Tiene 88 años y un prometedor futuro. Dentro de dos días dará un concierto frente a más de dos mil personas en Guadalajara, y ya está trabajando en su próximo reto. En unas horas cantará La llorona y Vereda Tropical acompañada de sonidos de caracol, y ya está inventando un tango ranchero. Chavela Vargas tiene a la vida metida en la voz. No importa qué tanto le ha cambiado en el medio siglo que lleva cantando. No importa si es menos o más dulce que antes, más aguda o no, ni si su voz requiere hoy de un espacio más extendido, o de un número mayor de pausas. A nadie que sepa escucharla, a nadie que haya testificado lo que sucede cuando canta, se le ocurre comparar el canto de Chavela de hace 30, 25 años, con el actual. A nadie. Sería como cuestionar el ritmo de la vida. Su respiro. Somos lo que hemos sido y lo que aún estamos por ser. Los trozos de vida que con o sin nuestra autorización, se han ido desprendiendo de la piel que nos cubre. Los trozos que nos descubren tal cual somos en el instante mismo en que nos pronunciamos. Y que nos conceden el equilibrio de la luz.
Cuando Chavela canta frente al que sabe escucharla, no desnuda el alma. Lo que en realidad hace es que consigue que el intruso la deshabite, para que sólo quede uno mismo. Ese es el arte. Nada más.
Hay un mercado en Guadalajara dónde todavía venden jorongos de telar. Los jorongos de fábrica no respiran, no se mueven ni se abren. Nada. Los de telar en cambio vibran, saltan, casi bailan los jorongos del mercado San Juan de Dios de Guadalajara. Y sus vendedores suben las ventas cuando dicen que sus jorongos son igualitos a los que usa Chavela Vargas, “vea usted nada más las grecas, son las mismas que se ven en el jorongo de Chavela cuando abre los brazos en el escenario. Chavela, nada menos y nada más que La Dama del Poncho Rojo, como le canta Joaquín Sabina”. Lo dicen así, tal cual, con la cita de Sabina y todo. Lo escuché este fin de semana y me entró un ataque de risa. El encargado del puesto sin número de la entrada también sin número del mercado San Juan de Dios vendió con estos argumentos un jorongo rojo a Chavela Vargas. Y no se dio cuenta de que Chavela era Chavela hasta que un joven del puesto de enfrente se acercó con un cuaderno en la mano a pedirle a Chavela que por favor, si a usted no le importa, un autógrafo para su papá que le enseñó quién es Chavela Vargas y que el pobre ya está viejito y nada lo anima, nada le quitará la tristeza más que un autógrafo de Chavela. Se llama Tomás, mi papá se llama Tomás, le dijo mientras le colocaba el lápiz entre los dedos y el vendedor de jorongos se jalaba los cabellos.
Vergílio Ferreira, novelista, ensayista y profesor portugués, tiene una voz muy similar a la de Chavela Vargas. Solo que la de Ferreira es una voz escrita. Pero igual de potente y de singular. Le debo al filósofo español, Miguel Marinas, mejor amigo que filósofo, el descubrimiento. Y el placer de los desvelos que me han dejado el libro Pensar de Ferreira.
Dice Ferreira que hay que aprovechar la vida mientras sea vida dentro de uno mismo. Que hay que aprovechar nuestro cuerpo mientras sea uno quien vive en él. Se refiere, interpreto, a la juventud que hace que todo en nosotros se convulsione y por tanto nos llene de vida. Y asegura que después la convulsión se mitiga y se comienza a vivir de las ideas recabadas que sin embargo, se van perdiendo según vamos envejeciendo. Poco a poco se pierden hasta que queda solamente la corteza, como el caparazón de un cuerpo que espera que alguien por fin lo tire a la basura. “Aprovecha tu cuerpo mientras estás dentro de él”, dice una y otra vez Ferreira. Aprovecha.
A los 88 años Chavela Vargas se encuentra en su cuerpo. Y aprovecha para seguir cantando con su voz de 88 años y cincuenta de cantar. Su concierto en el Teatro Diana será también una especie de homenaje a su trayectoria. Más que una despedida, un reconocimiento. Pero en el fondo Chavela sabe, siente, intuye que este miércoles se despedirá de Guadalajara. A última hora agregó al programa “Virgencita de Zapopan”, una canción que escribió José Alfredo Jiménez para decirle adiós a Guadalajara. Pero en el caso de Chavela, solo a Guadalajara. Sus planes incluyen conciertos en Ciudad de México, Tenerife, Rusia, quizá Japón. Y uno que otro viaje a países, pueblos y ciudades que haya conocido antes o no, últimamente le susurran al oído una canción de amor.
La verdad es amor, escribió un día Vergílio Ferreira para quien toda la relación que tenemos con el mundo se funda en la sensibilidad. Vista así la verdad, no se convertirá nunca en otra de las muchas verdades que de unos años para acá han dejado de serlo. Quizá sea una verdad para siempre. Viva, como los jorongos rojos de telar.
A Chavela Vargas, un día lo escribí, le sangran las palmas de las manos cuando canta. Un médico me explicó el fenómeno con no recuerdo qué argumento científico. Pero yo prefiero quedarme con la versión de la cantante española Martirio quien sostiene que Chavela es una chamana de la canción que cura con su canto los males que llevamos dentro. Y las chamanas, cuando curan, sangran.
Cupaima se llama el concierto de Chavela. Cupaima que es el nombre con la que la bautizaron los huicholes hace unos años en San Luís Potosí. Cupaima que significa la última de las chamanas. Una chamana de 88 años que por el momento no tiene intención de morir. Y quizá tarde en hacerlo o no lo haga nunca, porque como dice Ferreriro, solo se existe por la vida que está en uno y en los demás y en la luz y en la verdad profunda de la tierra.
María Cortina. (Ciudad de México, 1953). Periodista, escritora, bloguera. Ha publicado los libros El Salvador: Memoria Intacta y ¿Qué es ser mexicano? Por casi 20 años estuvo fuera de su tierra. Cumpliendo su labor de periodista estuvo en El Salvador (durante la guerra), Colombia y Líbano. Fue Consejera de Prensa en la Embajada de México en España desde 1999 hasta 2006. Ha colaborado con Credencial y El Espectador (Colombia). También ha publicado artículos sobre el reciente conflicto en Oaxaca en las revistas Letra Internacional, edición española y Emeequis de México. Publica la columna "Ínsula barataria", en el diario mexicano La Crónica, desde hace cinco años en dos épocas diferentes. Se acaba de integrar a un proyecto sobre el centenario de la Revolución Mexicana y el bicentenario de la independencia de México. Actualmente desarrolla el blog Mirada Escrita http://palabramuda.blogspot.com.
Tomado de El Cautivo, número 29 (http://www.elcautivo.org/)
Cuando Chavela canta frente al que sabe escucharla, no desnuda el alma. Lo que en realidad hace es que consigue que el intruso la deshabite, para que sólo quede uno mismo. Ese es el arte. Nada más.
Hay un mercado en Guadalajara dónde todavía venden jorongos de telar. Los jorongos de fábrica no respiran, no se mueven ni se abren. Nada. Los de telar en cambio vibran, saltan, casi bailan los jorongos del mercado San Juan de Dios de Guadalajara. Y sus vendedores suben las ventas cuando dicen que sus jorongos son igualitos a los que usa Chavela Vargas, “vea usted nada más las grecas, son las mismas que se ven en el jorongo de Chavela cuando abre los brazos en el escenario. Chavela, nada menos y nada más que La Dama del Poncho Rojo, como le canta Joaquín Sabina”. Lo dicen así, tal cual, con la cita de Sabina y todo. Lo escuché este fin de semana y me entró un ataque de risa. El encargado del puesto sin número de la entrada también sin número del mercado San Juan de Dios vendió con estos argumentos un jorongo rojo a Chavela Vargas. Y no se dio cuenta de que Chavela era Chavela hasta que un joven del puesto de enfrente se acercó con un cuaderno en la mano a pedirle a Chavela que por favor, si a usted no le importa, un autógrafo para su papá que le enseñó quién es Chavela Vargas y que el pobre ya está viejito y nada lo anima, nada le quitará la tristeza más que un autógrafo de Chavela. Se llama Tomás, mi papá se llama Tomás, le dijo mientras le colocaba el lápiz entre los dedos y el vendedor de jorongos se jalaba los cabellos.
Vergílio Ferreira, novelista, ensayista y profesor portugués, tiene una voz muy similar a la de Chavela Vargas. Solo que la de Ferreira es una voz escrita. Pero igual de potente y de singular. Le debo al filósofo español, Miguel Marinas, mejor amigo que filósofo, el descubrimiento. Y el placer de los desvelos que me han dejado el libro Pensar de Ferreira.
Dice Ferreira que hay que aprovechar la vida mientras sea vida dentro de uno mismo. Que hay que aprovechar nuestro cuerpo mientras sea uno quien vive en él. Se refiere, interpreto, a la juventud que hace que todo en nosotros se convulsione y por tanto nos llene de vida. Y asegura que después la convulsión se mitiga y se comienza a vivir de las ideas recabadas que sin embargo, se van perdiendo según vamos envejeciendo. Poco a poco se pierden hasta que queda solamente la corteza, como el caparazón de un cuerpo que espera que alguien por fin lo tire a la basura. “Aprovecha tu cuerpo mientras estás dentro de él”, dice una y otra vez Ferreira. Aprovecha.
A los 88 años Chavela Vargas se encuentra en su cuerpo. Y aprovecha para seguir cantando con su voz de 88 años y cincuenta de cantar. Su concierto en el Teatro Diana será también una especie de homenaje a su trayectoria. Más que una despedida, un reconocimiento. Pero en el fondo Chavela sabe, siente, intuye que este miércoles se despedirá de Guadalajara. A última hora agregó al programa “Virgencita de Zapopan”, una canción que escribió José Alfredo Jiménez para decirle adiós a Guadalajara. Pero en el caso de Chavela, solo a Guadalajara. Sus planes incluyen conciertos en Ciudad de México, Tenerife, Rusia, quizá Japón. Y uno que otro viaje a países, pueblos y ciudades que haya conocido antes o no, últimamente le susurran al oído una canción de amor.
La verdad es amor, escribió un día Vergílio Ferreira para quien toda la relación que tenemos con el mundo se funda en la sensibilidad. Vista así la verdad, no se convertirá nunca en otra de las muchas verdades que de unos años para acá han dejado de serlo. Quizá sea una verdad para siempre. Viva, como los jorongos rojos de telar.
A Chavela Vargas, un día lo escribí, le sangran las palmas de las manos cuando canta. Un médico me explicó el fenómeno con no recuerdo qué argumento científico. Pero yo prefiero quedarme con la versión de la cantante española Martirio quien sostiene que Chavela es una chamana de la canción que cura con su canto los males que llevamos dentro. Y las chamanas, cuando curan, sangran.
Cupaima se llama el concierto de Chavela. Cupaima que es el nombre con la que la bautizaron los huicholes hace unos años en San Luís Potosí. Cupaima que significa la última de las chamanas. Una chamana de 88 años que por el momento no tiene intención de morir. Y quizá tarde en hacerlo o no lo haga nunca, porque como dice Ferreriro, solo se existe por la vida que está en uno y en los demás y en la luz y en la verdad profunda de la tierra.
María Cortina. (Ciudad de México, 1953). Periodista, escritora, bloguera. Ha publicado los libros El Salvador: Memoria Intacta y ¿Qué es ser mexicano? Por casi 20 años estuvo fuera de su tierra. Cumpliendo su labor de periodista estuvo en El Salvador (durante la guerra), Colombia y Líbano. Fue Consejera de Prensa en la Embajada de México en España desde 1999 hasta 2006. Ha colaborado con Credencial y El Espectador (Colombia). También ha publicado artículos sobre el reciente conflicto en Oaxaca en las revistas Letra Internacional, edición española y Emeequis de México. Publica la columna "Ínsula barataria", en el diario mexicano La Crónica, desde hace cinco años en dos épocas diferentes. Se acaba de integrar a un proyecto sobre el centenario de la Revolución Mexicana y el bicentenario de la independencia de México. Actualmente desarrolla el blog Mirada Escrita http://palabramuda.blogspot.com.
Tomado de El Cautivo, número 29 (http://www.elcautivo.org/)
1 comentario:
Gracias, Paul, por difundir el texto y citar la fuente. Agradecida por el link para el cautivo en tu blog. Salud por Chavela, a quien escucho en este momento, y por ti.
María Antonieta Flores
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