Gonzalo Rojas y Alejandro Romualdo en Madrid (foto de A. P. Alencart) |
LA FERIA
¡Pasad, pasad! ¡Adelante, damas y caballeros! ¡El
mundo es ahora un castillo infernal y sonoro!¡Pasad, niños y ancianos!
A través de la alegría, las palomas de fuego estallan en
el aire y un carrousel de astros arroja sobre los rostros nubes de neblina, los
pájaros, el oro que baña la noche.
De un sombrero manan conejos, flores y palomas, y un
payaso, entre silbidos y tomates, cuelga la noche su máscara de nieve. Sólo sus manos de
raíz buscan los cielos de la alegría bajo el aserrín, junto al duende que mora en
las grutas del musgo sedoso y azul.
Allí se ve a la foca oler la luna y sostenerla como
una pelota en la nariz. ¡Pasad, pasad! ¡Señoras, damas y caballeros, niños y ancianos!
El mundo es ahora un trompo que gira y cuya música enciende y abre los
oídos como flores.
Esta es la casa del espanto, vigilada por ojos de
telaraña, por murciélagos que abren sus cortinas hechizadas y lechuzas de opereta
que cantan las melodías de la muerte. Aquí, sólo una armadura vacía y una sombra
se quejan entre las bolas de fuego, las cadenas y el miedo que se eriza en el
lomo de los gatos. Aquí veréis vuestro destino, encerrado en una bola, en la
baraja abierta en abanico, cerca del cetro fulgurante, o del pez que nada en el
Zodíaco.
¡Aquí no vive Dios! Aquí se elevan las oraciones
malditas: patas de conejo, hierbas y brebajes, muñecos y alfileres. Aquí el amor hierve
en la olla de la bruja cuya escoba barre el cielo durante la noche.
¡Por una moneda, el bonete de estrellas, el mundo y la
riqueza por una moneda!
¡Pasad, señores, pasad! ¡Si el hambre redobla en
vuestros estómagos vacíos como tambores, pasad! Aquí: ensaladas de flores, ruiseñores
al vino, cisnes asados.
¡Evohé, evohé! Giran las bacantes. ¡Evohé! Como
humeantes y locos collares giran a través del vino y los piropos. Aquí seréis
felices, os uniréis en racimos de gozo y olvido, iluminados por el fuego de un
dragón.
¡Pasad, señores, pasad! ¡Por una moneda, el amor, el
mundo, la riqueza, por una moneda! Y al fin de la fiesta, cuando los locos
violan guitarras o los ebrios mueren abrazados y felices, la duda es un terrible y
oscuro sube-y-baja entre el cielo y la tierra.
CANTO CORAL A TÚPAC AMARU,
QUE ES LA LIBERTAD
Yo ya no tengo paciencia
para aguantar todo esto
Micaela Bastidas
Lo harán volar
con dinamita. En masa,
lo cargarán, lo arrastrarán. A golpes
le llenarán de pólvora la boca.
Lo volarán:
¡ y
no podrán matarlo!
Lo pondrán de cabeza. Arrancarán
sus deseos, sus dientes y sus gritos.
Lo patearán a toda furia. Luego
lo sangrarán:
¡y no podrán matarlo!
Coronarán con sangre su cabeza:
Sus pómulos, con golpes. Y con clavos
sus costillas. Le harán morder el polvo.
Lo golpearán:
¡y no podrán matarlo!
Le sacarán los sueños y los ojos.
Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán. Y a golpe de matanza
lo clavarán:
¡y no podrán matarlo!
Lo pondrán en el centro de la plaza,
Boca arriba, mirando al infinito.
Le amarrarán los miembros. A la mala
tirarán:
¡y no podrán matarlo!
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Querrán descuartizarlo, triturarlo,
mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Al tercer día de los sufrimientos,
cuando se crea todo consumado,
gritando: ¡libertad! Sobre la tierra, ha de volver.
Y no podrán matarlo.
Si me quitaran totalmente
todo
Si me quitaran totalmente todo
si, por ejemplo, me quitaran el saludo
de los pájaros, o de los buenos días
del sol sobre la tierra
me quedaría
aún
una palabra. Aún me quedaría una palabra
donde apoyar la voz.
Si me quitaran las palabras
o la lengua
hablaría con el corazón
en la mano,
o con las manos en el corazón.
Si me quitaran una pierna
bailaría en un pie.
Si me quitaran un ojo
lloraría en un ojo.
Si me quitaran un brazo
me quedaría el otro,
para saludar a mis hermanos,
para sembrar los surcos de la tierra,
para escribir todas las playas del mundo, con tu
nombre
amor mío.
EL CABALLO O LA PIEDRA
Hay un enorme parecido entre un caballo y una piedra.
La piedra que disparó David era tan bella como un caballo de circo. La piedra
pulida por la erosión reluce como la piel de un caballo al sol.
Sabemos que el reino animal es una jerarquía superior
a la del reino mineral, pero una piedra que ha madurado durante siglos hasta
adquirir esa profunda transparencia, ese brillo irresistible y dominador, ¿no
es comparable al más brioso caballo?
La pérdida de equilibrio —ya sea provocada por los
deshielos o por los movimientos sísmicos—desboca a la piedra y envuelta en
nieve la precipita desde la cumbre hasta el fondo del valle, como un caballo
blanco en celo.
Cada día se parecen más los caballos y las piedras. Se
parecen tanto que casi son ya lo mismo. Sobre todo en la estatua del rey son
una unidad indestructible, pues sí se destrozara la piedra, se destrozaría el
caballo, y viceversa.
Pero nosotros preferimos destruir al rey.
SÉRVULO (1967)
La perdió.
Le perdieron
Rafael Alberti
Porque nadie te vio cruzar la calle,
como cruzan las lágrimas el rostro, por eso —hoy
por ti, mañana
por mí— pluma y papel se juntan
silenciosos, Sérvulo,
para ayudarte
a subir
la escalera, la calle
sin salida, el boquerón donde metiste el alma.
Pobre pincel tirado sobre el césped.
Pálido como un papel, te dejaron
en medio de la calle,
con un lamento en los ojos, cercado
por un llanto de púas. Erizado
de lágrimas gritaste
como un recién parido, que trajo la miseria de París.
No podías
más.
Te hubiera echado
(para ayudarte a soñar)
te hubiera echado un puñado de vidrios en los ojos,
era preferible
tasajearte como un lienzo los ojos en blanco, borrarte
para siempre de los ojos esta tierra de sombra en que
duramos,
para que no vieras (para ayudarte a no ver) tanta
feroz
mezquindad, la insondable hipocresía de Lima.
Sin embargo.
pobre pincel quebrado, abriste
los ojos, como avisos luminosos de desesperación,
buscabas un trozo puro de pared para pintar
acorralado en tu cuarto del Hotel Richmond, y
cortaste la mañana con un trago de punta, rompiste
(pegando gritos) el silencio, como una hoja
de papel de seda en blanco, en donde
bruscamente te quedaste dormido
como un trozo final de cal y llanto.
Por eso,
porque nadie te vio cruzar la vida
como cruzó el cuchillo por tu rostro,
lienzo y pincel se juntan en silencio, Sérvulo,
para ayudarte
a vivir,
hacen el día, va haciendo
el color de la hoja verde que ardió en ti.
No salgas.
(Aún hay niebla entre nosotros.) Duerme.
Descansa como una hoja sobre la tierra que te vio
sangrar,
pintar con los colores del corazón
la increíble miseria, sufrir la batalla de fraternidad
TAMBOR DE SAUDADE
Bajo la luna y bajo el sol, en la maleza delirante,
Bembo golpea la tierra como si fuera un gran tambor,
y el vuelo de las garzas lleva el aire de los
presagios.
Como si fuera un baile, todo el universo se agita:
los viejos flamencos, las hojas, las orquídeas
y el grito de los pájaros es un augurio.
Vestido de gala, sin su collar de blancos dientes,
sin piel de lagarto ni plumas de papagayo,
Bembo toca el tambor oscuro de los delirios.
En la sala de baile, bajo las luces hirientes,
y el saxofón que sopla como un elefante enloquecido,
las trompetas anuncian el juicio final de la tristeza.
Y de su caja de música, que es una caja de sorpresas,
Bembo, el brujo, hace surgir las melodías futuras.
Los tambores del Brasil suenan lentos como la vida que
empieza
o como la muerte que empieza su prodigioso nacimiento,
y el mágico tam-tam de su corazón emocionado
llena el pecho del hombre de una palpitación
indescriptible
y el vientre de la hembra de un ruido sofocante.
NI PAN NI CIRCO
Hominem, Cassiodore, comes
Marziale
Cómo cambian los tiempos,
Magnanimus,
ya no existen ni el pan ni el circo
que sobre el carro recorrías
triunfante
ni tu purpúrea túnica alcanza ya a
cubrir
tanta ensangrentada arena.
La rueda de la fortuna se detuvo
aquí
y el fiel de la balanza te traiciona.
Fuera del circo se devoran, sacan
las garras: «Non est piscis:
homos est...»
(Marco Valerio Marcial).
Escucha, oh Magnanimus, al esclavo
que ayer sostuvo tu corona
y hoy te murmura a la oreja
piadosamente:
«Proteged a los leones, proteged a
los leones».Alejandro Romualdo, José Hierro y A. P. Alencart, en Salamanca (1998 foto de Luis Monzón) |
Alejandro Romualdo (Trujillo, 1926-Lima, 2008)
Libros: La torre de los alucinados (En Poesía. Volumen
colectivo. Lima: Ministerio de Educación Pública, 1951); Poesía 1945-1954
(Lima: Mejía Baca & P. L. Villanueva, 1954); Edición extraordinaria (Lima:
Ediciones Cuadernos Trimestrales de Poesía, 1958); Desde abajo (Lima: Editorial
Tawantinsuyo, 1961); Como Dios manda (México: Joaquín Mortiz, 1967); El
movimiento y el sueño (Lima: Editorial Gráfica Labor, 1971); Cuarto mundo
(Buenos Aires: Losada, 1972); En la extensión de la palabra (Lima: Editorial
Gráfica Labor, 1974); Poemas (La Habana: Casa de las Américas, 1975); Poesía
íntegra (Prólogo de Antonio Melis. Lima: Viva Voz, 1986); Mapa del Paraíso
(Antología. Prólogo de Alfonso Ortega. Salamanca: Universidad Pontificia,
Cátedra de Poética Fray Luis de León, 1998); Né pane né circo (Edición bilingüe
español-italiano de Antonio Melis. Roma: Editorial Fahrenheit 451, 2002) y Ni
pan ni circo (Lima: INC, 2005).
Fuente de las fotografías: http://www.crearensalamanca.com/poemas-del-notable-poeta-peruano-alejandro-romualdo-1926-2008/
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