Silencio… ha muerto un poeta… que redoblen las campanas, que publiquen y se analicen sus obras, que vengan las reflexiones y que dejemos ya de seguir queriendo valorar sólo a aquel que ha muerto. Los poetas mueren día a día en el Perú sin ninguna ley ni beneficio, sin ningún amparo real… sólo muertos los poetas ocupan primeras planas y se hacen conocidos en los titulares periodísticos y parecen ser importantes en los pregones oficiales.
Hoy que Juan Ramírez Ruiz nos mira torvo y satisfecho de haber cumplido su misión y función poética, desde arriba, con su sonrisa silente, con sus lentes metafísicos, sus rizos bonachones y con todas sus oquedades poéticas juntas, cualquier texto o fotografía suya difundida es honrar su memoria y el deseo de su familia.
Toda la intelectualidad lambayecana expresa su consternación por nuestro poeta paisano. Murió de manera muy penosa y triste, pero su muerte estaba anunciada y todos los veíamos que cargaba su ataúd a cuestas por las viejas calles de Chiclayo, que él mismo quiso volver a trajinar cincuenta años después.
Nuestro poeta se va y se queda a la vez. Se calza sus huesos húmedos y se trepa por la frondosa imaginación. Se apresura a escribir, no quiere borrar nada, garrapatea sus ideas y se arma con todas las palabras en iracundo galope hacia la vida. Allí deja, como cuando sobre el perchero dejamos el abrigo, su alma y su cuerpo lítico, nos deja en la memoria un rezago de soledad y una sed inmensa de poesía.
Honremos la memoria de Juan Ramírez, leyéndolo y buscando que su obra se considere en las programaciones curriculares oficiales de colegios y universidades, donde hasta ahora jamás figuró, pese a casi cincuenta años de ejercicio poético. Los poetas no se jubilan ni pasan a planilla como tales… ellos son eternos, pero el destino los ha escogido para sufrir y son pobres, parias, solitarios, locos… hasta que un buen día se les ocurre morir y dejarlo todo, allí empiezan a ser, lo que antes le negaron.
Hoy que Juan Ramírez Ruiz nos mira torvo y satisfecho de haber cumplido su misión y función poética, desde arriba, con su sonrisa silente, con sus lentes metafísicos, sus rizos bonachones y con todas sus oquedades poéticas juntas, cualquier texto o fotografía suya difundida es honrar su memoria y el deseo de su familia.
Toda la intelectualidad lambayecana expresa su consternación por nuestro poeta paisano. Murió de manera muy penosa y triste, pero su muerte estaba anunciada y todos los veíamos que cargaba su ataúd a cuestas por las viejas calles de Chiclayo, que él mismo quiso volver a trajinar cincuenta años después.
Nuestro poeta se va y se queda a la vez. Se calza sus huesos húmedos y se trepa por la frondosa imaginación. Se apresura a escribir, no quiere borrar nada, garrapatea sus ideas y se arma con todas las palabras en iracundo galope hacia la vida. Allí deja, como cuando sobre el perchero dejamos el abrigo, su alma y su cuerpo lítico, nos deja en la memoria un rezago de soledad y una sed inmensa de poesía.
Honremos la memoria de Juan Ramírez, leyéndolo y buscando que su obra se considere en las programaciones curriculares oficiales de colegios y universidades, donde hasta ahora jamás figuró, pese a casi cincuenta años de ejercicio poético. Los poetas no se jubilan ni pasan a planilla como tales… ellos son eternos, pero el destino los ha escogido para sufrir y son pobres, parias, solitarios, locos… hasta que un buen día se les ocurre morir y dejarlo todo, allí empiezan a ser, lo que antes le negaron.
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