Cuando superestructura un verso es el soñante:
¡Órgame la gala impía de hacer poesía!
Debo dejarme decir que todavía no llego a ella. La que quiero, la que ya amé o desarmé. Es como si aún estuviera llegante de impropia poética, sucia, de toda la no escritura. Todos los días me pregunto si existirá algún pequeño espaciotiempo para mí. Algún poema puro para otros. Porque todo lo bello para mí ha sido pérdida. Tú, sabes que yo soy un instante, delicado, y así mi columna vocal es tímida pero brutal. Hembra pero homosexual; la poesía lo es. Y sólo cuando me desgarro en perdimiento y nacimiento en la palabra, es allí donde me siento gran agua, polvo, gran oscuridad. Me siento invencible, ahora que ya estoy cerca. Me gustaría que la hermosa gente como yo, de mi país, del mundo, se sienta invencible. Somos herederos de una simiente oceánica por poder. Somos fuertes. Y el mundo debe ser nuestro. No como propiedad, sino como influjo de nosotros. Y ese océano es lo que se proyecta cuando elevamos la vista en el cielo. ¿Qué mirará el dios Cóndor, qué le dejaremos?
Para mí la poesía siempre va, caminante, hasta hacer un gran refugio. Y así me escapé y así me inicié en ella cuando resolví el mundo que no quería para mí. Me di cuenta que el supersistema bajo el que regimos nuestras vidas está vertebralizado por palabras, aun cuando dormimos. Palabras que como la de ‘Dios’, nos destruye también. Me propuse atacar al gran sistema. Resistir y desarmarlo desde adentro. Entender la universalidad de la palabra, su negación. La animalidad que nos salva. Esto me ocurrió de manera tardía, estando ya en la universidad de San Marcos, como el amor. Que es el verdadero principio de mi poética. En ese lapso fructífero para escuchar quería ser doctor en medicina humana. Y aún conservaba una dura inocencia pero, hoy me repito estos versos de Antipoeta: Rosa frontal del cuerpo insano, ayúdame / A no morir en este obscuro cuerpo santo. / Déjame tocar y ser poeta en nacimiento... / Idolatrado fantasma que nutre el convento. // Rosa, homicida de piel, secreto, perdóname / Elevarme en mi nave, Arca de Anticristo. / Asaltar belleza, hégira de la pobreza, / Encandilada herida que sepulcros reza.
El conjunto de poemas que he titulado Facción de imperdido al arte resuma en el descontrol. En ese orden “aparente” que nos envuelve por reconocimiento. En la pérdida de ese orden para ver otros. Se revela la probabilidad de ya no creer en nada. Ni en vida ni en muerte. Se desarrolla las antípodas de nuestra especie para ver por los ojos de otros hombres más distantes, más fuertes, más imaginarios que nosotros. En camino a la última guerra, el sempiterno atardecer. Y tal vez alguna lograda libertad.
Creo que en la evolución y aparición en nuestra especie de los niños índigo es la muestra más fehaciente de que, a pesar de todo, siempre buscaremos, por todos los medios, la supervivencia. Y así los poetas cumplen su metarol: El de mostrar al mundo su autodestrucción imaginaria. Su compra innecesaria. Su abismo humano como experiencia insular. Ya que todo es imaginación. Para evitar o restaurar una conocida realidad. Su aniquilamiento por desesperación. Por cambio e imposible cinético, como la pintura metafísica. Porque nada se mueve. Porque nada cambia. Porque nada se detiene. La poesía es el color abisal de la soledad, del miedo y del engaño. La poesía es el conocimiento puro. Además, el único.
.¡Órgame la gala impía de hacer poesía!
Debo dejarme decir que todavía no llego a ella. La que quiero, la que ya amé o desarmé. Es como si aún estuviera llegante de impropia poética, sucia, de toda la no escritura. Todos los días me pregunto si existirá algún pequeño espaciotiempo para mí. Algún poema puro para otros. Porque todo lo bello para mí ha sido pérdida. Tú, sabes que yo soy un instante, delicado, y así mi columna vocal es tímida pero brutal. Hembra pero homosexual; la poesía lo es. Y sólo cuando me desgarro en perdimiento y nacimiento en la palabra, es allí donde me siento gran agua, polvo, gran oscuridad. Me siento invencible, ahora que ya estoy cerca. Me gustaría que la hermosa gente como yo, de mi país, del mundo, se sienta invencible. Somos herederos de una simiente oceánica por poder. Somos fuertes. Y el mundo debe ser nuestro. No como propiedad, sino como influjo de nosotros. Y ese océano es lo que se proyecta cuando elevamos la vista en el cielo. ¿Qué mirará el dios Cóndor, qué le dejaremos?
Para mí la poesía siempre va, caminante, hasta hacer un gran refugio. Y así me escapé y así me inicié en ella cuando resolví el mundo que no quería para mí. Me di cuenta que el supersistema bajo el que regimos nuestras vidas está vertebralizado por palabras, aun cuando dormimos. Palabras que como la de ‘Dios’, nos destruye también. Me propuse atacar al gran sistema. Resistir y desarmarlo desde adentro. Entender la universalidad de la palabra, su negación. La animalidad que nos salva. Esto me ocurrió de manera tardía, estando ya en la universidad de San Marcos, como el amor. Que es el verdadero principio de mi poética. En ese lapso fructífero para escuchar quería ser doctor en medicina humana. Y aún conservaba una dura inocencia pero, hoy me repito estos versos de Antipoeta: Rosa frontal del cuerpo insano, ayúdame / A no morir en este obscuro cuerpo santo. / Déjame tocar y ser poeta en nacimiento... / Idolatrado fantasma que nutre el convento. // Rosa, homicida de piel, secreto, perdóname / Elevarme en mi nave, Arca de Anticristo. / Asaltar belleza, hégira de la pobreza, / Encandilada herida que sepulcros reza.
El conjunto de poemas que he titulado Facción de imperdido al arte resuma en el descontrol. En ese orden “aparente” que nos envuelve por reconocimiento. En la pérdida de ese orden para ver otros. Se revela la probabilidad de ya no creer en nada. Ni en vida ni en muerte. Se desarrolla las antípodas de nuestra especie para ver por los ojos de otros hombres más distantes, más fuertes, más imaginarios que nosotros. En camino a la última guerra, el sempiterno atardecer. Y tal vez alguna lograda libertad.
Creo que en la evolución y aparición en nuestra especie de los niños índigo es la muestra más fehaciente de que, a pesar de todo, siempre buscaremos, por todos los medios, la supervivencia. Y así los poetas cumplen su metarol: El de mostrar al mundo su autodestrucción imaginaria. Su compra innecesaria. Su abismo humano como experiencia insular. Ya que todo es imaginación. Para evitar o restaurar una conocida realidad. Su aniquilamiento por desesperación. Por cambio e imposible cinético, como la pintura metafísica. Porque nada se mueve. Porque nada cambia. Porque nada se detiene. La poesía es el color abisal de la soledad, del miedo y del engaño. La poesía es el conocimiento puro. Además, el único.
Por ejemplo, Amórfor es un libro que se ampara en el acto puro de quebrantar o de cambiar algo mediante la ejecución. No hay nada pasivo. Porque no se entiende la ley o porque no se ve el límite de proseguir. Las consecuencias. Para este caso pecado y pureza son sinónimos absolutos. En esa mal entendida pero vital liberación que implica infringir una ley, humana o divina (para todo lo que no entendemos), por el “simple” hecho de ser naturaleza en naturaleza. O alguien le va a decir a una rara mariposa: Espérame en esa flor que voy a traer la cámara para tomarte una foto. Todo lo posible la naturaleza lo permite. Vivimos en el mundo imaginario y no en el real. Los versos están tan medidos que se tornan desafiantes para la forma en que pueden verse. Es mi manera de mostrarle al mundo que no hay nada que germine en nuestra mente y que no sea posible de realización. Y esto porque el estado de pensar también es una acción natural. De la naturaleza. De la filosofía, del estudio de la naturaleza si se quiere.
Intuyo ciegamente, tengo Fe, que todos llegamos impuros al mundo. Todos aparecemos sin ser, como en generación espontánea (sin explicación). Y que solamente cuando hacemos aquello que nos hace o nos hierve en vitalidad es lo único por lo que vale la pena continuar con la vida. Lo que nos hace brillar. En el momento de morir debemos ser capaces de decir: ¡Esta palabra es mía y únicamente mía! No por posesión, sino por existencia. Palabra, símbolo en el que se sustenta todo ámbito. Mi ámbito, mi realización y pureza. Metamorfoseada hasta ampliar o nulificar su representatividad. No importa si después es olvidada. Muy similar a la definición que hoy, todavía, entendemos por Vida.
Es curioso pero, ahora, me siento feliz porque veo o siento al gran, invencible ejército de poetas que lo cambia todo. Porque se puede estar podrido, invisible, pero escribir como invituperado, como mirado. Porque un poeta en estos tiempos es aquel que nos muestra el mundo como es y no como nos enseñan a fijarlo en realidad, extraña realidad que nos torna irrealidad. Porque el hundimiento del poeta es una elevación. Para ya no hacer o reparar. Para hacer o deshacer. Para matar o aprender. Y, sobre todo, confundir. En todo caso, y como ayer, repetiré estos versos de Borges: Cartago aniquilada, Infierno y Gloria. / Dame, Señor, coraje y alegría / para escalar la cumbre de este día.
P.D. Y para mí eso es hasta lo que hacía sonreír al grande poeta. Es que la risa es la que nos mata, verdaderamente.
Hermes Trisme
El amanecer, más terrible que la vida,
Ama a la muerte.
El amanecer meta.
El amanecer menta que nos mata:
Porque no hay día ni mes ni año
Ni hora más siniestra que la poesía.
Un anochecer de carne se aproxima…
Todo es, anocheciendo.
Intuyo ciegamente, tengo Fe, que todos llegamos impuros al mundo. Todos aparecemos sin ser, como en generación espontánea (sin explicación). Y que solamente cuando hacemos aquello que nos hace o nos hierve en vitalidad es lo único por lo que vale la pena continuar con la vida. Lo que nos hace brillar. En el momento de morir debemos ser capaces de decir: ¡Esta palabra es mía y únicamente mía! No por posesión, sino por existencia. Palabra, símbolo en el que se sustenta todo ámbito. Mi ámbito, mi realización y pureza. Metamorfoseada hasta ampliar o nulificar su representatividad. No importa si después es olvidada. Muy similar a la definición que hoy, todavía, entendemos por Vida.
Es curioso pero, ahora, me siento feliz porque veo o siento al gran, invencible ejército de poetas que lo cambia todo. Porque se puede estar podrido, invisible, pero escribir como invituperado, como mirado. Porque un poeta en estos tiempos es aquel que nos muestra el mundo como es y no como nos enseñan a fijarlo en realidad, extraña realidad que nos torna irrealidad. Porque el hundimiento del poeta es una elevación. Para ya no hacer o reparar. Para hacer o deshacer. Para matar o aprender. Y, sobre todo, confundir. En todo caso, y como ayer, repetiré estos versos de Borges: Cartago aniquilada, Infierno y Gloria. / Dame, Señor, coraje y alegría / para escalar la cumbre de este día.
P.D. Y para mí eso es hasta lo que hacía sonreír al grande poeta. Es que la risa es la que nos mata, verdaderamente.
Hermes Trisme
El amanecer, más terrible que la vida,
Ama a la muerte.
El amanecer meta.
El amanecer menta que nos mata:
Porque no hay día ni mes ni año
Ni hora más siniestra que la poesía.
Un anochecer de carne se aproxima…
Todo es, anocheciendo.
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