En una
nación tan dispersa como los Estados Unidos, encontrar alguna señal de apoyo
para las artes y la literatura podría ser casi un milagro para ciertos
inocentes. Pero hay que reconocer que los Estados Unidos es una de las naciones
donde la cultura posee un apoyo enorme (sin alcanzar el que debería tener
debido a sus altos ingresos), el cual se cristaliza con premios, becas, patrocinios,
y honorarios por cada lectura de poesía o presentación literaria. Como en el
resto del mundo, la poesía es un paraíso secreto, y los medios de comunicación
casi no le prestan atención. Eso, al
menos pudiera ser positivo si defendemos su soledad y su misterio. Una sola excepción
me viene a la memoria: Bill Moyers. El
periodista norteamericano, a fines de los ochenta (1989) inició una serie en la
televisión pública, The Power of the Word, dedicada a la divulgación de la obra
poética de un grupo selecto de escritores, con el fin de que una gran mayoría
pudiera ver y oír lo que tenían que decir los poetas en la actualidad. Después,
publicaría un libro de entrevistas con varios poetas de los Estados
Unidos. Ese fue un gran intento de
llevar el arte al pueblo, esencialmente a los adolescentes de ese entonces, y a
los niños en las escuelas públicas y privadas.
Uno de los premios más significativos de los últimos tiempos ha recaído
en el poeta y profesor universitario, Billy Collins (1938).
Billy
Collins fue nombrado Poeta Laureado por dos años consecutivos (2002-2003), y
Poeta Laureado del estado de Nueva York (2004-2006). Collins es autor de seis libros de
poesía, entre los que destacan Picnic, Lightning; The Art of Drowning;
Questions about Angels, Sailing Alone Around the Room, y Nine Horses. Ha publicado sus poemas en revistas norteamericanas de renombre
internacional tales como Poetry, American Poetry Review y Paris Review. Billy
Collins ha recibido numerosos premios, así como el reconocimiento de la
Fundación Nacional para las Artes y la Fundación Guggenheim. Escribir y publicar poesía en una nación donde
hoy en día la oscuridad es la metáfora del desconcierto, es ya un acto heroico
de supervivencia. El sueño de lo cotidiano es una rareza, y el sueño de lo imposible
sólo se puede conseguir en el imaginario de las artes y las letras.
Se
podría decir que los actuales gobernantes de los Estados Unidos están más
preocupados en el arte de la guerra que en la situación de su literatura o de las
artes, o más seriamente en la situación de los seres humanos que viven en el gran
país del norte, o en los que se fueron a morir por la patria. Estados Unidos es una tierra de grandes
poetas, los cuales son y han sido muy influyentes en la literatura universal. Basta
señalar algunos nombres: Ralph Waldo Emerson, Edgar Allan Poe, Amy Lowell,
Gertrude Stein, William Carlos Williams, H.D., T.S. Eliot, e.e. cummings, Hart
Crane, Ernest Hemingway, Robert Bly, Allen Ginsberg, Frank O’Hara, John Ashbery,
W.S. Merwin, Mark Strand, Theodore Roethke, Charles Simic, Louise Glück,
Margaret Atwood, James Tate, Yusef Komunyakaa, y Billy Collins. Y mientras los candidatos a la presidencia de
la república discuten sus posibilidades para controlar Irak y el terrorismo,
los poetas leen su poesía en cafés, universidades, museos, publican sus libros,
y en el fondo oscuro de las ciudades salen a veces a gritar al cielo y al
gobierno sus injusticias y olvidos, como una señal de insatisfacción, y para la
salud de la mística del cielo y de la vida citadina, se oye alguna canción
mundana y avasallante de los Beastie Boys, y otra de Miles Davis para la larga
noche.
Por
eso, para el lector extranjero, y para los interesados (que no siempre son
poetas) que no viven en los Estados Unidos, las traducciones (versiones) de poesía
norteamericana son una ventana abierta necesaria para conocer su cultura y a
sus poetas. El hecho de admitir que la poesía en este país tiene sus adeptos no
es un sueño romántico ni nacionalista sino una realidad palpable. Algunos amigos,
y el mismo Billy Collins ha dicho en más de una ocasión que los lectores de
poesía son tantos como los poetas mismos.
Hay una salvedad: en Nueva York, el público que asiste a los recitales
de poesía es cada vez más numeroso, y tampoco es extraño escuchar recitales de
John Ashbery, Charles Simic, Louise Glück, David Lehman, Philis Levin o Billy
Collins, y decenas de poetas de varias partes del mundo que ofrecen recitales
todos los días en distintos lugares de la gran manzana. El arte en la ciudad de
Nueva York no sólo puede percibirse mirando la sombra de los rascacielos en la
era de la postciudad, sino también en la inmensa cantidad de galerías de arte,
cafés, museos, y universidades. Entre esa
multitud selecta se pasea el poeta Billy Collins con su abrigo negro, saliendo de
clases, o yendo a tomar un café y leer un libro de Thomas De Quincey.
La
poesía de Collins trae un lenguaje refrescante para la poesía norteamericana.
Es una poesía en apariencia lineal, pero si se le lee con paciencia y
desconfianza, el lector se encuentra con un poeta profundo e irónico: sus poemas
encierran en sus paredes una extraña transparencia. El principio de cada poema siempre trae algo
inesperado: “Derramo una capa de sal sobre la mesa/ y trazo un círculo con mi
dedo”. El silencio es inmediato, y
pareciera confundir el encabalgamiento suscitado por una imagen inusual. Leemos a Billy Collins porque en sus poemas
hay una extraña transparencia. Es una
transparencia que nos lleva por jardines olvidados en los sueños, por la grama
de una pesadilla, y el descubrimiento de una palabra nueva. La poesía y su
lenguaje siempre están escuchando al poeta escribir sus versos. La novedad está
en cómo lo inesperado se configura en un poema: “les pido que hagan esquí acuático/
a través de la superficie del poema”. Tal vez sugiere alguna nueva forma de
moldear la superficie del poema cuyo centro es el agua que cambia de aspecto
con el viento de la pluma, o forzada por un esquí acuático. Pero mejor aún, aquí tiene el lector tres
versiones de su fresca y profunda poesía, como el agua, como los trenes.
Poemas
de Billy Collins
Versiones
al español de Miguel Ángel Zapata
Diseño
Billy
Collins
Derramo
una capa de sal sobre la mesa
y trazo
un círculo con mi dedo.
Este es
el ciclo de la vida
le digo
a nadie.
Esta es
la rueda de la fortuna,
el
Círculo Ártico.
Este es
el anillo de Kerry
y la
rosa blanca de Tralee
les
digo a los fantasmas de mi familia,
los
padres muertos,
la tía
que se ahogó,
mis
hermanos y hermanas venideros,
mis
hijos por venir.
Este es
el sol con sus rayos relucientes
y la
luna amarga.
Este es
el círculo absoluto de la geometría
le digo
a la hendidura en la pared,
a los
pájaros que cruzan la ventana.
Esta es
la rueda que acabo de inventar
para
rodar por el resto de mi vida
y lo
digo
tocando
mi lengua con el dedo.
De Sailing Alone Around the Room (New York: Random House,
2001)
Centro
Billy
Collins
Les
pido que agarren un poema
y lo
sostengan en alto a contraluz como una transparencia de colores
o que
presionen una oreja a su colmena.
Digo
que dejen caer un ratón en el poema
y lo
observen para ver cómo sale
o que
caminen dentro del cuarto del poema
y
sientan las paredes
les
pido que hagan esquí acuático
a
través de la superficie del poema
Pero
todo lo que quieren hacer
es
amarrar al poema en una silla con una soga
y
torturarlo hasta que confiese
Ellos
comienzan a azotarlo con una manguera
para
saber si dice de verdad
De Saling…
Letanía
Billy
Collins
Tú eres el pan y el cuchillo,
La copa de cristal y el vino.
Jacques Crickillon
Tú eres
el pan y el cuchillo,
la copa
de cristal y el vino.
Eres el
rocío en el césped
de la
mañana y la rueda
ardiente
del sol.
Eres el
mandil blanco del
panadero
y la marisma de
pájaros
de repente en vuelo. Sin embargo, tú no eres el
viento
en la huerta, los
ciruelos
en el mostrador
o la
casa de naipes.
Y ciertamente
no eres el aire
fragante
del pino.
De
ninguna manera eres el aire
fragante
del pino.
Es
posible que seas el pez debajo
del
puente,
hasta
tal vez la paloma en la cabeza
del
general,
pero ni
siquiera puedes soñar ser
el
campo de flores de maíz en
el
crepúsculo.
Y una
mirada rápida en el espejo mostrará
que no
eres ni las botas en el rincón ni
el bote
durmiendo en su cobertizo.
Te
pudiera interesar saber,
hablando
de la imaginería juguetona del mundo,
que soy
el sonido de la lluvia en el tejado.
Sucede
que también soy la estrella fugaz,
el
diario de la tarde volando por el callejón,
y la
canasta de castañas en la mesa de la cocina.
También
soy la luna entre los árboles,
la taza
de té de la mujer ciega.
Pero no
te preocupes, no soy el pan y el cuchillo.
Tú
todavía eres el pan y el cuchillo.
Siempre
serás el pan y el cuchillo,
por no
decir la copa de cristal y –de alguna
manera-
el vino
De Nine Horses (2002)
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