Este texto fue
escrito debido a la invitación que Robert me hizo para presentar Oración a
Juan Santos Atao Wallpa o la subversion de l’invisible (Aletheya,
Pasto Verde Records, 2019) y por el interés que comparto con él sobre el bosque tropical y a temas de historia de la Amazonía
peruana. Los fragmentos de esta presentación comentan sobre todo la manera que tiene el
poema de apropiarse de este personaje, Juan Santos Atahualpa, que al fin y al cabo sigue siendo poco
conocido dentro de la historia peruana y poco difundido fuera de nuestro país.
***
El punto de partida temático del poema
de Robert Baca es la insurrección de Juan Santos Atahualpa que tuvo lugar en la
selva central del Perú entre 1742 o 1743 hasta 1756 según las escasas fuentes
que encontramos al respecto. Se trata de una revolución que de ninguna manera
alcanza la misma fama e importancia en el imaginario nacional que la de Túpac
Amaru II, a pesar de precederle de varias décadas y de haber sido exitosa, a
diferencia de la insurrección cusqueña.
Juan Santos Atahualpa, un personaje que sigue siendo poco difundido dentro de la historia peruana y, sin
pretender generalizar, probablemente desconocido fuera de nuestro país, se sitúa
en esta frontera difuminada entre el mito, la leyenda y la historia. Fue el líder
de una de las mayores revoluciones indígenas de la América española, por
supuesto olvidada de todas las celebraciones del Bicentenario. Poco se sabe
sobre él. Se considera que Juan Santos era un mestizo de Cusco que había huido
a la selva central tras haber cometido un crimen: las orientales tierras
transandinas fueron históricamente el refugio de prófugos, de paititis y
de resistencias incas. Una vez en la selva, Juan Santos se reivindica como hijo
de dios, descendiente de los Incas Huayna Cápac y Atahualpa, razón por la cual
se ha estudiado esta rebelión como un fenómeno milenarista, tradición con la
que reanuda Robert Baca al hacer de su poema un llamamiento al retorno de Juan
Santos.
Al parecer, Juan Santos Atahualpa federó a los
pueblos Yanesha, Ashaninka,
Yine, Conibos y Shipibos para luchar contra los españoles, para rebelarse en
contra del control que tenían éstos sobre el famoso “Cerro de la Sal” y liberarse así del pesado tributo
colonial. Dicen también que el éxito de su
insurrección en la región de la Selva central – la que más se había colonizado
en el gigante y desconocido mundo amazónico del siglo xviii – se debió a su capacidad de confederar a estos
distintos grupos indígenas. La rebelión consiguió algo sin precedentes:
expulsar a las misiones franciscanas implantadas en la zona gracias al apoyo
del convento de Santa María de Ocopa, en el piedemonte andino, que habían hecho
de la Selva central uno de los únicos frente pioneros en la Amazonía del
Virreinato peruano. La rebelión expulsó también a las incipientes colonias agrícolas
asentadas en esta zona tan bondadosa para la cultura del café, del cacao y la
coca, otras tantas promesas de un porvenir domesticado del bosque amazónico que
Juan Santos consigue “ensalvajar” de nuevo, salvaje en el sentido más bello de
la palabra, en el sentido de libre, como la naturaleza insumisa.
Escribe Robert Baca que “de los
telares de escarcha incendiando plantaciones e iglesias/ se izarán nuevamente
los árboles”. El “incendio de plantaciones e iglesias” es justamente lo que
consigue esta confederación de la Selva central en el siglo xviii. Si Robert lo escribe en tiempo
futuro, es que con la instauración de la República, esta región es poco a poco
reconquistada por el nuevo Estado peruano, a partir de mediados del s. xix. Si bien durante años, la memoria de
Juan Santos infundirá miedo a todos los viajeros que pasen por su territorio, como
lo podemos notar en los consejos de evitar esta zona en varias crónicas de
viaje de la época, las políticas republicanas de conquista del Oriente acabarán
con la excepcionalidad de este espacio. Si embargo “el pachacuti y tu eterno venir Juan
Santos” nos dice Robert. En ese sentido, este poema es una predicción del regreso de Juan Santos o
dicho con un verso de Robert, una “anunciación desta furia verde que amenaza/
con tragarse todo el Perú desde el Monte”.
Hoy tanto para los Ashaninkas como para los Yaneshas Juan Santos es considerado como una encarnación del héroe transformador. Al ser una figura todavía muy presente a nivel local ha interesado a varios antropólogos. El estudio más conocido al respecto es por supuesto La sal de los cerros, resistencia y utopía en la Amazonía peruana (1968) de Stefano Varese. A su vez, César Calvo en sus Tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía (1981) integra su lectura de Varese para incluir en su obra al personaje de Juan Santos Atao Wallpa así como lo escribe Robert en un discreto homenaje a este autor que lo inspira tanto que lo lleva tatuado en la piel. Robert ha leído también el estudio que hace el historiador peruano Pablo Macera con el pintor y narrador ashaninka Enrique Casanto llamado El poder libre ashaninka (2009), sobre Juan Santos y su descendencia y ha realizado producciones académicas sobre esta figura. De los tres protagonistas de sus artefactos poéticos – la Marianne francesa y Mónica Santa María – Juan Santos es el que más se acerca a los temas de investigación de Robert, el que más ha generado un conocimiento científico. Sin embargo, en la Oración a Juan Santos Atao Wallpa o la subversión de l’invisible, Juan Santos no es un objeto de ciencia sino de una fe que Robert comparte con los ashaninkas quienes esperan también el regreso del revolucionario. Pero Robert lo espera desde su tradición, la del catolicismo y de la poesía escrita y visual.
La revolución de la Selva central había
expulsado a los franciscanos y por ende, al dios foráneo de los evangelizadores
y sinónimo para ellos de civilización. Robert al escribir esta oración a Juan
Santos vuelve a matar a un dios creador católico para remplazarlo por un
principio tecnológico natural del surgimiento de la vida y aquí quiero citar
unos de los versos más impactantes
del poema: “he visto a nuestras células/ apropiarse de tejidos sintéticos, /las
he visto reescribir el trazo de las impresoras de carne para darnos vida.”
Es entonces este texto una plegaria
revolucionaria en la que tanto Juan Santos como la naturaleza vencen, en la que
Robert canta, anuncia el final del mundo tecnológico-capitalista. Con otra
imagen muy potente se refiere a la misma idea: “la naturaleza se inmiscuirá en
las poleas, en toda antena izada desde el suelo/ abrirle así el cogote/a los
circuitos electrónicos” … Aquí la naturaleza que se inmiscuye es sinónimo de la
revolución, mejor dicho,
la naturaleza en sí es revolucionaria en nuestra época del capitaloceno.
Leyendo este verso no puedo evitar recordar una frase que ahora es un poco
trillada, de lo mucho que se ha usado como lema de pancartas en marchas de
protesta: “Nos quisieron enterrar pero no sabían que éramos semillas” … La
Oración a Juan Santos nos dice los mismo o cómo la selva domesticada y
enterrada puede volver a desatar su furia verde, cómo, en un tono apocalíptico
que maneja Robert desde el inicio del poema sin duda inspirado por el nombre
mismo de Juan, se puede revertir la destrucción del bosque. Robert firma un
manifiesto ecologista: “Volver a ensamblar los troncos sagrados/de los árboles,
Juan, /devolverles su forma genética/ y quitarle el filo a todo acero/que los
precipitó hacia nosotros/como deidades colapsando…”.
El verso mata a las divinidades
cristianas al izar a los árboles al rango de deidades a la vez que todo el
poema acaba por suplantar el Credo católico que de hecho Robert cita
textualmente hacia el final del poema “Haz de venir a juzgar/ a los vivos y a
los muertos”. La “subversión de l’invisible” del título es prueba de esa
sustitución de “un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas
visibles e invisibles” por Juan Santos Atao Wallpa, auténtico dios de lo
invisible. Quizás Robert Baca nos esté proponiendo una mejor alternativa a la
vez que reivindica lo callado, lo soterrado, lo invisible.
Es en todo caso lo que quiero leer en
esta oración que me convence, a mí que nunca le he rezado a ningún dios. Y de
este credo que haré mío, quiero resaltar un verso en particular que por la
simpleza del mundo que imagina es bastante entrañable y conmovedor: “esta
huerta repleta de molles/que es el universo”. Finalmente, después de tanta
revolución, de tanta selva, de tanta locura tecnológico-apocalíptica, me quedo con esta visión del
universo como algo tan sencillo y bello que un pedazo de tierra con estos
molles tan típicos del paisaje peruano.
Morgana Herrera (París,
1990). Doctoranda en estudios latinoamericanos de la Universidad de Toulouse
Jean Jaurès, Francia. Especialista en
historia y literatura de la Amazonía peruana y docente en el departamento de
estudios ibéricos y latino-americanos de la Universidad Sorbonne—Nouvelle Paris III en París.
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