Yo conocí a Mario Santiago a principios de los años setentas en el piso 10 de la torre de rectoría de la UNAM, en donde había dos talleres de literatura. Uno era de cuento y lo impartía el maestro ecuatoriano Miguel Donoso Pareja, el otro era de poesía y lo impartía Juan Bañuelos. En aquel entonces Mario Santiago se llamaba José Alfredo Zendejas y era uno de los más brillantes alumnos del taller de poesía, pero también se interesaba mucho en el cuento. Solía aparecer en nuestro taller y sus opiniones eran fulminantes, provistas de una crítica totalmente dinamitera, un humor negro y corrosivo, pero al mismo tiempo un sentido muy estimulante de la literatura. Recuerdo sus primeros poemas, que estaban dotados de gran sentido del humor y de ironía. Él se acordaba mucho de una frase que yo le había dicho, de que por primera vez un poema me había hecho reír, porque en mi ignorancia adolescente yo tenía una idea de que la literatura era algo muy pomposo y sobre todo la poesía, algo muy excelso. En las cosas que escribía, Mario Santiago combinaba recursos de la cultura popular, albures, frases callejeras con las zonas más rigurosas de la poesía. Fue un escritor que padeció la vida literaria mexicana.
Mario Santiago era un iluminado, y como tantos iluminados ardió en su propia luz. Era un hombre de una intensidad tan grande que se sometió a exploraciones personales tan fuertes y dejó muchas cosas en el camino, dejó su propia piel en sus búsquedas personales.
Mario siempre fue muchísimo más temerario que yo. Fue una de esas personas que sueltan amarras y no te atreves a seguirlo. En ese sentido soy mucho más convencional y la mayoría de las veces me quedaba en el muelle. Mario fue un viajero en todos los sentidos. Se fue a Israel sin dinero. Tuvo una vida de azares nocturnos y murió así, en una calle de la ciudad de México como un ser anónimo, como una sombra en esta ciudad.
Creo que estamos ante un poeta de dimensiones incalculables, en el más literal de los sentidos. Yo leí textos luminosos de él. También leí textos pésimos. Creo que Mario renunció deliberadamente a una noción de autocrítica, porque era parte de su rebeldía. Como toda gente que se sintió marginada, en un momento dado continuó en una especie de fuga hacia delante, diciendo “si me marginan porque escribo cosas que les parecen intolerables, pues las voy a escribir más intolerables todavía”, había en él siempre un sentido de la provocación. Recuerdo haber estado discutiendo sus textos en una taquería, que a mi me parecía muy incomodo. Mario siempre estaba cargado de papeles, y en ocasiones era muy generoso, te los dejaba y los olvidaba, pero en otras ocasiones quería que los leyeras delante de él y le dieras tu opinión. Si lo elogiabas se enojaba muchísimo y te empezaba a insultar. Si aparentemente te ponías fácilmente de su parte, le parecía que eras un tipo blandengue, que no tenia ningún sentido de la crítica, que no sabia que la poesía era combate, lucha, polémica, intensidad, algo convulso, te insultaba por elogiar sus poemas. Pero si te distanciabas de los poemas, también arremetía contra ti.
Mario Santiago era un iluminado, y como tantos iluminados ardió en su propia luz. Era un hombre de una intensidad tan grande que se sometió a exploraciones personales tan fuertes y dejó muchas cosas en el camino, dejó su propia piel en sus búsquedas personales.
Mario siempre fue muchísimo más temerario que yo. Fue una de esas personas que sueltan amarras y no te atreves a seguirlo. En ese sentido soy mucho más convencional y la mayoría de las veces me quedaba en el muelle. Mario fue un viajero en todos los sentidos. Se fue a Israel sin dinero. Tuvo una vida de azares nocturnos y murió así, en una calle de la ciudad de México como un ser anónimo, como una sombra en esta ciudad.
Creo que estamos ante un poeta de dimensiones incalculables, en el más literal de los sentidos. Yo leí textos luminosos de él. También leí textos pésimos. Creo que Mario renunció deliberadamente a una noción de autocrítica, porque era parte de su rebeldía. Como toda gente que se sintió marginada, en un momento dado continuó en una especie de fuga hacia delante, diciendo “si me marginan porque escribo cosas que les parecen intolerables, pues las voy a escribir más intolerables todavía”, había en él siempre un sentido de la provocación. Recuerdo haber estado discutiendo sus textos en una taquería, que a mi me parecía muy incomodo. Mario siempre estaba cargado de papeles, y en ocasiones era muy generoso, te los dejaba y los olvidaba, pero en otras ocasiones quería que los leyeras delante de él y le dieras tu opinión. Si lo elogiabas se enojaba muchísimo y te empezaba a insultar. Si aparentemente te ponías fácilmente de su parte, le parecía que eras un tipo blandengue, que no tenia ningún sentido de la crítica, que no sabia que la poesía era combate, lucha, polémica, intensidad, algo convulso, te insultaba por elogiar sus poemas. Pero si te distanciabas de los poemas, también arremetía contra ti.
(De una entrevista con Raúl Silva)
1 comentario:
Con todo respeto y admiración para Juan Villoro,difiero totalmente del supuesto talento de Mario que simplemente era un obstinado por crear tal vez una nueva sintaxis poetica pero ¿se puede inventar una nueva prepceptiva poética desconociendo las normas elementales de la grámatica española? pienso que no amén de que a Mario le disgustaba enormemente la critica otro elemento en su contra fueron sus adicciones y ese paraíso artificial le dictó lo poco que realizó y que de tanto intento algo le salió bien como a "Bartolo toca la flauta" o sease de chiripada pero lo importante deun poeta es su actitud ante la via y para qué y por qué escribe y escribir "en el delirio" sin razones y proporciones es una soberana burla a si mismo y a su circunstancia que pudo haber ennoblecido pero este muchacho no tenía brújula ni ideología tal vez le salvaría estar contra el sistema corrupto desde entonces pero no se le conoce una lucha frontal o suicida que nos permitiera exonerarlo de cargos sociales en fin creo que Papasquiaro se hundirá finalmente en el olvido
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