viernes, 18 de enero de 2008

Juan Ramírez Ruiz: ¡Presente! Por Fransiles Gallardo

Una noche de junio de 1994 el poeta y novel editor Jorge Luis Roncal me presentó a Juan. Tengo entre mis manos las fotos que evidencian ese encuentro. Están allí para la perennidad y el recuerdo: Rossina Varcárcel, con su cabellera negra y su sonrisa danzarina; Julio Nelson, con su bigote recortado y su seriedad de siempre; Jorge Luis Roncal, con su incipiente barba y su camisa blanca; y el suscrito, quien por aquellos años se desempeñaba como profesor de dibujo técnico, promotor cultural y director de la revista IDAT, con el cabello aún oscuro y mi saco de combate a cuadros.

Entre nosotros y entrelazadas las manos, con su cabellera crespa, negra y alborotada, sus lentes de metal, su saco crema y su pantalón marrón, el poeta Juan Ramírez Ruiz. Detrás de nosotros y sobre una mesa, una enigmática bolsa negra. Era una noche de poesía. Leíamos para los alumnos de esa institución. De rato en rato, Juan Ramírez Ruiz echaba mano a la bolsa negra y sacaba una botella de coca cola mezclada con ron Cartavio, con la cual Juan y yo brindábamos entre poema y poema. De allí enrumbamos a un bar cercano y las cervezas continuaron; mucho, mucho después que Rossina, Jorge Luis y Julio Nelson se marcharan.

Esa noche me contó de sus avatares poéticos. De Hora Zero, grupo al cual conocía desde Cajamarca y a cuyos integrantes leíamos ávidamente con nuestro entrañable Bethoven Medina, quien nos impulsó a formar el grupo Raíz Cúbica. Habló de la poesía y la amistad con Enrique Verástegui, a quien le debo un par de vinos (pagaremos Enrique), de Pimentel, del Palermo y de su alejamiento del Grupo. Eran más de las cuatro de la mañana, cuando el mesero del bar Monarca en Guzmán Blanco, nos dijo que estaban cerrando...

La segunda vez que nos encontramos, fue en el local de Jorge Luis Roncal del jirón Moquegua; en los apuros, en los previos a la publicación de mi Ventisca. Allí me entregó y dedicó sus Armas Molidas. “Sólo regalo a la gente que va leerlo”, me dijo. Era casi mediodía y Jorge Luis nos llevó a uno de sus clásicos y frecuentados huariques; pidió un café, Juan y yo una cerveza cada uno, las que se fueron sumando y sumando hasta llenar la mesa. Caía la tarde, la inolvidable conversación y los chistes continuaban. Me pidió que lo acompañara a tomar su carro en Abancay; “para el camino, una botita de Cartavio, compadre”, me dijo.

Nos sentamos en una flamante banca del remozado y enrejado Parque Universitario, al costado de la Casona de San Marcos, frente a la Cripta y la ex librería de Mejía Baca y como quien mira al viejo Palermo. Ahí nos tomamos esa generosa botella de ron. “Mis raíces son norteñas”, me dijo, tomando a pico de botella el añejo ron; “cántate un yaraví”. No sé si lo hice bien. Tal vez no vuelva repetirlo más, salvo pedido expreso de Ricardo Vírhuez.

Recordando las pechadas de mi tierra cajamarquina, “Hay que lejos me lleva el destino” los transeúntes nos miraban asombrados, “como a hoja que el viento arrebata” los lustrabotas nos rodeaban, “hay de mí tu no sabes ingrata”, abrazados, cantando “lo que sufre este fiel corazón”, llorando.

Los guachimanes, alertados, nos sacaron del parque por escándalo y contra la tranquilidad pública; viéndolo subir en una coaster, en la esquina de la avenida Abancay. Hasta hoy.

Fuente: Marea cultural
Lee: “No lo dudes poeta, tú nunca morirás” por Augusto Rubio Acosta
JRR en Chiclayo (2004). Fotografía enviada por Nicolás Hidrogo

1 comentario:

clavel dijo...

Sin duda Juan deja recuerdos maravillosos en todos aquellos con quienes comparíó sus anhelos, sueños... y su poesía.

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