Original homenaje de la Revista de Artes y Letras de la Universidad San Martín de Porres.
El hecho de dedicarle el número 16 de la revista MARTÍN a Emilio Adolfo Westphalen ha permitido convertirla en un mensaje total sobre el superrealismo o surrealismo universal, tanto en la apasionada descripción de los textos, como en las ilustraciones de Jesús Ruiz Durand, un superrealista nato.
Por ejemplo, la carátula y la contracarátula surrealistas de la revista no son antinómicas sino que están cortadas por la misma tijera sólo que los fondos son diferentes, ambas son, sin embargo, surrealistamente iguales. En la carátula, Westphalen con el abrigo que lo hizo famoso, tal un figurín de invierno, y un campo de mies madura y un monumento a la intolerancia medieval préstamo de El Bosco, de su jardín de las delicias, y una mujer tendida esperando a su amante de trigo vangoghniano; en la contracarátula: el joven Emilio Adolfo y Judith, la eterna compañera de sus sueños, con sus ojos y su boca implacables, vestida con un traje rojo de valkiria, de corte surrealista oriental, otro préstamo, esta vez del inefable e inagotable Gustave Klimt reciclado al óleo por Ruiz Durand.
MARTÍN, Revista de Arte y Letras de la Universidad San Martín de Porres afirma en la voz de su Rector, Ing. Raúl Bao García, que “La gloria mayor de Emilio Westphalen reside en la poesía. Vuelta a la otra margen, como le hubiese gustado señalar al poeta, desde este territorio encendido por el pensamiento crítico y la más ardiente imaginación vanguardista, brotaron ‘Las ínsulas extrañas’ (1933) y ‘Abolición de la muerte’ (1935) y otros espléndidos y hondos cuadernos de poesía que, hoy, vuelven para nuestro asombro y deleite a ratificar su sabiduría y su hermosura”.
Los múltiples rostros de Emilio Adolfo y la transformación de una gota de agua en perla de nácar en fondos plomos de cárceles de vidrio y las dos páginas de rojo y de verde con tigres asombrados y ríos Amazonas y pirámides mayas y otra vez, en dos páginas planas, los amarillos desvaídos a lo Van Gogh y el naciente castillo oriental alquimista bosconiano con una mujer desnuda esperando a su amante. Jesús Ruiz Durand, el mago de la ilustración virtual desahoga su instinto surrealista y se recrea en entreveros ilógicos de mujeres y peces en un pedazo del planetario.
Nunca más esplendorosa Judith enmarcada en plumas de pavo real y de retazos rojos y amarillos vívidos desde la sangre dorada de la sacerdotisa de Klimt.
Y luego, las largas como estupendas consideraciones de Ina Salazar en su ensayo “Abrirse a las Distancias” sobre la obra cultural y poética de Emilio Adolfo, y el ensayo de James Higgins sobre la poesía del poeta ensalzado, “La resistencia desde el otro Espacio” en la que afirma que toda actividad estética como necesidad vital no conseguirá “La abolición de la muerte, pero sí quizás hará “más llevadera la vida”; artículo exornado por pedazos de constelaciones y de ostras.
“La escucha silenciosa y el hablar callando”, de Sylvia Miranda Lévano, “acercamiento inicial al silencio” de Emilio Adolfo Westphalen” con su respectiva ilustración surrealista de máquinas, diseño de intestinos y sombrillas de Ruiz Durand, reciclando de nuevo a Moro, graficando el inmortal axioma surrealista de Lautreamont: “Bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser, una máquina de escribir y un paraguas en una mesa de disección”, letanía compartida con el exquisito César Moro.
“Belleza de una espada clavada, en la lengua de Emilio Adolfo Westphalen”, escrito por Camilo Fernández Cozman que analiza ampliamente el poema “Libre” de EAW, ilustrado con tres fotos dramáticas del poeta cuando la vida ya le era esquiva, comprobada en nuestras visitas a su refugio crepuscular en Barranco.
El hecho de dedicarle el número 16 de la revista MARTÍN a Emilio Adolfo Westphalen ha permitido convertirla en un mensaje total sobre el superrealismo o surrealismo universal, tanto en la apasionada descripción de los textos, como en las ilustraciones de Jesús Ruiz Durand, un superrealista nato.
Por ejemplo, la carátula y la contracarátula surrealistas de la revista no son antinómicas sino que están cortadas por la misma tijera sólo que los fondos son diferentes, ambas son, sin embargo, surrealistamente iguales. En la carátula, Westphalen con el abrigo que lo hizo famoso, tal un figurín de invierno, y un campo de mies madura y un monumento a la intolerancia medieval préstamo de El Bosco, de su jardín de las delicias, y una mujer tendida esperando a su amante de trigo vangoghniano; en la contracarátula: el joven Emilio Adolfo y Judith, la eterna compañera de sus sueños, con sus ojos y su boca implacables, vestida con un traje rojo de valkiria, de corte surrealista oriental, otro préstamo, esta vez del inefable e inagotable Gustave Klimt reciclado al óleo por Ruiz Durand.
MARTÍN, Revista de Arte y Letras de la Universidad San Martín de Porres afirma en la voz de su Rector, Ing. Raúl Bao García, que “La gloria mayor de Emilio Westphalen reside en la poesía. Vuelta a la otra margen, como le hubiese gustado señalar al poeta, desde este territorio encendido por el pensamiento crítico y la más ardiente imaginación vanguardista, brotaron ‘Las ínsulas extrañas’ (1933) y ‘Abolición de la muerte’ (1935) y otros espléndidos y hondos cuadernos de poesía que, hoy, vuelven para nuestro asombro y deleite a ratificar su sabiduría y su hermosura”.
Los múltiples rostros de Emilio Adolfo y la transformación de una gota de agua en perla de nácar en fondos plomos de cárceles de vidrio y las dos páginas de rojo y de verde con tigres asombrados y ríos Amazonas y pirámides mayas y otra vez, en dos páginas planas, los amarillos desvaídos a lo Van Gogh y el naciente castillo oriental alquimista bosconiano con una mujer desnuda esperando a su amante. Jesús Ruiz Durand, el mago de la ilustración virtual desahoga su instinto surrealista y se recrea en entreveros ilógicos de mujeres y peces en un pedazo del planetario.
Nunca más esplendorosa Judith enmarcada en plumas de pavo real y de retazos rojos y amarillos vívidos desde la sangre dorada de la sacerdotisa de Klimt.
Y luego, las largas como estupendas consideraciones de Ina Salazar en su ensayo “Abrirse a las Distancias” sobre la obra cultural y poética de Emilio Adolfo, y el ensayo de James Higgins sobre la poesía del poeta ensalzado, “La resistencia desde el otro Espacio” en la que afirma que toda actividad estética como necesidad vital no conseguirá “La abolición de la muerte, pero sí quizás hará “más llevadera la vida”; artículo exornado por pedazos de constelaciones y de ostras.
“La escucha silenciosa y el hablar callando”, de Sylvia Miranda Lévano, “acercamiento inicial al silencio” de Emilio Adolfo Westphalen” con su respectiva ilustración surrealista de máquinas, diseño de intestinos y sombrillas de Ruiz Durand, reciclando de nuevo a Moro, graficando el inmortal axioma surrealista de Lautreamont: “Bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser, una máquina de escribir y un paraguas en una mesa de disección”, letanía compartida con el exquisito César Moro.
“Belleza de una espada clavada, en la lengua de Emilio Adolfo Westphalen”, escrito por Camilo Fernández Cozman que analiza ampliamente el poema “Libre” de EAW, ilustrado con tres fotos dramáticas del poeta cuando la vida ya le era esquiva, comprobada en nuestras visitas a su refugio crepuscular en Barranco.
“El sueño no es un refugio sino un arma, Cuál es la risa de Emilio Adolfo Westphalen”, de Paul Guillén, con recuerdos vivos del poeta junto a sus amigos que le preguntaron alguna vez si les hablaba de otro mundo o de un mundo natural muy cercano al océano Pacífico.
Ricardo Silva Santisteban se refiere a Westphalen, “Poeta de los elementos”, en una nota breve pero acuciosa, y luego, algo inédito e insólito: MARTÍN publica fotos tomadas por Westphalen, lo que corroboraría su calidad de hombre enamorado del silencio, del frío, de la oscuridad, de la escasez de elementos para el discurso, sólo lo preciso; fanático de la soledad, registró en su cámara elemental hermosos aspectos de la vida, pero también de la grisura y la muerte.
Róger Santiváñez, en una crónica muy interesante y coloquial (“protagonizó un pequeño chongo allí”), rememora algunas anécdotas del poeta y sus frases inmortales, como “Por que sólo el silencio detiene a la muerte en los umbrales”. Roberto Pando, nota realista sobre poeta surrealista, llena de remembranzas, por ejemplo, el que Emilio Adolfo fuera llamado “El mudo”, con toda justicia social y poética dado su comportamiento indoblegablemente silencioso.
Finalmente, MARTÍN inserta a esta edición, una antología del poeta, “Ha vuelto la diosa ambarina”, como llave de oro para cerrar este hermoso homenaje póstumo a Emilio Adolfo Westphalen. Sus “Confidencias sobre la poesía” constituyen un catecismo no sólo para los hombres de su época y los surrealistas, sino para todo aquel que pisa la tierra y en especial para aquel que intuye o ama la poesía.
El dato
Mariela Dreyfus menciona a Westphalen para establecer un vínculo con César Moro, interesante por haber incluido en su nota a Vega, “Veguita” el incansable vendedor de libros a pie y al fiado, con tal de difundir sus “incunables” de famosos.
Tomado de Expreso, domingo, 08 de julio de 2007
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