miércoles, 6 de febrero de 2013

Billy Collins: haciendo esquí acuático en la superficie de un poema, por Miguel Ángel Zapata



En una nación tan dispersa como los Estados Unidos, encontrar alguna señal de apoyo para las artes y la literatura podría ser casi un milagro para ciertos inocentes. Pero hay que reconocer que los Estados Unidos es una de las naciones donde la cultura posee un apoyo enorme (sin alcanzar el que debería tener debido a sus altos ingresos), el cual se cristaliza con premios, becas, patrocinios, y honorarios por cada lectura de poesía o presentación literaria. Como en el resto del mundo, la poesía es un paraíso secreto, y los medios de comunicación casi no le prestan atención.  Eso, al menos pudiera ser positivo si defendemos su soledad y su misterio. Una sola excepción me viene a la memoria: Bill Moyers.  El periodista norteamericano, a fines de los ochenta (1989) inició una serie en la televisión pública, The Power of the Word, dedicada a la divulgación de la obra poética de un grupo selecto de escritores, con el fin de que una gran mayoría pudiera ver y oír lo que tenían que decir los poetas en la actualidad. Después, publicaría un libro de entrevistas con varios poetas de los Estados Unidos.  Ese fue un gran intento de llevar el arte al pueblo, esencialmente a los adolescentes de ese entonces, y a los niños en las escuelas públicas y privadas.  Uno de los premios más significativos de los últimos tiempos ha recaído en el poeta y profesor universitario, Billy Collins (1938).

Billy Collins fue nombrado Poeta Laureado por dos años consecutivos (2002-2003), y Poeta Laureado del estado de Nueva York (2004-2006).  Collins es autor de seis libros de poesía, entre los que destacan Picnic, Lightning; The Art of Drowning; Questions about Angels, Sailing Alone Around the Room, y Nine Horses.  Ha publicado sus poemas en revistas norteamericanas de renombre internacional tales como Poetry, American Poetry Review y Paris Review. Billy Collins ha recibido numerosos premios, así como el reconocimiento de la Fundación Nacional para las Artes y la Fundación Guggenheim.  Escribir y publicar poesía en una nación donde hoy en día la oscuridad es la metáfora del desconcierto, es ya un acto heroico de supervivencia. El sueño de lo cotidiano es una rareza, y el sueño de lo imposible sólo se puede conseguir en el imaginario de las artes y las letras.

Se podría decir que los actuales gobernantes de los Estados Unidos están más preocupados en el arte de la guerra que en la situación de su literatura o de las artes, o más seriamente en la situación de los seres humanos que viven en el gran país del norte, o en los que se fueron a morir por la patria.  Estados Unidos es una tierra de grandes poetas, los cuales son y han sido muy influyentes en la literatura universal. Basta señalar algunos nombres: Ralph Waldo Emerson, Edgar Allan Poe, Amy Lowell, Gertrude Stein, William Carlos Williams, H.D., T.S. Eliot, e.e. cummings, Hart Crane, Ernest Hemingway, Robert Bly, Allen Ginsberg, Frank O’Hara, John Ashbery, W.S. Merwin, Mark Strand, Theodore Roethke, Charles Simic, Louise Glück, Margaret Atwood, James Tate, Yusef Komunyakaa, y Billy Collins.  Y mientras los candidatos a la presidencia de la república discuten sus posibilidades para controlar Irak y el terrorismo, los poetas leen su poesía en cafés, universidades, museos, publican sus libros, y en el fondo oscuro de las ciudades salen a veces a gritar al cielo y al gobierno sus injusticias y olvidos, como una señal de insatisfacción, y para la salud de la mística del cielo y de la vida citadina, se oye alguna canción mundana y avasallante de los Beastie Boys, y otra de Miles Davis para la larga noche.   

Por eso, para el lector extranjero, y para los interesados (que no siempre son poetas) que no viven en los Estados Unidos, las traducciones (versiones) de poesía norteamericana son una ventana abierta necesaria para conocer su cultura y a sus poetas.  El hecho de admitir  que la poesía en este país tiene sus adeptos no es un sueño romántico ni nacionalista sino una realidad palpable. Algunos amigos, y el mismo Billy Collins ha dicho en más de una ocasión que los lectores de poesía son tantos como los poetas mismos.  Hay una salvedad: en Nueva York, el público que asiste a los recitales de poesía es cada vez más numeroso, y tampoco es extraño escuchar recitales de John Ashbery, Charles Simic, Louise Glück, David Lehman, Philis Levin o Billy Collins, y decenas de poetas de varias partes del mundo que ofrecen recitales todos los días en distintos lugares de la gran manzana. El arte en la ciudad de Nueva York no sólo puede percibirse mirando la sombra de los rascacielos en la era de la postciudad, sino también en la inmensa cantidad de galerías de arte, cafés, museos, y universidades.  Entre esa multitud selecta se pasea el poeta Billy Collins con su abrigo negro, saliendo de clases, o yendo a tomar un café y leer un libro de Thomas De Quincey.  

La poesía de Collins trae un lenguaje refrescante para la poesía norteamericana. Es una poesía en apariencia lineal, pero si se le lee con paciencia y desconfianza, el lector se encuentra con un poeta profundo e irónico: sus poemas encierran en sus paredes una extraña transparencia.  El principio de cada poema siempre trae algo inesperado: “Derramo una capa de sal sobre la mesa/ y trazo un círculo con mi dedo”.  El silencio es inmediato, y pareciera confundir el encabalgamiento suscitado por una imagen inusual.  Leemos a Billy Collins porque en sus poemas hay una extraña transparencia.  Es una transparencia que nos lleva por jardines olvidados en los sueños, por la grama de una pesadilla, y el descubrimiento de una palabra nueva. La poesía y su lenguaje siempre están escuchando al poeta escribir sus versos. La novedad está en cómo lo inesperado se configura en un poema: “les pido que hagan esquí acuático/ a través de la superficie del poema”. Tal vez sugiere alguna nueva forma de moldear la superficie del poema cuyo centro es el agua que cambia de aspecto con el viento de la pluma, o forzada por un esquí acuático.  Pero mejor aún, aquí tiene el lector tres versiones de su fresca y profunda poesía, como el agua, como los trenes.  


Poemas de Billy Collins
Versiones al español de Miguel Ángel Zapata

Diseño
Billy Collins

Derramo una capa de sal sobre la mesa
y trazo un círculo con mi dedo.
Este es el ciclo de la vida
le digo a nadie.
Esta es la rueda de la fortuna,
el Círculo Ártico.
Este es el anillo de Kerry
y la rosa blanca de Tralee
les digo a los fantasmas de mi familia,
los padres muertos,
la tía que se ahogó,
mis hermanos y hermanas venideros,
mis hijos por venir.
Este es el sol con sus rayos relucientes
y la luna amarga.
Este es el círculo absoluto de la geometría
le digo a la hendidura en la pared,
a los pájaros que cruzan la ventana.
Esta es la rueda que acabo de inventar
para rodar por el resto de mi vida
y lo digo
tocando mi lengua con el dedo.

De Sailing Alone Around the Room (New York: Random House, 2001)


Centro
Billy Collins

Les pido que agarren un poema
y lo sostengan en alto a contraluz como una transparencia de colores
o que presionen una oreja a su colmena.
Digo que dejen caer un ratón en el poema
y lo observen para ver cómo sale
o que caminen dentro del cuarto del poema
y sientan las paredes
les pido que hagan esquí acuático
a través de la superficie del poema
Pero todo lo que quieren hacer
es amarrar al poema en una silla con una soga
y torturarlo hasta que confiese
Ellos comienzan a azotarlo con una manguera
para saber si dice de verdad

            De Saling…

            
Letanía
Billy Collins

    Tú eres el pan y el cuchillo,
  La copa de cristal y el vino.
        Jacques Crickillon
Tú eres el pan y el cuchillo,
la copa de cristal y el vino.
Eres el rocío en el césped
de la mañana y la rueda 
ardiente del sol.
Eres el mandil blanco del
panadero y la marisma de
pájaros de repente en vuelo. Sin embargo, tú no eres el
viento en la huerta, los
ciruelos en el mostrador
o la casa de naipes. 
Y ciertamente no eres el aire
fragante del pino.
De ninguna manera eres el aire
fragante del pino.
Es posible que seas el pez debajo
del puente,
hasta tal vez la paloma en la cabeza
del general,
pero ni siquiera puedes soñar ser
el campo de flores de maíz en 
el crepúsculo.
Y una mirada rápida en el espejo mostrará
que no eres ni las botas en el rincón ni
el bote durmiendo en su cobertizo.
Te pudiera interesar saber,
hablando de la imaginería juguetona del mundo,
que soy el sonido de la lluvia en el tejado.
Sucede que también soy la estrella fugaz,
el diario de la tarde volando por el callejón,
y la canasta de castañas en la mesa de la cocina.
También soy la luna entre los árboles,
la taza de té de la mujer ciega.
Pero no te preocupes, no soy el pan y el cuchillo.
Tú todavía eres el pan y el cuchillo.
Siempre serás el pan y el cuchillo,
por no decir la copa de cristal  y –de alguna manera-
     el vino

De Nine Horses (2002)

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