domingo, 17 de febrero de 2013

CADUCIDAD, de León Félix Batista (Amargord, Colección Transatlántica 12, Madrid, 2011), Por Eduardo Milán

1: Al neobarroco el eros -se diría- le es consustancial. Como atiende al cierre y a la suntuosidad de la superficie, un juego perverso estaría ahí a sus bajas y a sus anchas. Pero se necesita, para que el eros se cumpla en ese su ser derivante  -contagioso, diría Bataille, el afán de permanecer o por lo menos continuarse en el cuerpo del otro- hilos conductores de esa fuerza bruta. Ese virus de vida que es lo erótico corre paralelo a la concepción de lenguaje como virus, acepción cara a William Burrouhgs. Pero salvo en la acepción cubana -y pienso en Severo Sarduy y en el primer Reynaldo Arenas, en quien lo erótico se volvía una panadería en la selva de tan pan selvático que el eros era- y aún ahí: en Severo es necesario mucho humor para decantar el furor tanático de ese universo, hay que ponerle decorado, geografía, toda la fruta del mundo. Lo demás lo hace el calor. O en La guaracha del macho Camacho. Cuando el neobarroco se declina en neobarroso por gracia de Perlongher es necesario también un enorme humor paródico para contrarrestar el espacio de ahogo que el mundo femenino ostrado, enclaustrado y finalmente desvelado por Perlongher genera: sólo la risa se le resiste. Un mundo en el que planea un fantasma rodeado de setenta gatos que anuncia el triunfo universal de la histeria es jalado hacia abajo por una de las dictaduras más sangrientas de América Latina. Me refiero a Cadáveres. Lo que emparenta y hace posible ese muestrario imposible del eros en el neobarroco/barroso es precisamente una erótica precisa: la del lenguaje, no en el tono apocalíptico de Burroughs. Las metáforas aquí levantan vuelo: la paronomasia sería lo propiamente erótico de las palabras, actúan por roce significante, un cachondeo entre ballena y cachalote antes de la victoria irreversible del ballenato y de todos los piratas del Caribe. Se ve que había que volver del Río de la Plata al Caribe para que la erótica barroca funcionara bien. Es lo que veo en los textos de León Félix Batista, devolver paronomasia al Caribe para que la cosa funcione en serio. Sus textos son verdaderas correspondencias no entre cuerpo y lenguaje: entre gestualidad del cuerpo y lenguaje. Dentro de la constelación paronomástica -o erotomanía lingüística- los concretos de Sao Paulo -Augusto, Décio y Haroldo- ocupan primerísimo lugar histórico. Salvo Décio Pignatari, los hermanos de Campos son paronomastas -gimnastas del movimiento lento del cuerpo- fríos, aunque Augusto es un gran lírico. Pero es muy difícil encontrar en la segunda mitad del siglo XX hasta acá una lírica caliente. Galaxias de Haroldo está escrito en varios lugares pero su temperatura es templada. Tanto en Prosa del que está en la esfera como en Delirium semen, dos libros de León Félix Batista que no dudaría en rozar con una cierta estética neobarroca y neobarrosa, la tematización intrínseca del eros en esta poética funciona inmejorablemente. De algún modo explican todo el juego. ¿Qué hay detrás del neobarroco que no sea un derramamiento de cuerpo? El deseo de un relato que delate lo oculto en el gesto. Ahí va una mirada. Hay que ligar esta aventura con el devenir poético general e incluso dominante de los últimos trechos temporales.

                                                                  
2: La forma antes que nada: la forma en el poema responde a una percepción fenoménica antes de que a un acto de lectura o de escucha. Caducidad se sitúa: se trata de un libro concebido como cuerpo aparte del uso tradicional de la forma desde el pique. No hay versificación, las líneas tienden a un “lleno” de la página que se fractura por la brevedad de esa masa escrita. Dialoga con otros ejemplos que desbordan la linealidad. Los experimentos de las vanguardias históricas, ecos y resonancias, crean grupo para este tipo de formalización. Son los “desbordados” del común, los salidos de la carretera. Aunque la escritura de Caducidad no habilita ningún margen, hace margen con sus compañeros desbordados. Así un libro no está solo: aunque desfonde la forma crea guía, remite, traza lo que un caracol traza.


3. Las poéticas divergentes que heredaron las vanguardias estético-históricas plantearon, a través del siglo XX, su siglo, una cuestión axial: la crisis del relato. La estética del fragmento, recogida por la poesía de ciertas escrituras filosóficas alemanas vinculadas al idealismo (Friedrich Schlegel, Novalis), en abierta contradicción a su visión integral mítica, fue un modo de escritura recurrente para dar un presente en dispersión. Lo cierto es que al romanticismo y al idealismo alemanes no les importó la forma del discurso poético en relación a su vocación de totalidad. Hay en los alemanes una libertad que va más allá de lo que debe entenderse por coherencia: si el mito es un relato hegemónico -y cómo lo era, con un dios embutido mezcla de Cristo y Dionisos resucitado- todo indicaba que demandaría una linealidad escritural, una obra no en construcción sino consumada. No fue así: la ironía, el gran recurso que Schlegel hereda a Walter Benjamin, basta para desacralizar el nivel aurático de la obra. Una obra que revele sus mecanismos de constitución no importa qué forma tenga. O mejor: la forma ya es el mecanismo. Esta lógica aceptada por todomundo (aquel que siempre está enterado pero que no sabe de dónde vienen las cosas) se filtra por las vanguardias pero dejando su sustancia conflictiva en Mallarmé (1897), unos diez años antes. El Coup de dés es la conciencia poética en acto revelando que por forma de obra ya no se entiende lo que se entendía: obra y forma -en tanto que formalización, estabilidad, identidad, trascendencia y mausoleo- ya no operan. Lo que opera es lo que se desplaza orgánicamente y, en ese movimiento, se va haciendo lo que el organismo indique. Cae así -por un rato, no muy largo- una noción fundamental del arte en Occidente: el arte como, el arte a la manera de, el arte parecido a, el arte que sigue a: el arte mimético. La mímesis requiere estabilidad, cosa quieta; la norma requiere estabilidad. Nada copia el movimiento porque su poder es aniquilador de la imagen. La imagen-movimiento del cine es reconstrucción de imagen. La imagen es todo eso que se está perdiendo siempre. De manera que la única mirada radical al arte poético (Novalis hablaba de una “poesía dilatada” (ver Miguel Casado) -parecería decir siempre Friedrich Schlegel- es la mirada a esa revelación (no religiosa, aunque para los idealistas románticos alemanes también pero con otra mitología distinta): la revelación de los mecanismos constitutivos del hacer.



Lo que -adelanto- capta León Félix es esa doble articulación: la de que el relato no es incompatible con la revelación del mecanismo. Su poesía es un movimiento contagioso de revelaciones que, en un efecto de superficie notable, distrae al lector -lo engaña- retardando un final que no existe, desplazando ese punto de detención última. Todo parece conducir a algo. Pero no conduce a nada. El sentido no es la meta de esta aventura: el sentido es lo que retarda la meta en la medida en que la pierde de vista. León Félix parece haber descubierto que si hay un programa disolutivo para el cual se organiza un estado de cosas del mundo y esa disolución no se cumple, el mundo restante, el no disuelto, se vuelve una estampida de haces. El futuro no cumplido no se re-pliega, estalla o tiende hacia el costado. Uno imagina al dinosaurio encorvado por su peso rumbo al futuro y, topando con el muro contra el cual no puede, cayendo exactamente hacia atrás con esos coletazos fatales de pura simetría imaginada. ¿Es posible eso? No. El dinosaurio del futuro se derrumba hacia el costado sobre una multiplicidad de escarabajos. No como Pedro Páramo sobre sí mismo o cualquier estatua de sal: hacia el costado, lateralmente, tangencial.

No sé qué quedará del neobarroco -al cual se vincula a León Félix-. Mauricio Medo trata de afirmar que el neobarroco vuelve por sus fueros como si fuera El jinete pálido o La máscara de la muerte roja. En cualquier caso, lo que para mí constituyó el neobarroco no puede volver: el neobarroco fue una emergencia de escritura. Y las emergencias no vuelven. Y si vuelven es porque ya no son emergencias. Lo que puede plantearse nuevamente ya no como algo triunfal o vengativo o cabizbajo, esa frente marchita del tango “Volver”, es la habilitación de estados de cosas que precipitan emergencias. Entonces sí, acuérdate del neobarroco. Pero en la lógica de León Félix cualquier retorno -aunque fuera el retorno de la dispersión legitimada por una forma eterna del fondo de un naufragio- irrumpiría en el curso hipnótico de esa especie de días inventados de Caducidad. Tal vez la hipnosis sea lo que señala la trampa del sueño o la visión del sueño como una trampa. Sea como sea, uno entra a esos días de Caducidad y siente que no puede salir de ahí. Cayó en la madeja de la emergencia donde se está construyendo el contradía, lo imprevisible que va a actuar exactamente ahí donde se reconoce el principio de rutina, en la pura reiteración. La caducidad entonces ya no es la caducidad del cuerpo sino la caducidad de lo que el humano crea para conjurar el tiempo y posibilitar un cierto orden de vida, una cierta esperanza que, una vez seguida de otra, arme un tejido que le sirva para concebir lo más parecido a un sentido. Lo que aquí precisamente, por hipersaturación secuencial, se desmantela y salta en sus ejes sucesivos.  

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