Este miércoles 15 de setiembre a las 7:00 p.m. se presenta el libro Bellas y suicidas de Nora Alarcón en el local Brisas del Titicaca (Jr. Wakulski 180, altura cuadra 1 Av. Brasil). Estarán en la mesa de presentación José Pancorvo y Héctor Ñaupari. Como un adelanto a ese día publicamos el prólogo del libro:
“Una escena de caza
en que el amante
azuza hacia la amada los mastines,
abre en canal su espalda
y arrojando a las bestias
las vísceras sangrantes
da de nuevo comienzo, como un sueño
—ella expía y consiente y habita
el mismo sueño—, a la persecución”.
Olvido García Valdés
Experiencias felices en la temprana juventud, lecturas decisivas que enriquecieron la madurez y terribles desilusiones a lo largo de la misma, son vicisitudes que han dejado alguna huella en mi interior, perceptible para mí y, seguramente, imperceptible para aquellos a quienes poco les importo. He vivido la angustia de atravesar el tiempo de la perdida de seres muy queridos y, además, he sentido que el amor no ha tocado conveniente ni oportunamente a mi puerta.
“Una escena de caza
en que el amante
azuza hacia la amada los mastines,
abre en canal su espalda
y arrojando a las bestias
las vísceras sangrantes
da de nuevo comienzo, como un sueño
—ella expía y consiente y habita
el mismo sueño—, a la persecución”.
Olvido García Valdés
Experiencias felices en la temprana juventud, lecturas decisivas que enriquecieron la madurez y terribles desilusiones a lo largo de la misma, son vicisitudes que han dejado alguna huella en mi interior, perceptible para mí y, seguramente, imperceptible para aquellos a quienes poco les importo. He vivido la angustia de atravesar el tiempo de la perdida de seres muy queridos y, además, he sentido que el amor no ha tocado conveniente ni oportunamente a mi puerta.
Cuando viví en Barcelona, me sentía ensimismada en mi soledad y en el exilio voluntario que me había sumido en un nostálgico mal de país, dada la lejanía de mi pueblo. En esos momentos vino a mi memoria una invitación a un encuentro de poesía en la ciudad alemana de Berlín, al que asistí con la secreta esperanza de continuar un romance, fatalidades del destino no se pudo cristalizar. Este fue uno de los detonantes que me llevaron a los senderos oscuros de la depresión. El Mediterráneo fue testigo de mis penas: caminaba solitaria, me empapaba con el aguacero invernal de febrero, el mes más frío en el hemisferio norte. Abril no era el mes más cruel —como en el poema de Eliot—, sino ese lluvioso y gélido febrero.
Esa experiencia fue una especie de muerte. Mi alma se partía. Pensé que el mundo me aplastaría. En aquella época leí los poemas de Sylvia Plath, me enteré que para ella la poesía y su vida eran una especie de apología a la muerte. Entonces, el fantasma del suicidio se apoderó de mis pensamientos y revoloteaba en mi cabeza como una zumbante mosca azul. Estos designios e imágenes sumadas a la posterior lectura de algunas poetas, cuyas vidas fueron más trágicas que las experiencias que yo experimentaba en ese entonces, han hecho que me sienta identificada con la sensación de asumir una decisión tan dura como es la de quitarse la vida. Los motivos pueden ser una infinidad de sucesos: una traición, una llamada, una carta, un accidente, una melodía, una despedida, una muerte, una enfermedad, un divorcio, un error inocente, el hastío, la incomprensión, la marginación, etc.
La compilación de este libro que tiene como denominador común el reunir a poetas suicidas de sexo femenino, todas ellas fallecidas a lo largo del siglo XX, es una especie de catarsis para enfrentar aquel espectro que me ha rondado en situaciones extremas. A veces somos como animales irracionales que destruimos todo lo bello que tenemos o podríamos tener. Somos demasiado crueles con nosotros mismos, matamos al amor, lo ahogamos en un gran charco de barro y sangre, y vamos en contra de nuestro destino. Ahora, mi visión es otra, pienso en mi hijo que es la razón más fuerte para seguir adelante en mi camino, veo reflejados en él muchos sueños y esperanzas que aún no he podido conseguir en mi vida. Cada ser humano aprende de la experiencia, aún en los momentos más duros y en las caídas más difíciles. Quiero recuperar al menos la reminiscencia de los bellos días que viví o perdí, y salir para siempre del oscuro abismo. Cuántas historias contaron mis silencios, cuánto fervor hubo en mis locuras, qué extraña es la vida lejos de ese caos. Sólo ahora lo sé, sólo ahora, cuando retorno a mi país.
Mi propósito con esta antología es rendir un homenaje a aquellas poetas suicidas que en alguno de sus versos reconozco un fragmento de mi propio ser, una nostalgia o una emoción que yo misma nunca podría haber expresado con la misma precisión que aprisiona mi alma cuando las leo.
Son quince poetas suicidas las que se incluyen en este libro, sin embargo quiero nombrar en un acápite especial a Violeta Parra (San Carlos de Itihue, 1917–Santiago de Chile, 1967). No la incluyo dentro del marco de la antología, porque la considero más compositora musical que poeta. Ella se dedicó a rescatar, recopilar e investigar la auténtica música folklórica chilena. En 1953 compuso sus primeras canciones basadas en las formas folklóricas tradicionales. En 1965 se publicó en Francia su libro Poésie populaire des Andes. Es un referente indiscutible de la música latinoamericana. El 5 de febrero de 1967 se suicidó en su carpa de La Reina. En alguna estrofa de una de sus canciones dice: “Miren como corre el agua / batallando por la arena / así batalla mi amor / cuando le ponen cadenas. // Ingrato desconocido, / te haces que no me conoces, / me estoy muriendo por ti / y te estoy llamando a voces”.
En Bellas y suicidas encontraremos diferentes estilos y poéticas empezando con la poesía sentida e intimista de Florbela Espanca: “Morir no es fácil, no / pero es lo más correcto”. Sara Teasdale también es intimista, pero tiene un marcado discurso amoroso: “Mis piernas no responden, / y no he amado aún / Tan sólo fui palabras en mundo de gestos”. La poesía de Alfonsina Storni como un cincel de fuego dentro de un mundo de agua: "Un rayo a tiempo y se acabó la feria”. Antonia Pozzi nos envuelve con imágenes desvalidas, producto de la pobreza y la guerra: “De niña, en las tardes de noviembre / como en los montes seguía / la guerra / y la leña costaba / tanto —como la leche, como el pan—”. Marina Tsvetáieva con visiones de nostalgia, exilio y deterioro, siempre recordando los campos de nieve rusos: "Déjame que me muera mientras la vida es para mí un libro”. Sylvia Plath, dentro de una poesía confesional, nos hace partícipes de sus deseos de suicidase: “Morir es un arte, como cualquier otra cosa”. Alejandra Pizarnik nos lleva al mundo de los sueños y el silencio: “no / las palabras / no hacen el amor / hacen la ausencia”. María Emilia Cornejo con una poesía marcadamente erótica y de protesta frente al machismo imperante: “Soy la mujer que lo castró / Con infinitos gestos de ternura / Y gemidos falsos en la cama / Soy / La muchacha mala de la historia”. Anne Sexton, al igual que su compatriota Sylvia Plath, nos invita a presenciar su suicidio mediante las palabras y su vida: “Los suicidas ya han traicionado el cuerpo”. Veronica Forrest-Thomson de vasta cultura y con una poesía más reflexiva y racional: “Es un hecho que el amor cuando vuelve aburre. / Puede que yo no entienda de dioses pero sé / Que Eros es dios, poderoso y púrpura”. Ana Cristina César nos informa del pesar que le produce tener un cuerpo en esta vida: "No soy divina, no tengo causa / No tengo razón de ser / una finalidad propia: / Soy la propia lógica circundante”. Miyó Vestrini con una poesía de absoluta y brutal sinceridad: “El primer suicidio es único. / Siempre te preguntan si fue un accidente o un firme propósito de / morir”. Amelia Rosselli con una poesía de quiebres lingüísticos, siempre iluminando los pasadizos de la lengua: “cuando sobre un tank me acerco / a aquello que era un tango”. Marta Kornblith, se autodefine como ‘la loca de la casa’ con una poesía que transita los pabellones de las clínicas psiquiátricas y las relaciones familiares: “En todas las casas / habitará una poeta —loca además—”. María Mercedes Carranza, hija del poeta colombiano Eduardo Carranza, con una poesía existencial y que canta el derrumbe de una nación: “En esta casa los vivos duermen con los muertos, / imitan sus costumbres, repiten sus gestos / y cuando cantan, cantan sus fracasos. / Todo es ruina en esta casa”.
Finalmente debo expresar que, en el tránsito de conocer la vida y obra de estas poetas suicidas, mi condición de mujer se ha visto reforzada. Ahora me aferro a la luz de la vida, con más fuerzas y presento esta antología como colofón de una parte de mi existencia, considerando que la vida y el amor son milagros en nuestro existir y hay que disfrutarlos plena e íntegramente mientras duren. En definitiva, la poesía nos une ahora a todos los que luchamos por un sueño*.
Nora Alarcón
* Luego de terminada mi labor de recopilación de materiales para esta antología, Paul Guillén, editor de este libro, hurgando en una biblioteca encontró a otra poeta suicida: Paula Sinos Montoya nacida en Baracaldo (Vizcaya, España) en 1950. Ella sufrió de una temprana esquizofrenia, por lo cual estuvo recluida y sin vínculos sociales. Dejó un único libro titulado Contagio o la imposibilidad de una ilusión. Su muerte, la madrugada del 4 de diciembre de 1981, la cuenta el maquinista del tren que cubría la ruta Bilbao-Portugalete: “Vi un bulto a lo lejos, al final de la recta y creí que se trataba de un perro, no sé... un animal. Pité, pité y pité y no se apartaba. Estaba arrodillada, esperándome de frente. Frené, pero era tarde. Jamás olvidaré aquel rostro, su estúpida mirada". La referencia a Paula Sinos se puede leer en el libro Galería de suicidas de Eliseo González. Madrid: Huerga y Fierro editores, 2003. Ahí se cita el poema emblemático de Sinos:
Estorbo
Siempre puedes pensar que fue el tren el que se arrojó a ti.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario