domingo, 29 de enero de 2017

Pintura roja de Willy Gómez Migliaro, Por: Luis Paredes

Hablar de un poemario que ha marcado sensiblemente el imaginario de alguien, es complicado...Y más cuando el poeta es alguien tan cercano en el entorno intelectual limeño.

Pintura Roja de Willy Gómez Migliaro es un poemario que impacta por su sentido críptico y transparente a la vez, su voz se metamorfosea en varias entonaciones dispares, pero que conjugan el sentido de la contemporaneidad poética:

la distancia apunta y recuesta su panorama

Sin embargo, es fácil ubicar un derrotero existencial en el libro de Willy, como es fácil convivir con estas imágenes que se superponen a lo real y lo reinventan:

una calle
las prisiones sus contornos aplastan el cráneo del diablo
la casa de los vientos la niebla de agosto
trasplantan un trayecto de escuchar la llegada de las moras
de hacer de zorzal de hacer deseo de hacer de santo

Las resoluciones son inesperadas, pero habitan en el lenguaje de los sueños, como ramificaciones que se van adhiriendo a la realidad de las convenciones modificándolas, variando el sentido de sus últimas connotaciones y preñándolas de vuelo:

(...) sea una alabanza de la memoria
sucesión brillante
idea si viste masa
se junta nube se junta sol se idolatra una personalidad extraña
de ser semejantes a la hora de triunfar
si quedáramos así de aquí a un inicio
de pasado que contenga el acto
podríamos raspar lo que hay dentro

La poesía de Migliaro, abordándolo por su matriz italiana es rebelde, se resiste al encasillamiento fácil, pero es dócil al encabalgamiento de ideas proteicas, de indudable armazón surreal, cosa que hace del poeta un imán de connotaciones novedosas, cuya irrealidad tropieza con una permanente decantación de lo vivido:

cadáveres
peludos chatos frágiles
hechos similares del dios que sale de un cuerpo
sus incrustaciones
nada de pactos cada quien
invierte
o se convierte
probablemente esperando resistir
o decir esto es un ave salvación
pensando en el desorden de objetos que zumban
frente al cuadro
(...)

La realidad no es color de rosa, por el contrario, con el devenir de los versos se va convirtiendo en color de hormiga, ¿será que el tiempo que vivimos no da para más? La respuesta de Gómez Migliaro no se hace esperar y es siempre áspera:

y ahí estaremos parados
extendiendo un manantial
un basurero también

La historia sigue siendo como en anteriores poemarios una aliada en la construcción de los versos de este libro. Una aliada que a cada paso instala su huella de tiempo y a cada instante recibe su detallada versión de los hechos acontecidos que son metamorfoseados por el poeta:

o hacer memoria u
olvidar lo que pasa y por nuestro y que nos recuerda
al indeterminado próximo
al juntar la idea de un campo allí
no construye historia sino sueño afectuoso

Al final la poesía de Willy Gómez apuesta por una rebeldía formal que visualiza una rebeldía ética, renacida en el propio centro de su propuesta como una luz que informa las nuevas vibraciones de la poesía peruana, un campo poblado de flores multicolores, donde se perfilan la voluntad y el deseo:

lanzas trapos negros cuchillos
experimentos de torcimientos de imagen
del pasado y su acción política
de tres en un acercamiento desde la esquina
de tres vistiendo una jaula de palabras

sábado, 28 de enero de 2017

MICRORRELATOS, Por MARTÍN ALVARENGA (*)



EL CUENTO MÁS CORTO DEL MUNDO                                                                                  

Intenté escribir el cuento más corto del mundo en el cero infinito del papel en blanco. Al instante advertí, con seducción y pavor, que la página me devoraba con amorosa ternura.




KOAN DEL MISTERIO DEVELADO 

—¿Qué hay detrás de la muerte?                                                                                                     
—Una dentadura postiza flotando en el acuario del Paraíso Terrenal.




MICROCOSMOS Y MACROSMOS, UN SOLO REINO

No sé qué escribir, no sé qué pensar, me siento en un punto flotante y rítmico, melodioso y armónico. Un punto que abre sus fauces alcanzando el tamaño del universo.
No sé dónde estoy exactamente ubicado, pero Alguien me dicta que siga en el punto; lo que pasa ahora es que, esa misma señal, es el detalle y, a la vez, el todo. Cuando se me ocurre preguntarle al punto agujereado por qué no me caigo, éste me corta el rostro con delicada severidad.
—Por favor, no seas tan patético —dice burlón y continúa—: Es porque creés en mí, si no hace rato que te hubiera tragado.




SITUACIÓN LÍMITE  

Cuando uno camina por el borde de la realidad, ésta tiene un sostén, pero cuando la vida misma te da un contundente cachetazo, sentís el advenimiento de un preludio que conduce al abismo. Se terminan todas las palabras y comenzás a balbucear reaprendiéndolo todo lo que esté a tu alcance.
Quizás sea demasiado tarde o no, al experienciar ese vértigo de la caída hacia el fondo que se deshace en una pregunta por este bullicioso, efímero y trágico vivero. Te queda la provocación de reinventarte en un velocísimo balance, sabiendo que has venido al mundo y partirás del mundo con una mano atrás y otra adelante.




¿LA CONVICCIÓN PASA POR LA INTERROGACIÓN?

¿Que es estar ebrio? Es el poder de situarte en otro mundo desde este mundo. 
¿Qué es estar dopado? Emborracharte únicamente con la luz del sol.                            
¿Qué es estar loco? Mirar el mundo por el ojo de la cerradura santificando lo prohibido?
¿Qué representar ser transgresor? Caminar, volar y navegar en sentido contrario. ¿Qué es vivir? No pensar en que se vive, pues cuando lo pensás, te quedás totalmente petrificado hasta convertirte en la neutralidad de una roca que no tiene la bendición de ser mítica.
¿Qué es...? No sigas preguntando, dejá que el Azar te sople en la dirección que su insensatez prefiera.




TURISTA CON PASAPORTE SIN VENCIMIENTO    

Siempre fui un viajero petrificado que camina por un agujero negro; nunca caí en el abismo porque tuve mucha fe en mi poder de flotación.
Ahora resulta que la Muerte - con actitud arrogante - me dice:
—Cuando yo te baje la persiana, caerás.
No le respondo por la sencilla razón de que lo que expresa es inobjetable pero, apelando a la sinrazón, hago uso del derecho a réplica:
—Por obra y gracia de la imaginación, pobre desgraciada, no podrás detenerme.



(*) MARTÍN ALVARENGA. Escritor, pensador, periodista, ex docente de la UNNE y colaborador de Sol negro.

UNIVERSIDAD RICARDO PALMA OTORGA DISTINCION DE PROFESOR HONORARIO A ISAAC GOLDEMBERG


El Rector de la Universidad Ricardo Palma, doctor Iván Rodríguez Chávez, tiene el agrado de invitarlo a la Ceremonia de Entrega de Distinción Académica de Profesor Honorario a ISAAC GOLDEMBERG

Isaac Goldemberg presentará la conferencia denominada

“El eterno retorno: la presencia judía en el Perú”

El doctor Eduardo González Viaña realizará la semblanza de Isaac Goldemberg

DÍA: Miércoles 08 de febrero
HORA: 12:00 horas
LUGAR: Rectorado de la Universidad Ricardo Palma, sito en Avenida Benavides 5440, Santiago de Surco, Lima

SE AGRADECE SU GENTIL ASISTENCIA

sábado, 14 de enero de 2017

Ensayos sobre la poesía de Róger Santiváñez, por Ulises Juan Zevallos Aguilar


Góngora & Argot: Ensayos sobre la poesía de Róger Santiváñez (Lima: Perro de Ambiente Editor, 2015) es un volumen compilado por el poeta Paul Guillén con ilustraciones de Ale Wendorff. El título y la tapa resumen la última fase artística de Róger Santiváñez Vivanco (Piura 1956). En ella, su propuesta poética ha vuelto a poner mayor atención a la musicalidad de las palabras y a una escritura hermética a la manera del poeta español barroco Luis de Góngora y Argote (1561–1627). La flor de la portada es una alusión al contenido del soneto “A una rosa” del poeta culterano. Esta experimentación poética ha sido nombrada escritura neobarroca por la crítica literaria, o poesía de lenguaje como prefiere Santiváñez llamarla. Respecto al argot, el poeta piurano utilizó la jerga e imaginario de vendedores y consumidores del submundo de la droga limeña en su poemario Symbol (1991). Además ha incursionado en la creación de libros objeto con Sylva (2014) y Newport (2015).

En las 299 páginas del libro, Paul Guillén tuvo la habilidad de recopilar 24 artículos y reseñas publicados en el Perú y en el extranjero sobre la poesía de Róger Santiváñez en relación a la poesía de los ochenta. Salta a la vista su conexión con el Movimiento Kloaka (1982-1984) del cual fue fundador. Las contribuciones han sido ordenadas en tres secciones: I. “Symbol” (S. Goldman, G. Labrador, L.F. Chueca); II. “De Eucaristía a New Port” (J.I. López Soria, J. Polanco, M. Montalbetti, M. Lauer, J.I. Padilla, V. Guerrero, B. Hernández, M. Alegría, A. Ochoa, P. Guillén) y III. “Estudios panorámicos” (V. Vich, U.J. Zevallos Aguilar, L.F. Chueca, P. de Lima, V. Guerrero, C. Gómez, A.J. Shellhorse, G. Di Laura, E. Chirinos, S. Burneo). Así el lector interesado en la práctica poética de Santiváñez puede enterarse sobre su propuesta artística y los contextos históricos y socioculturales en los que se ubican. Se puede distinguir una trayectoria que va del coloquialismo al neobarroco y el paso y registro de su escritura por distintas etapas del vendaval neoliberal que desafortunadamente no termina.

Paul Guillén se ha constituido en el San Martín de Porres del siglo XXI en su compilación. Sorprende que en ella se encuentren artículos de mandamases de la institución literaria limeña, críticos literarios académicos peruanos y extranjeros y comentaristas de periódicos y revistas de por lo menos tres generaciones y variadas perspectivas críticas y teóricas. A pesar de sus diferencias, todos ellos coinciden en su fascinación por la poesía del vate de Piura y lo convierten en uno de los escritores más representativos de la llamada generación de los 80. ¿A qué se debe la existencia de este consenso sobre la obra poética de un bardo peruano? Se puede decir que reconocen su calidad artística y su compromiso con la literatura.

En el libro se privilegia el estudio de sus últimos poemarios que fueron escritos a partir de los años noventa. Symbol es considerado un quiebre de aguas de la ya voluminosa obra literaria de Santiváñez. Muchos críticos pronostican que vendría a ser el segundo Trilce del siglo XX. Por esa razón, si no concibe un mejor libro en lo que le resta de vida, Symbol será su legado literario para los lectores del futuro. En este sentido, coincido con Guillén en señalar que Symbol es un punto de llegada y partida a la vez. En Symbol se recupera el coloquialismo de los sectores lumpen como pocos poetas lo han hecho. Realiza juegos lingüísticos inéditos con diferentes registros del castellano, el quechua y recupera el lenguaje poético del pueblo. Sin embargo, ubicarse en este punto de quiebre tuvo un costo personal. El poeta realizó un descenso al infierno de los años ochenta en su compromiso radical con la poesía que casi le cuesta la vida. Desarrolló una adicción a la pasta básica de cocaína de la cuál él mismo se curó en su tierra natal. Si bien se restableció físicamente, no pudo sanar las heridas emocionales que causó su extrañamiento de la sociedad limeña. Como solución tuvo que emigrar a los Estados Unidos en el año 2001 para retomar su carrera académica en Temple University, Filadelfia. En este país obtuvo un doctorado en literatura latinoamericana, desempeña la docencia universitaria, se casó y consolida su fase neobarroca, en la que todavía se encuentra.

Ojalá que la publicación de Góngora y Argot no se constituya en un homenaje anticipado a Róger Santivánez Vivanco. Él está todavía recuperándose de una intervención quirúrgica al corazón que tuvo lugar este año. El 2016 ha sido terrible para la literatura peruana. Los mejores escritores de las generaciones del 50 y 60 han fallecido.

Coda: Recién pude escribir sobre Góngora y Argot después de casi un año de su publicación. El primer ejemplar que me enviaron se perdió en el cada vez más deficiente correo norteamericano. Vale mencionar que su ineficiencia ha sido creada a propósito para acelerar su privatización a precio huevo. Los neoliberales norteamericanos insisten que en manos privadas este servicio será mucho mejor.

En: Diario Exitosa,  Sección cultural “Quién ha encendido fósforo”, Lima, domingo 1ero de enero del 2017.

lunes, 9 de enero de 2017

POETIKA1 NÚMERO 1



POETIKA1
Lima-Pittsburgh
número 1 enero 2017
(https://issuu.com/paulguillen/docs/poetika1_451425cc7484b8)

SUMARIO

EL FUTURO DEL PASADO EN LA ESCRITURA
Palimpsesto y escritura poética para los sentidos
Freddy Ayala Plazarte 13

ACTUALIDAD DEL MAUBERLEY DE EZRA POUND
José Molina 25

NUEVOS ESTUDIOS SOBRE JORGE E. EIELSON
Alex Morillo y Paulo César Peña 53

KADDISH O EL PODER DE LA ORACIÓN
Reinhard Huamán Mori 67

ENRIQUE VERÁSTEGUI Y ANGELUS NOVUS
Edmundo de la Sota Díaz 77

RÉGIMEN ESTÉTICO EN PASTOR DE PERROS:
Sobre el reparto de lo sensible en Domingo de Ramos
Armando Alzamora 91

JOSÉ PANCORVO:
Cantar de la Eternidad
Paul Guillén 99

EL RETORNO DEL TROVADOR:
Décimas y canciones de fino amor de Isaac Goldemberg
Consuelo Hernández 111

Recomponer los fragmentos 
de un universo desvencijado
Romina Freschi por Valeria Melchiorre 125

Berlín y la cruzada de Victorialand
Victoria Guerrero por Carolina O. Fernández 130

La noche de Juan
Juan de la Fuente Umetsu por Paul Guillén 136

El espejo del lenguaje
Julio Fabián por Christian Doig 139

Pintando el cielo con poesía
Martha Wirtenberger por Carlos Enrique Saldívar 143

DATOS DE LOS COLABORADORES 151


POETIKA 1 es una revista de crítica editada por Perro de Ambiente, editor. 

Director/editor: Paul Guillén. Dirección gráfica: Ale Wendorff.                    

Portada: “La Emperatriz” de Ale Wendorff.

Recibimos colaboraciones (ensayos, entrevistas y reseñas). Los ensayos y entrevistas deberán tener una extensión de máximo 7000 palabras incluyendo la bibliografía y las reseñas entre 1000 a 2500 palabras. También se debe incluir una bio-data. Enviar colaboraciones a: poetika_1@yahoo.com 

domingo, 8 de enero de 2017

ALBERTO URETA: ELEGÍAS DE LA CABEZA LOCA



ALBERTO URETA: ELEGÍAS DE LA CABEZA LOCA

I

Tantos años, día por día,
de sentir, de esperar, de creer,
y tu presencia en el recuerdo
que siempre quiso serme fiel.

No sé qué fondo cotidiano
tendrá tu vida, ni por qué
caminos habrá dispersado
tu gracia el encanto de ayer.

Era tu norte tan lejano,
era tan frágil tu bauprés.
y querías tocar en tantos puertos,
y tantos mares recorrer,
que hoy al pensar en tu aventura,
temo apenado que tal vez
o hayas perdido el derrotero
o haya encallado tu bajel.


VI

Bajo tu mano tenue,
aquella frase
musical del Idilio
de Lack
prolongaba anhelante
su quejido.


¿Qué había en esa frase musical
del Idilio
de Lack?
¿Era ansiedad? ¿Nostalgia?
¿Amor de lejanía?
¿Tentación del abismo?
¿Renunciamiento, acaso,
de todas las promesas de la vida
o aceptación sumisa del destino?

Nunca podré saber qué era esa frase.
Ave herida en su vuelo,
son perdido
en la noche,
estrella errante
que refulge una vez temblando
y pasa hacia el olvido.
¡Había en ella tanta
sed de imposible
y de infinito!


VII

Estaba conmigo todavía,
y eras ausencia ya.
Y venías en tu voz como un eco lejano,
que llega desde el monte o desde el mar.

Venías en tu mirada distante,
en tu indolente ademán,
en tu halo de cosas sin mañana,
que son un poco muerte y un poco eternidad.

Venías, sobre todo,
en aquella ansiedad
de los pobres viajeros que parten
sin saber a dónde ni por qué se van.

Y te amaba en tu ausencia todavía presente,
como si fueras más
viva y más intacta en el recuerdo,
y más real.


VIII

La noche libertaba, uno a uno,
tus colores, que se iban
en el sigilo blanco de los médanos,
en el silencio húmedo de la sombra,
en la garúa fina del invierno,
en tus plegarias,
en tus latidos,
en tus deseos.

La noche libertaba tus colores,
uno a uno,
de la mirada distante
de tus ojos profundos,
de la gracia vencida
de tu gesto indolente y taciturno,
de tus manos caídas,
de tus labios mudos.

De la suma viva
de colores que era
tu recuerdo y tu espíritu
y tu nombre y tu ser y tu apariencia.


Alberto Ureta (Ica,  1885 - Lima, 1966). Fue un poeta y diplomático peruano. Estudió en el Colegio San Luis Gonzaga de Ica y en la Universidad de San Marcos, donde fue profesor. Además, fue director de la revista El Mercurio Peruano (donde en 1925 publicó un artículo largo sobre Rainer Maria Rilke siendo uno de los primeros peruanos en hablar sobre el poeta de Elegías de Duino) y de la Nueva Revista Peruana. Martín Adán, discípulo de Ureta en el Colegio Alemán, le dedicó 3 sonetos en Travesía de extramares. Obras publicadas: Poesía: Rumor de almas (1911), El dolor pensativo (1917), Florilegio (El Convivio, Costa Rica, 1920), Poemas (1924, compilación de sus dos primeros poemarios), Las tiendas del desierto (1933), Elegías de la cabeza loca (1937), Antología poética (Editorial Losada, 1946) y Antología poética (Universidad de San Marcos, 1966 con estudio de Francisco Bendezú y un disco de 45RPM donde Ureta lee algunos de sus poemas). Ensayos: El parnaso y el simbolismo (1915), Carlos Augusto Salaverry (1918), La desolación romántica y Alfredo de Vigny (1925) y El enigma de Amarilis (1935).

sábado, 7 de enero de 2017

Aguas móviles. Antología de poesía peruana 1978-2006


Por Manuel Barrós Alcántara, Biblioteca Mario Vargas Llosa

Aguas móviles es una antología que recoge las voces de poetas peruanos nacidos entre 1952 y 1982 y que empiezan a publicar sus primeros libros entre 1978 y 2006. En otros términos, comprende la producción poética de los años ochenta, noventa y principios del S. XXI. La selección se organiza a partir de un cuestionamiento teórico a la idea de “generaciones poéticas”, fraseo que aglomera un grupo de personas bajo criterios a veces inconsistentes o inconexos. Paul Guillén apela a la continuidad temporal, la cual le permite desarrollar una lectura procesual de los “flujos, variables y constantes de la poesía peruana”.

Así, habiendo sido advertidos por el autor, no esperemos una antología de grupos o movimientos estéticos, sino una pensada a partir de los cambios y permanencias en las expresiones poéticas en el periodo de tiempo abarcado. Guillén presenta un itinerario temático a modo de ejes —sistemas— que subyacen en la organización de las partes: “1) sistema coloquial; 2) sistema del lirismo, lenguaje de imágenes irracionales y surrealistas; 3) sistema neobarroco; 4) sistema del concretismo y post-concretismo; 5) sistema de la poesía escrita en lenguas aborígenes; y 6) sistema de la poesía del lenguaje”. Analizadas en conjunto, como tendencias, este repertorio no agota el contenido. Por el contrario, lo sugiere en sus requiebros y posibilidades de encuentro, pues el propio antologador advierte los distintos tránsitos que entre sus categorías de sistema han hecho los antologados a lo largo de los años.

En el transcurso del libro, Guillén nos comparte una mirada atenta a la heterogeneidad de la poesía de las tres décadas que estudia. En las propias decisiones del autor subyacen dos preferencias por las que optó: la mayor variedad que dispuso para los poetas de los ochenta, tan sugerente como para problematizarla en sus distintas aristas y complejidades. En ese sentido, Guillén decidió prescindir de algunos nombres ‘previsibles’ del período que abarca y ampliar un poco más el muestrario de poetas. Es de resaltar la inclusión de un poeta desaparecido en los años ochenta, Iván Suárez Morales, y las distintas voces que escribían en quechua. Pero también extraña la recurrencia de una ausencia. Si bien toda antología es arbitraria y responde a los propios horizontes que se plantea su autor —sistemas, en este caso—, llama la atención una que otra ausencia. Por ejemplo, Viaje a la lengua del puercoespín (1988) de Óscar Limache es un libro lo suficientemente raro en la poesía peruana como para pasar inadvertido —¿o quizá mal leído?— en la mayoría de antologías que comprenden el periodo en el cual se ubica.

Los autores seleccionados son: Yulino Dávila, Carlos López Degregori, José Pancorvo, Dida Aguirre, Oswaldo Chanove, Mario Montalbetti, Enrique Sánchez Hernani, José Morales Saravia, Iván Suárez Morales, Pedro Granados, Roger Santiváñez, Magdalena Chocano, Renato Sandoval, Reynaldo Jiménez, Patricia Alba, Eduardo Chirinos, Domingo de Ramos, Rossella di Paolo, Mariela Dreyfus, Rafael Espinosa, Odi Gonzales, Juan de la Fuente, Maurizio Medo, Xavier Echarri, Javier Gálvez, Jorge Frisancho, Willy Gómez Migliaro, Miguel Ildefonso, Victoria Guerrero, Darwin Bedoya, Manuel Fernández, José Carlos Yrigoyen, Giancarlo Huapaya, Andrea Cabel y Tilsa Otta. El autor ha tomado su decisión. Que el lector tome la suya.

jueves, 5 de enero de 2017

Raúl Deustua: Arquitectura del poema


Raúl Deustua (Lima, 1921-Roma 2004). Vivió fuera del Perú desde 1949, sin volver a residir en su país: de New York (donde trabajó como traductor hasta 1956) a Ginebra (donde se desempeñó como traductor freelance en la ONU hasta que cumplió setenta años) y de allí a Viena, Roma y Nairobi, y nuevamente a Roma. Tradujo a Pound, Eliot, Baudelaire y Catulo. Pese a su escasa bibliografía es un autor de culto. En vida publicó la plaquette Arquitectura del poema, con un tiraje de doscientos ejemplares, luego fue reproducida por las revistas Hueso Húmero (1998) y Fórnix (1999). Sus poemas se publicaron en las revistas Mar del Sur (1949, 1952), Letras Peruanas (1955), Literatura (1958), Amaru (1969), Creación & Crítica (1972) y Hueso Húmero (1980, 1989, 2002). Un mar apenas (1997) es el título de una reunión de diez series de poemas (Una palabra intenta definir la esfera; Elogio de la ruina; Sueño de ciegos; El mar es la memoria; Vías también ciegas; Un mar apenas; Tanto ciego bajo el cielo; La voz interrumpida; Alguna vez la música y Decía que en la sombra) que publicó la PUCP bajo el cuidado de Américo Ferrari y Ricardo Silva Santisteban. Sobre su poesía han escrito Abelardo Oquendo, Alberto Escobar, Américo Ferrari, Javier Sologuren, Edgar O’Hara y Reynaldo Jiménez (de su antología de poesía peruana he sacado algunos datos consignados aquí). Deustua también publicó una obra de teatro en verso titulada «Judith, 47» (Mar del Sur, número 1, 1948. p. 56-70), que en realidad es una muestra más de su finura y temple poético.


Libros: Arquitectura del poema (Roma: Edición del autor, 1955; Reproducido en Hueso Húmero, número 33. Lima, noviembre 1998. p. 171-174 y en Fórnix, número 1. Lima, junio de 1999. p. 238-241); Un mar apenas (Introducción de Américo Ferrari. Lima: PUCP, Serie El Manantial Oculto, 1997) y Sueño de ciegos. Obra reunida de Raúl Deustua (Edición de Ana María Gazzolo. Lápix Editores y Biblioteca Abraham Valdelomar, 2015).


La poesía no ha muerto, claro está, ni puede morir lo que sólo en sí se contiene, despojado de todo adjetivo y de toda verdad adyacente, siempre muleta para lo que es baldado e incompleto. Vive pero un poco escondida, un poco entregada a la búsqueda de siempre. Aunque esta vez desorientada por los muchos caminos que, sin dudarlo, son todos verdaderos.Raúl Deustua, Letras peruanas (1952)



Arquitectura del poema

sa douceur aussi est mortelle.

La exacerbación de los sentidos: una música infinita. Vivir en el rumor inaudible de la noche como una serpiente de mar que muerde las estrellas.

Destruir a Dios y devolverlo a su raíz primera, al árbol sin frutos, pleno de amor y desolación. Si se pudiese defender la muerte como se defiende un paisaje húmedo y fértil, una sombra que vibra entre los dedos y nos hace un daño múltiple. ¡Estoy de pie en esta selva de cielos y metales! Todo árbol es la sombra de un lejano pastor, un inmenso oleaje que rompe los días, nuestro tránsito de sueño a sueño, a cada instante. Soy, Dios, primer Dios, tu dedo vacilante sobre el seno de un niño que juega con el polvo de tu nombre. ¡Cuántas leyes has devuelto al polvo!

Trato de llegar como un eco, sin rodear la larga playa sembrada de caracoles y medusas, de heladas corrientes bajo las constelaciones del Sur y los desiertos. La playa se elevaba contra el tiempo y éramos una infinita brisa de ojos mutilados y veraces, un súbito asombro en las mañanas de helechos y senderos. Hay ahora una pequeña humillación del tiempo. Estoy en el fondo de una caverna que se abre al sueño y a los dedos íntimos, severos, de la risa. Devolver a Dios a los caminos, enseñarle las casas destruidas en la sombra de los cactus, ponerle en la frente su nombre de justicia y darle el pan de cada hombre como su gesto más rotundo.

Dios lo verá desde su altura pequeñísima. Verá a ese hombre de rostro desvelado, su hambre de puntillas y el sabor acre de las hierbas. Y estaremos descubriendo una voz que disemina el viento del verano, un eco polvoroso de la sombra calcinada de Dios, con su levante de palomas amargas y terribles. En el desierto se oirá la voz, el perro que guarda el horizonte y lo lleva entre las fábricas de pesadas arquerías.

Miro atrás y veo un mar sombrío, un llano que devora la infancia de los sauces, de los robles. He de guardar silencio y mirar al templo que se derrumba en las playas, en la arena metálica de Dios y su sentido.

¡La atroz lucidez de tu nombre, tu exactitud apuntando a mi recelo de fiera tambaleante! ¡Ah, la embriaguez, la taciturna embriaguez de la noche, de mis noches!

Me detengo a decir, una vez más que sólo resta determinar mi principio y mi fin, y mi sombra entre los muros. Me pongo de cara al resto de la noche y sobre su hombro veo surgir la luz como una lanza que penetra hasta el silencio.

El sabor del estío y las piedras que llamaba en mi socorro… Nos queda hoy el movimiento de las dunas, la faz del poema en el desierto, y respiramos el amargo liquen que alimenta una serena reserva de crustáceos.

(Estoy de pie en plena lucidez, como un fantasma de vértigo, de altura prodigiosa que abate los troncos más recios, la muralla relumbrante del sol y de la luna y sus vedados templos de arena junto al mar.)

Escuchaba las olas en esas tardes sin límite. Veía, sí, veía mi sombra agigantarse y hacerse el mar mismo como una cáscara de luz. Era mi infancia y el mar que lavaba mi pereza de siglos, mi descarnada voluntad, y veía desfilar un ave y otra que cejaban en su empeño frente al sol.

Estar junto al mar como una piedra azogada, vertical, rota y tambaleante, lleno de la plenitud del misterio, pero listo a la huida como un monje más o una trunca columna de cenizas y restos de papeles violáceos y turbios.

Esta es la verdadera razón que guía a las aves matinales, el instinto roído por la lluvia, por la reseca arena que desprende el cielo. Quisiera devolver mis años a su pureza integral, cederlos al tiempo mismo del recuerdo. La desolación tardía no me salva, ni la congoja me arrebata más allá de toda muerte.

Y repito al tiempo, al resplandor de las hogueras, a los duros jinetes que incendian las cosechas, les repito tu llamado, tu reconocimiento del trigo y las arenas. Y me pregunto: ¿adónde me llevas que no pueda contemplar esta dulce gangrena de las rocas y los pólipos, estas resacas y mareas que inventas, como yo, cuando el alba se transforma en viento y sol y rostros y más rostros, en sombrías latitudes que despojan tu nombre y lo devuelven a los astros?

(Subsiste una ciudad aferrada a duras rocas, y el mar la golpea con sus láminas de cobre, con sus antiguos guerreros devoradores de islas y sirenas.)

¡Arquitectura del poema! Lenguas sonoras y cargadas de blancos metales que devora un año desprovisto de nieves y de lluvias. ¡Embriaguez de la noche, su luz sobre mi mesa, embriaguez de este canto que viene rodando desde el tiempo!

¡Arquitectura del único poema… de la voz que permanece y no se entrega!

Hay trozos de columnas lavadas por la lluvia, como una esfera recortada, como una moneda pesada y antiquísima, como la tierra nueva restableciendo el orden de las cosas, la perenne geometría de las formas y del mar. ¡Vuelvo al mar siempre en un impulso de cerrados horizontes!

Nada existe ya. Un desierto sin arenas y sin rocas, un páramo detenido en un silencio espeso y árido, un espejo de imágenes vacías, devoradas por una ausencia dolorosa y rota a trechos por tu nombre oculto, virgen, tu nombre que se posa y nos destruye en un amor inmenso de mares y aldeas. ¡Estoy solo en esta piedra de tu iglesia! ¡Resta un helado viento sobre el mar!



Risorgimento

Esta es mi voz de incurable permanencia
devuelta a la forma del sol que me desvía
entre viejos y roídos telares de Florencia.
Vivo oculto al ay primero, a la rueda del tranvía
que es la O del Giotto
        y una exacta columna de mi ausencia.

Sonreída la tarde y el ciprés que abunda,
y las aves rudimentariamente muertas
se han detenido al paso de un tren que las circunda
como estas palabras verticalmente ciertas.

¿Y el Perú? ¿Su limpia arena de metales,
sus pulidos huesos, su riqueza de huesos
minerales?

Este es el mar que presentía, sin un guiño
y estoy de silencio hasta la huella más profunda
en la baraja de oro tenue, que era niño
sin saberlo entonces y me oculta
el sol tantos años porosamente decaídos,
venidos a menos como un diente
o un largo camino de álamos y nidos.



Una palabra intenta definir la esfera

1

Una palabra intenta definir
la esfera, la clepsidra, el tiempo,
palabra vertical, inútil, bella,
rodeada de sí misma,
                                   vuelta al mundo
como el revés de un guante.
Más bien sílabas
que se aglutinan o fonemas simples
que un hombre inventa, mas la esfera existe,
es transparente y nos perdemos
en su arbitraria arquitectura.
Para nosotros arbitraria y muerta
pues ignoramos la raíz del número,
el sello, el símbolo, y el signo mismo
que en su materia oculta.

2

Áspero el verbo que transita,
     errado el tiempo:
     “sabemos que la nada
     en la vigilia es equilibrio,
     ruptura si la noche nos revela
     el centro de la esfera inalcanzable
     en su tensión de azogue, hermético
     lugar que sólo el sueño sabe”.

3

Lugar donde la sombra es luz de nuevo,
     revés de sombra, luz que entraña
     retorno a lo inmutable.

La esfera es acerada mas cercana
     a la quietud perpetua, al ser
     que está inventando el nombre,
     el laberinto donde el hilo
     conduzca —siempre— a luminosa soledad.

4

Si todo lo que toco es signo de otros años,
     la palabra se encierra en el silencio
     y vuelve al núcleo milenario.
Es allí, en esa esfera, donde vive
     el verbo calcinado por la tierna
     virtud de lo insumiso.
     Lo que resta
     es el ancla virtual, la imponderable
     materia de los sueños que subsiste
     cuando toda materia es ya la nada.

5

Hay el periplo inhabitado
     la ardiente imagen que es el signo
     de lo invivido.
     Del naufragio queda
la voz del tiempo estéril, soledad
del hombre en cada noche,
su paso por la esfera multiplica
el silencio y lo impregna,
lo transmuta y el oro es sello inmóvil;
forma del ser —perecedera—
donde todo es el luminoso centro,

morada del sigilo y la aventura. 

miércoles, 4 de enero de 2017

SEPTENARIO: GAMALIEL CHURATA LE RESPONDE A CÉSAR VALLEJO SOBRE LA VANGUARDIA


Pablo de Rokha, Winett de Rokha y Gamaliel Churata en la Paz, Bolivia, octubre de 1945. Archivo personal de Estrella Peralta Miranda. Fuente: Pacarina del Sur - http://www.pacarinadelsur.com/home/huellas-y-voces/822-entre-los-senderos-articulados-de-la-escritura-y-la-militancia-acercamientos-entre-el-inquebrantable-pablo-y-el-guia-gamaliel.


Desde el oreb o séase la torre eiffel esta vez CESAR A VALLEJO el admirable poeta de "trilce" conecta hacia perú por medio de la revista de clemente palma su trompa de pastor caldeo para irradiar no las sabrosas y ágiles informaciones parisinas a que ha acostumbrado al público limeño sino la versión de un nuevo apocalipsis ajustando pleito por plagio y robo a la generación literaria de indoamérica llamada vanguardista sirviéndose para esto de SIETE LOGOS que sintetizan las características de la actual literatura del continente con las fuentes de que procede a saber

1.– Nueva ortografía. Supresión de signos puntuativos y de mayúsculas. —Postulado europeo, desde el futurismo de hace veinte años, hasta el dadaísmo de 1920.

2.– Nueva caligrafía del poema. Facultad de escribir de arriba abajo como los tibetanos o en círculo o al sesgo, como los escolares de kindergarten; facultad, en fin, de escribir en cualquier dirección, según sea el objeto o emoción que se quiera sugerir gráficamente en cada caso.– Postulado europeo, desde San Juan de la Cruz y los benedictinos del siglo XV, hasta Apollinaire y Beauduin.

3.– Nuevos asuntos. Al claro de luna sucede el radiograma. –Postulado europeo, en Marinetti como en el sinoptismo poliplano.

4.– Nueva máquina para hacer imágenes. Sustitución de la alquimia comparativa y estática, que fue el nudo gordiano de la metáfora anterior, por la farmacia aproximativa y dinámica de lo que se llama rapport en la poesía d’aprés guerre. —Postulado europeo, desde Mallarmé, hace cuarenta años, hasta el superrealismo de 1924.

5.– Nuevas imágenes. Advenimiento del poleaje inestable y causíatico de los términos metafóricos, según leyes que están sistomáticamente en oposición con los términos estéticos de la naturaleza.— Postulado europeo, desde el precursor Lautréamont, hace cincuenta años, hasta el cubismo de 1914.

6.– Nueva conciencia cosmogónica de la vida. El horizonte y la distancia adquieren insólito significado, a causa de las facilidades de comunicación y movimiento que proporciona el progreso científico e industrial. –Postulado europeo desde los trenes estelares de Laforgue y la fraternidad universal de Hugo, hasta Romain Rolland y Blais Cendrars.

7.– Nuevo sentimiento político y económico. El espíritu democrático y burgués cede la plaza al espíritu comunista integral. —Postulado europeo, desde Tolstoi, hace cincuenta años, hasta la revolución superrealista de nuestros días.

la estrechez de estas páginas no permite explicar las objeciones q’suscita el J’ACOUSSE neogalo —su contenido es muy interesante por lo demás para no merecer el honor del anfiteatro— este boletín entrega en sus varios aspectos las severas conclusiones del poeta aunque se priva de insertar todo el artículo que las conduce —en él afirma vallejo q’ nunca fue más falsa y sin carácter la literatura de américa que con la poesía plebeya y por lo tanto antiestética y maloliente de esta hora— aseverando además que nuestra decantada originalidad no existe que si maples borges y neruda están calcados de tres poetas de francia que nombra la conclusión huelga poco más que agregar vallejo juzga con criterio historicista primitivo formulando objeciones que circunvalan la periferia pero cuando se le ofrece oportunidad de ahondar en el organísmo del movimiento se decide por una solución empírica —no es de otra manera explicable su posición respecto de la verdadera etiología de nuestra descastada vanguardia lo otro aquello de lo analógico y genealógico no sé hasta donde deba tomarse en cuenta ocurre con este método lo mismo que con los silogismos de los discutidores coloniales q’ tanto se prestaban para atacar como para lo contrario— relativamente al caso presente hago notar que vallejo concede demasiada importancia al documento sin ocuparse del fenómeno— pero aun v i s t o el panorama de esta manera resulta incompleto y descentrado porque antes que apollinaire está simmias el alejandrino y antes que mallarmé y el superrealismo salomón y joel en literatura israelita y anterior a tolstoi es el comunismo agrario de los incas etcétera lo de nunca acabar



 Boletín Titikaka, Puno, 1927, Nº 10.

martes, 3 de enero de 2017

ROGER SANTIVÁÑEZ: A Summer Place


En calidad de exclusiva publicamos un fragmento de una novela que Roger Santiváñez viene escribiendo sobre la adolescencia, el rock y el sol de Piura. Imagen de Ale Wendorff.


1

RECUERDO el verano de 1972 como uno de los momentos más hermosos de mi vida. Mi hermano mayor  tenía una casa en el balneario de San Pedro a 45 minutos de la ciudad de Piura y me llevaba -en cualquier instante- a pasar unos días en la playa. San Pedro consistía de unas pocas viviendas -8 exactamente- frente a la pequeña isla que conformaba un estero -semejando una piscina- donde disfrutábamos horas enteras del mar, el quemante sol y todo aquello que parecía ser la felicidad para ese adolescente quinceañero que era yo en aquel verano. Muchas veces iba con mi mamá, quien adoraba el océano y lo conocía muy bien habiendo crecido frente al mar en el Callao.  Matilde - esposa de Aníbal, mi hermano- todos los días después del desayuno preparaba la excursión al borde del mar. De modo que -a unos pasos de la orilla- tendíamos nuestras toallas y nos disponíamos a jugar toda la mañana junto a Claudia, Aníbal y Roberto, sus 3 menores hijos.

Así transcurrían esas inolvidables horas de alegría y diversión, sin que nada ensombreciera la potente luz del sol de Piura, persiguiendo rojos, nimios y rapidísmos cangrejos por la arena húmeda hasta que se perdían en sus huecos redondos, dejándonos con una extraña sensación de vacío y soledad: las que eran súbitamente descolocadas por el alcance heladito, espumoso y azul de la suave marea tocando -con casi imperceptible caricia- nuestros pies. Claudita levantaba sus castillos, yendo y viniendo del mar con su amarillo balde plástico, mientras el pequeño Anibal III -como lo llamaba su mamá- corría detrás del viejo pescador -guardián de la playa- llamándolo “!San José!, !San José!” siendo que el niño identificaba -dada la inmediatamente anterior cercanía de la Navidad- al santo padre de Jesús con el anciano Don José que cuidaba el balneario por encargo de las familias propietarias. Robertito era un bebé de pocos meses arrullado en su regazo por Juana, la dulce muchacha que servía como su ama.

Las familias propietarias -eran en su mayoría- pertenecientes al antiguo linaje piurano de los Seminario. De hecho, la casa que nosotros habitábamos era propiedad de Roberto Seminario Rómoli, suegro de mi hermano. Descendiente de Seminario y Jaime -libertador de Piura en los días de San Martín- y de Seminario Váscones, dueño de Catacaos y de medio Bajo-Piura, según contaba la leyenda. Rezaba la leyenda -también- que el padre de don Roberto prendado de la belleza de la  joven italiana que llegó a Piura -como integrante del grupo trapecista en un circo europeo-  se la robó (piuranisima expresión) y tuvo con ella varios hijos e hijas, el mayor de los cuales fue Roberto Seminario Rómoli, Robertómoli para los viejos piuranos aficionados a adjudicar graciosos apodos e imaginativos sobrenombres.

De modo que nosotros vivíamos en la casa de don Roberto. Hasta allí habíamos llegado debido a una dolencia tropical que afectó a Anibital, es decir Anibal III.  Pertinente es señalar que el número ordinal del niño aludía a mi padre Aníbal Santiváñez Morales, el primero de la estirpe en llegar a Piura hacia 1952 como Fiscal de la Corte Superior de Piura y Tumbes. Resulta que Anibal III -al promediar el principio del verano- fue objeto de unas fiebres altísimas que lo obligaban de madrugada a buscar el fresco,de modo que lo encontraban -al amanecer- recostado con el rostro sobre las losetas del baño, donde había conseguido un menos sofocante ambiente que el de los pisos de parquet del resto de su casa, sita en Santa Isabel F-4.  Nadie en Piura ataba ni desataba en torno a la enfermedad de Anibital. Tuvo que ser llevado a Lima de urgencia y después de su tratamiento -por prescripción médica- debía pasar el inclemente estío piurano en la playa, cerca de la brisa del mar; aligerando así y luego definitivamente superar aquella fiebre tropical que lo aquejó.

Esa es la razón por la que fui a parar allí con ellos, gustoso de salir del bochorno piurano y del hastío feroz que atravesaba. Preso en la profunda crisis adolescente que embargaba mi alma y mi corazón -desolados- por la triste experiencia de un amor no correspondido que había sufrido el año anterior, irme a la playa significaba para mí una suerte de liberación.  Cada vez que Aníbal se aparecía -en mi casa de Santa Isabel- proponiéndome largarnos a San Pedro, una intensa alegría me poseía, seguro de que -ni bien llegara a la orilla del mar- todo el aburrimiento, la noia y el sinsentido de vivir que me abrumaba, se esfumaría ipso facto como por arte de birlibirloque. Nos íbamos en el verde Fiat 124 de mi hermano, escuchando música y cantando sus canciones favoritas -los boleros de Los Panchos, Eddy Gornie, Tito Rodríguez o Alfonso Ortiz Tirado- Siboney recuerdo que lo apasionaba y se emocionaba mucho -y me emocionaba a mí- entonando el tema mientras atravesábamos La Arena, La Unión y enrumbábamos hacia la costa por la carretera a Vice, para luego -tras pasar los laureles de la curva indicada- tomar el desvío -afirmado de yucún- camino a San Pedro, San Pedresky Point -como nos placía llamarlo- aludiendo en joda a Zabrisky Point, la película hippie de Antonioni de moda por aquella época.

Toñi

Ese domingo llovía a raudales sobre Piura. Es sabido que el día de San José -23 de marzo- o en las fechas que lo circundan se desatan fuertes precipitaciones en la zona. El verano de 1971 no fue una excepción. La lluvia electrizaba los timbres de las puertas de Santa Isabel aquella noche cuando Carlos Silva se apareció por la esquina del barrio -Avenidas Santa María y San Miguel- mientras Quito Cortés y yo nos aburríamos soberanamente viendo llover sobre el pavimento brillante ante los faros de los autos nocturnos.

-¿Oe y? ¿Qué hacen? -nos interpeló Carlos.

-Ni michi. Ni Michigan -respondió Quito.

-Vamos a mi casa -replicó nuestro pata- Es cumpleaños de mi hermana y hay una reunión.

-Ah ya -contestamos al unísono.

Enrumbamos hacia la jato de Carlos que quedaba al otro lado del Parque en Santa Isabel a unas dos o tres cuadras cruzando la glorieta. Entramos solapas nomás por la puerta del postigo y nos colocamos en la cocina. Desde allí observábamos la reunión de las chicas, quienes departían risueñamente entre la sala y el comedor. Carlos decidió traer su guitarra y comenzó a tocar unas canciones de los Beatles que eran sus favoritas. La noche era de algún modo especial porque ese día era el último de las vacaciones del verano. Al día siguiente empezaban las clases del colegio, de modo que una extraña sensación reinaba en el ambiente, como si -con cierta alegre tristeza- nos estuviéramos despidiendo de algo irreparable.

De pronto se abrió la puerta de la cocina justo en el instante en que Carlos me había pasado la guitarra y yo interpretaba Black Magic Woman la canción de Santana en plena moda a la sazón. Al levantar la vista contemplé a la chica más linda -que hasta el momento- podía haber conocido en todo Piura. Era Toña Cordero, Toñi como a ella le gustaba ser llamada. Inmediatamente me quedé prendado de su belleza infinita. Alta, ojos azules -rarísimos como pespunteados de estrellas plomizas- intensa cabellera rubia que le rodaba sobre los hombros, perfecta apostura de niña pisando firme la plenitud de su pubertad. Cuando terminé la canción fuimos presentados por Carlos e intercambiamos números telefónicos. Cuando salí de allí una ilusión grande guardaba mi corazón adolescente. Caminé de vuelta a mi casa flotando en la nube de aquel prístino amor sentido por vez primera, feliz de abrigar un nuevo y hasta entonces desconocido sentimiento que me hacía contemplar al mundo tan hermoso como jamás lo había visto.

Empezaron las clases del colegio y entonces no pude ver ni saber nada de Toñi hasta el sábado siguiente. No sé qué hacía yo vagando  a una cuadra de mi casa, cuando súbitamente dobla la esquina la muchacha de mi desvelo. Iba en un short de jersey verde y una camiseta desmanchada en azules y anaranjados -al estilo de Joe Cocker- como se usaba en ese tiempo. Eran alrededor de las dos de la tarde y el sol de Piura doraba su cabellera suelta rotunda, asentada su figura en unas caderas de ensueño. Toñi se detuvo delante mío y tras saludarme con una sonrisa en el rostro me dijo:

-¿Vives por acá?

-Sí -le dije-. Y señalé en dirección a mi casa. -¿Y tú? -agregué.

-De aquí al fondo -me respondió- en la esquina con Las Casuarinas.

-¿Puedo llamarte por teléfono para conversar?

-Claro- me contestó- cuando quieras.

Y se alejó resplandeciendo su imagen al caminar -por la Avenida Santa María- con el ritmo de mi corazón palpitando mientras la veía convertirse en el ícono que ya no se desprendería de mi mente por bastante tiempo. Todo aquel 1971 giró en torno a esa pasión cuya historia me envolvería en la más profunda tristeza de aquella adolescencia sin nadie.

Se inició así entonces el largo período de las llamadas telefónicas. Al promediar las ocho o nueve de la noche yo marcaba el número de mi amor platónico y Toñi me contestaba al toque, feliz de escuchar la ininterrumpida serie de piropos que yo musitaba para ella. Preparaba mis mejores frases en elogio de su hermosura, se las pronunciaba con toda la emoción de la que era capaz la utópica realización de mi deseo. Digo utópica porque no demoré mucho en darme cuenta que mis esperanzas eran escasas o nulas. Supe que Toñi quería a otro chico del barrio y –poco a poco- me fui resignando a esta incontrastable realidad. Sin embargo fue muy lindo el tiempo que me pasé con ella, interminables conversaciones telefónicas hasta las 11 o 12 de la noche, en las que pasábamos revista de toda la collera de los muchachos de Santa Isabel, sus enamoramientos, aproximaciones o alejamemtos, conquistas y rebotes; así -como queda dicho- buenos momentos de dulce intimidad cuando le decía:

-Qué preciosa estabas esta tarde en la misa con tu conjunto palazzo en rojo floreado.

-Ah, te gustó -me respondía. ¿Y qué parte de mi cara te encanta más?

-Creo que tus ojos, sí, definitivamente esos puntitos que se despliegan en azul. Parece un caleidoscopio.

-¿Y mi pelo?

-Oh Toñi, cómo cae y se ondula suavecito sobre tus hombros.

-Loco, eres un loco -me replicaba ella con su tersa y agradable voz, en la que yo podía sentir su interior regocijo.

NUNCA me atreví a decirle que la amaba y menos que deseaba estar con ella. ¿Para qué? -me decía a mí mismo, si ya sabía que eso no era posible. Fueron pasando los meses y -con mucha pena- tuve que ir acostumbrándome a mi total soledad y al dolor que me producía no poder tenerla. Por eso fue bacán un día que -al bajar del ómnibus del colegio- la encontré cerca de mi casa y me comentó haber leído un artículo mío aparecido en una revista a mimeógrafo que editábamos con el profesor Kavadoy los de cuarto de media. Mi nota era sobre el Che Guevara y fue muy grato de su parte el que me repitiera algunas frases de mi escrito. Complacido, nos reímos juntos unos instantes de pura felicidad para mí. Y le prometí pasarle un poema que acababa de escribir titulado Poeta enamorado de 14 años. Fue uno de los primeros que compuse ya que -por esos días- empecé a escribir poesía.

Otra historia inolvidable fue la del disco de los Telegraph. Sucedió que la banda de rock The Telegraph Avenue de Lima había estado en Piura hacia marzo de 1971. Cecilia Yapur organizó lo que se llamó el Festival North Woodstock aludiendo a la zona costa norte del Perú y al famoso festival habido en el estado de Nueva York en Agosto de 1969 que marcó época y a toda nuestra generación. Era como decir el Woodstocksito de Piura, se reían los patas, pero eso no impidió que toda la muchachada piurana se diera cita esa noche alucinante en el Parque Infantil para presenciar tan especial evento, rarísimo en la alejada y árida ciudad de aquellos años. Lo bonito es que Toñi quería escuchar el disco, a propósito del tema Something going que todo el mundo andaba tocando en las esquinas del barrio en Santa Isabel. Yo tenía el disco que mi viejo me había conseguido en uno de sus viajes a Lima. De modo que fui capaz de darle esa alegría a la hermosa Toñi: le presté el disco por varias semanas. Ella lo disfrutó a su gusto y un atardecer -de motu propio- se apersonó en mi casa para -con atento y simpático ceremonial como yo lo sentí- devolverme aquel disco de tapas azul y naranja que hasta hoy conservo con amor.

Finalmente, el episodio más feliz para mí fue la noche de la fiesta de Micky Kinaup en el Club Grau. No sé porqué me encontraba en el coliseo de basquetbol del Club, espectando quien sabe qué partido que podría haber sido de mi interés. Cuando terminó el juego salí con los patas, pero en vez de ganar la calle nos dirigimos hacia dentro de las instalaciones del local y nos acercamos a la fiesta que había en uno de los salones del segundo piso. Era el cumpleaños quinceañero de Micky y su padre -al vernos asomar por la puerta- gentilmente nos dijo: Pasen muchachos. Entramos cuando Aroma -la banda de rock más bacán que había en Piura- se mandaba con Chica pagana de los CC Revival. Grande fue mi excitación ya que se trataba de una de mis canciones favoritas. En esa época, a mí me gustaba plantarme frente al grupo para escuchar la música y sacar las posiciones de la guitarra mientras ellos tocaban.  Allí estaban el loco Alvarez, voz y segunda, el Chino Montenegro, excelsa primera, Campolo en el bajo y Arrese, en la batería reemplazando al original batero Benford.

De pronto arrancan a interpretar ‘Es solo un pensamiento’ un super rock lento también de CC Revival, que junto a Has visto alguna vez la lluvia? eran las canciones de esta banda que nos traía locos a todos por aquellos días de adolescente descubrimiento del mundo. Fue entonces el mayor descubrimiento sentir el pecho de mi amada Toñi sobre mi propio pecho cuando -de pie frente a Aroma- me di la vuelta ante el inicio del rock lento y me encontré con ella, parada delante mío en un maravilloso e inesperado azar que nos juntó por toda la eternidad que duró la canción. No nos dijimos absolutamente nada. Hacía un tiempito que habían cesado nuestras conversas telefónicas y ya nada parecía unirme a la linda Toñi; pero la dulcísima impresión que me quedó de esa pieza que compartimos estrechamente abrazados -a la usanza del modo de bailar a la sazón- todavía alumbra la belleza con que recuerdo aquella larga y oscura noche de mi soledad total, en la que brilla el vestido anaranjado de Toñi y sus delicados brazos alrededor de mi cuello, envuelto por la dorada mata rubia de su imborrable pubertad.

2

Con la frescura matutina del amanecer en la playa nos levantábamos felices de recibir el regalo de un nuevo día de sol ante la belleza reverberante del estero -si nos tocaba marea alta a esa hora prístina- cuando el misterio de la redonda tierra se nos hacía perfecta luz en la recortada estela de la orilla fina y burbujeante. Era una especie de laico sacramento salir a caminar por el verde borde hasta la Bocana. Es decir, cerca de la desembocadura del río Piura, donde nos esperaba la magnífica extensión del verdadero mar con sus potentes olas rugientes a diferencia del tranquilo vaivén -tipo pileta- del estero frente a las casas de San Pedro.

Esta disciplina cotidiana la realizaba con el Cocho y la Rata -los hermanos Ramos- ambos de menos de 10 años, mis dos únicos acompañantes en aquel inolvidable verano. Cocho era un niño obeso -huraño y sonriente a la vez- que gustaba tomarle el pelo a su abuela -la señora Florencia-. Cuando hacia el advenimiento del atardecer la buena anciana entraba al agua para tomar su baño marino, de pronto se aparecía Cocho con su medallón de oro entre las manos y le decía a viva voz:

-Mira abuela! -Mostrándole ostentosamente la joya.

A lo que la doña -aterrada- respondía:

-No Cochito! -Qué haces!

Y el zamarro infante lanzaba con fuerza al aire la preciosa alhaja, la cual caía y se hundía en el mar.

-Noooooooooooooooooo! -profería la señora- desesperada.
Y entonces Cocho -riéndose a carcajadas- se zambullía bajo las aguas y -tras unos segundos- emergía con el medallón en la mano, riéndose más fuerte todavía.

Así transcurrían los días ardientes del balneario y -por lo menos una vez a la semana - a Matilde le placía llevarnos a todos a la Pescana. Esta era una muy pequeña caleta de pescadores -unas poquísimas familias- que vivían en uno de los extremos del estero, el que estaba a la izquierda mirando el mar, opuesto al de la Bocana situado hacia la derecha de la playa. Llegábamos en el auto de Matilde a la Pescana y allí comprábamos delicioso pescado fresco para la cena de esa noche. Usualmente íbamos a la puesta del sol y contemplábamos su descenso sobre el horizonte mientras los niños -Claudia y Aníbal correteaban saltando entre los breves espacios verdes -que no sé cómo- habían crecido en ese desierto semejando jardines inesperados a la orilla del mar, donde descansaban las rústicas balsas de los pescadores. Uno de ellos era Polo, un hombre joven, con una deficiencia física: le faltaba un brazo a este señor; y la Rata -a veces cuando lo encontraba por la playa del balneario- lo perseguía gritándole:

-Hey! Manco! Manco Capac!

Y el buen Polo -impertérrito- proseguía su marcha jalando su balsa de palillo para entrar al mar.

UNA de aquellas tardes soleadas y sin embargo frescas de la playa nos encontrábamos jugando con los churres en la parte trasera fuera de la casa. Claudia y Anibital se lanzaban mutuamente una pelota de plástico de colores, de aquellas grandes, típicas en su gama multicolor. Juana -cerca de ellos- cuidaba de que todo fluyera como las lentas aguas del estero, envueltas en el suave viento del atardecer marino y desértico.  Desde el área posterior de la casa se podía distinguir -en la lejanía distante- la silueta de la catedral de Sechura al fondo del desierto, semejando un transparente espejismo, difuminado e irreal en la inmensa vastedad de las dunas impolutas.

De súbito surgió una muy fuerte correntada de viento que empujó a la bola en el aire y fue imposible para Claudia cogerla entre sus manos. La pelota cayó varios metros más allá sobre la arena y -dando un bote- prosiguió su marcha hacia la inconmesurable llanura, mientras nosotros cuatro corríamos inútilmente tras ella, tratando de alcanzarla.  Después de unos cien metros nos convencimos que todo esfuerzo era estéril y nos detuvimos -de pie ante la extensión árida y cruel- para contemplar el viaje del juguete hasta su perdición total, tragado por el tiempo al que ya no volveríamos jamás.

Con las primeras nuevas de la adolescencia, un bozo incipiente principiaba a cubrirme el mentón y -simultáneamente- el deseo erótico me despertaba exaltado por las mañanas de la playa. Un paseo solitario por el borde del mar, caminando a buen ritmo hasta la Bocana, me permitía meterme entre las olas reventando furiosas contra mi soledad y volver más relajado para sobrellevar el día. A la Bocana también iba -de vez en cuando- acompañando a los mayores -los señores, jefes de familia del balneario- quienes mataban el tiempo los fines de semana organizando excursiones de pesca con espinel. El Sr. Anticona y su cuñado -a quienes el Cocho y la Rata apodaban ‘el pelado Onasis’- y eventualmente don Jorge Seminario eran de la partida, con todos los muchachos y las chicas, cargando nuestros baldes repletos de chanchos unos diminutos y rollizos mariscos que servían de carnada, engarzados en los ganchos del largo espinel, con el que cargándolo todos en agrupamiento, entrábamos al mar hasta un poco más allá de las olas, para soltarlo allí e irnos a bañar esperando tranquilamente que -al menos- un par de guitarras mordieran el anzuelo. Creo que -alguna vez- pescamos una, la que fue servida -con gran celebración cerveceada- esa misma tarde en la terraza de la familia Anticona.

El juego de la botella borracha

Como no había nada qué hacer en la playa, con el grupito que conformábamos con la Rata y el Cocho nos dedicábamos a vagar por el desierto detrás de las casas, cerradas -la mayoría- bajo siete llaves durante los días de semana. Solitarias horas que -súbitamente- se vieron iluminadas por la presencia de Ena, atractiva y alta morena de largas y rizadas pestañas, de alegre y dicharachero carácter. Ena, cuñada de Jorge Seminario, llegó a pasar una temporada en San Pedro y vivía en su casa. Se juntó a nuestro grupito y un buen día -aburridos de no tener nada que hacer- se nos ocurrió meternos a las casas vacías de la playa.

La primera morada que escogimos fue la de los Anticona. No me acuerdo cómo hicimos, el hecho es que muy pronto nos encontrábamos sentados en la sala, departiendo alegremente al son del rock de Meskhalina de los Traffic Sound que escuchábamos desde radio San Francisco de Piura en un pequeño receptor a transistores que prendimos inmediatamente apenas lo vimos. En eso estábamos, cuando  alguien volvió de la cocina premunido de sendas botellas de cerveza helada. Brindamos contentos, por la insólita sensación que sentíamos al disfrutar aquella inesperada libertad total.

Después de un rato allí decidimos salir al descampado.

-Vamos a jugar a la botella borracha -dijo Ena.

Yo nunca había participado en un juego de ese tipo, aunque lo conocía por referencias de casi todos mis amigos, los muchachos de mi barrio en Santa Isabel, Piura. Recordaba un juego parecido al que llamaban La verdad para el que se hacía girar -como en la botella borracha- un envase de Coca-cola familiar y las personas que quedaban señaladas -entre los dos extremos del pomo, situados todos los participantes en círculo- estaban obligadas a contestar con la verdad ante la pregunta de a quien le tocaba el poto de la botella. Pero en el juego de la botella borracha, los dos que resultaban conectados -al detenerse el girar de la botella- simplemente tenían que entregarse a un apasionado beso. Un super chape, como se decía en esa época.  

En un área de la playa había unas casas a medio construir. Entramos allí y nos sentamos en la arena para jugar a la botella borracha. Usamos un par de ladrillos -como base- para hacer girar una botella de cerveza vacía, de las dos o tres que nos habíamos tirado de la casa de los Anticona. De pronto me toca el pomo en línea directa con Ena. Tenía que darle un beso. Desconcertado, no sabía a qué atinar, ya que jamás en mi vida había besado a una mujer. De modo que lenta y suavemente me acerqué a los labios de mi amiga y apenas se los rocé con los míos; a lo que Ena reaccionó de una manera firme y contundente diciéndome:

-Mira chiquillo, así se besa.

Y procedió a cogerme la cabeza rodeándomela con su brazo derecho por el cuello y me besó con delicada violencia, introduciendo su lengua en mi boca, por largos segundos que me parecieron una paradisíaca eternidad. Me quedé en esa nube por varios minutos, deseando que la situación volviera a suceder. Pero a punto de calcinarnos bajo el sol, terminadas las cervezas, salimos caminando hacia la débil brisa de la orilla y apuntamos hacia la casa más lejana en la fila de viviendas del balneario: la de la familia Coronado.

Una vez allí -la Rata se introdujo por la ventana de un baño- y esta vez nos rayamos: echados en las distintas camas de los cuartos, sacamos más cerveza del refrigerador y pusimos un radio a todo volumen. El Cocho comenzó a abrir las cómodas y los roperos, extrayendo la ropa para esparcirla por toda la casa. Nos encontrábamos en la terraza delantera que daba al mar, cuando divisamos a Don José -el guardián de la playa- que se aproximaba decididamente hacia nosotros. No le dimos tiempo de llegar: salimos volando hacia la zona trasera de la casa y alejándonos lo más que pudimos en el desierto, corrimos para ocultarnos cada uno en su casa. Claro que Don José informó -apenas pudo- a los dueños de los lugares afectados por nuestras puras ganas de joder y la parca nos cayó encima.  Fuimos víctimas de la crítica severa y el aislamiento por parte de las familias Anticona y Coronado, pero sólo por unos días. Eramos demasiado pocos en la playa como para mantenernos separados. La noche del viernes de la siguiente semana, mientras yo estaba con Ena, sentados solitos en la playa, tocándole unas canciones con mi guitarra, se nos acercaron las hermanas Coronado -Tere, Silvi y Blanqui- junto a Ceci -la hija mayor de los Anticona- invitándonos a reunirnos con ellas y los chicos alrededor de la fogata que cultivaban al borde del mar nocturno.

No puedo dejar de recordar a Ena y sus lindas blusas de seda de pie frente a mí, acodada en la baranda del porche de su casa, conversándome feliz de un viaje reciente que había hecho a Panamá, mientras nos besábamos y mis manos se deslizaban deliciosamente sobre sus senos, envueltos en un suavísimo nylon que me loqueaba como sólo puede ocurrir cuando uno tiene quince años de edad. Y de soledad, porque fue Ena quien rompió la pena que yo traía desde mi fracasado y nunca iniciado intento de estar con Toñi. Días inolvidables con ella compartiendo el sunset juntos con la marea del estero al atardecer cubriendo nuestros cuerpos anhelantes bajo ese mar apenas, joven como la materia de aquellos sueños cuyas aguas movidas se llevaron para siempre.

Ceci

LA mayor de los chicos Anticona era Cecilia. Al principio -cuando nos conocimos en la playa- no hubo química entre nosotros y peor cuando ella se enteró que yo había sido uno de los que se metieron a su casa. De modo que manteníamos una relación de miradas lejanas, sobre todo miradas airadas -de parte de ella- que yo tomaba deportivamente aunque con respeto y cierta vergüenza.  Una pesada cortina de silencio se imponía siempre entre nosotros. Pero los seres humanos somos raros en nuestras pasiones, así que la Furuno -como la llamábamos por un gorrito amarillo y azul con esa marca de tractores que llevaba sobre la frente- un buen día -no recuerdo cómo ni porqué- me dirigió la palabra amablemente. Entonces pude notar sus hermosos ojos negros brillantes y su desafiante apostura -delante mío- con un short enterizo de fina tela estampada en colores vivaces, tanto como su exultante personalidad y su negra cabellera hacia atrás enrulada entre el gorrito que graciosamente llevaba a diario bajo el candente sol de San Pedro.

Casi sin darme cuenta comencé a sentirme atraído por mi joven amiga. Joven es un decir, ya que -en realidad- apenas frisábamos los trece o catorce años y era un gusto -para mí- sentarme con ella -al filo del mar- a conversar contemplando las aguas tersas y tranquilas -a veces reverberantes- del estero. O nos íbamos caminando hasta La Bocana solo disfrutando de nuestra cercana presencia, dispuestos a sonreír por cualquier ocurrencia mutua y a sentir la Inocencia de la brisa que nos traspasaba el alma, envueltos en la transparencia de un amor platónico que se satisfacía -con creces- con una mirada cómplice.

Recuerdo especialmente un crepúsculo de marzo, cuando -no sé cómo- estábamos en el porche delantero de su casa. Yo tocaba algunas canciones con mi guitarra y Ceci escuchaba atentamente. Por esos días andaba sonando en la radio un viejo blues de la tradición norteamericana que un cantante de la época -y en español- había puesto de moda con el título de Mammy Blue. Yo sabía el tema en la guitarra y empecé a interpretarlo cuando súbitamente ella me dijo:

-Pasemos a la sala y allí escuchamos la canción porque yo la tengo.

Entramos a la casa. Ceci fue adentro y regresó con un vistoso tocadiscos portátil rojo. Nos sentamos en el sofá y colocó el disco de 45 rpm con Mammy Blue para nosotros dos, solitos en la sala a esa dulce hora del atardecer. Fue una suerte de reacción automática el hecho de que -mágicamente- la música nos puso uno delante del otro y abrazándonos empezamos a bailar al ritmo de aquel rock lento que nos poseyó en un vértigo fantástico, como si nada -absolutamente nada- existiera en el mundo sino ese entrañable sentimiento que nos unió por toda la eternidad de ese instante, el breve y fulgurante rapto que dura una canción.

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Epílogo

EL verano adolescente es el mejor tiempo para quien vuelve con la memoria a aquellos días soleados.  San Pedro desapareció muy pronto, no sólo del recuerdo de los que tuvimos ocasión de pasar alguna temporada entre sus ocho casas -rodeadas de dunas doradas- y el estero ondulante en las horas de alta marea y empozadas aguas oscuras durante la seca. Al frente de nosotros la isla y su pampón enorme escondían las olas salvajes y suaves de un mar que sospechábamos y buscábamos -ahítos de soledad- en la proximidad de La Bocana, adonde cierta vez vimos llegar troncos enteros de algarrobos que la corriente del río Piura había arrastrado en sus inusitadas crecientes. Una de ellas disolvió San Pedro. Me cuentan que fue en la década de los 1990s cuando -en la realidad geográfica- playa y balneario desaparecieron para siempre tras el desbarajuste producido por la Corriente del Niño en una de sus fatídicas incursiones.

ESE adorable summer place voló a quién sabe qué mundos de donde ya no se regresa jamás. Pero la dulzura de sus imágenes en la fotografía de mi corazón, queda impresa en este relato de no-ficción porque la vida -definitivamente- es un suspiro sagrado que se va tan rápido como los pequeños cangrejos rojos a sus agujeros sumergidos en la arena ardiente y fresca de la playa; allí donde permanecimos agradecidos por la otorgada belleza de una escala en el océano de una adolescencia sin nadie, y sin embargo plena de augustas inquietudes y unas recónditas, extremas ganas de vivir entregando lo mejor de nosotros mismos al cementerio inevitable de la existencia. 

CINCO POEMAS DE JAVIER DÁVILA DURAND (Iquitos, 1935-2024)

EPÍSTOLA A JUAN OJEDA Te recuerdo una tarde de la patria mía. Volvías del Brasil desengañado. Acababas de quemar tus naves en el Puerto...