Susan Sontag en La
Enfermedad y sus
metáforas decía: “Thoreau, que tenía tuberculosis, escribía en 1852: ´La
muerte y la enfermedad suelen ser hermosas, como la fiebre tísica de la consunción`.
Nadie piensa del cáncer lo que se pensaba de la tuberculosis —que era una
muerte decorativa, a menudo lírica—. El cáncer sigue siendo un tema raro y
escandaloso en la poesía, y es inimaginable estetizar esta enfermedad.” Victoria
Guerrero en Cuadernos de quimioterapia (contra
la poesía) (Paracaídas Editores, 2012) se encarga de ejecutar esta labor, y
al decir ejecutar queremos decir que no solo el cáncer es tematizado,
metamorfoseado o simbolizado, sino que el presente poemario (o, mejor dicho,
poema) se inmersa en la problemática (entre otros asuntos que mencionaremos) de
la estética: no del cómo hablar de esta enfermedad o qué hablar a partir de
esta enfermedad, sino del cómo (y qué) habla la enfermedad misma.
Para empezar el libro contiene un pequeño sobre
adherido a la primera página, en donde hallamos una bolsa de plástico con un
mechón de cabello y una copia de receta médica que ha sido intervenida a
lapicero. Desde que abrimos el libro, es el libro mismo, como sujeto, el que
está interpelándonos de ser simples lectores habituados (a conformarnos) al
lenguaje escrito, a ser simplemente intérpretes de sentidos impuestos por la “cultura”.
“Hoy le corté el pelo a mi hermana”, dice el
primer verso del texto “1 – 02”
(título que señala la fecha a modo de diario, en esta primera sección del libro
titulado Contra la poesía). El poema,
con lenguaje coloquial y narrativo, discurre entre diversas voces femeninas, a
partir de ese “Yo” poético, de la voz poética, del personaje de la poeta que
tiene una hermana y una madre (que son los otros personajes). Este primer texto
empieza con un cuestionamiento (moral, estético) de la hermana hacia la poeta:
“¿Por qué arrojaste mis cabellos a la bolsa de basura?”. Los temas de la
mutilación, la represión, la infecundidad, ya están implícitos desde este
primer texto, en que la propia cabellera toma personalidad, “como si fuera una
hija pequeña”. Y es aquí en que empieza la diseminación, a partir de la
mutilación o fragmentación del cuerpo y del lenguaje. Constantemente se
cuestionan las imposiciones que se dan a través del lenguaje: “Le exigió que
descansara que durmiera en mi sueño/ En suma
que no jodiera/ Después de todo qué es una madre si no dice estas
cosas”. .
No hay una conformidad (ni entusiasmo) por el
coloquialismo usado, o por una retórica pasada que ya no “dice” nada en poesía.
No es un poema que apele al sentimiento, mucho menos. Tampoco es la exploración
de un lenguaje oscuro y que se cobije en el hipercultismo, para que así la
poeta encuentre una manera “nueva de decir”. Si bien es cierto que busca lo
concreto, la síntesis, la economía verbal, el lenguaje que hallamos aquí es de
la conciencia y crítica de todo lenguaje, algo más parecido al metalenguaje o
la metapoesía. Cualquier lenguaje (o estética) conocido que hubiera utilizado
el poema, igualmente iba a ser cuestionado, mutilado, demolido. Cuadernos de quimioterapia nos plantea
un problema ético-estético, y que va más allá de la propia poesía.
La desacralización de la familia (la triada
madre-hija-hermana), la crítica a la ciencia (al Psicoanálisis, a la medicina,
por ejemplo), la crítica al poder y la apertura al Otro, se hacen patentes también
conforme vamos entrando a lo que es la enfermedad, conforme vemos que los
fragmentos (entre verdugos y víctimas), como el cabello o la cabeza de la
muñeca, van cobrando voz para denunciar (o enunciar) la fragmentación.
Pero finalmente quien siente la invasión de
la enfermedad es el cuerpo todo que ha sido dividido, quien siente el dolor (el dolor del cáncer) es el
cuerpo. Y el cuerpo se vuelve la parte esencial del poema; en el cuerpo se van
fusionando todas esas voces (se van reconstruyendo), el cuerpo es la poesía y
es la conciencia de esa separación, es la búsqueda de un “decir” (o un “habla”)
que sea la suma de todas las voces: “Una belleza de lenguas amarillas rojas
violetas/ Se incendia/ Sus cenizas cubren toda la ciudad/ la llenan de un manto
de negra hermosura/ Un cementerio nos devora/ Arrojo flores en su nombre/
Flores rojas que ella atrapa en el aire/ Palabras que deshoja: Me quiere/ No me
quiere/ Me quiere…”.
Susan Sontag decía en su libro: “Metafóricamente,
el cáncer no es tanto una enfermedad del tiempo como una enfermedad o patología
del espacio. Sus metáforas principales se refieren a la topografía (el cáncer
se ´extiende´ o ´prolifera´ o se ´difunde´; los tumores son ´extirpados´
quirúrgicamente), y su consecuencia más temida, aparte de la muerte, es la
mutilación o amputación de una parte del cuerpo.” Entonces podríamos
preguntarnos: ¿Cómo recomponer la palabra si el cuerpo que la emite ha sido
mutilado?
“Estamos cansadas de tanta Poesía”, se dice
en el texto “11 – 2” .
Aquí se ironiza a la poesía escrita por mujeres, o mejor dicho a la “poesía
femenina”, y también a los poetas hombres, o mejor dicho al discurso masculino
(machista, patriarcal) de la tradición poética. Y también aquí hay una parte
muy clara e importante del “yo”, sobre el punto de partida de su crítica y
autocrítica, dice: “No nos queda palabra (felizmente)/ Somos tar-ta-mudas/
Hemos repudiado la Tradición /
Sin embargo todo el tiempo hablas de ella/ Es un fastidio/ Incluso la mencionas
con cierta afectación/ Y la citas por defecto de hija mimada/ Nacida en la
burguesía de los años 70” .
Y a
continuación: “Has robado/ traficado con la palabra/ para poder escribir/
Hablar al menos/ Quizás solo bal// bucear/ La poesía/ la vida/ ¿Qué es lo que
importa realmente?/ Nos rodean la media palabra y la enfermedad/ Los versos
sublimes no nos han llevado a nada/ Y esto hay que decirlo/ No se ha salvado
una sola vida con ellos/ Algunos suicidios han gestado eso sí/ Pero la Tradición los exige y
lamenta que no los escribas/ Yo también lo lamentaría si fuese una de Ellos/
¿En qué momento dejarás de nombrarlos?/ No tengo seno/ No tengo falo/ Eres la
gran plagiaria”.
Se habla de una crisis de la poesía nacida aproximadamente en la década del 90, posiblemente aparecida desde los años 80s, o los 60s, o desde Auschwitz. A esto se refieren los versos citados arriba. Esta enfermedad es la metáfora de la crisis, y viceversa. Susan Sontag en su libro dice: “El cáncer en cambio es una enfermedad de clase media, que asociamos con la opulencia, con el exceso. En los países ricos es donde más cáncer hay, y su aumento se atribuye en parte a un régimen rico en grasas y proteínas y a los efluvios tóxicos de la economía industrial que crea la opulencia.” Haciendo un paralelo: ¿Esta crisis de la poesía no estaría relacionada, más bien, a dicha clase media que señala Sontag, y a tal opulencia?
La poeta de Cuadernos nos dice líneas más abajo del mismo texto citado (con conciencia de su voz subalterna): “Renovar la poesía _dicen/ ¿Qué diablos puede significar eso?/ ¿Radiarla/ irradiarla/ quemarla/ mutilarla/ ejecutarla?/ ¿Muerte o patria?/ (todo lo aprendimos al revés)/ ¿O inmolarnos nosotras/ Aquellas devotas aprendices que siempre seremos”.
Las “hermanas” (las cabezas, la madre, la hija) continúan interpelando a la poeta: “Incendiar lo profundo/ No hay densidad en nuestra habla/ Somos mudas/ Somos calvas/ Aprende nuestro orgullo/ Y no te arrodilles más”. Aquí la enfermedad toma otra voz, asume una voz Otra (en respuesta a lo cuestionado en los versos arriba citados), a la que la poeta luego responde: “Así son las cabezas/ Agudísimas/ No tiene pelos en la lengua”. Ante esa separación (incomunicación, no identificación entre ella y “el público”), la poeta reconoce su solipsismo: “Ellas se van/ Me dejan solita/ Contrita” (“13 – 02”).
Y es justamente en el siguiente texto, “17 – 02”, en donde el lenguaje asume literalmente aquella Otra-voz, en los primeros versos: “Cabizbaja amanece/ ¡Pobrecita niñacha!” Aquí se cita a César Vallejo, Vallejo aquí se vuelve personaje, se convoca al “poeta cholo”, se parodia al poeta del habla peruana, andino y universal, se acude al poeta que hace volver de la muerte al combatiente: “La niñacha se levanta/ Lo abraza/ Emocionada/ Qué más da/ Emocionada”. Aquí hay una identificación ética y estética, que luego lo señalará más claramente: “Escribir trae dolor”. Ciertamente hay un quiebre, y a partir de esa ruptura hay un reconocimiento de otras mutilaciones históricas.
Pero no es una simple toma de posición, no es un sometimiento a un tipo de poder (que conlleva una vieja utopía); porque más adelante (“27 – 02”) nos dice (cuando ahora el lápiz cobra vida): “Nosotras no entendemos este lenguaje La moral ilegible del/ poder/ Nos ha sido negado este entendimiento”. Sontag dice: “El cáncer, que se declara en cualquier parte del cuerpo, es una enfermedad del cuerpo. Lejos de revelar nada espiritual, revela que el cuerpo, desgraciadamente, no es más que el cuerpo.” Se mata la utopía, la poesía (en esta crisis, en esta enfermedad) no es más que poesía, un puñado de palabras impresas en papeles pegados en forma de libro.
El texto poético citado acaba con estas líneas: “Nos queda esto/ Esto y un puñado de agujas infectadas y seguros médicos rapaces/ Los hemos abrazado con nuestros lápices de colores como/ escudos/ Cuando sean pequeños extremadamente pequeños habremos de/ dejarlos/ Y nos sentaremos al pie de la cama de nuestros padres/ Y dibujaremos serenamente cada letra/ Y tajaremos los lápices más allá de sellos y de papeles/ membretados/ Y nuestra habla sonará distinta/ Y los sonidos de nuestros cuerpos serán por fin escuchados/ Cuando ya no exista la poesía sino el abrazo”. ¿Es el anuncio de una nueva estética que nos acercará al lenguaje de la tribu? ¿Es el Yo que es Otro? ¿Es el lenguaje de la calle que demuele a la Tradición para democratizarla?
En la segunda sección (Cuadernos de quimioterapia) se presenta a la “ama de crianza de mi madre”: “le supliqué unas hierbitas. Me miraba con los labios apretados. La sacudí de los cabellos. Eran blancos y deslumbrantes. Después de más de cinco siglos, todavía persistía en hacerse trenzas...” Ella habla “una lengua desconocida”, ella es la que reclama por las calles con un cartel entre manos que dice “salarios de odio”, ella es la que con ternura pone a la enferma en la “cama de nacimiento”, y la que finalmente le dice, aun con faltas ortográficas, en un papel: “ESCRIBE”, “SOYTUHERMANA”.
El lenguaje (la poesía) desborda el objeto del libro. Las palabras han invadido otros espacios, ocupan una bolsita de plástico, un sobre; hay una receta médica que señala, al igual que los versos, la manera de vencer a la muerte. Los cabellos están en la mano del lector, el lector los pude palpar, preguntarse de quién será. ¿Son cabellos? ¿Puede el lector sentirlos aun teniéndolos en sus manos? ¿Puede el lector sentir?
Una cita última de Susan Sontag: “nuestros modos de ver el cáncer, y las metáforas que le hemos impuesto, denotan tan precisamente las vastas deficiencias de nuestra cultura, la falta de profundidad de nuestro modo de encarar la muerte, nuestras angustias en materia sentimental, nuestra negligencia y nuestras imprevisiones ante nuestros auténticos ´problemas de crecimiento´, nuestra incapacidad de construir una sociedad industrial avanzada que sepa concertar el consumo, y nuestros justificados temores de que la historia siga un curso cada vez más violento.”
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