Sandro Chiri. Poemas de Filadelfia / Philadelphia Poems (edición bilingüe). Lima: Alberto Chiri Editor, 2006. Traducción al inglés de Raymond McConnie. Fotografías de Robert Dewey.
El poeta peruano Sandro Chiri (Callao, 1958), autor de Poemas de Filadelfia —poemario reseñado en esta oportunidad por el docente español Ángel Esteban—, dirige la revista literaria La Casa de Cartón. Ha ejercido la docencia universitaria en la Universidad de San Marcos de Lima (1989-2004), labor que continúa pero en las aulas de Temple University (Filadelfia). Es autor de los poemarios El libro del mal amor (1989), Y si después de tantas palabras (1992), Viñetas (2004) y Poemas de Filadelfia (2006, edición bilingüe). Ha publicado en coautoría las selecciones Cuento peruano contemporáneo (1991), Narrativa de vanguardia en el Perú (1994) y El cuento en San Marcos (2000).
El poeta peruano Sandro Chiri (Callao, 1958), autor de Poemas de Filadelfia —poemario reseñado en esta oportunidad por el docente español Ángel Esteban—, dirige la revista literaria La Casa de Cartón. Ha ejercido la docencia universitaria en la Universidad de San Marcos de Lima (1989-2004), labor que continúa pero en las aulas de Temple University (Filadelfia). Es autor de los poemarios El libro del mal amor (1989), Y si después de tantas palabras (1992), Viñetas (2004) y Poemas de Filadelfia (2006, edición bilingüe). Ha publicado en coautoría las selecciones Cuento peruano contemporáneo (1991), Narrativa de vanguardia en el Perú (1994) y El cuento en San Marcos (2000).
Conocí al poeta peruano Sandro Chiri en un bar de Filadelfia, tomando una cerveza después de una conferencia en Temple University, entre Broad Street y Cecil B. Moore. Brindamos por la poesía, por Ribeyro, por la literatura latinoamericana. Desde entonces, siempre que nos juntamos, volvemos a brindar con una lata de las de medio litro, para que la poesía menudee en nuestras vidas con la alegría de quien estrena zapatos nuevos. Por eso, estas palabras son una celebración más, chinchín incluido, porque la poesía sigue viva y se mantiene en forma exquisita. El lector que se acerque a estos versos podrá corroborar que la experiencia, toda experiencia humana, es susceptible de reconducirse hacia el tamiz del arte, de la sensibilidad, de la magia de la palabra. Una ciudad colosal aparece en nuestros ojos embellecida por los ojos de quien la contempla de un modo diferente.
Filadelfia no es una urbe vulgar. Hay quien dice que se está convirtiendo en una sucursal de Nueva York. Efectivamente. En la Gran Manzana ya sólo se puede crecer hacia arriba, porque sus contornos son bastante concretos y su espacio absolutamente limitado. Pero a dos horas hacia el sur, en un enclave espectacular, cerca de Baltimore, de Washington, de las grandes universidades del este norteamericano, y provista de un puerto colosal y un aeropuerto más que considerable, Filadelfia es sumamente atractiva, por la heterogeneidad de sus habitantes, la amplia vida cultural, la belleza de sus barrios antiguos. El extranjero que la visita de soslayo apenas puede darse cuenta, pero el que permanece meses o incluso años, no puede evitar el canto de sirenas de sus calles, sus museos, bares, restaurantes, recintos universitarios, autopistas interiores. Por eso, estos Poemas de Filadelfia / Philadelphia Poems (que incluye la brillante versión en inglés de Raymond McConnie y 16 impresionantes fotografías de la ciudad tomadas por Robert Dewey) resultan impactantes para el que no ha pisado dicha urbe, pero también altamente evocadores para quien conoce los barrios, ha entrado a las tiendas, ha llamado desde sus cabinas, aparcado en sus aceras, paseado por la South un sábado por la noche, jugado con la nieve del parque Malcolm X en la Larchwood, en el West Philly.
La vida es un continuo desplazamiento, a veces local, a veces sentimental, a veces moral. Por eso, lo mejor es saberlo y tener las alforjas siempre preparadas. Este poemario supone la consciencia del carácter contingente, carencial, efímero y provisional de la existencia, pero también de la necesidad de un centro y un espíritu especulativo. La cita inicial de Frost (“Ahora me voy afuera caminando / el desierto del mundo, / y mis zapatos y mis medias / no me molestan”) declara el sentido errático y transterrado del texto: un peruano en Filadelfia que saca lo mejor que puede de cada lugar y trata de aprovechar lo que las circunstancias le ofrecen. Por eso, cuando se dirige al amigo, que puede encontrarse en una situación similar, le declara: “Estos versos son tuyos. / Quiero que te alegren / El camino, que te hagan / Pensar que la vida vale la pena”.
Y así van pasando por los poemas escenas de la historia literaria y social de los Estados Unidos, entremezclándose con los recuerdos de la propia historia del poeta en su país natal. Caras, personas, situaciones, colores, lugares, se dan cita en los versos para completar el itinerario vital del poeta: la casa de Whitman, la de Poe, las vidas de anónimos pobladores de los noticiarios americanos, las calles más relevantes de la ciudad y, cómo no, los recuerdos de los seres queridos y los lugares que aguantan en Lima el peso de la ausencia. La nostalgia aquí nunca es inútil o plañidera, sino más bien perspicaz y maestra. Así, la fiesta de los quince años de una hija, a la que obviamente no pudo asistir, no se convierte en tragedia sino en constatación de lo que se es: la niña quizá madure descubriendo que los adultos conservan siempre el espectro de la niñez, y de ese modo el padre puede asumir la lejanía con los mejores bríos.
En ocasiones, sin embargo, esa distancia parece producir estragos. Algunos de los mejores versos del poemario meten el dedo en la llaga: los esfuerzos por asumir que los zapatos y las medias no molestan parecen insuficientes, cuando la evidente realidad lanza, impasible, sus flechas:
Yo tengo una ventana en
West Philly como quien guarda
Una quimera o un sueño.
Pero que quede claro:
Por esta ventana no entra el sol
Ni menos hazañas memorables,
Sólo preguntas y el Pasado,
Sólo tu nombre como una cicatriz en el aire.
Estupenda imagen la del último verso. A veces el aire se llena de cicatrices que oscurecen el ambiente. Por esa ventana de la calle 48 de West Philly, y en el apartamento de Sandro, también me asomé yo algunas veces, pero siempre con la lata de medio litro en la mano. Así barnizábamos de vez en cuando las muescas inevitables. Hablábamos nuestro idioma, que no sólo es el español; es también el de la poesía y el de la amistad. Nos refugiábamos del frío de diciembre y hacíamos proyectos, nos enfundábamos sin dolor las botas y los calcetines y pensábamos en el futuro, borrachos de esperanza.
Muy bien lo explican los versos de uno de sus mejores poemas, “Remember to lock the door”: “Libre está el camino. // Somos jóvenes / a pesar de las canas / y las deudas”.
Tomado de http://www.letralia.com
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