En una de las cartas que forman parte de After Lorca, el libro que el poeta norteamericano Jack Spicer le dedicó a la obra de Federico García Lorca en 1957, es posible leer lo siguiente: “Querido Lorca: Cuando traduzco uno de tus poemas y me encuentro con palabras que no entiendo siempre adivino sus significados. Y siempre estoy en lo correcto. Un poema realmente perfecto (y nadie ha escrito uno así todavía) puede ser traducido por alguien que no conoce el lenguaje en el que está escrito. Un poema realmente perfecto está escrito en un vocabulario infinitamente pequeño”. Entre otras cosas, este proceso de adivinación correcta es posible porque Spicer está convencido de que, a diferencia de la prosa, que sólo sabe inventar, a la poesía le toca mostrarse. Aún más, los poetas no hacen otra cosa más que intentar, con la paciencia que sólo tienen, y eso a veces, los muertos, escribir el mismo poema una y otra vez, siendo una vez y otra, por supuesto, un poema distinto.
El vocabulario, visto así, es en efecto infinitamente pequeño.
Más que libres, las traducciones que Spicer hace de la poesía de Federico García Lorca son poemas nuevos. No intentan, por supuesto, “preservar las palabras contra el tiempo”, sino hacer algo a la vez más lúdico y más imposible. Lo que Spicer quiere es “llevarlas a través del tiempo”. Se trata, pues, del tipo de lectura muy atenta de la que resultan versiones personales que, siguiendo la impronta del autor original, llevan también consigo las señas del autor-lector o, para ser más precisos, del autor-re-escritor. “Las palabras son lo que los palospara lo real. Los usamos para empujar lo real, para arrastrar lo real hasta el poema. Son de lo que nos sostenemos, nada más. Las palabras son tan valiosas en sí mismas como una cuerda sin nada a qué amarrarse. Lo repito: un poema perfecto está escrito en un vocabulario infinitamente pequeño”.
La libertad con la que Spicer “traduce” el material Lorquiano seguramente se relaciona también a su teoría de las correspondencias. “Las cosas no se conectan”, asegura Spicer en otra carta dirigida a su querido Lorca, “sino que se corresponden entre sí. Por eso es posible que el poeta traduzca objetos reales; por eso es posible que los traiga a través del lenguaje, como a través del tiempo”. Por eso es posible que el objeto viva en la página, palpitante.
En algo similar debió haber pensado Jerome Rothenberg cuando, en 1990, publicó sus The Lorca Variations, un libro cuyo primer poema anuncia el espíritu de reconocimiento a través del tiempo y de las tradiciones literarias: Empezando con los olvidos. // Sombras.// Empezando con los gallos.// Cristal.// Empezando con las castañuelas y las almendras.// Peces.// Este es un homenaje a España.//
Tal como lo explica en el posfacio del libro, su relación con el duende lorquiano empezó temprano en la vida, justo en el camino sinuoso de la adolescencia cuando sus palabras se convirtieron en verdaderas “cargas eléctricas”. Él tenía 15 años, y Lorca había dejado este mundo atrás apenas 11 años antes. Fue sólo tiempo después, habiendo pasado por el proceso de la traducción de partes importantes de su obra al inglés, que Rothenberg desarrolló ese concepto de composición a través de imágenes al que llamó “imagen profunda” también en relación a la poesía de García Lorca. Aún así, guardaba Rothenberg otras traducciones que no pudo publicar y otros escritos que no necesariamente corresponderían a lo que se designa con la palabra traducción. La frustración tal vez, el deseo de ver esos escritos publicados, llevó a Rothenberg a componer otros poemas, a los que llamó variaciones, escritos con el espíritu de la traducción a cuestas, e imbuidos también con el aura del homenaje. Las gracias.
Los poemas son y no son suyos, eso lo explica también Rothenberg sin problema alguno. Han tomado, en efecto, los sustantivos y los adjetivos del vocabulario de Lorca (y están ahí, para comprobarlo, las lunas y los espejos y los limoneros y las altas estrellas azules), pero los ha reorganizado de acuerdo a principios que le son íntimos y personales. Sus métodos “se parecen a las operaciones del azar pero con un margen de flexibilidad, y con total libertad en el caso de los verbos y los adverbios, añadiendo la ocasional referencia a Lorca dentro de ellos”. Más que traducciones, se trata de poemas nuevos, de poesía en sí, de poesía escrita de otro modo. Se trata, luego entonces, de poesía escrita en traducción.
Tal vez Spicer tenía razón cuando decía que no le preocupaban los poemas que, extrovertidos, pronto encontraban lectores en todos lados. Se trataba, en sus propias palabras, de los poemas a los que les resulta fácil ligar. Lo que Spicer no quería olvidar eran esos otros poemas discretos, acaso introvertidos: esos que “tienen que ser seducidos”. Tal vez tenía razón cuando creía que sólo una lectura desde la traducción como correspondencia podía llegar a eso real “encriptado” en el corazón del lenguaje. Su anhelo, en todo caso, era tan material como infinito. Al final del verano que pasó escribiendo esos poemas a la manera de Lorca, Spicer tuvo que despedirse. Era octubre ya. “Despedirse de un fantasma es más definitivo que despedirse de un amante”, aseguró al final de su correspondencia con ese hombre muerto que era García Lorca. “Incluso los muertos regresan, pero el fantasma que, una vez amado, se va, no volverá a reaparecer nunca más”.
He aquí, sin embargo, que Jack Spicer erraba en esto. Es octubre, como en su carta de despedida, y aquí está, sí, ese amado fantasma que, tanto en su correspondencia como en ésta, todavía se llama Federico García Lorca.
Fuente: http://www.milenio.com/firmas/cristina_rivera_garza/vocabulario-infinitamente-pequeno_18_176562372.html
Leer After Lorca en pdf:
http://rebstein.files.wordpress.com/2009/08/jack-spicer-after-lorca.pdf
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