Fundador de Hora Zero en 1970,
autor de “Un par de vueltas por la realidad”, su primer libro de poemas,
publicado en 1971, Juan Ramírez Ruiz acaba de publicar su segundo libro, “Vida
perpetua”, trabajo que rompe con una concepción habitual del poema y que
propone nuevas y distintas formas de lectura. En esta entrevista, Ramírez Ruiz
habla sobre un libro y sobre su experiencia como miembro de la más reciente
generación de poetas peruanos. Leamos:
—En su libro
es evidente la intención de ir contra la lectura convencional. ¿De qué manera
se impugnan y por qué se le crítica?
Bueno, en
primer lugar, yo considero a la lectura de las palabras de un poema, como una
lectura más, entre otras que se hacen simultáneamente a ella. Para citar alguno
diría que se hace también una lectura lúdica o crítica, según el acuerdo o
discrepancia con los significados del texto. Y también, hasta cierto punto
inconscientemente, se realiza una lectura contextual: aquello que está en torno
al libro desplegado o abierto en un ambiente determinado. Estas lecturas, al
igual que otras, son factibles de ser codificadas como es codificada la lectura
de las palabras.
Por otro lado,
conviene recordar que esa diversidad de lecturas, frecuentemente son hechas por
los lectores ante otras obras de arte no verbales o frente a sectores de la realidad.
De manera que, si esto hace frecuentemente una persona movilizando su
sensibilidad, su inteligencia y su emotividad, por qué razón un texto poético
sólo ha de propiciar la utilización de un fragmento de nuestra capacidad
intelectiva o emotiva. Yo creo que, verdaderamente no hay ninguna razón. Y uno
se pregunta, si junto a otras razones, a las económico-sociales, la promesa de
un texto pobre en lectura no va en desmedro de la literatura. A mí me parece
que muchas veces si opera en desmedro de la literatura.
—Tu libro no
utiliza al lenguaje verbal de manera total y, más bien, recurre a otros
elementos. ¿Qué ventajas viene a ofrecer la utilización de símbolos de otra
procedencia?
En realidad
hay varias razones, una de ellas sería trata de ofrecer una multiplicidad de
lecturas, para poder codificar una mayor cantidad de información que el
alfabeto fonético no hace posible por sí solo.
Se trata
también de indicar los límites de un sistema de escritura. El libro tiene 18
poemas, en cada uno de ellos todos los signos que van de un texto a otro son
enfocados desde perspectivas diferentes, y organizan textos diversos.
Todo
esto para estructurar una escritura cada vez amplia y establecer digamos una
sintaxis cada vez más completa.
No
sólo producto de los símbolos que componen la página, sino incluso para
incorporar lo que comienza a partir de lo bordes del libro, el ambiente, el
alrededor, lo contextual. Desde esa perspectiva me parece que uno intenta
develar la realidad humana, sus formas más bellas, más verdaderas.
—Me parece que
el lector se enfrenta a un tipo de escritura que tal vez lo desconcierte. ¿Cuál
sería la intención, los objetivos que están detrás de un texto tan separado de
los textos habituales?
Bueno, en cierta
forma, lo que uno trata de hacer es intentar las facetas de una sociedad cuya
condición fundamental es el desarraigo, la fragmentación, el desgarramiento
frente a la herencia histórica. Este ha sido un trabajo lento y que se ha ido
aclarando progresivamente, sí que hay allí otros niveles, pero he intentado
expresar la necesidad, la aspiración de integrar la necesidad, la aspiración de
integrar la delirante diversidad étnica, cultural, histórica y la delirante
hibridez que fragmenta nuestra conciencia.
—Pero ¿piensas
que exista una continuidad entre tu primer libro y éste?
Sí, en cierta
forma hay una continuidad. Pero también creo que hay una diferencia
fundamental. El nuevo libro, quizá, continúe del anterior el propósito de
diseñar hasta donde me ha sido posible lo integral, de entregar a sugerir la
relación entre la diversidad de elementos de lo real. Este es un deseo, una
aspiración personal muy arraigada en mi trabajo con las palabras. Y esta
operación en “Un de vueltas…” es extensiva al cuerpo del país, a nuestra
realidad. Fue un libro escrito por la necesidad de expresar los dramas y los
gozos de una inmensa cantidad de personas que no habían hablado en nuestra
poesía. Y se puso en circulación un lenguaje, un lenguaje que, a estas alturas,
va haciendo su camino silencioso, ahora se accede a otros niveles históricos y,
del mismo hecho literario. Por ejemplo, se abordan las convenciones, se
contemplan los mecanismos de la expresión, se les utiliza críticamente al mismo
tiempo que se intenta devaluarlos.
—Tu
experiencia de los últimos años está muy cercana a Hora Zero ¿Compartes todavía
algunos de sus postulados?
Bueno, mira,
yo me adhiero a lo que, luego de una evaluación personal, considero lo esencial
de Hora Zero. Pero es necesario considerar que me estoy refiriendo al único
período válido que ha tenido el movimiento, es decir, su trabajo de los años
1970-1973. Hace poco, utilizando el nombre de Hora Zero, ha aparecido un
documento que contradice en lo esencial sus postulados. Y por eso creo que es
un documento falso. Seguiría suscribiendo la negación de la literatura como
institución burguesa, la negación del individualismo, la conciencia de la
necesidad del trabajo colectivo, la seguridad en la importancia que tiene el
arte y la poesía cuando —desde ella misma— formula su participación en el
proceso de transformación que realizan las mayorías. Suscribo además el llamado
para que el arte sea asumido desde una perspectiva ética revolucionaria, en
fin, su exigencia para que se formule la cultura en su conjunto. Pero no ignoro
que estas tareas aún no se han cumplido plenamente. Es lo que todavía queda por
hacer.
—Por otro
lado, tú perteneces a la última generación de poetas peruanos. ¿Cuál es en tu
opinión la situación de los escritores de tu generación?
Primeramente
te diré que nunca hubo en el país un grupo tan numeroso de poetas de extracción
popular como hay ahora. Esto, evidentemente, en una sociedad donde todavía no
se han removido las cúpulas, genera una desinformación respecto a esta
generación, a sus búsquedas esenciales, a sus logros. Otra cosa digna de
interés es el intenso trabajo editorial, promovido por poetas jóvenes. Pero,
por otro lado, para la mayoría de poetas de esta generación, el trabajo
eminentemente literario no es suficiente, luego de producir el texto se han de
cumplir las tareas necesarias para que ese texto llegue al lector. Las fatigas
tempranas, generalmente no son consecuencias del trabajo literario. El
agotamiento físico o nervioso no es siempre producto de una investigación. Se
invierte tanta energía para lograr editar un libro como para escribirlo. “La
responsabilidad de un artista es hacerse fuerte”, escribió Gauguin y ese
precepto es absolutamente válido para los poetas de mi generación. Sin embargo,
en un plano más general, y más allá de esta penetración, yo creo que la
literatura nacional existe en detrimento de quienes la hacen. Las deudas de los
dirigentes de la comunidad para con esas propuestas que hace un escritor, son
pues abundantes. Esto no tiene nada que ver con una propuesta al mecenazgo o a
las protecciones literarias, requiere un nivel de organización mínima. Y muy
pocos escritores aquí la tienen. El libro de poemas en lo que toca a quien lo
escribe, sigue siendo un regalo. Y la poesía existe, porque afortunadamente aún
hay quienes insisten en regarla. Pero esta situación es parte de algo mayor. El
país prepara también a los escritores para la frustración antes que para la
realización. Esta es una anormalidad y creo que una de las tareas de mi
generación es evitar que se convierta esa anormalidad en normalidad, a fuerza
de ser habitual.
—Y según lo
anterior ¿qué sería, entonces, para ti la poesía?
Sería
anticipar la experiencia de la libertad en un país organizado para impedirla,
instalar un espacio donde el ejercicio de la libertad sea realmente posible.
Sería establecer un intercambio de sentidos entre el lector y autor en donde,
ninguno de los dos, ejerza el control de ellos, en detrimento del otro. Y así
hacer, otra vez, necesaria la poesía. Para mí a la poesía le corresponde las
áreas más difíciles, entre ellas, desautorizar la percepción, ha de dialogar
con la intuición, ha de agregar a la conciencia otros actores de lo
inconsciente. Y así hacer, otra vez, necesaria la poesía. Para mí a la poesía
le corresponde las tareas más difíciles, entre ellas, desautomatizar la
percepción, ha de dialogar con la intuición, ha de agregar a la conciencia
otros sectores de lo inconsciente. Y la literatura, en el interior del proceso
de transformación sustancial que la distancia de cualquier complicidad con el
mundo que se quiere revocar. Es decir, formular una crítica que impugne no sólo
a los productos artísticos, sino al sistema de la productividad, a las ideas de
la productividad.
Fuente de la fotografía: Diario El Peruano
Crédito de la entrevista Luis Jochamowitz
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