Con un temblor de voz en lo que queda de palabra: Abigael Bohórquez*
Por Álvaro Solís (Villahermosa, Tabasco, 1974)
Creo sinceramente que el mejor homenaje que un poeta puede recibir es ser leído, apreciado y valorado por un público lector o escucha. Miguel Guardia (quien perteneció al grupo “Mascarores” junto a escritores de la talla de Jaime Sabines, entre otros) y Bohórquez son poetas prácticamente desconocidos en nuestro país, sus libros son inconseguibles en el mercado editorial, el cual parece más entregado a rendir culto a los poetas que ya son considerados parte del canon, que en restituir el lugar que merecen figuras definitivas, indispensables para la conformación de la lírica nacional, como es el caso de Guardia (a quien por cierto Bohórquez dedica su segundo título “Acta de confirmación”, 1966) y del escritor nacido en Caborca.
Creo sinceramente que el mejor homenaje que un poeta puede recibir es ser leído, apreciado y valorado por un público lector o escucha. Miguel Guardia (quien perteneció al grupo “Mascarores” junto a escritores de la talla de Jaime Sabines, entre otros) y Bohórquez son poetas prácticamente desconocidos en nuestro país, sus libros son inconseguibles en el mercado editorial, el cual parece más entregado a rendir culto a los poetas que ya son considerados parte del canon, que en restituir el lugar que merecen figuras definitivas, indispensables para la conformación de la lírica nacional, como es el caso de Guardia (a quien por cierto Bohórquez dedica su segundo título “Acta de confirmación”, 1966) y del escritor nacido en Caborca.
Bohórquez es un poeta que desde su primer libro Fe de Bautismo (1960) hasta el último Poesida, poemario publicado un año después de su muerte, se muestra como poseedor de un enorme lirismo, poeta absoluto que canta al dolor emanado de los acontecimientos cotidianos, los cuales dan vida a textos sumamente emotivos, personalísimos, en donde cada palabra ha sido colocada con cirujana precisión, destacando desde el inicio el oficio de un escritor que iría decantando una obra sólida, en constante evolución temática y formal, que además no siempre deambularía por el camino seguro y firme de lo ya establecido, sino que en ocasiones también emprendería proyectos poéticos arriesgados y experimentales, como es el caso de poemario Navegación en Yoremito (1993).
De esta manera es difícil entender cómo en torno a una obra con estas características se ha guardado un sospechoso silencio, existe en torno a ella un veto que aún después de 16 años de la muerte de su autor no cesa, un veto que lo ha alejado de las editoriales que pueden procurar la divulgación que merece. La culpa de este silencio no se debe solamente al hecho de que Bohórquez, en su momento, no supo o no pudo encontrar los medios editoriales adecuados para su divulgación, sino a todos los que, siendo sus lectores, no hemos dedicado el esfuerzo suficiente para que esta obra llegue a un mayor número de lectores que puedan constatar por sí mismos, el enorme valor de una poesía llena de hallazgos, de honesta preocupación por lo humano.
Hasta el momento la edición más asequible de su obra es la antología titulada Las amarras terrestres (UAM, 2000) magníficamente preparada y prologada por Dionicio Morales como un tributo a su maestro. Por desgracia esta edición tiene mala circulación, quien la tiene no la presta, su distribución es mala, terrible, inexistente.
Todo parece indicar que además de un talento poético innegable existen otros requisitos para poder acceder a las editoriales de mayor prestigio y circulación de nuestro país.
Hasta el momento la edición más asequible de su obra es la antología titulada Las amarras terrestres (UAM, 2000) magníficamente preparada y prologada por Dionicio Morales como un tributo a su maestro. Por desgracia esta edición tiene mala circulación, quien la tiene no la presta, su distribución es mala, terrible, inexistente.
Todo parece indicar que además de un talento poético innegable existen otros requisitos para poder acceder a las editoriales de mayor prestigio y circulación de nuestro país.
Uno mira los catálogos de las editoriales más importantes de México, y es evidente que en todas ellas hay autores de prestigio que, por desgracia, no siempre tienen de su lado la poesía. Seré más puntual. ¿Cómo es posible que Abigael Bojórquez no forme parte de la colección “Letras mexicanas” del Fondo de Cultura Económica o de la serie “Lecturas Mexicanas” del CONACULTA? ¿Se trata de un autor políticamente incorrecto? ¿Quién vetó a este extraordinario poeta? ¿Hasta cuándo durará ese veto? ¿O es un olvido? Me parece que la falta de difusión en la obra de un poeta tan importante como Bohórquez es un vacío imperdonable en la poesía mexicana.
Si con José Carlos Becerra nos lamentamos porque la muerte lo sorprendió en Brindisi y nos dejó sin la obra que hubiera podido escribir en una época de madurez, con Bohórquez no nos pasa lo mismo, vemos cómo van evolucionando sus poemas, cómo el poeta perfecciona su oficio, cómo el poeta arriesga, cómo el poeta se quita la máscara y habla sin tapujos y celebra sus dones, cómo sus libros se vuelven más complejos en todos los sentidos, más crudos también. En el camino vemos cómo una voz se va forjando en el fuego arduo y diario de la vida.
¿Quién alza la mano para decir que la poesía de Abigael Bohórquez no merece las mejores vitrinas, las mesas de novedades de las librerías de nuestro país, los libreros de las bibliotecas públicas de las universidades?
La poesía de Abigael Bohórquez es una apología del hombre común, del dolor que no sólo lastima sino que, de alguna manera, purifica y nos permite acceder a una mirada singular en torno a los acontecimientos cotidianos, al amor filial y al amor carnal, a las cosas simples del mundo, al quehacer del poeta que rinde culto a la actividad más elevada; la propia Poesía:
Poesía, desembárcame,
échame a tierra y léñame,
como a candil de sangre, enciéndeme,
que se sepa tu Voz.
échame a tierra y léñame,
como a candil de sangre, enciéndeme,
que se sepa tu Voz.
Poesía, horádame,
ancla en mí, balsamísame,
sumérgeme en la luz líquida y lenta
de ese trago de vino;
rescátame, tremólame,
tengo hambre de tu lanza en mi costado.
Poeta solitario, el sonorense se dedicó con ahínco a la configuración de una obra que abarca casi cuarenta años de creación, poco le importaron las lustrosas vitrinas de la élite literaria, se dedicó con severa humildad a testimoniar el mundo que le tocó vivir, y la manera en que le tocó (y costó) vivir ese mundo, la desazón más tremebunda:
Cuando ya hube roído pan familiar
untado de abstinencia,
y hube bebido agua de fosa séptica
donde orinan las bestias;
y robado a hurtadillas
tortilla y sal y huesos
de las cenadurías;
y caminado a pie calles y calles,
sin nómina,
levantando colillas de cigarros;
y hubime detenido en los destazaderos,
ladrando como perro sin dueño,
suelo al cielo, mirando a los abastecidos.
Sus temas fueron los del hombre sencillo que sabe sacar brillo a la árida roca hasta convertirla en diamante o en agua, en cielo despejado o en dolor purificador y profundo, en “Desierto mayor” o en transfiguración posible, en la frustración del hombre que encuentra su alimento mejor en las palabras, en las palabras que encuentran su modo mejor en la expresión poética.
untado de abstinencia,
y hube bebido agua de fosa séptica
donde orinan las bestias;
y robado a hurtadillas
tortilla y sal y huesos
de las cenadurías;
y caminado a pie calles y calles,
sin nómina,
levantando colillas de cigarros;
y hubime detenido en los destazaderos,
ladrando como perro sin dueño,
suelo al cielo, mirando a los abastecidos.
Sus temas fueron los del hombre sencillo que sabe sacar brillo a la árida roca hasta convertirla en diamante o en agua, en cielo despejado o en dolor purificador y profundo, en “Desierto mayor” o en transfiguración posible, en la frustración del hombre que encuentra su alimento mejor en las palabras, en las palabras que encuentran su modo mejor en la expresión poética.
De este modo Bohórquez logra transfigurar el dolor del hombre común y corriente, en gozo, en dolorosa belleza, convirtiéndose así en un moderno alquimista. Pero ¿de qué sirve toda esta transfiguración del dolor humano, si no hay una correspondencia lectora, si no hay quien asiente o niegue el milagro de la poesía, la epifanía que a pocos les es dado alcanzar y compartir?
el que, desde la infancia, retenía al dolor
como al más fiel inqulino de su casa
Ya Dionicio Morales, en el prólogo a la antología que preparó, ha fijado los distintos registros de la obra de Abigael Bohórquez:
su amorosísima y humana ansiedad por el destino del hombre, el desenfadado espíritu crítico que alcanza cimas corrosivas, su noble antiimperialismo, el delirante gozo de las varoniles urgencias terrenales de su asumida condición en el amor que ya puede gritar su nombre, su infinita ternura hacia las cosas y los seres olvidados de Dios, entre otros amplios registros.
Entre tales registros podemos agregar su preocupación por el lenguaje poético como tematización, así como la condición del poeta que tiene que sobrevivir en un mundo adverso hacia la sensibilidad del hombre que ha nacido dotado para el ejercicio de la escritura.
Otro punto a destacar es que Bohórquez transitó, desde su primer libro, por un camino recorrido escasamente en la lírica nacional, el de las preocupaciones sociales y políticas, preocupaciones que si bien son un constante a través de todo el corpus de su obra, no se encuentran peleadas en ningún momento con lo poético, sino que ambas conviven en constante equilibrio. Basta recordar el poema titulado “Llanto por la muerte de un perro”:
el que, desde la infancia, retenía al dolor
como al más fiel inqulino de su casa
Ya Dionicio Morales, en el prólogo a la antología que preparó, ha fijado los distintos registros de la obra de Abigael Bohórquez:
su amorosísima y humana ansiedad por el destino del hombre, el desenfadado espíritu crítico que alcanza cimas corrosivas, su noble antiimperialismo, el delirante gozo de las varoniles urgencias terrenales de su asumida condición en el amor que ya puede gritar su nombre, su infinita ternura hacia las cosas y los seres olvidados de Dios, entre otros amplios registros.
Entre tales registros podemos agregar su preocupación por el lenguaje poético como tematización, así como la condición del poeta que tiene que sobrevivir en un mundo adverso hacia la sensibilidad del hombre que ha nacido dotado para el ejercicio de la escritura.
Otro punto a destacar es que Bohórquez transitó, desde su primer libro, por un camino recorrido escasamente en la lírica nacional, el de las preocupaciones sociales y políticas, preocupaciones que si bien son un constante a través de todo el corpus de su obra, no se encuentran peleadas en ningún momento con lo poético, sino que ambas conviven en constante equilibrio. Basta recordar el poema titulado “Llanto por la muerte de un perro”:
Mi perro siendo perro no mordía.
No engañaba ni mordía.
Como los que no siendo perros descuartizan,
destazan,
muerden
en las magistraturas,
en las fábricas,
en los ingenios,
en las fundiciones,
al obrero,
al empleado,
al mecanógrafo,
a la costurera,
hombre, mujer,
adolescente o vieja.
No engañaba ni mordía.
Como los que no siendo perros descuartizan,
destazan,
muerden
en las magistraturas,
en las fábricas,
en los ingenios,
en las fundiciones,
al obrero,
al empleado,
al mecanógrafo,
a la costurera,
hombre, mujer,
adolescente o vieja.
¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar para que este poeta ocupe el lugar que por derecho propio merece su labor poética? ¿Cuánto tiempo para que Bohórquez comparta los estantes de las librerías con sus iguales, con los Chumacero, los Bonifaz Nuño, los José Carlos Becerra, los Lizalde, los Pellicer, etc.? Cuando esto suceda se habrá hecho justicia a uno de los poetas más intensos y de mayor alcance del siglo que recién terminó. Más allá de reivindicar a Abigael, se habrá hecho justicia a la POESÍA.
*Ensayo publicado en el número 15 de la revista Viento en vela.