El primer libro de cuentos de Julio Fabián es un volumen marcado, cómo no, por la poesía. En sus relatos se despliega una fineza de observación y una ironía sobre la realidad que, lejos de transmutarla en espacios de grisura y mezquindad, la despoja de penumbra y la dota de una generosa humanidad. Por eso creemos que, en casi los antípodas de un Julio Ramón Ribeyro –importante narrador con quien ha sido comparado--, Fabián otorga a la materia realista con la cual trabaja esa calidad sublime de la que solamente la sabiduría de los elegidos por la poesía es capaz de desprenderse en su mirar lúcido y penetrante.
Así, desde el primer relato que conforma el volumen, la desesperanza y la violencia producen una música henchida de fragancia gracias al arte de una palabra que, en algún modo, ha renacido con la fuerza intensa del verso. De hecho, en “La venganza de las orquídeas” el lector podrá encontrar inmediatamente pruebas de lo que afirmamos, debido a esa estructura nada superficial y totalmente espontánea con la cual se desenvuelve en un perfil eminentemente trágico, en el sentido que ahora esta palabra posee pero también contando con ese aspecto más primigenio en que los azares de la fortuna y la justicia poética del destino cumplido sobre el papel subliman y trascienden cualquier avatar caótico y absurdo de la cotidianidad. En este caso, el asunto aborda las circunstancias existenciales de un chofer de mototaxi en uno de los tantos distritos pobres de la Lima contemporánea. El incidente en que Reutilio se ve envuelto, con esa ceguera del instinto de supervivencia desbordando cada elemento adverso de la realidad para al mismo tiempo hundirlo en lo más obscuro de ella misma, es el centro de una trama que abre perfectamente el libro con su poder de empatía y capacidad para sugerir las más hondas miserias y alegrías del ser humano.
Título aparentemente menos poético y sin duda intrigante, el cuento que sigue, “El olor no es blanco”, es un texto transido de la ironía --y el sentimiento lírico para expresarla-- apuntada líneas arriba. En el lenguaje acerado y dúctil que domina el conjunto, la manera, la forma, a través de la que el lector recibe la anécdota de esta narración en clave de suspenso y progresivamente jocosa es uno de los mejores ejemplos del control que el autor demuestra sobre su material, ya que se trata, ciertamente, de un acierto técnico en la mejor tradición del género consagrado por Maupassant y Hemingway. Solamente hay que observar cómo empieza el relato, con un punto de vista cuya subjetividad virtualmente se objetiviza y en cuyo aliento hallamos un homenaje oportuno y digno de "Las babas del diablo”, de Cortázar. Pero es en la evolución minuciosamente orquestada de los eventos concernientes a un pequeño traficante de cocaína en su periplo europeo, y, especialmente, en ese remate tan certero como genial, en una sola concentrada oración que es una verdadera confesión, que triunfa el arte del bien contar. No obstante todo ello, la calidad de Fabián como narrador no puede ser contenida por los límites de la pericia compositiva, evidentemente, y en “El olor no es blanco” hay algunos de los momentos más inolvidables del volumen, debido a lo universal de su lucidez y capacidad de intuición.
“El aire que corta la piel” es un relato sobre el destino, que además vuelve a los escenarios de pobreza social inaugurados en las primeras páginas del libro, pero combinándolos con la diacronía del inesperado ascenso material. Su protagonista es uno de los personajes más completos de Fabián, quien recrea en él con fidelidad extraordinaria algunas de las incertidumbres y actitudes del ciudadano limeño. La trama lo conduce de los cerros y el hambre de su niñez a la opulencia súbita y el silencio cómodo, dentro de un ámbito moral que, asimismo, hace eco del contexto también descrito en “La venganza de las orquídeas”: David vende su alma, por así decirlo, a cambio del bienestar que tanta falta le hizo a él y a los suyos en el pasado, la satisfacción de cuya necesidad es más que suficiente testimonio de su carácter esencial en un presente que parece la culminación misma de la vida. La habilidad con que Fabián hace uso de diversos recursos para dotar de verosimilitud y persuasión a su prosa la acerca, en éste y otros cuentos, al roman a clef que en el mundo y el Perú ha tenido cultores tan distinguidos como Capote y Vargas Llosa, con dignidad incontestable, en el que es sin duda uno de los textos más complejos de El aire que corta la piel.
“L’insegnante” exhibe la particularidad de aproximarse a la intimidad psicológica femenina, en una historia que rastrea el misterio más recóndito de una vida. La directora de colegio protagonista es una personalidad asertiva que esconde las heridas de un pasado que, otra vez como en anteriores y posteriores cuentos del volumen, la obligó a aceptar un pacto con el mundo, a asumir un compromiso, el cual, en su caso, ha quedado aferrado a sus ansiedades y miedos aun cuando hace tiempo que dejó atrás aquella situación. El narrador, con lujo de detalles en un tour de force de admirable empatía hacia el personaje y su experiencia, inclusive indaga en los mecanismos del inconsciente, mediante un contrapunto de voces paralelas que sutilmente y haciendo uso del recurso del dato escondido o elíptico, nos convierte en privilegiados partícipes de un periplo vital que tiene, por otro lado, bastante o mucha similitud con la novelística de Henry James y sus relaciones sobre americanos expatriados en Europa.
Junto con “El aire que corta la piel”, el relato corto más largo del libro es “Análisis de la piedad”, un texto que nos sale al paso con una gama fascinante de contactos con la reciente historia del Perú y con la capacidad de verosimilitud casi documental propia de la mejor literatura realista de nuestros días. En este legítimo drama de las calles, Fabián toma el material que le aportan hechos tan sensacionales como los del cierre del centro comercial La Parada y continúa su inmersión bajo la piel del ciudadano acuciado por la escasez y la falta de horizontes en la sociedad limeña, dejando al paso una oportuna crítica de los medios de comunicación. El estilo que signa a este cuento en particular es el de un tono épico que jamás pierde de vista la perspectiva honesta, llena de irónica humanidad y sencillez, de sus protagonistas. De esta manera, Fabián crea una pequeña novela política, una parábola del empuje de la supervivencia y los estallidos de la violencia en los sectores marginales de la metrópoli, siempre con un cuidado aspecto formal, que incluye el recurrente uso del habla popular o aun lumpenesca, entre otras técnicas que el autor aprovecha sabiamente. Se trata, en fin, de un verdadero ensayo narrativo sobre la resiliencia humana, adentro del cual se aglomeran como en tropel todas las contradicciones y todos los vicios en una epidermis artística de factura impecable --acaso la piece de resistance del libro.
En “Asalto a la memoria” regresamos a una tónica más intimista. El protagonista del cuento enfrenta las mezquindades de su vida presente, que es prácticamente una batalla cotidiana contra los obstáculos del sistema económico, a través del agridulce prisma del pasado más bien remoto: él era, a sus quince años de edad, el cómplice de las aventuras extramaritales de su padre, un hombre afable y encantador que se había involucrado con una estudiante universitaria, circunstancia que el resto de la familia desconocía. Como siempre, el autor pergeña minúsculas joyas de orfebrería de raigambre poético-filosófica, y el texto se desenvuelve adecuadamente --aun con la penetración psicológica y algunos de los aciertos técnicos observados en las narraciones previas--, pero es, a nuestro juicio, la historia menos atractiva y más apocada en sus alcances estéticos entre todas las del conjunto.
Afortunadamente, la pieza que sigue a continuación, “Te quiero como a mi pitbull”, es nuestra favorita. Con mucha ternura, y mediante un relato elíptico, se describe la situación doméstica de una pareja signada por un accidente misterioso y, sobre todo, el amor de él hacia la perrita que ella le regaló. El animal aparece, eventualmente, como aquello que, en su presencia o ausencia, en su agresividad o conducta insólita, resolverá el conflicto básico del amor romántico. No obstante, el mérito de Fabián consiste en mostrar la naturaleza de Finlandia sin alejarse de lo objetivo, y, más bien, contraponiendo aquélla a la torpeza humana que encasilla y etiqueta inescrupulosamente a los perros “de raza”. El lenguaje del cuento es, además, de una fluidez armoniosa, una suavidad en la expresión que toca los detalles del asunto sin aspavientos, tan sólo como el flujo de consciencia que domina a la voz del narrador en este sutilmente conmovedor homenaje al más fiel amigo del hombre.
El texto que cierra el volumen, “El almacén”, comparte el tono casi relajado del anterior, además de centrarse en el punto de vista de la vendedora de ropa que lo protagoniza, en un retorno al ángulo excepcional que dominaba el relato de “L’insegnante”. En el caso de “El almacén”, no obstante, se trata de una situación con mucho de ironía y jocundia. La visita de un individuo arrogante y sin mayor tacto social al comercio donde trabaja la rotunda heroína de esta farsa citadina, personaje cuya asertividad femenina es más bien la de la juventud y la certidumbre de ser atractiva para el sexo opuesto, constituirá el principal evento de una trama que refleja la intensidad del ritmo propio de nuestros días.
Sin lugar a dudas, El aire que corta la piel es un logrado debut cuentístico, rezumante de poesía en dos precisos sentidos complementarios: el del poeta que concibe la narración desde la música y el lirismo de una prosa casi poética, y el de la poesía de la vida, que en su caso engloba al género humano privilegiando la experiencia de los humillados y ofendidos que residen bajo el cielo limeño en un abanico de situaciones límite. Es un libro, por eso, lleno de desesperanza y soledad, pero también de una increíble dosis de optimismo, escrito con una ya cuajada madurez que está a la espera del lector perspicaz y atento.