sábado, 14 de septiembre de 2024

CINCO POEMAS DE JAVIER DÁVILA DURAND (Iquitos, 1935-2024)


EPÍSTOLA A JUAN OJEDA

Te recuerdo una tarde de la patria mía.
Volvías del Brasil desengañado.
Acababas de quemar tus naves
en el Puerto de Leticia
y prometiste convertir la selva
en Casa de la Poesía.
Hoy andarás por Lima, Juan Ojeda,
hermano, camarada
de América, yerba buena, aquí te espera
todavía mi enorme Amazonía.

Otra tarde Con Roger Hurtado juntos
hasta Santa María llegamos para darte
el arroz que debías sembrar en esas playas
El arroz, Juan Ojeda, que intentabas
cosechar para regalarlo a manos llenas,
Hoy quien sabe en el Mar Pacífico
—ostra nuevamente o anchoveta
huyendo de la red— te pierdes
con tu barba silvestre en busca de otro puerto
para la poesía.

Acá somos los mismos. Pero
no somos los mismos.
Róger Rumrrill empaca al fin sus sueños
y se lleva de equipaje un pasaporte
que le aleja de ríos, de bosques, de tormentas.
Parte para París en hora buena
y en hora mala para todos los que andamos
cambiándole de cara al mundo.
Yando partió primero. Se fue llevando
la cosmogonía de mi pueblo. De una pincelada
trazó toda su ruta. Hoy andará por la Argentina
del brazo de sus duendes. Lo recuerdo
en el ‛‛Che Che Room’‛ bebiéndonos
el Amazonas. Juan Ojeda con Dom Helder
Cámara y el amor en una esquina
retorciéndole la cintura a nuestra patria.

Y el Cholo. Ese Cholo Morey con quien
solíamos decirle pan, al pan; al vino,
vino. Me dice que se va definitivamente
a ponerle una viga al ojo ajeno de su tierra.
¿Ouién se queda aquí ahora, Juan Ojeda?
¿Ouién tendrá la tarea de salir conmigo
a pintarle una sonrisa a cada hombre?
¿Ouién, por Dios, Juan Ojeda, si no vuelven
me ayudará a construir la Casa de la Poesía?

                Yurimaguas, febrero de 1968


EL CORO

—Aférrate a mis ramas, Naro-wé. Mi cuerpo de madera será el tuyo. Tuyas mis raíces. Y tuyo mi lenguaje infinito con el viento. Astíllame si quieres. Haz de mí la fogata que calienta los días y las noches de bohío. Húndeme todas las hachas de la tierra, pero nunca nos hieras con tu ausencia. 

—Alguna vez fui río. Yo también como tú calcé la bota de las siete leguas. Estuve en el país de las alturas y arribé al continente de las aguas. Pero quise a solas dialogar con la luna y las estrellas. Y aquí me tienes para siempre, exhibiendo en mi lacustre entraña la condecoración del firmamento. ¡Oh, Narowé, si tú te quedas podrás echar en mí tus redes para recoger todos los astros! 

—Son tuyos nuestros nidos, Naro-wé. 

—Tuyo el panal de miel. 

—Y tuyo, Naro-wé, mis besos de perfume, arribando hasta Yara en la nave invisible de la brisa. 


                                                                            De Yara (1966)



EL NAGARA 

Amo los ríos seculares
y aquellos prolongados en la intimidad
y en el vientre vigoroso de la tierra.
A la sombre de un río,
el anónimo silencio devastado
y toda la explosión del Universo
en su corriente.

Amo los ríos infinitos,
y sin embargo
no está más cerca de mí el Nagara,
río forjado del rigor de las piedras,
pero lo siento abarcándome,
corriéndome,
forzándome
en las venas
la sangre del sol de la tarde.
Fieles montes riegan dos orillas,
y por la escritura del paisaje sé
de Dioses más antiguos
que el grafismo
y de espíritus mayores
en el canto de alba del hoohokekyoo.
El viento pasea mi lenguaje fluvial,
y en las alas de este colibrí
entretenido
en la flor del ciruelo,
se da la arrebatada Primavera.
El colibrí bebe la alegría
de mis ojos.
La bebo yo en los del ave.
En mis ojos el Nagara traza
su
rumbo.


                        De Cerezo de alba sobre la pagoda (2003)


IQUITOS


La amo y odio a fuego lento.
(Degollo sus atardeceres de cielos de sangre).
Ay, mi dulce muñeca prostituta.
(Su paisaje soberbio estampa ácaros en mi corazón).
Odio su falso esplendor.
Ciudad de ríos mudos.
Ciénagas y barcos la defecan.
Siniestros falos de metal desvirgan los vientres
de sus ríos y dioses.
Odio el tufo de aguardiente alterado de su entraña,
las aguas apiñadas que bebo
en el reino sin nombre de orillas sin nombres,
distendidas para huir
como ágiles serpientes sin nombres.
Pero odio más a sus buitres noctívagos
que despedazan criaturas que sonreían;
a los zorros, tú y yo,
y a cuántos demonios con ojos azules.

Iquitos me quiebra en tres el alma
y en cuatro mi ojo izquierdo.

Ciudad por encima y por debajo de mi ombligo.
En tu nombre de patria silvestre,
amo, sin embrago, a mi país con dientes de murciélago.
Por eso mi odio tiene tamaño desigual
y crece devastado.

Ah, tú, ciudad, gigante como el ruido perpetuo.
Cómo no odiar si asesina el trino de paz de las aves,
la alegría general de los niños,
el canto de cuna de la madre y la abuela.
Cómo no migrar. Cómo no exiliarse.
Como no irse de aquí a cualquier otro lugar,
pero en donde la gente guarde el esqueleto en su pañuelo.

Ciudad mía, patria pequeña:
duele ser otro.
Porque, en verdad, yo te amo
Desde mi abismo y mi cima.

Aquí en tu puerto, oteo el horizonte oscuro.
Y no sé si quitarme la camisa nueva
o abrocharme aquella para el rudo temporal
que hace lienzo nocturno en la distancia.
Aquí, listo a fugar.
Pero con los brazos abiertos para cogerme
de tu cintura de arena,
de tus árboles,
de tus calles filiales,
sin importarme ya la sonoridad irredenta,
que ahora,
cálidamente,
me parece tu aplauso.


                    de Poemas perros (inédito)

César Calvo y Javier Dávila Durand, este último uno los personajes de
Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonia


EL RENACO

Solito hace el mundo, lo organiza, lo equilibra
alzado en sí desde su intrincada raíz,
desde sus aletas facilitando esculturas
y desde sus bejucos multiplicados en un abrazo.
Se envuelve en la piedra de arcilla preliminar,
se junta a la caliza sustancial para darle unidad,
fortalece a la roca y a los farallones,
al lomo de cada Cordillera verde,
a la planicie del monte y a la azul montaña.
En la corteza, simiente de tanto universo,
su quehacer de sustancia vegetal.
Cualquier árbol la abreva y se le aúna.
En la ribera, le da muelle al viento,
al mar, al río, a la colina luminosa.
Y a su sombra, todos juntos:
guija y guijarro solidarios,
filtrados roquedales,
arañas cerrando coberturas,
matas de matas de hiedras, altas orquídeas,
sogas de yagué cubriéndola,
anacondas ocultas en su secreto silencio,
lianas ayudándola a sostener el continente,
tortugas acumulándose una sobre otras
para alzar ojos y horizontes,
la musguería pegada al cariño de su universo,
la fauna bebiendo sus sombras 
del que también disfruta el cocodrilo.
Finalmente, la estoica dimensión del renaco
                                                     grandioso.
La mole del verdor más bellamente extendida desde sí misma.
y desde su nutrida y comunitaria familia.
Todas y todos juntos. Increíble.
¡La Naturaleza defendiendo a la Naturaleza!


                        De La jungla de oro (2008)


Los integrantes del Grupo Bubinzana en 1965. De derecha a izquierda:
Teddy Bendayán, Javier Dávila, Jaime Vásquez Izquierdo, Róger Rumrrill,
Isaías Gómez y Manuel Túnjar. (Foto: revista Proceso, 1981)

Javier Dávila Durand (Iquitos 1935-2024). Participó en la organización de la Primera Jornada del Libro Loretano (1957). Fundó y dirigió la revista Proceso (1966-1991). Fue miembro del grupo Bubinzana. Ha publicado, entre otros, Mis delirios (1958), Yara (1966), Yo, el sujeto (1991), Canto del dolor y de la angustia y otros poemas para amar la vida (1994), Cerezo de alba sobre la pagoda (2003). Parque de reserva (2005), Poemas de amor para no jubilarse (2005) y La jungla de oro (2008).

Fuente de la biografía: antología Allí donde canta el viento.

Fuente de las fotos: Augusto Falconí, Pro y Contra, Facebook Pedestal para nadie, Casa de la literatura.

Fuente de los poemas: Literatura amazónica blog, Allí donde canta el viento, Ecopoesía, Facebook Pedestal para nadie, Cantos del meandro. Muestra de ecopoesía amazónica.

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CINCO POEMAS DE JAVIER DÁVILA DURAND (Iquitos, 1935-2024)

EPÍSTOLA A JUAN OJEDA Te recuerdo una tarde de la patria mía. Volvías del Brasil desengañado. Acababas de quemar tus naves en el Puerto...