestionario limpio, como una navaja. ¿Psiquiatría o poesía? “He pensado dejar la poesía como Rimbaud para dedicarme a la psiquiatría, pero a la real, no a esa falsa que Wittgenstein llamó La máscara y el lenguaje.

Ambos poetas están editados por la Colección Visor de Poesía y comenzaron a escribir desde muy joven. Rimbaud se deshizo de la poesía a los 19 años, pero ya había vivido Una temporada en el infierno. Lo dice el poeta maldito: “He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí que había adquirido poderes sobrenaturales. ¡Pues bien!, tuve que enterrar mi imaginación y mis recuerdos”. África consumió a Rimbaud, quien regresó a Marsella sólo para morir en brazos de su hermana Isabelle. Panero vive hace dos décadas en su Infierno, y sus versos dicen: “Y yo soy el cristal del infierno / el cristal para morir tan solo / para morir como en la página delgada del sufrimiento / como el sufrir del más atroz del sufrir que no existe / el sufrir en la página / que no existe”. ¿Cómo se hizo poeta? “A los cinco años. Mis padres estaban aterrados. El poema decía: Mi corazón temblaba y no era un sueño / fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey / y mi corazón seguía temblando’ ”.

¿Le robó las credenciales a Dios o al diablo?

¿Panero le robó las credenciales a Dios o al Diablo? Es una pregunta para la sociedad y las autoridades españolas, sus poetas, periodistas, intelectuales, la Academia de la Lengua que Panero destraba con sus gestos, sonidos, miradas, la desesperación de sus ruidos, su intacta palabra.

El cuestionario sigue viento en popa: ¿La literatura cura? “Alguna sí. Los literatos españoles se dividen en dos: el burgués ambicioso y los mamarrachos abominables”. Panero no tiene pelos en la lengua y responde como si viviera en el Viejo Oeste. La soledad de la poesía, el desencanto, la infamia dorada, toda la pasarela para un pobre escenario y performances provincianas. La roja nariz del payaso sonriente en la palidez de la historia poética.¿Cree en la democracia? “Soy anarco individualista, pero creo. Me sorprende que alguien dijera que la democracia es un anacronismo. No creo que Tejero sea muy moderno. Pero los diputados están como cabras”. No hay tema para Panero donde él no tenga su claridad, vigencia, actualidad. ¿Por qué El País no lo contrata como columnista? De pronto corresponsal en Afganistán. Allí, el viento tiene cinco esquinas. Panero podría ser la alfombra voladora. Panero es admirador de Ana Torroja, autora del álbum Puntos cardinales. El poeta está al día del día, que vive y lo vive, en la marginalidad del escenario que se describe aparentemente en los periódicos en las páginas de obituarios. Los reporteros de El País podrían haber rayado a la salida del manicomio: Panero vive la locura de todos. Y podrían recitar: En el oscuro jardín del manicomio / los locos maldicen a los hombres / las ratas afloran a la Cloaca Superior / buscando el beso de los Dementes. Se sigue deslizando el cuestionario con la actualidad. ¿Qué le parece la ley de matrimonio homosexual? “Yo soy bisexual y sadomasoquista. Sádico con las mujeres y masoca con los hombres, aunque también sádico con algunos tíos, depende de lo guapos que sean”. Ahí está Panero, frente a s u propio espejo, mirándose las entrañas y dejándolas al descubierto, para su público y admiradores. Es un triángulo de trece caras. La luz solitaria que nos ve en el reflejo. Tal vez, en el diván, todos los perros son azules, Panero. Y los lúdicos reporteros prosiguen su rutina con un disparador insaciable en su lengua. ¿Freud o Lacan?, porque no pueden preguntarle: Maradona o Pelé: están con Panero, con más formación que ambos, sagacidad y manejo de la locura.

Freud se creía el anticristo, pero era ambiguo”, responde Panero, en su estilo filoso. “Decía: ‘¡¿Sabía usted que soy el diablo y Dios construye catedrales en torno a mí?!’. Lacan sabía que los locos sabían que él era el anticristo. Según Jung, Cristo y el anticristo son el sí mismo. El yo no existe en la especie humana. Es lo que Lacan llamaba ‘el sombrero de Napoléon’. El yo es en lo que se pierde el loco. Y el anticristo son los bancos”. Ese es Panero, sin un pelo de retórica. Se pronuncia más que los intelectuales que están libres, en las universidades. Lo hace con la actualidad de un monje del siglo XXI.

El Quijote, una novela río asquerosa

¿Por qué no abre un dispensario antipsiquiátrico? “Pensé hacerme millonario con la antipsiquiatría y lo sería si me pagaran los derechos”. Sal y pimienta, el poeta, su materia y la de sus interrogadores. La poesía, literatura, ha sido su mundo. La pregunta no se hace esperar: ¿Su poesía es automática? ¿Pensaron en el surrealismo o simplemente que un loco escribe en automático, con el casete corrido, sin pensar, sólo aflojando el disparador del subconsciente incontrolable? ¿Es una pregunta vieja, de otra época o una viveza? Me pongo, intento ponerme, en el lugar del poeta-entrevistado, objeto de observación, ahora, y aniquilamiento, en los últimos 20 años. ¿Qué habrá pensado Panero, me pregunto, y sobre todo, que le habrá pasado por la mente cuando le preguntaron sobre su poesía, escritura, para ser exactos? Un poeta leído y que tiene una particular visión, una manera de entender la poesía. Y así responde, en la gracia de su gracia:

No me prohíbo nada salvo cagar en la silla. Pero mi poesía es técnica. Hablando del cuerpo, Spinoza dijo: “Nadie sabe lo que puede el cuerpo”. Y Neruda: “Te escucho orinar al fondo de la habitación”. Voy a echar una meada.
[Se va, vuelve] Se refiere al poema de Residencia en la Tierra de Pablo Neruda, “Tango del viudo”, que por demás es un gran poema.

¿Cuál es su poeta favorito?

“Neruda no me gusta. Mallarmé, sí. Escribe científicamente” [recita un poema en francés].

¿Preferiría ser francés?

“Querría irme a París. Allí no están tan locos como aquí. Aquí no se puede pensar. No es raro que el Quijote sea el ídolo. A San Juan de la Cruz casi lo queman porque se lavaba todos los días. Este país está obsesionado con el sexo desde hace siglos y por eso odian a Dios, porque lo ven castrador”.

¿No le gusta el Quijote?

“Es una novela río asquerosa. Me gusta El licenciado Vidriera”. Ahí está retratado en sus gustos, verdades literarias, pero su poesía habla por él. Ahí está su mirada y la máscara. No viaja en automático el poeta, como suponían los reporteros. Se instala en la lucidez de su sombra, en las ruinas que lo dejan intacto para reconstruirse nuevamente. Es la sensación consciente de un pataleo de un ahogado que sabe respirar a sus ritmos. Panero trabaja donde nace y muere el poema. Crucifica la luz, arde en el sueño frío, es hermano de la muerte, pero sobrevive por temperamento a sus propias aguas y costes. Sólo asume. El verbo proveerá. Todo lo demás es Panero. Y viene el final del barranco de preguntas. Los que no son poetas, creen en una suerte de magia, inspiración celestial, un llamado del más allá, estando todos bien acá. ¿El poeta es un mago, un pequeño dios, un duende, que coño es Panero?

¿Quién le dicta sus poemas?, preguntan Miguel y Jesús, quienes le siguen crucificando a preguntas: ¿Escribe en trance? “Como no sea mi conciencia... El hombre no habla, es hablado, dijo Lacan. No creo en la bestia de la inspiración, yo cultivo el espanto como una ciencia”. Me pregunto en medio de este interrogatorio, ¿por qué El País no editó un solo verso de Panero? Un poeta desde un principio y final, es su poesía. Es el cuerpo a la sombra. Todos somos el delito.

El papa, mi doble

¿El nuevo papa?

“Un filonazi. Mi doble”.

¿Zapatero?

“El príncipe de las tinieblas. ‘Oh, Satán, tú tienes dos cosas: el oro y el regazo de la mujer’ (Goethe)”.

¿Negociar con ETA?

“Por supuesto. Hace siglos dije que sólo ETA hace oposición”.

Mis preguntas, las que le hubiese hecho, y no es de locos: ¿Aceptaría el Premio Nobel? ¿Una Embajada en Bagdad? ¿Un poema es redondo, cuadrado, triangular o no tiene formas? ¿Cuántas veces cree haber hecho su cama? ¿Qué lee ahora? ¿Qué libros tiene en su biblioteca? ¿Participa en concursos de poesía? ¿Mira el calendario o el reloj? ¿Prefiere la noche o el día? ¿Sabe quién es después de las dosis de haloperidol? ¿Ama a alguna mujer, persona, animal o cosa? ¿Recuerda el día en que dejó su casa, la calle, la sociedad? ¿Sueña? ¿Qué recuerda de la vida que no sea la muerte? ¿Una palabra favorita, una película, un libro, un animal? ¿Qué acto de locura no cometería? ¿Si lo dejaran salir, a dónde iría primero? ¿La locura es un acto de fe? ¿La cordura es una cuerda que puede cortarse? ¿Qué le recomendaría a un loco? ¿Por qué punta entra a una madeja un orate? ¿Usted trabaja con Internet, tiene acceso? ¿Quién califica, administra y maneja la locura? ¿La locura es un tema personal o de Estado? ¿Una casa de locos es rentable? ¿Con qué personaje le interesaría conversar, entablar una amistad? ¿Quién fue el primero en abrir la puerta a la locura? ¿Está de acuerdo en que la imaginación es la loca de la casa?

Posdata

La poesía es un estorbo, una curiosidad no indispensable, un lenguaje cargado de malas intenciones para poner a pensar. Quizás, un acto de locura en un mundo esquizo, pero lineal. Panero es este espejo dormido en nosotros, un anillo para la boda con la realidad. Sólo veo su rostro sobre una ventana de España, su mirada peninsular, adentro de sus adentros, sus orejas y nariz larga, mirada de alguien sometido a la Inquisición. Pienso que Panero ya no está allí. Es un fragmento peninsular su rostro, el mapa árido de España, la fértil imaginería de un mundo de locos, alguien que no llegará a puerto, porque no existe.

Panero, Panero
Panero ya conoció el infierno,
el diablo celeste de la creación
viene devuelta sin un respiro
y escupe en la cara de España.
Reina mía, se ha roto la luna
en la roja noche del cristal
y es puerco pensar ahora en Bizancio.
Locura sería, mi Dama, que mi poesía
estuviera en cartelera,
nada más teatral que el espanto
y el mundo arrodillado en un grano de arena,
meciéndose con la muerte
frente a nuestra vereda y de azul.
Falta poco para que ocurra
ese milagro, no lo sé.
Un niño cierra su primera vocal.
En alguna ciudad alguien
se siente un paréntesis.
¿Por qué lado abrirá el mundo
la mañana de mañana, Panero?


Rolando Gabrielli

http://rolandogabrielli.blogspot.com/

2 comentarios:

José Agustín Haya dijo...

Panero es un poeta de excepción. Debería difundirse más su obra.

Anónimo dijo...

es el poeta más grande del siglo pasado y de éste. Deberían darle el premio Nobel. O esperan todo y todos a que muera para eso?
Leopoldo tiene razón: España es la que está loca, no él.

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