viernes, 8 de mayo de 2020

Le château de grisou de César Moro, por Xavier Villaurrutia, Alice Paalen y Emilio Adolfo Westphalen

Xavier Villaurrutia y César Moro.
Fuente: Tenerife espacio de las artes
Archivo André Coyne
Xavier Villaurrutia:
Le château de grisou*

El título de este libro anticipa una sensibilidad muy afinada o muy naturalmente aguda. También, desde otro punto de vista, confirma la predilección de los poetas sobrerrealistas que pusieron en juego el famoso ejemplo de los objetos disímbolos que se desplazan y se dan cita en un lugar que la razón común encuentra inadecuado. El castillo de grisú es, en verdad, un título poético y peligrosamente explosivo. Ni a simple vista ni conforme a la lógica usual, el grisú es una materia adecuada para construir un castillo. El gas que se desprende de las profundas minas de hulla y que hace explosión cuando encuentra un cuerpo inflamado, me parece, no obstante, como a César Moro, joven poeta peruano que escribe en francés, un gas decididamente poético, y no a pesar de sus cualidades, sino, justamente, gracias a ellas. Un castillo de grisú resulta un enlace de ideas y materias que sitúan al lector, de pronto pero ya para siempre, dentro de una mina de lo poético. La lectura de los poemas que forman el conjunto editado por las increíbles ediciones de Tigrondine nos afirma en nuestra primera impresión. Los inesperados encuentros de objetos y palabras, las frecuentes y finas aliteraciones; las imágenes que a menudo sorprenden por una novedad que no sabemos si está lograda por la vigilia propia del poeta o por un abandono también premeditado, confirman la idea de que los poemas de César Moro  poeta que colaboró en París con los sobrerrealistas y que ahora vive entre nosotros una personal existencia, de voluntario inadaptado– merecen una atención verdadera.

* En: El Hijo Pródigo, año I, vol. II, n° 7, México, 15 de octubre de 1943, p. 59.

Índice de la revista El Hijo Pródigo 

Alice Paalen:
Le château de grisou*

En aquel punto equinoccial que lo humano alcanza a veces bajo el choque de las grandes mareas de la desesperación y del amor, se levanta “el castillo de grisú” de César Moro, que ostenta a guisa de lema, como una conjuración a todas las potencias de la luz y de la sombra:

Una sola agua para borrar la sangre;
Un único camino para la dicha
De despertar en el sueño resplandeciente:
Tu rostro de castillo hirviente en la noche.

Este fuego grisú salido de tierra para que, al mismo tiempo, nos sea familiar y peligroso como el ángel anunciador no bajado del cielo, sino, más bien, del fuego primordial.
Los poemas de César Moro son las grandes señales que intercambian los viajeros de tierras abruptas. Llamadas luminosas a quienes como él están en aquella cima brillante y cruel donde el gozo es la semejanza de la desesperación, donde la más cerrada noche es portadora de la luz más restallante. 
César Moro habla un lenguaje admirable:

Apenas un grito
Y todo vuelve a ser ese gran silencio ritmado y voraz,
en el que las piedras, las estrellas arrojan chispas; en el que el agua de todo
destino siente la nostalgia de su origen.

“Hablo a los tres reinos”, escribe el poeta y su conjunto sobrepasa los tres reinos para unirse al inaccesible sueño que los envuelve en una sombra tenaz.
Un auténtico, un verdadero poeta se revela en este libro, trayendo un mensaje a aquellos que no esperan de la poesía juegos rimados y fáciles, sino la palabra que desde el fondo de las edades permanece el gran canto de amor donde lo humano es un solo ser indiferenciado y perfecto.

* En: Novedades, México, 7 de noviembre de 1943; reimpreso en La Prensa, Lima, 20 de febrero de 1944, p. 8.




Emilio Adolfo Westphalen:
César Moro: Le château de grisou*

“Eternidad de la noche” titula Moro una de las partes de su libro y esa denominación nos sirve bien para dar la sensación de angustia y desesperanza, de delirio y sueño, y de un “cierto encanto incomprensible” que baña con sus amargas olas este libro de poemas, cuyas imágenes deslumbrantes cual puñales de luz cruzan “un mundo de olvido”, “un tiempo desierto”. Siempre me ha sobrecogido esta aparición del auténtico poeta, asegurando poema tras poema una visión primigenia de un mundo sellado e inaccesible, que gracias a él de pronto, se nos abre con su misterio persistente y su belleza desolada. La voz de Moro, desnuda de toda retórica, como firme cincel golpeando en los justos ángulos que dan la forma precisa inscribe el dominio conmovedor donde su amorosa insistencia aprisiona un ser (“divino y duro rostro fijo a altura invariable”), que es también por necesaria coincidencia el mismo que a él devora:

Bastaría con un soplo
Para que el incendio retorne
y el bello cataclismo sea la extensión encantada
Donde a despecho de todo se juega
Tu presencia esencial.
          (“Pour avoir un visage froid”)

Es pues la de Moro, la voz que no se escucha a sí misma, que no busca resonancias melódicas, ni halagar el oído según el artificio o la fórmula de la pereza consagrada: lo que trata es de incluirnos en su mundo tenebroso, iluminado nada más que por presagios. Tenemos, sobre todo la violencia de la apelación, el sombrío asalto a “la torre de nieve” por quien se sabe condenado de antemano:

Hablo a los sordos de orejas tumefactas
A los mudos más imbéciles que su silencio impotente
Huyo de los ciegos que no podrían comprenderme
Todo el drama ocurre en el ojo y lejos del cerebro
          (“Adresse aux trois règnes”)

Esas “lágrimas horadadas”, que Moro nos muestra, en qué profundos veneros de dolor y desolación nos han brotado; y aunque a veces el humor negro insinúe su rictus atroz y en otra oportunidad, en el “Tratado de los Astros”, las imágenes por una vez sean más apacibles a la orilla “de la mar primera, nodriza del ojo”, la nota desgarradora es la que se parece por todos los confines:

Guíame nube hacia las tierras desiertas
Donde el mar pueda romperse sobre mi tumba,
          (“Buisson)

De la aventura no queda cuando habría que salvar los restos
Sino polvo y sombra de polvo
Y sed de tierra barrida por el hastío
Para que una vez se eleve al fin el reflejo sin encanto
De una muerte sin enigma.
          (“Le domaine enchanté”)

En la poesía de César Moro que “tiende la mano en la noche a los torbellinos”, nos es dable observar a la pasión inconmovible, aterradora, “manantial arborescente”, corriendo por su escenario de tiernas tinieblas, bajo el estallido de los astros erigiendo su castillo inaprehensible y doloroso, no elevado piedra sobre piedra, sino gota sobre gota de preciosa sangre.

* En: La Prensa, Lima, 20 de febrero de 1944, p. 8.


Las tres notas del libro han sido reproducidas de César Moro. Obra Poética Completa. Edición crítica: André Coyné, Daniel Lefort, Julio Ortega (Coordinadores). Colección Archivos, Alción Editora, Córdoba (Argentina) / Universidad de Poitiers, 2015.




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