Una Mesa en la Espesura del Bosque consolida un imaginario muy original. ¿Qué señala para ti como zona de indagación poética?
–Creo que pueden distinguirse dos etapas en mi obra poética. La primera se extiende hasta Lejos de Todas Partes, que es un libro que recoge toda mi poesía hasta 1994. Mi siguiente poemario, Aquí Descansa Nadie, aparecido en 1998, clausura esa etapa y abre una distinta que está representada por Retratos de un Caído Resplandor (2002) y Flama y Respiración (2005). Estos libros despliegan un lenguaje distinto y se sustentan en un hálito narrativo. Empecé a escribir Una Mesa en la Espesura del Bosque el 2004 y me propuse desde el primer poema un libro distinto. Siento que este libro es un retorno dialéctico al primer ciclo de mi escritura, una inmersión en un territorio incierto y ambiguo que se presiente y se recorre. El poema es la bitácora de ese trayecto, no para explicarlo, sino para señalar que está allí y mostrarlo veladamente. El poema “Unos guantes de cabritilla”, por ejemplo, puede ser una buena puerta de entrada para apreciar el sentido del libro. Este texto recoge la conocida anécdota que está detrás del grabado del rinoceronte de Durero. El animal que va de regalo al Papa León X y que se ahoga en un naufragio. Durero dibujó al animal sin haberlo visto jamás. Su imagen es el signo que encarna lo desconocido.
–Algo que llama de inmediato la atención es el ascenso de esas formas o texturas muy afines a la narrativa.
–Sí, hay un “epos” en mi poesía que es más visible en mis últimos libros. Ellos articulaban una historia que era desarrollada en los poemas individuales. Incluso, la antología El Hilo Negro (2008) que recoge mis poemas en prosa refuerza esa opción con textos que parecen relatos. Una Mesa… conserva esa vocación narrativa, pero enrarecida. Los textos más que historias, son escenas, sueños o imágenes discontinuas, visiones.
–Me da la impresión de que tu escritura cada vez es más austera en el sentido de una renuncia a cualquier retórica oscurecedora.
–Esto es exacto. Cada vez busco un lenguaje más austero, lacónico, despojado de toda exuberancia. Pero esta austeridad va unida a una densidad en el sentido. Creo que mis poemas son cada vez más complejos; se trata de una escritura que propone distintos sedimentos o estratos de sentido. Es la imagen de adentrarse en el bosque, de extraviarse en él sin poder salir nunca más.
–El poema “Pulsos” tiende nexos con un famoso episodio de la serie “The Twilight Zone”. ¿Qué tanto ha influido la gran tradición fantástica en tu obra?
–Soy un lector asiduo del género fantástico y un seguidor de la serie de Rod Serling. Supongo que estos referentes van configurando mi mapa experiencial y cultural y se manifiestan de una forma u otra en lo que escribo. Pero al lado de ellos hay toda una genealogía que va de los cuentos de hadas y Homero a Rimbaud o Pessoa. Y todo un museo personal lleno de imágenes inquietantes. Acercarse a un poema mío es también asomarse a un cuadro del Bosco o Magritte o De Chirico o Ernst, por ejemplo.
–Es apreciable tu interés por la arquitectura del libro...
–Una de las características de mi poesía es su coherencia. Para mí no solo es importante el diseño del libro, sino su capacidad para articularse en el proceso de una obra. Creo que este libro no es la excepción y si bien cada poema es independiente, todos ellos encarnan ese extravío en ese bosque agreste y colmado de presencias turbadoras que todos tenemos.
Fuente: Caretas
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