martes, 17 de julio de 2007

Fragmentos sobre la poética visual de Ruiz Durand en la revista Martín por Manuel Jesús Orbegozo

O sea, primero, aparecen los comprensibles cien rostros de Carlos Germán aunque una sorpresa para quien esto escribe (disculpen la inmodestia personal), porque solo conocí un solo rostro, aquel que vi todos los días a lo largo de unas dos decenas de años cuando trabajamos juntos en una redacción de periódico. Luego, Ruiz Durand hace aparecer un desierto peruano con unas casas peruanas salpicadas y aplastadas por la tristeza y unos hombres peruanos salpicados caminando como sobre un manto gris de soledad peruana, inmensa, desesperante, como la poesía de Carlos Germán. En otra página, la vida y la muerte disputándose un vergel, una brutal explosión de flores rojo-sangre con pistilos como bayonetas erizadas para defendernos de la muerte cuyos ojos vacíos nos ven cómodamente aunque impasibles, igual que la poesía de Carlos Germán.

Y los vitrales de un raro templo, como la poesía de Carlos Germán, aparentemente desgastada, inexpresiva, como su lenguaje, pero a la vez en pleno vigor, de Carlos Germán; y los juegos de luz y de sombra que empiezan en la cara de unos ángeles jóvenes o vírgenes anónimas y terminan perdidos en la perspectiva, como el sueño de los argonautas. Y otra vez, flores y damas antiguas como el vocabulario de Carlos Germán, inusable, limitado y no obstante en plena vigencia no léxica sino existencial, por la sorpresa o la bella amenaza de los lirios. La batalla virtual de Ruiz Durand tratando de graficar la poesía de Carlos Germán en líneas octogonales y puntos germinales, imposibles de ser aprehendidos aunque sí de ser gozados. Y nadie ha visto un rostro cogido en una red de líneas que se pierden en el infinito, como un verso cualquiera inesperado de Carlos Germán, y luego más flores para disuadir e! misterio de la creación y, ¡pum! Carlos Germán multimillonariamente divido en infinitos rostros que son parte del tecnicismo virtual y la audacia creativa de Ruiz Durand acostumbrado ya a dejarnos sin aliento pensando en los misteriosos meandros de la cibernética y la poesía de Carlos Germán.

Y ahora, José Antonio Chang justificando la edición para un poeta premiado con el Pablo Neruda 2006 y haciendo un recuento de su vida de hombre y de creador de belleza poética. Y Antonio Melis, con su relato sentimental para informarnos sobre los valores estéticos de Carlos Germán y su amistad desde Hada Cibernética, poema (perdón por esta nueva incursión personal) que sirvió para que el doctor Francisco Miró Quesada C. bautizara a la primera computadora de la Redacción con ese nombre de "Hada Cibernética", hermoso y cabal. Y, finalmente, en la contracarátula, un angustiado Carlos Germán Belli y una muchacha muy triste, parecida a su hija, parecida a la Tristeza.

MARTÍN PARA PACO: Otra vez, Jesús Ruiz Durand se vale de la electrónica una sola posibilidad, un solo ángulo al que nos tienen acostumbrados, sino que dibujos solo se hacen con lápiz y papel. Ruiz Durand nos hace ver que las sirenas existen, que no son pura mitología, que las dunas no necesitan corpiños para erotizarnos y que los poemas autógrafos palpitan y que las muchachas pueden vivir tranquilamente bajo el agua sin ahogarse. Quién como Paco por haberse prestado a la magia de Ruiz Durand para aparecer multiplicado y dividido y acompañado de todas las mujeres a las que acarició en vivo y en directo o soñó acariciar como Marilyn, Bo Dereck, Sofía Loren y Ava Gardner (“El más bello animal del mundo” a quien alguna vez vi de cerca más sus senos más que su rostro) y terminando con todas las Meches que constituyeron su amoroso mundo lírico. Martín esta profusamente ilustrado con fotografías del recuerdo que presentan a Paco en Chile, en Roma, en Lima, saliendo de los bares con sus torpes pasos y su torpe bigote de brocha. Me parece que una de esas fotografías pertenece al bar “Palermo” de la segunda década del siglo XX, donde vivieron su juventud con suma intensidad los, ahora, imperecederos poetas y escritores de “La Generación del 50”.

No hay comentarios.:

CINCO POEMAS DE JAVIER DÁVILA DURAND (Iquitos, 1935-2024)

EPÍSTOLA A JUAN OJEDA Te recuerdo una tarde de la patria mía. Volvías del Brasil desengañado. Acababas de quemar tus naves en el Puerto...