“Ya parece Nueva York aquí”, dice Bertoni sobre Concón. “Yo voy a Santiago, vuelvo y ya hay otro edificio”. Nunca ha tenido auto, hace 10 años no va al cine y en su casa no hay Internet. Ni siquiera ha visto Gloria, donde uno de los personajes recita un largo poema suyo. Ve tele, pero no mucha, porque “lo único bueno de la tele es el I-Sat, que da buenas películas”.
Está contento porque en la antología de su obra que publica Lumen encontró poemas que le gustan pero que habían pasado piola. De hecho, va a venir a Santiago al lanzamiento del libro, actividades que en general evita. “No tengo dedos pa ese piano, no me agradan los circuitos artísticos. Y me afectan las cuestiones. No tiene que venir Shakespeare a decirme ‘tus poemas son una cagá’, con que me lo diga un idiota me hace efecto. Y mi relación con la literatura es de absoluta necesidad: escribo para aliviarme. El día en que no tenga que aliviarme, no escribiría. Pero como ese día ya no llegó y no va a llegar nunca, escribo todos los días”.
Desde ese aislamiento, en todo caso, Bertoni ha tramado una poesía de las escenas cotidianas que identifican a cualquiera, con mucha calle y, cuando se puede, mucho humor. “Este poema me gusta”, dice hojeando el libro: “Los que no se atreven”.
los que no se atreven a abrir la ventanilla de la micro
por temor a que no se abra y las niñas piensen que uno
es un debilucho malo para la cama un impotente
un mariquita que no tiene fuerzas ni para abrir
la ventanilla de una micro
los que no se atreven a cerrarla por la misma razón o
por temor a que algún otro pasajero se oponga
y lo insulte o le ofrezca incluso puñetes
los que no se atreven a negarle una moneda o dos
al trovador criollo que aporrea una guitarra que dan
ganas de partírsela en la cabeza o precisamente porque
canta y toca como las pelotas entonces hay que darle
con mayor razón
(…) los que no se bajan inmediatamente de una micro a
la que se subieron por equivocación por miedo a que
los pasajeros se den cuenta y se rían y lo indiquen con
el dedo pensando que uno es un pobre imbécil que ni
siquiera sabe subirse a la micro que corresponde
Cuando das entrevistas hablas sin mucho pudor, incluso de problemas sexuales o psicológicos. ¿Igual nomás te dan plancha esas tonteras?
Sí, soy más así que la cresta. Somos todos humanos y ridículos. Yo tengo 68 años y me siento todavía tan pendejo… Cuando veo a los presidentes, que ya son más jóvenes que yo, digo ¡cómo se atreven a dirigir países, yo apenas puedo arreglar mi pieza! Yo freno, me arrepiento, dudo 20 minutos entre dos tomates en la verdulería. Y estos culiaos se levantan y dicen “se hace A, se hace B”. Menos mal existen, si estuviera yo seguiríamos matando los pescados a peñascazos.
HIPPIES Y MENDIGOS
“Yo pensaba estudiar Leyes como mi papá, pero me fui a Estados Unidos el año 63 con una beca para vivir con una familia gringa y terminé el colegio allá, en Denver. Y volví a los 18 años con la cabeza súper cambiada. Ahí empecé a tener cuadernos”. A fines de los 60, la izquierda hippie y la marxista lo iban a cambiar todo y Bertoni, con 23 años, estaba en el medio. Aunque nunca le hizo a los pitos, puede decir que tocó congas en el primer grupo de jazz fusión que hubo en Chile y contar historias como ésta: “En 1972, hicimos un concierto en el Estadio Chile con La Banda, donde tocaban el Gato Alquinta, Pedro Greene, gente de Fusión, de Los Bloops, y yo toqué unas congas que me prestó Pedro Greene. Nunca en mi puta vida he sentido tanto olor a marihuana como esa vez. Estaba lleno de hippies de población con unos cintillos que les tapaban los ojos, pantalones patas de elefante, había una onda increíble. Creo que está en YouTube” [buscar por “La Banda-Estadio Chile”].
También integraba un colectivo poético denominado La Tribu No. El año 69, Nemesio Antúnez, director del Bellas Artes, los convocó a una de las jornadas artísiticas llamadas “Museo 69”.
–Era increíble, porque leíamos poemas y después en otro lado tocaba Víctor Jara, y en otro lado una señora tocando clavecín, y el museo repleto. Yo leí un poema en que me cogía a alguien y al final del poema decía “pájaros culiaos, si no se quedan callados me los culeo a todos también”. Y nunca me voy a olvidar que cuando iba a leer de nuevo, un tipo sentado abajo me dijo: “¿A quién te vai a culear ahora, flaco?”. Vivir esa cuestión en el Museo de Bellas Artes era espectacular, había una onda que si lo pienso ahora me da una nostalgia horrorosa, porque algo era vital, sano.
¿Cómo se mezclaba todo ese ambiente con la política? ¿Tú estabas politizado?
Siempre estuvimos politizados. Pero teníamos súper claro que no podíamos parecer hippies de Flower Power, así que le dedicamos nuestra lectura al MIR, al PC y a los Black Panters. Salió hasta en el diario, “¿qué tenían que ver los Black Panters?”. Pero la música negra del blues y el funk es lo que más me gusta en el mundo, entonces cachaba las luchas de ellos, había leído los libros. Teníamos todo eso en la cabeza, que la mayoría no lo tenía.
¿Hoy día tienes un pensamiento político?
Me di cuenta que soy socialdemócrata. Porque si pienso en los países del norte de Europa, es lo mejor que se ha hecho: tú tienes educación, la salud pagada y más no se puede hacer porque el resto es el ser humano y tenemos una virutilla en la cabeza y siempre van a haber locos y cagadas. Por ejemplo, yo conozco a los mendigos, tengo a mi mendigo favorito que es una joya, un hueón joven, guapo, y lo he visto cómo se ha ido haciendo mierda. A otra niña linda la vi por primera vez en el Paseo Ahumada hace 30 años, una morena guapa, se parecía mucho a la Camila Vallejo, y la última vez que la vi era una calavera, reventada, neoprén y qué sé yo. Ahí estamos liquidados… No, no liquidados. Gramsci dice “yo soy pesimista del pensamiento y optimista de la acción”, y pienso lo mismo: esta es una mezcolanza asquerosa, pero algo se puede hacer. Si somos un embutido de ángel y bestia, como dijo Parra, que en realidad lo dijo Pascal, entonces para qué tirar pa la bestia. Y uso el dicho para entendernos, porque las bestias son unas joyas al lado nuestro. ¿Qué hacen las bestias? El león come, culea, hace leoncitos, duerme, no tortura a nadie… los animales son infinitamente más civilizados que nosotros. Para qué vamos a hablar de lo cabrón que tú mismo puedes ser… Con los mismos mendigos a los cuales yo les tengo como un sueldo, de repente soy más avaro que la chucha, les doy poquísimo.
En noviembre del 72, la artista Cecilia Vicuña ganó una beca en Londres y Claudio Bertoni, su pareja, partió con ella. Vivían sólo de la beca y dice que nunca fue tan pobre.
–Vivíamos de comprar en la verdulería de la esquina el stay bread y damish food, que era el pan de ayer y fruta dañada. Y funcionábamos con eso. Yo robaba leche.
¿De dónde?
Es que allá a las 5 de la mañana pasan unos carritos eléctricos repartiendo leche. Tú dejas tus dos botellitas y te las dejan repuestas. Yo salía a las seis, estaba todo el edificio lleno de botellitas y agarraba un par… puta, esto no es muy bonito, pero estábamos muertos de hambre. Después nos separamos, yo viví en París otros dos años y medio y el 76 volví a Chile.
¿Volviste de París a Concón?
Sí, altiro. Por suerte vine, porque mi mamá se murió tres meses después de un derrame cerebral y habría sido horrible no verla. La muerte de mi mamá fue una cuestión horrible, eso fue definitivo.
Llevas acá casi 40 años.
Así es. Ha sido de todos colores la cosa. Acá, solo…
En general muy solo, ¿no?
Más que la cresta. Vivir solo es difícil, sobre todo si no hay disciplina. Como dice Montaigne, estar en todo es estar en nada, tenís que hincarle el diente a algo. Yo soy un vago y no tengo nada que me rija. Bueno, ahora salgo de la casa todas las mañanas, a rozarme con la gente, porque el año 98 estuve mal, tuve digamos que una depresión, una cosa de pánico, que creí que me iba a durar tres días y me duró cinco años. Era una cuestión indescriptible. Era como si todo fuera igual que ahora no es que yo te habría visto como un elefante ni nada, pero con la única diferencia de que era absolutamente insoportable. Además me quedé insomne, que es una maldición porque el sueño es lo que corta la mente.
Y cuando sales en las mañanas, ¿tienes tus rutinas?
Sí, voy a algunos cafés. Tengo uno donde hay una señora que me quiere y me regala torta y todo. Y ahora estoy muy amigo de una viejita que tiene 85 años, la Carmencita, que tiene los pulmones pa la cagá y anda en silla de ruedas, pero me dice “mi amor”, me agarra, me besa la vieja por todos lados y yo la beso también. Esa es la vida social que tengo, además de mi familia que vive en Santiago. Es fregado, porque a mí me gusta estar solo, pero tampoco soy el misántropo que a los 7 años escribió su primera novela. Hasta los 15 me pasaba en la calle hueviando, pichangeando, me encantaban las minas, en ese tiempo estaban las empleadas domésticas que era el único sexo que uno podía tener, porque se podía abrazar, le agarrabai una teta y eras feliz con eso. Yo era así.
LA PESTE DEL SEXO
“Lo único claro que tengo del mundo es que yo adoro la música y que nada me conmueve más que las mujeres”, dice sobre las dos obsesiones que definen su poesía. “La música me conmueve horrorosamente, escucho las partitas para violín de Bach y no puedo creer que alguien haya escrito eso, lloro como una magdalena. Con los coros de música negra me pasa lo mismo, me arrasan. A mí la música no me hace feliz, me hace polvo, algo ahí ahí, una cuestión que no tiene palabras y por eso me conecta con los místicos. Y el erotismo también es una parte de la vida espiritual. Antes de transformarse San Agustín era un lacho, un caliente, muchos místicos lo han sido.
¿Tú has sido de relaciones largas?
Aparte de pequeñas cosas, he tenido tres mujeres, de mucho tiempo. De hecho con la primera, la Cecilia, partimos cuando ella tenía 14 años y yo 16. ¡Y estuvimos juntos 13 años! Jamás deberíamos haber estado juntos tanto tiempo.
Ja, ja, ja.
No, en serio, imagínate a esa edad, yo con la libido a siete mil por hora, y no soy un playboy, no me ando metiendo con mil minas aunque me muera de ganas. Lo conocimos todo juntos. Me acuerdo que jurábamos que nunca íbamos a tener una casa con una mesita al medio del living. Yo jamás la he tenido y creo que ella tampoco.
En el libro hay poemas de amor y erotismo, pero también otros de rechazo al sexo.
Sí, puteo contra eso. En el libro Adiós (2013) digo que hay dos pestes, la vejez y el sexo. Para mí el sexo es la mierda. Ahora leí las memorias de Buñuel y le preguntan si a su edad echa de menos poner tener una erección para hacer el amor. Y dice: “Si yo fuera Fausto, lo último que le pediría al Demonio sería que me devolviera el sexo. Después de 70 y tantos años, por fin estoy tranquilo”. Cioran habla también de Gogol, que era impotente, y dice “lo debería haber tomado como una bendición”. Muchas veces he pensado eso. Por ejemplo, está este poema que se llama “El pico parado”: “Es como la empuñadura / de una espada / hundida en mí”. Es algo doloroso, ya quiero dejar de sentir eso, si estuviera en mí lo haría altiro. Todos los días veo alguna mujer que me deja pegado por 5 o 10 minutos, pero hay algunas terribles que es más que eso, y eso es desesperación. Mira, esto es lo que me pasa, este poema se llama “Hecho polvo”: “Es como quedo / cuando me cruzo con una mujer / que no veré nunca más en la vida / y con la que me habría gustado pasar / toda la vida”. O sea, si perdiendo la capacidad sexual pierdo eso, feliz. Pero el siquiatra me cagó, me dijo “Claudio, estás liquidado, eso no se acaba nunca”.
EL DOLOR ES LO QUE HAY
En tus poemas aparece mucho el desamparo y la percepción de la fragilidad de las cosas. ¿Por qué esa voz no busca también un refugio en la resistencia de la vida, pese a lo frágil que es?
Creo que estás equivocado en eso: lo busco, lo que pasa es que no lo encuentro. Hay un soneto de Quevedo que al final dice, no literalmente: donde yo ponía los ojos, ponía la muerte. Y eso me pasa. De repente me subo a la micro, miro a una persona, que no tiene que ir degollada ni llorando a mares, pero le veo la cara, leo en lo que está y cagué. A veces me he bajado de micros, y esto está creciendo con el tiempo, soy exacerbadamente empático. La sensación que tengo del mundo es de una enorme injusticia, y el corazón de la injusticia en realidad es el dolor. Por eso es que ahí Buda puso el dedo en la llaga: el dolor es lo único que hay. Tú puedes hablar de Shung Tzu, que soñó que era una mariposa y al despertar no sabía si era él o la mariposa, pero a ese hueón le corto un dedo y sabe inmediatamente quién es. El dolor detiene lo que sea, esta conversación también. Nosotros dos tenemos en este momento el poder de hacernos infelices, no hace falta que yo te haga tajos. Ahora te puedo insultar, por ejemplo…
¿Y no te satisface que pudiendo hacerlo, no lo hagamos?
No me satisface para nada, la línea es demasiado fina. ¿Te acuerdas de la Malala? La niñita pakistaní que un Al Qaeda le pego un balazo en la cabeza por decir que se tenían que educar… Yo ni siquiera puedo insultar a un tipo que hace algo así, ese dolor para mí es un muro: no hay nada que hacer contra eso, la vida ES así. O sea, imagínate Auschwitz, pero para mí es Auschwitz y también que un niñito se apriete un dedo en la puerta. Por eso yo no tendría un hijo aunque naciera mil veces, me muero. La Simone Weil, una filósofa judía que se convirtió al cristianismo, hace una lista de todas las miserias que puede haber, desde las torturas más horrorosas hasta las locuras más desesperantes, y dice “eso es el amor de Dios”. Yo creo que eso es cierto, porque puede haber un Dios pero no tiene ningún contacto con nosotros. Por eso ella dice que un ateo de verdad, o sea una persona honesta que piense y sienta ese desamparo, está mucho más cerca del Dios real que la gente que reza y le prende velitas. Porque ese hueco, esa aridez, bueno, esto es horroroso, pero ese es Dios. Por eso los únicos que saben qué es la salud, aunque sea un lugar común, son los que han estado enfermos. Cuando yo estuve mal esos 5 años y de repente volví a ver el mundo como lo estamos viendo ahora, puta ¡no quería ni pestañear para que no se me fuera a pasar!
La normalidad…
Es que nada que yo te dijera sobre ese bienestar podría ser exagerado, porque eso no lo puedes exagerar: es el cielo en la tierra. Mirar por la ventana de la micro con esa mirada entre que ves y no ves, un pedazo de vereda, un pedazo de perro, ése es el cielo. Lo único es que tenís que cachar, tenís que darte cuenta de que la normalidad es el cielo aquí.
¿Saber conformarse con eso?
Es que ése es el verdadero tesoro que tú tienes. El Bagavarditha, un libro budista, habla de algo muy importante para entender esto: renunciar al fruto del acto. Por ejemplo, tú ahora tienes que escribir esta cuestión para el Clinic, hazlo lo mejor posible: pero no te la creai, ¡no te la creai! La vida va a seguir y van a pasar cien mil cosas sobre las que no tienes ningún control. Por algo los hueones que se creen dueños de su cuento están enloquecidos, híper estresados porque mi cabrita chica no es tan bonita como yo creo, no entró a Medicina en la Católica porque no le dio el puntaje… ¡No, hueón! Haz lo que puedas por ayudarla, pero ese no es el asunto. Si tú te ganas el Nobel, el momento más maravilloso de tu vida no va a ser cuando estai con el hueón de Suecia dándote el premio. Y a la salida del premio alguien te dice “¿sabe?, tiene un cáncer terminal y le quedan 25 minutos”. La realidad es así. En el Shong Tzu hay un árbol en el bosque, retorcido, hecho mierda, pero es el único árbol que no talan. O en una aldea un cabro se cae del caballo, se quiebra un brazo y todos le tienen pena, pero a los dos días hay una guerra, se llevan a todos los jóvenes y el hueón se queda en la casa durmiendo. Por eso cuando un hueón se manda las partes está dando la hora. La frase más sabia que conozco es “you never know”, y es de Tribilín. Uno nunca sabe, por lo menos si vas al hueso.
MÍSTICOS Y CONVERSOS
–Una cosa que me intriga mucho de la religión, que hace muchos años es lo que más me interesa, son las conversiones. San Agustín terminó con su mujer porque abrió un libro, leyó tres líneas de San Antonio y quedó dado vuelta. Se dio cuenta de algo, se transformó. Y estamos hablando de un tipo que era un genio, además un tipo activo, no estaba en la punta del cerro. Yo estuve en colegio de curas 10 años, en el Liceo Alemán, me hicieron pebre, una tortura, y la conversión más clara que te enseñan es la de Saulo, San Pablo. Tú sabís que San Pablo andaba matando cristianos, y de repente le cae un rayo encima y termina siendo el inventor de la Iglesia como la conocemos. O el caso increíble de la Edith Stein, que estudió Filosofía, era ayudante de Husserl, una mujer atea con el medio cerebro. Y un día va a ver una amiga, la amiga la hace esperar un rato, ella abre un libro de la Teresa de Ávila, lee no sé qué líneas y queda en trance. Terminó de carmelita descalza, y terminó en Auschwitz y la quemaron hueón, a ella y toda su familia. Yo leí una carta que le mandó a Pio XII diciéndole lo que se venía, nunca se la contestaron. Puta, detesto a la Iglesia.
¿Qué es lo que te deslumbra de esas conversiones?
Me deslumbra que están más allá de la razón pero con personas brillantes. Y otra cosa son los místicos. La Ángela de Foligno es un caso que no se puede creer. Era una mujer de Umbría, Italia, que de repente cae literalmente al suelo, queda tiesa como dos horas y se da cuenta que está poseída por el Señor. Pero tiene un gran problema: está casada, tiene dos hijos, un papá y una mamá que mantener. ¿Y sabes lo que hizo esta mujer? Se puso a rezar para que se murieran. Y se murieron todos. Se le murieron el papá, la mamá y los hijos.
¿De qué se trata para ti el misticismo?
El misticismo es puro rasguñar silencios. El Tao empieza diciendo que el Tao de verdad no se puede decir. Y si tú vas a cualquier sabiduría, al final todos los hueones te dicen lo mismo: no se sabe, si tú querís saber la firme, no la vas a saber jamás, porque nosotros estamos en el espacio-tiempo que es una cuestión lineal, y porque nombrar algo es matarlo, etc. Un místico luterano, Tersteegen, tiene una pura frase que define esto: “Dios es absolutamente ininteligible”. Ahora tú dices: le estoy haciendo esta entrevista al hueón de Bertoni, este hueón dijo “ininteligible”, “ininteligible” significa que no se puede entender, lo ponís en el Clinic y te olvidai. Ahí no sirve si en realidad quieres cachar lo que es. Hay que hundirse en eso, son cuestiones que penetran con lentitud y tú tienes que estar ahí, atento. El budismo zen, que para mí es lo mejor que hay, está lleno de eso. Tienen unos como acertijos que se llaman Koanes, y cuando viene el discípulo y dice “la respuesta es ésta”, el maestro zen le responde “estai puro hueviando”. Siempre te quita el piso, y de eso se trata: no hay respuesta. Y 30 años después, quizás al discípulo ya se le quitaron las ganas de saber, pero está en el patio barriendo y de repente una piedrecita le pega a un bambú, hace ¡pic! y el hueón despierta.
LA MUERTE Y EL PENSAMIENTO
Decías que tus obsesiones han sido la música y las mujeres, pero que hace algunos años tus temas son la vejez y la muerte.
Mi norte es amigarme con la muerte. Es increíble, porque desde que tú naces hay una pura cosa que puedes saber: que te vas a morir. ¡Y los hueones viven arrancándose de eso! Vivimos en una sociedad de mierda en que la única respuesta que han encontrado es apretar cachete. Y el ruido, porque dime tú cuándo hay silencio. Cuando hay apagones queda la cagá, los dejas un día sin nada que los distraiga y los hueones empiezan a caminar por el techo, porque empiezas a mirar qué chucha pasa contigo. O sea, lo que a mí me pasó del 98 al 2003 fue eso, ¡no podís parar la cabeza! “No, es que yo borro toda la hueá”, basura, eso no pasa nunca, no existe. Ahora tengo 68 años y soy hipocondriaco, vieras las hueás que hago, pienso que tengo cáncer porque tengo una hueá en la axila. Y mi paranoia total es quedar como Cerati.
¿Por qué?
Porque estás preso en tu cuerpo, no te puedes matar, eso es lo horrible. Leí recién las cartas de Séneca a Lucilio y te juro que es un comercial del suicidio. Para los estoicos, su “sacramento”, por llamarlo así, es el suicidio, cuando ya no quieres más. Yo pienso lo mismo, y estoy enterándome de prácticas de suicidio porque realmente quiero tener esa posibilidad si algún día no quiero ser un bulto respirando. Un país donde no existe la eutanasia para mí es un país de trogloditas. No puedo creer que un ser humano quiera obligar a otro a seguir sufriendo dolores horrorosos. Estos tipos que rasgan vestiduras por el aborto cuando un niño va a nacer con el cerebro afuera… ¡lo que tienen es una falta de amor absoluta! “No, no podemos hacer eso porque este hueón dijo que…”, ándate a la chucha, esto es la Tierra.
Y cuando piensas en la muerte, ¿te piensas como parte de algo que sigue después?
Creo que sin duda es así, pero altiro viene la réplica de “cuál es la gracia si no me voy a dar cuenta”. ¿Sabes qué es lo que más me da pena de morirme? Que voy a dejar de pensar. Que tengamos conciencia es la hueá más rara del mundo. Porque cuando tú vas a las fronteras del pensamiento, que ahora está en la neurofisiología más que en la física cuántica, los gallos no es que vayan cachando más, sino que se van dando cuenta de que el horizonte de lo conocido se hace cada vez más grande. Eso es alucinante. Lo que más me gusta de Chile en estos momentos es que existe esa hueá de ALMA, que creo que son 60 antenas, las he visto en la tele, me llena de gozo ver eso. Ahí un poema que se llama “Chile” y me gusta tambien. Mira (lee):
Chile no es mi patria
ni la tierra es mi planeta
ni la tierra pertenece al sistema solar
ni el sistema solar pertenece a la Vía Láctea
ni la Vía Láctea pertenece al universo
ni el universo pertenece a dios
ni dios pertenece al vacío
ni el vacío pertenece a mi mente
ni mi mente pertenece a mi carne
ni mi carne pertenece a mi cuerpo
ni mi cuerpo pertenece a mi alma
ni mi alma pertenece a mi muerte.
Esa es mi sensación: que la realidad es la cosa más rara que hay y no se agota nunca. Hay cosas que he leído en libros serios y no las puedo creer. Te voy a decir una cifra. En una conversación, un astrofísico ruso le dice a un filósofo francés que si tú pudieras contar 100 millones de átomos por cada segundo, para contar los átomos que hay en un grano de sal te demorarías… 50 siglos. Yo lo tengo subrayado, le hice un hoyo a la página, todavía no lo creo. Si yo fuera ministro de Educación o un dictador culiao les haría sentir eso a los cabros, la rareza y la infinitud del mundo. Ahí no necesitas cocaína, nada, estás volado con eso, porque es la droga más heavy y es interminable. No podemos cachar lo que pasa en absoluto, pero nos damos cuenta de que no nos podemos dar cuenta. La hueá es demasiado notable.
Y cuando sales en las mañanas con estas cosas en la cabeza, ¿te sientes muy escindido del resto de la gente?
Sí, la verdad que sí. O yo estoy en la luna, o ellos están en la luna. Porque para mí la vida son las cosas que te he hablado. Esas cuestiones de la ropa usada gringa no sé qué son, no existen pa mí. Tengo la cueva de tener un papá abogado que tiene este sitio y me pude venir para acá, porque no tengo un peso. Me hice una casita, donde vivo frugalmente, no he tenido hijos…
Eso de vivir frugalmente ha sido siempre algo importante para ti…
Sí, desde muy chico me llamó la atención vivir de esa manera. Me acuerdo que el año 76 vivía con 6.800 pesos mensuales. Y cuando descubrí a los cínicos griegos, su cuento con la autarquía tuvo un eco absoluto en mí. El maestro de Diógenes es una laucha. Él cuenta que está al sol muerto de calor, muerto de sed, y de repente ve una laucha y dice “puta, ese es mi maestro”. Porque esa laucha no necesitaba nada. Por eso Diógenes “se revolcaba en las arenas ardientes en el verano y en el invierno abrazaba las estatuas cubiertas de nieve”. En realidad, Epicuro, los cínicos y los estoicos, son mis muchachos.
Antología (1973-2014)
Claudio Bertoni
Selección de Vicente Undurraga
Lumen, 224 páginas
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