Al terminar de leer el
nuevo libro de Camilo Fernández me queda en la memoria tres nuevos enfoques que
el crítico apunta como posibles caminos para sus próximos acercamientos
analíticos. 1) El análisis de los mass
media. En la página 31 apunta Fernández Cozman, apoyado en Vattimo, que
“los mass medias van a cumplir un
papel esencial y convertirán a la sociedad en algo más complejo y caótico” al
final de ese mismo párrafo el crítico se pregunta: “¿Cómo utilizar los mass media creativamente para
emanciparnos?”. Esta idea es contemporánea a las escrituras realizadas en
blogs, Facebook o Twitter, donde la inmediatez, la brevedad y la frescura son
las máximas de este tipo de escritura. En la poesía este influjo es claramente
reconocible en las nuevas escrituras de poetas que vienen publicando en los
últimos años. 2) La idea del andinismo en autores como Vallejo y Churata y la
polémica que se genera entre estos dos escritores en torno al concepto de
vanguardia y escritura andina y 3) El análisis de la poesía a partir de los
aportes de la Retórica Cultural, un método crítico que Fernández Cozman ha
empleado en su libro sobre Vallejo (2014) y en su análisis sobre Alturas de
Macchu Picchu de Pablo Neruda. Sobre estos dos últimos puntos voy a comentar
más adelante con más detenimiento.
Este nuevo libro de
Fernández Cozman plantea un método de análisis que proviene de la Retórica
General Textual, la retórica argumentativa y la pragmática literaria, pero
engarza estos alcances con otros conceptos provenientes de la antropología o la
sociología de la literatura como “poesía intercultural” o “sujeto migrante”. Es
provechoso saber que el concepto de lo intercultural viene manejado y postulado
desde La confederación de Nacionalidad Indígenas del Ecuador, ellos proponen
que “El principio de interculturalidad respeta la diversidad de los pueblos y
nacionalidad indígenas” (32), en ese mismo tenor Fernández Cozman comenta que
“frente a la opción del multiculturalista, la perspectiva intercultural subraya
la interrelación dinámica y permanente, donde cada grupo cultural no borre sus
diferencias en relación con los otros” (32), esto le da cabida para postular el
análisis de cuatro niveles: la lengua, la estructuración literaria, las
estructuras figurativo-simbólicas y la cosmovisión. El concepto de sujeto
migrante proviene de Antonio Cornejo Polar, quien “subraya el carácter
profundamente escindido y descentrado del discurso del sujeto migrante, como si se elaborara
desde varios lugares” (“Una heterogeneidad no dialéctica: Sujeto y discurso
migrantes en el Perú moderno”, Revista Iberoamericana
Vol. LXII, n° 176-177, 1996: 48). Esto quiere decir que el sujeto migrante va a
expandir su territorio y va a hablar desde varios espacios (ideológicos,
lingüísticos, etc.). Este sujeto se encuentra atravesado por la añoranza frente
a un pasado mítico-rural y frente a una supuesta modernización de la urbe que
la mayoría de veces siempre es hostil. Esta marca de la añoranza se despliega
dentro de un binomio donde “triunfo y nostalgia no son términos contradictorios
en el discurso del migrante” (Cornejo Polar 1996). Por una parte, está la absorción
de nuevas identidades frente a lo moderno (Fernández Cozman analiza la función
de Belén como aldea y Bizancio como modernidad u occidentalidad en Vallejo), y
como contraparte, se puede apuntar la reafirmación de antiguas identidades
(anclaje que se percibe en la creencia en mitos y saberes populares en Watanabe
como cuando en un poema el corazón del abuelo se transforma en una rana).
Adecuación y anclaje nos hablan de una forma de resistencia frente a lo
sistémico. Esta forma de resistencia se expresa desde la identidad siempre
fluctuante, pero también desde la hibridez del lenguaje. Esto es notorio que a
nivel de la lengua y la cosmovisión funciona para Vallejo y Watanabe y un tanto
parcialmente en Cisneros.
Dicho esto quiero
retomar el tema sobre la polémica entre Vallejo y Churata. Fernández Cozman
afirma sobre esto que “Vallejo y el grupo Orkopata intentan una modernidad
andina (…) Churata polemiza con Vallejo y defiende la autenticidad de la
vanguardia andina” (46-47). Más adelante menciona a Vallejo, Alejandro Peralta,
Guillermo Mercado, José Varallanos y Gamaliel Churata como parte de un
expresionismo indigenista (55). La polémica entre Vallejo y Churata, parte
porque el autor de Los heraldos negros
afirmó en un artículo que la vanguardia americana era un trasplante, plagio o
robo de la vanguardia europea, a lo que Churata le respondió desde el Boletín Titikaka: “Vallejo juzga con
criterio historicista primitivo formulando objeciones que circunvalan la
periferia pero cuando se le ofrece oportunidad de ahondar en el organismo del
movimiento se decide por una solución empírica —no es de otra manera explicable
su posición respecto de la verdadera etiología de nuestra descastada
vanguardia”, Churata abogaba que su escritura y la del grupo Orkopata más bien
era descendiente del mugroso español de Guamán Poma, que es como el propio
Churata llamaba a la escritura de nuestro cronista indígena, y que Vallejo solo
estaba fijando una posición técnica y estética y no ontológica que se traduce
en la lengua. Esto que se intuye lo apunta Enrique Ballón y es explicado por
Fernández Cozman así: “Enrique Ballón afirma que la diglosia castellano-quechua
que aparecía en los dos primeros poemarios de Vallejo, se modifica en los
poemas escritos en París, debido a que el poeta cambia “su entorno andino
original por el mundo francés”. Esta idea de la diglosia castellano-quechua se
encuentra en buena parte de la argumentación de Fernández Cozman cuando analiza
la lengua en Vallejo, pero habría que puntualizar que en Los heraldos negros la presencia del quechua no es tan decisiva
como la presencia del culle, que es la lengua indígena que se hablaba en la
sierra norte del Perú. Por ejemplo, cuando se me encomendó preparar el glosario
de Los heraldos negros (Universidad
César Vallejo, 2016), en la entrada de “Tahuashando”, yo apuntaba que es una
“voz híbrida (quechua-español). De cuatro en cuatro, o en grupos de a cuatro”
(César Ángeles Caballero). Nuevas investigaciones asumen que esta palabra no
provendría del quechua, sino del culle. Por lo que decir que “tahua” o “tawa”,
cuatro en quechua, más la terminación española “ando” forma esta palabra olvida
la grafía “sh”, característica del culle. “Tahuashando” provendría del culle
“taguash” que connota los significados de “tiritar, temblar o rezar, orar”
(Íbico Rojas), o el vocablo “sha” se supone que es “en fila” (Ángel Gavidia
Ruiz) o “tahuashando” sería un chuquismo que significa “mirando” (Javier
Delgado Benites). Incluso Marco Martos apunta en un artículo que “la palabra
tahuashando no está documentada en el quechua de la región, y tampoco tawa ha
tenido fortuna en el quechua de la zona. En la región en la que nació y vivió
en sus primeros años César Vallejo hubo una lengua desaparecida en las primeras
décadas del siglo XX, llamada culle o culli. Precisamente el lugar donde nació
César Vallejo, Santiago de Chuco, en su sema indio, chuco, es culle. Esa
palabra significa ‘región’ (…) Muy probablemente Vallejo no habló el culle, en
todo caso no hace referencia explícita a esa lengua. Pero podemos conjeturar
que un hombre nacido en Santiago de Chuco, en su español local tiene las
huellas, el sustrato de una lengua que está muriendo” (Marco Martos. “Unidad y diversidad de la lengua española. El
caso de la poesía de César Vallejo”: http://congresosdelalengua.es/cartagena/plenarias/marcos_m.htm
).
Otro punto en el que valdría
la pena detenernos es en el análisis de la poesía a partir de los aportes de la
Retórica Cultural, este método crítico fue esgrimido por Fernández Cozman en su
libro sobre Las técnicas argumentativas y
la utopía dialógica en la poesía de César Vallejo (2014). Tomás Albadalejo
dice que la retórica cultural “presta atención a todos los niveles del lenguaje
retórico y también del lenguaje literario en su incidencia en el receptor en su
proyección perlocutiva hacia éste” (Tomás Albadalejo. “Retórica cultural,
lenguaje retórico y lenguaje literario”. Tonos
Digital. Revista de Estudios Filológicos, número 25, julio de 2013: http://www.um.es/tonosdigital/znum25/secciones/estudios-03-retorica_cultural.htm
). En el libro que venimos comentando si
bien es cierto se analiza la poesía de Vallejo, Cisneros y Watanabe desde los
conceptos de interculturalidad y sujeto migrante, además, en algunos casos,
también se propone una reflexión sobre las técnicas argumentativas en estos poetas,
habría que hacer algunas puntualizaciones.
En la página 45 se
afirma “González Prada utiliza un registro coloquial literaturizado y, de ese
modo, anuncia la modalidad conversacional que primará en Comentarios reales de Antonio Cisneros”, este aserto habría que
matizarlo, pues el contexto de enunciación de González Prada y el de Cisneros
no es el mismo. Además, las dos propuestas escriturales responden a diferentes
tendencias estéticas e ideológicas. Pues en la página 85 se dice “Enrique
Rusell subraya que, a la manera de Bertolt Brecht, Cisneros desafía la versión
oficial de la historia del Perú”. Habría que recalcar que el registro coloquial
responde en los dos poetas a otras motivaciones. En el poeta de Baladas peruanas es un proyecto
ideológico y de reivindicación, en tanto, como apunta Fernández Cozman y otros
críticos, Antonio Cisneros prefiere la ironía.
Otro aspecto que
requiere puntualizarse mejor son las tendencias en la poesía de los años 60 y
70. Si bien se cita a Alberto Escobar, para quien la literatura peruana se basa
en los fundadores de la tradición, Vallejo y Eguren a la cabeza, los
continuadores de la tradición son los poetas del 50 como Eielson y Varela y
luego los cuestionadores de la tradición a partir de los 60, su taxonomía no
repara en la poesía escrita en lenguas indígenas, como si lo hace Antonio
Cornejo Polar cuando refiere que la literatura peruana es un polisistema
compuesto por la literatura escrita en español culto, las literaturas populares
y la literatura escrita en lenguas aborígenes.
Pero veamos la
conceptualización que realiza Fernández Cozman sobre el 60 él detecta siete
tendencias. En la tendencia del influjo del simbolismo francés no se mencionan
poetas como Antonio Claros o Guillermo Chirinos Cúneo, en la tendencia
intelectualista ubica a Luis Hernández como asimilador de los postulados de la
lírica de lengua inglesa y la peninsular, pero no menciona el influjo de la
poesía alemana, italiana, el romanticismo inglés y la presencia de la música en
Hernández. Dentro de la asimilación del imaginario andino no menciona a Julio
Nelson, quien también participa en la tendencia simbolista. Y también habría
que ubicar en estas tendencias a poetas como Carmen Luz Bejarano, Juan Cristóbal,
Pedro Morote o Hernando Núñez, por mencionar algunos nombres. Esto dicho porque
en la división que se propone de la poesía de Cisneros se engloba en una
segunda etapa a libros tan disímiles como Comentarios
reales, Canto ceremonial contra un oso
hormiguero o Como una higuerilla en
un campo de golf.
Veamos ahora su
taxonomía sobre el 70 la cual la divide en cinco tendencias: poética de la obra
abierta, prosaísmo, visión del migrante, la ciudad como ente enajenante y
recuperación del legado simbolista. Pero no se detecta vertientes como el
experimentalismo, el conceptualismo, el andinismo, el discurso minero, el
discurso mítico sincrético, por mencionar unas cuantas, y no se ubica en estas
tendencias a la poesía de Enrique Verástegui o Mario Montalbetti, por mencionar
a algunos otros poetas importantes de ese período.
Interculturalidad
y sujeto migrante en la poesía de Vallejo, Cisneros y Watanabe
reúne muchas de las virtudes de los anteriores volúmenes de Camilo Fernández
Cozman, arriesga hipótesis y conceptos que son utilizados con rigor académico,
y por si fuera poco deja abiertas nuevas vías de investigación. Por eso saludo
el esfuerzo y la constancia de la labor crítica de Camilo Fernández. Finalmente
un libro de crítica es una invitación al diálogo. No perdamos la oportunidad y
dialoguemos con estos valiosos aportes.