El estudio que hace el poeta y
crítico Paul Guillén de la poesía de uno de los más importantes poetas de
Hispanoamérica surgidos en la década del 70, Enrique Verástegui, centrándose
especialmente en Monte de goce, y principalmente dentro del marco teórico basado
en los conceptos lacanianos del psicoanálisis como la teoría del espejo, la
metáfora paterna, el autismo del goce, la perversión, el fetichismo, y «la
equivalencia psicótica», es un buen aporte a la comprensión del fenómeno
poético en cuanto a la manera estética en que la Modernidad muestra sus fisuras
y cómo la poesía propone sus salidas.
Si bien han pasado más de
cuarenta años en que los planteamientos del poema integral de Hora Zero
produjeron libros, como los denomina Guillén, “neovanguardistas”, tales como Vida perpetua y Las armas molidas de Juan
Ramírez Ruiz, o Tromba de Agosto de Jorge Pimentel, aún no ha habido estudios
sistemáticos que analicen estas propuestas en estas obras. En cuanto a Monte de
goce hacía falta un trabajo de investigación que abordara los postulados de la
poesía integral a modo de (aquí cito palabras del prólogo del autor) un “mapeo
entre esta verbalización y el signo visual que en Monte de goce (Lima: Jaime
Campodónico Editor, 1991) está trabajado de manera explícita: composiciones a
lo Kandinsky, dodecafonismo, guiones cinematográficos, obras para marionetas, etc.”
Lo que se propone Guillén en esta
investigación es intentar (cito) “informar y evaluar que la poesía de Enrique
Verástegui se constituye como un proyecto poético, teórico y político que nos
habla de la no modernización de la sociedad”.
Para esta tarea deslinda con la
crítica que se enfoca a analizar el contexto del discurso, que se queda en “el
umbral de enumerar situaciones sociopolíticas que habrían influido
‘decisivamente’ en las estructuras e ideología de los poemas”, y no que da cuenta del “espectro de las
tradiciones, formaciones e instituciones o de la estructura de sentimiento como
‘experiencias sociales en solución’”, siguiendo la noción de Raymond Williams.
En Monte de goce hay una lucha,
nos dice el autor, contra el “capitalismo alienante que comprime y enajena al
ser humano”. De ahí que el erotismo es el tejido verbal mismo que deviene en
goce; o en otras palabras usadas por el poeta mismo: es una gramática. Por eso
el cuerpo se plantea como un paraíso; en donde el pecado juega un rol importante
en el proceso de esa lucha contra la alienación. Siguiendo las palabras del
autor de este estudio: “puede decirse que los alucinógenos y el pecado son la
aprobación de la lucidez hasta en la locura”.
Creo que por la brevedad de esta
publicación Guillén ha resumido este último punto importante para entender más
plenamente, pienso yo, no solo la poesía de Enrique Verástegui, o la de los
libros fundamentales de Hora Zero, sino para abordar como fenómeno estético la
poesía peruana desde entonces, y un poco de atrás, hasta la actualidad.
La investigación en este libro se
detiene al abordar los elementos que (cito) “ayudarán a establecer las
relaciones entre los rasgos sicóticos, perversos y esquizofrénicos del libro”,
justamente aplicando las ideas de Lacan. Aquí el autor nos da la base que abre
una nueva perspectiva en el estudio de la poesía de Verástegui. Es el aporte de
Guillen, que pienso debiera ser continuado no solo por él mismo.
Estructuralmente el presente
libro se compone de tres capítulos:
En el primero se analiza la
recepción que ha tenido la poesía de Verástegui “en conjunción con la poética
del poema integral propuesto por Hora Zero”. Cuestiona la crítica de enfoque
sociologista y biografista; señala el reduccionismo en cuento a rasgos que
provenían del 60 como el narrativismo o la ironía, y que excluye otras formas
discursivas como la de José Morales Saravia o Vladimir Herrera. Me parece que
por ahí también hay mucho camino para ser estudiado por la nueva crítica o la
otra crítica, como la que, dice Guillen en su argumentación, se acerca el
enfoque que hace Jorge Frisancho o Enrique Bernales al estudiar a Verástegui.
En el segundo capítulo se toca
“la poética de Enrique Verástegui con relación a sus libros teóricos, ensayos o
artículos”. Aquí el crítico repasa sus influencias como la de Pound, Eliot y
Olson, como paso preliminar que nos permita entender la construcción de un
aparato verbal que será desmontado en el tercer y último capítulo. Paul Guillén
dice en este punto, refiriéndose a Verástegui como ensayista: “A nuestro
entender El motor del deseo se constituye como el único intento serio y cabal
de un poeta peruano por comprender una reflexión orgánica en su metodología,
planeamientos y fuentes sobre la poesía peruana, latinoamericana, occidental y
oriental”.
Entonces bajo estas premisas,
análisis, recuentos y críticas, de la poesía y el pensamiento verasteguineano,
en el último capítulo se centra en estudiar Monte de goce bajo la lupa de los
conceptos psicoanalíticos que ponen “especial énfasis en el goce y la
perversión para tratar de conceptuar la eminencia de esta escritura como
fálica”. Destaca, para este planteamiento, la polifonía que caracteriza el
lenguaje de Monte de goce, asimismo su intención de ser un “tratado de la experiencia”
y el ser una obra abierta, sin género.
Estamos seguros que Paul Guillen
seguirá aportado con sus estudios críticos sobre la poesía actual o la que
sentó las bases para la estructura de la poesía que conocemos hoy, y que tanto
hace falta sistematizar con renovadores análisis. Estamos seguros que
continuará con esta buena labor seria y coherente como ya lo ha venido haciendo
desde hace tiempo; y también en su trabajo como poeta, como buen poeta que es,
y por si fuera poco además como editor y difusor cultural con el blog El Sol
Negro.
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