domingo, 10 de marzo de 2024

Cinco poemas de Juan Gonzalo Rose

Juan Gonzalo Rose en la década de 1950 en México, disfrazado de vaquero mexicano (Foto: Archivo familia Rose Gros). Fuente: Casa de la Literatura Peruana


LAS CARTAS SECUESTRADAS

Tengo en el alma una baranda en sombras.
A ella diariamente me asomo, matutino,
a preguntar si no ha llegado carta;
y cuántas veces
la tristeza celebra con mi rostro
sus óperas de nada.
 
Una carta.
 
Que me escriba una carta quien me hizo
los ojos negros y la letra gótica,
que me escriba una carta aquella amiga
analfabeta de pasión cristiana;
duraznos de mi tierra: que me escriban,
vientos los de mi rambla: que me escriban,
y redacte una carta pequeñita
mi hermana abecedaria y pensativa.

Muertos los de mi infancia
que se fueron
dormidos entre el humo de las flores,
novias que se marcharon
bajo un farol diciendo eternidades,
amigos hasta el vino torturado:
¿no hay una carta para Juan Gonzalo?

Si no fuera poeta, expresidiario,
extranjero hasta el colmo de la gracia,
descubridor de calles en la noche,
coleccionista de apellidos pálidos:
quisiera ser cartero de los tristes
para que ellos bendigan mis zapatos.

El día que me muera —¿en una piedra?—,
el día que navegue —¿en una cama?—,
desgarren mi camisa y en el pecho
¡manos sobrevivientes que me amaron!
entierren una carta


                                (de Cantos desde lejos)


Fuente: La soledad de la página en blanco


MARISEL
 
Yo recuerdo que tú eras
como la primavera trizada de las rosas,
o como las palabras que los niños musitan
sonriendo en sus sueños. 

Yo recuerdo que tú eras
como el agua que beben silenciosos los ciegos,
o como la saliva de las aves 
cuando el amor las tumba de gozo en los aleros.
 
En la última arena de la tarde tendías 
agobiado de gracia tu cuerpo de gacela
y la noche arribaba a tu pecho desnudo
como aborda la luna los navíos de vela. 

Y ahora, Marisel, la vida pasa
sin que ningún instante nos traiga la alegría... 
Ha debido morirse con nosotros el tiempo,
o has debido quererme como yo te quería.


                                (de Simple canción)


Tania Libertad y Juan Gonzalo


EXACTA DIMENSIÓN

Me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas...

y más precisamente: 
me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas
cuando llega el verano...

y más precisamente:
me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas en las tardes de enero 
cuando llega el verano...

y más precisamente:
me gustas porque te amo.


                            (de Simple canción)


Gustavo Valcárcel, Violeta Carnero, Manuel Scorza y Juan Gonzalo


LOS MALOS POEMAS

No los destruyas.
No los eches
al pozo de los cielos.
 
Tal vez ellos retornen
después que la belleza
se haya ido.

Cuando la soledad
camine libremente
de la cama hasta el patio
y mi casa parezca
—al ojo del infante—
algún enorme erizo.

Entonces, 
quizás entre sus líneas
descubras un instante
inadvertido;
la palabra extraviada
en domingos zoológicos;
algo más verdadero que lo hermoso.

Nadie sabe.
Consérvalos. 

Cambia tu piel. También
la piel del mundo.
Pero el poema queda
guardando su misterio.

Tal vez no hay en tu cuerpo
—todavía—
esa única lámpara
con la que puedes verlo.


            (De Cuarenta en Obra poética, 1974)

Foto: Archivo Caretas. Fuente: Copy paste ilustrado


DETENIMIENTO

¿Ves a ése que cruza sobre un paquebote de colores, con la camisa abierta, el Gran Lago de Nicaragua? Soy yo, antes que tu pecho soportara mi cabeza de oso ensangrentado.

¿Ves a aquél que en Mazatlán suspira ennegrecido, sin importarle las brillantes manzanas ribereñas, ni los rostros, ni al arpón de los cactus en las lomas surcadas por cintas violetas? Soy yo, esta ardilla feliz que se te escurre entre los brazos y las piernas hasta hacerte sonreír.

¿Ves el gañán que tuvo en una misma noche de Mendoza dos amores y un mate más caliente que el ron, mientras se iba alejando el vaho de los trenes hacia el alba? También soy yo, el mismo que te espera bajo los portales de San Agustín, impaciente y poseído por un inexplicable aroma de jazmines.

¿Percibes los islotes de plátanos heridos echados a morir, allá en la huelga bananera de Honduras 1955, entre mantas de moscardones ebrios de azúcar y placer, cuando el sol y la firme voluntad de los hombres eran toda la pureza de la tierra? Allí estuve con Daniel que sostenía con su guitarra la mandíbula de los amaneceres moribundos. Igual que ahora te sostengo en el lecho de este cuarto, cuando cae tu esperanza como un fardo temiblemente azul.

Deseo que comprendas: no soy solamente el que te moja y te deja, el que te persigue y te rechaza sobre aullidos y almohadones, sino también el que fui, el que estuvo en las comarcas luminoso y manchado, el peregrino juvenil y apuesto cuya camisa despintaron por igual los excesos de las lunas y las furias de las colmenas volcadas en hoteles desapacibles; son otros los que en mí te tocan el ánfora del vientre, cuando el desmayo del placer y el vino de la tardía sensatez nos obliga a pensar en las semillas y en las podas sangrientas; porque también los vástagos se sientan en tu mesa para verte cómo cambias de colores a la hora del té.

Y te digo todo esto, porque he venido acá para quedarme; porque eras tú lo que buscaba entre las colas de los navíos y entre las altas marañas del Darién. No soy de los que esperan en las gradas de los atrios la picadura del amor; menos aún cuando el esplendor de los anuncios había colmado las jarras de mi huerta y hasta el chasquido de los pololos en las ventanas me azoraba de impaciencia el corazón. Hube de ir a buscarte; a rastrear tu huella de venado; el olor de tu cuerpo, con el cual el estío fermentaba los ciruelos de mi abuelo Samuel.

Enciérrame. Protégeme. Y deténme. Deténme. Aquí, ahora, todo es oscuro y silencioso. La sombra ha borrado toda página. Apenas, doblegando los pétalos de vidrio, penetran los rumores apagados de una luz callejera y la halagadora sospecha del otoño. Aquí, sólo nosotros. Nosotros dos, en nuestra alcoba, mientras Lima tirita bajo la neblina y un niño como yo, igual que yo, tal vez yo mismo, se echa al hombro sus versos y se escapa hacia el mar.

                                          (de Las nuevas comarcas)


* Textos seleccionados por Paul Guillén.

DE IZQUIERDA A DERECHA: Gustavo Valcárcel, Teresa Pereira (esposa de Alejandro Romualdo), Alberto Hidalgo, Violeta Carnero, Gustavo Valcárcel Carnero, Arturo Corcuera, Alejandro Romualdo (sentado), Juan Gonzalo Rose (en cuclillas), Ana María Miranda (esposa de Héctor Béjar), Francisco Bendezú, Héctor Béjar, César Calvo y Eleodoro Vargas Vicuña (en cuclillas). Fuente: Revista Martín.



Juan Gonzalo Rose Gros (Lima, 1928-1983) "fue una de las voces más reconocidas de la llamada 
Generación del 50. Nació en Barrios Altos, en el viejo centro limeño, pero pasó su infancia en Tacna. De nuevo en la capital, conoció en el colegio a Gustavo Gutiérrez, el futuro teólogo. Ingresó a estudiar Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde fue dirigente estudiantil, y partió luego a México. Allí conoció al poeta español León Felipe, que prologó su primera obra, y permaneció junto a los peruanos exilados por la dictadura del general Odría. En 1958, ya de vuelta, obtuvo el Premio Nacional de Poesía. [...] Hizo algunos viajes por Europa y América, ejerció el periodismo, incursionó en el teatro y destacó como compositor de las letras de algunos célebres valses criollos. Su poesía, marcada inicialmente por un fuerte compromiso con la lucha social, fue afinando un lirismo romántico de especial ternura y musicalidad. Rose murió a los 55 años, luego de una vida de intensa bohemia". Fuente: 46412-boletininternacional185.pdf (www.gob.pe)

Libros: La luz armada (Prólogo de León Felipe. México: Ediciones Humanismo, 1954); Cantos desde lejos (Lima: Penta Ultra, 1957. 2 ed. Lima: Abreva, 2015); Simple canción (Lima: Forma y Poesía, 1960); Las comarcas (Lima: Industrial Gráfica, 1964. 2 ed. Lima: Máquina purísima, 2023); Contrapunto de la patria (Tacna: Editorial Caplina, 1967); Hallazgos y extravíos (Antología personal. México: FCE, 1968); Informe al Rey y otros libros secretos 1963-1967 (Lima: Milla Batres, 1969); Obra poética (Lima: INC, 1974); Biografías breves de la vida breve (Lima: Colección Gárgola, N° 7, 1975); Camino real (Antología. Prólogo de César Lévano. Lima: Voz de Orden Editores, 1980); Poesía (Lima: Editorial Colmillo Blanco, 1990); Las nuevas comarcas (Lima: FCE, 2002); Obra poética (Lima: INC, 2007); Antología poética (Lima: ediciones SM, 2015) y Tu voz. Antología de poemas y canciones (Lima: La píldora púrpura, 2019).

1 comentario:

Rosina Valcárcel Carnero dijo...

El escritor Juan Gonzalo Rose marcó mi vida desde que yo era una infanta en México. En el destierro él jugaba con mis tres hermanos: Gustavo, Xavier, Marcel, y conmigo. Desde entonces me inspiró una ternura a flor de piel. Él era ingenioso, travieso, aventurero y reilón, a pesar de algunas singulare tardes melancólicas. Su poesía que oscila entre el compromiso social y el fino lirismo, ha dejado honda huella en varios poetas de la llamada Generación del '70. Es que como afirma Paul Guillen: Juan Gonzalo fue afinando un lirismo romántico de especial ternura y musicalidad. Rose murió a los 55 años, luego de una vida de intensa bohemia. Dejó una soledad y un vacío tremendos.

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