sábado, 12 de enero de 2008

La nueva poesía latinoamericana por Roberto Bolaño

Revista Plural, México, 1976 (texto enviado por Raúl Silva)

Si por panorama general entendemos a una promoción emergente de jóvenes poetas que vienen a llenar algunos huecos surgidos en el aparato oficial de la literatura latinoamericana, a mí me parece definitivamente mediocre. Ahora que si por panorama general entendemos un movimiento al menos estéticamente al margen del aparato oficial o un subpanorama ética y estéticamente al margen, un estado de ánimo común a muchos jóvenes, una interpretación transformadora (y esto es más contradictorio que el diablo) de una realidad cotidiana sangrienta, en donde es imposible verdaderamente crear sin subvertir, en donde es imposible subvertir sin ser apaleado, en donde es imposible ser apaleado sin adoptar, por el momento aunque sólo sea visceralmente, posturas de rechazo total a situaciones culturales burguesas (y cualquier postura de rechazo total significa comenzar a experimentar y pensar nuevas formas de acción, a intuir nuevas sensaciones), el panorama general se me presenta como el segundo cartucho de dinamita de la poesía latinoamericana en lo que va de este siglo; el primero fue la vanguardia de los veintes: Huidobro, Vallejo, De Rokha, Oquendo de Amat, César Moro, Maples Arce, Alberto Hidalgo, Borges, Girondo, Martín Adán, etcétera. Por un lado escriben los jóvenes decentes, los de la cotidianidad de toilette, los caligrafistas, los que buscan un status de escritor. Por el otro están los anarquistas, los poetas narrativos y los nuevos líricos marxistas, los vagabundos, los que viven poesía, los que se pasean vestidos de erizos por la cotidianidad pequeñoburguesa, a los que les importa un comino el oficio de escritor. Dos líneas bastante numerosas, bastante heterogéneas. Para aclarar un poco, dentro de la primera tendencia (y decir tendencia es un decir), puedo mencionar a los hijos de Paz, en México; a los hijos de Girri, en Argentina; a los pésimos parrianos, a los peores nerudianos, a los definitivamente perversos rokhianos, en Chile; a los Cobo Borda trepadores (como diría Scott Fittzgerald), de Colombia; a los jóvenes poetas de la República del Este; de Venezuela; a los hijos de Stalin y Westphalen, del Perú; a los exterioristas católicos, de Nicaragua, etcétera. Dentro de la otra tendencia sólo puedo manejar un hit parade internacional, que agruparía gente muchas veces contraria entre sí, pero emparentada en un primer punto: la poesía ya no como un cubículo universitario, ya no como un flujo circular de información, sino como una experiencia viva, lenguaje vivo, autopista de cabellos largos. Me es inevitable mezclar poetas de los que ya no espero nada o casi nada, gente que después de haber dado dos saltos mortales se cayó del trapecio o bajó a recibir su cheque o su beca, o tuvo miedo, o se le acabó la inspiración; qué se yo; con poetas de los que espero todo o casi todo, tránsfugas, iconoclastas, adolescentes, personajes fidelísimos que entran como Pedro en su casa tanto al país de los cronopios como a las redes subterráneas de Bakunin y Barbarella. Los nombro indistintamente (para su curiosidad y regocijo): Hinostroza, Bruno Montané, Luis Rogelio Nogueras, Mara Larrosa, José Peguero, Orlando Guillén, Waldo Rojas, Julián Gómez, José Rosas Ribeyro, Enrique Verástegui, Mario Santiago, Gonzalo Millán, Rubén Medina, José de Jesús Sampedro, Óscar Málaga, Fernando Nieto Cadena, Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Beltrán Morales, Víctor Casaus, Cuauthémoc Méndez, David Malfavón, Eloy Jáuregui, Fanor Téllez, Vladimir Herrera y Antonio Cisneros. De los uruguayos sólo conozco mayores de cuarenta. Poeta joven que aparece es asesinado por la dictadura. Ibero Gutiérrez, por ejemplo. De Argentina puedo decir lo mismo que de Uruguay, con la salvedad de que recién ahora estoy empezando a leer, gracias a Jorge Alejandro, a algunos poetas de las promociones recientes. Imagino que la urgencia de sobrevivir es mayor casi siempre a la urgencia de escribir poesía; ya no hablo de difundirla, aunque sea a niveles subterráneos. Se me vienen muchos nombres a la cabeza: Paco Urondo, a quien todos conocemos, muerto en la guerrilla: Diana Bellesi, a quien sólo unos pocos conocemos (¿dónde está Diana nos preguntó Hinostroza, no sé, le dije), perdida en esa especie de flipper electrónico que es el cono sur. Pienso en el gheto de poetas peruanos en el edificio de Georges Mandel en París, llamado también El Rincón de los Bonzos Melenudos. Pienso en los nuevos poetas chilenos (hablo de muchachos que no pasan de los veintiún años) creándose una tradición poética a partir de sus propios nervios.

Creo una cosa: si bien ahora el panorama general de la nueva poesía latinoamericana es en un cincuenta por ciento clandestino, dentro de poco tiempo lo será en un cien por ciento. En una época de crisis, el poeta se lanza a los caminos. De esta inmersión obligatoria en mundos nuevos renace la poesía, la verdadera poesía, o se va todo al carajo.
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Antecedentes de la nueva poesía

¡Santo cielo! si yo me pusiera extremista diría que los únicos antecedentes para muchos de nosotros son una cadena de carnicerías, una colección de fotos de poetas surrealistas, una monomanía por las carreteras, nuevamente una cadena de carnicerías, informaciones enajenadas con el método cut-up, complots experimentales, canciones de rock'n roll (sobre todo Simpatía por el diablo), Vietnam y la guerrilla, el sexo y los cómics , muchas nubes negras y veloces. Antecedente quiere decir, más o menos, acción, dicho o circunstancia que sirve para juzgar algo posterior. Bueno, creo que los antecedentes de los nuevos poetas latinoamericanos no son primordialmente literarios. Ni nacionales. No existen antecedentes puramente nacionales. En el caso concreto de los chilenos nuestras raíces no se circunscriben a la herencia que tal o cual generación haya podido darnos. Nuestra posición dentro de la joven poesía chilena es desde todos los puntos de vista opuesta a la de nuestros primos mayores, los chunchulitos del sesenta. No bebemos de Parra ni de Neruda (tampoco caemos en el ridículo de aquellos que después de haber aplaudido a Parra como el renovador de la poesía latinoamericana lo acusan ahora de fascista y niegan toda su poesía. Nosotros creemos que tanto Parra como los que hoy lo excomulgan han sido unos poetas pequeñoburgueses hasta la médula que en su momento hicieron cosas bastante importantes, sobre todo Nicanor). Le ponemos más atención a Pablo de Rokha y a Vicente Huidobro.

Nuestras experiencias, entre ellas el acto de escribir desesperadamente en un callejón sin salida, nos han orillado a reencontrar antiguos tótems, largo tiempo ocultos (ninguneados o manipulados por la tradición oficial) y a tomar de ellos lo más corrosivo, lo más fresco.
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Avances y retrocesos

La renovación de nuestro lenguaje poético no se da meramente como una búsqueda formal, sino como resultado de un choque formidable entre una realidad cada día más exasperantemente poética y nuestras ganas de jugar un rato con ella, de interpretarla, de transformarla, por lo pronto sea sólo para ver qué nos pasa. La poesía de lo que se mueve y me rodea, extiende mi poesía al infinito, diría Bakunin.

Quizá el movimiento de poetas más importante de estos últimos años, no sólo para Perú sino para América, haya sido el grupo Hora Zero. Creado por Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz, en 1970 se lanzaron con un manifiesto en donde desconocían casi todo lo que se había escrito antes de ellos y volvían a poner vigentes dos actitudes: la iconoclastía y la fe ciega en el poder de la poesía. A partir de esa contradicción llegan a la poesía integral, de Juan Ramírez Ruiz y a los poemas proletarios alucinógenos de Jorge Pimentel. Además de ellos Hora Zero tuvo poetas tan buenos como José Cerna, Jorge Nájar, Eloy Jáuregui, Enrique Verástegui e Isaac Rupay. Pero igual que todo movimiento que se divide y que para colmo no logra salir de sus fronteras nacionales, éste se ahogó. La maquinaria oficial utiliza muchas formas para neutralizar algo que en determinado momento amenaza. A la gente se la compra o se la hace desaparecer. Juan Ramírez trató de romper el cerco y establecer contacto con grupos de poetas jóvenes del resto de América, testimonio de eso son unas cuantas cartas que le mandó a Mario Santiago. Allí lo que él planteaba era la unión mediante una revista rotaria de los diferentes poetas, más o menos marginales, más o menos de vanguardia, de algunos países latinoamericanos. El proyecto no cuajó. Ahora muchos horazerianos ya no quieren ni oír hablar de Hora Zero. Los pobrecitos piensan que pueden salvarse ellos solos. (Hora Zero en uno de los momentos más afiebrados trató de salvar al Perú; las profecías, los alucinantes juegos estadísticos, las advertencias ecológicas, los recortes de nota roja de Jorge Pimentel, en Kenacort y Valium 10 son prueba de ello).

Es aleccionador el fin de los nadaístas colombianos: todos pasaron, después del enfrentamiento con el poder cultural, de una onda satánica a una onda mística. De Gonzalo Arango no queda nada, de Juan Arb tampoco. Quizás dos o tres poemas de Jotamario. La comparación con Hora Zero se puede hacer de esta manera: después de la derrota los nadaístas devienen místicos y los horazerianos escritores de oficio. Hora Zero es el primer avance y el primer retroceso de importancia de la joven poesía latinoamericana de los setentas.

Otras tendencias de poetas jóvenes, me refiero a los que hacían poesía coloquial, con el pretexto de reflejar una cotidianidad fresca y sencilla sólo le rindieron tributo a una cotidianidad pequeñoburguesa, sin trascender nunca, tanto en forma como en contenido, al animal de la costumbre. De eso solamente quedan malas fotografías.

Los jóvenes poetas chilenos hicieron humo blanco cuando quisieron copiar el humor negro de Parra. El mismo Parra terminó haciendo un lamentable y mediocre humor blanco. El humor blanco es la broma más cruel que la nueva poesía chilena se jugó a sí misma hasta el 11 de septiembre de 1973.

Cuando el ambiente no sólo es indiferente u hostil, sino francamente criminal, como en el caso de Chile o de Argentina,, al poeta no le queda otra que entrar en organizaciones clandestinas (hacer poesía a balazos, como diría Dalton), o irse del país. Europa está llena de argentinos, chilenos, uruguayos, que obviamente no están ahí de vacaciones.

Pero todo se prolonga de una forma o de otra. Dos poetas jóvenes que mucho le deben a Hora Zero son Mario Santiago, mexicano, y Bruno Montané, chileno. En Mario se cumple el poema integral con toda su unidad (su capacidad de estilo, su locura metafórica) y todo su poder fragmentario, el asalto simultáneo a diferentes formas de la realidad. En Bruno el desgarrado coloquialismo horazeriano se mueve por paisajes de alucinación y lucidez, con estructuras rítmicas y juegos de sensaciones llevados hasta las últimas. Tipos como Pimentel, que ahora tranquilamente encerrado en Lima prepara sus próximas batallas; como Mario, que es una especie de Netzahualcóyotl con la imaginación de Pantagruel, y como Bruno Montané, que es la serenidad en persona, no me defraudarán en lo que pienso tiene de viva nuestra poesía.
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Posible vanguardia y contexto sociopolítico

Vivimos la aparición de formas nuevas, condicionadas por factores económicos, formas marginales que poco a poco vemos reconociendo como poesía. Un aire de poesía desligado de los medios sociales, donde tradicionalmente se mueve la poesía. Vivimos la aparición de una poesía del lado salvaje de las calles. El humor blanco, el exteriorismo, los versos de la otredad, los versos clase obrera, sólo representan a un sector (el sector oficial, reconocido) famélico en su imaginación y rico en seguridad; la poesía conversacional se queda muda cuando ve pasar por la calle a los niños rojos, a los niños salvajes de Whitman, a los que sin darse cuenta aúllan. En oposición al poeta joven que teme enormemente arriesgarse, que quiere llegar lo antes posible a un status dentro del mercado, está el kamikaze de los Flujos de Mario Santiago o de los Caminos pedregosos de Pimentel. El digno y lúdico muchacho de la calle con el rostro embarrado de imaginación. Mientras cualquier chavo sueñe y le cuente sus sueños a una chava habrá vanguardia en la joven poesía. Pero es hora de sacar a la vanguardia de sus territorios marginales, de sus territorios de sueños, y lanzarla en una lucha de poder a poder contra el aparato oficial, reaccionario hasta los huesos. Para eso hay que organizarse, ensayar nuevos canales de comunicación, experimentar, estar siempre en la disposición de arriesgarse en mundos desconocidos, proponer frenéticamente, cotidianamente afilar la capacidad de asombro y de amor. La subversión de la cotidianidad no puede circunscribirse a los ámbitos puramente socioeconómicos, la revolución y la vida deben ser la ética y la estética (una sola cosa), de cualquier proyecto de vanguardia. En este sentido creo que podemos hablar ya de renacimiento, la cosa vuelve a moverse en algunas partes, los jóvenes se arriesgan, salen como lunáticos a las calles a vivir su propia película bogartiana, crean movimientos estrambóticos y sanísimos en medio de una inteligentsia primero indiferente y después asustada. Ejemplo de esto es el infrarrealismo en México, definido por amigos y enemigos como la peste, y eso que recién empieza, que recién está en la etapa que Rubén Medina designa como de "descubrimiento de sensaciones marginales", "el poema lanzado, de formas múltiples, a la aventura". El núcleo central de una posible vanguardia debe ser la aventura, creo yo. Y prefiero al muchacho que lee a Pablo de Rokha en vez de Valéry, el que lee a Kerouac y no a Fuentes, el que escribe en una máquina de sueños: Dinero Gratis o Thanatos Go Home.

Aventura de los nervios, aventura de los párpados, aventura del camino, aventura de la revolución, aventura del amor.

Más o menos como el que está tirado en una esquina, sudando y descansando un poco, y algún teórico sicoanalista de la Universidad le grita pequeñoburgués con mala conciencia. Y él se sonríe casi como un Buda armado.


(1) Foto: Armando Arteaga. Juan Ramírez Ruiz en el bar Queirolo, unos días antes del fatal destino de su accidente. Las últimas fotos de Juan. Fuente: Terra ígnea

(2) Portada de revista Hora zero (1970). Fuente:
Wikipedia

(3) Foto: Armando Arteaga. Juan Ramírez Ruiz y Roger Santiváñez conversando en el bar Queirolo. Fuente:
Terra ígnea

(4) Foto: Nelson Castañeda. En la Foto: Juan Ramírez Ruiz en el Taller de Luna Pizarro, en los años 70. Fuente:
Terra ígnea

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