domingo, 12 de septiembre de 2010

El lugar de todas partes: La belleza no es un lugar de Juan Carlos de la Fuente, por Luis Eduardo García

Juan Carlos de la Fuente (Lima), poeta, escritor, blogger y comunicador social, es autor de un libro donde la belleza es el lugar que está en todas partes y en ninguna.
Juan Carlos de la Fuente ha escrito mucho y publicado poco, como debe hacer todo poeta que respete a la poesía. En realidad, la corrección permanente es a menudo el verdadero santo grial de la creación. Creo que un autor debe tomar la distancia necesaria y ser muy autocrítico. Nada se consigue publicando tanto. Los silencios demasiado prolongados tampoco son recomendables. Si un libro no se publica, simplemente no existe. Parte de la madurez y sabiduría que dan los años consiste en saber cuando callar y, por supuesto, cuando romper ese silencio. Aunque no hay que olvidar que la poesía también puede ser un grito mudo.

Como la mayoría de los escritores de este país, Juan Carlos ha tenido que robarle tiempo a su frenético trabajo como editor de contenidos y medios digitales de una conocida empresa de telefonía para escribir una poesía sabia y contemplativa, donde los versos se acomodan como los ladrillos a una pared: en orden, unidos muy firmes entre sí y dueños soberanos del espacio que les corresponde. Su libro La belleza no es un lugar (Carpe Diem Editora, 2010) es una prueba fehaciente de que su poesía se moldea en el taller de un artesano de la palabra.

En su segundo libro, Las barcas que se despiden del sol, están presentes los mismos elementos que aparecen en La belleza no es un lugar: la idea de que la vida es una nave endeble en un viaje fugaz, el paisaje donde predominan la transparencia del agua y la densidad de la piedra y el control de los recursos lingüísticos y poéticos. En La belleza no es un lugar, los horizontes verbales se han delimitado mejor y los logros estéticos saltan a simple vista. Detrás de la expresión se percibe, además, a un gran lector y a un agudo observador de la fugacidad con que fluye el río de la vida y la muerte.

Un poema es un espacio cerrado a donde el lector llega premunido más de emociones que de conceptos. Allí, las imágenes valen más que los argumentos, la variedad de significados más que la interpretación única y lineal y lo que no se dice más que lo explícito. En otras palabras, la poesía se lee con otra lógica, con otra disposición espiritual y con otra cara humana. Pero para que una lectura poética sea provechosa, el poeta tiene que dominar determinadas reglas como la composición (las conexiones que establecen los versos entre sí), el ritmo (es decir, la armonía interna y externa del poema), la economía del lenguaje y la tensión creativa (la concentración imaginativa del lenguaje), el dominio del espacio (como aprovecha los espacios en blanco y los silencios) y el trabajo propiamente lingüístico (la corrección idiomática, motor y freno del creador).

Los poemas de De la Fuente cumplen con todas las exigencias poéticas, aunque destacan sobre todo por la connotaciones expresivas y la limpieza con que presentan las imágenes: «La luz se ha vuelto calle, / río, / serpiente / Y yo que soy de piedra,/ ¿con qué alas volaré hacia mí? // Cuando caías/ una palabra/ te contuvo» (Conversación con Alejandra). «Navego como si el mar estuviese afuera,/ y tú me llamas, Señora del Olvido// Eres el sueño que nunca admitirá que fue un cuerpo// El mar está afuera, el horizonte adentro/ y no me oyes: soy un náufrago en mi casa» (Penélope). Y, especialmente, destacan por la manera en que vuelven explícito el silencio que cubre al mundo: «Cuando una voz se cae/ es porque ya no es de nadie».

Las claves para leer el libro son dos: la concepción de que la vida es un desplazamiento que lleva a ninguna parte y que la belleza no se encuentra en un sitio en particular, sino que está fuera y dentro de nosotros, encima y debajo de las cosas, en la luz y en la oscuridad. «Este libro es el comienzo de un viaje pero podría ser su final; el libro se abre y se cierra al mismo tiempo. Toca las cuerdas del vacío, las hace sonar como si fueran cosas, les añade un poco de fuego y las arroja a las aguas del océano. Y así va por el tiempo, de lugar en lugar, tratando de atrapar lo que escapa. No sólo escapa sino que huye a su centro, para negarse. Porque la belleza no es un lugar, no es uno solo, ¿es todo los lugares?», dice el poeta.

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UNA MUESTRA

BASHO

Tú hablaste del sol
Yo de la luna

Eclipse palabras
(JCF)

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