DILEMAS
Varios comentarios negativos, y alguno que otro positivo afirmando que Cisneros es un gran poeta, me llevó a cuestionarme cuál es el real nivel de la poesía del autor de Comentarios Reales, más allá del premio recibido la semana pasada en Chile, que puede muy bien ser merecido.
Hoy encuentro en El Comercio, en el comentario que hace Ricardo González Vigil a una antología de poesía peruana publicada en una provincia colombiana (N. de E. en realidad la antología ha sido publicada por el prestigioso sello de la Editorial Universidad de Antioquia con sede en Medellín, dentro de su Colección Poesía, en esa colección se pueden encontrar libros de Eugenio Montejo, José Manuel Arango, Giovanni Quessep, Piedad Bonett, Amílcar Osorio, la obra poética completa de Huidobro, Poemas selectos de Emily Dickinson, entre otras cosas) por el crítico uruguayo Eduardo Espina, que el crítico atribuye el “lastre” del lenguaje coloquial en la poesía peruana al “magisterio” de Antonio Cisneros, de quién afirma:
“La narrativa se queda en lo que cuenta [y que además explica demasiado]. Lo autobiográfico, cruzado en sus intermitencias por lo histórico inmediato, no va más allá de lo meramente circunstancial y oportunista [...] Poesía con complejo de denotación, con fecha de caducidad” (p. 13). Esos rasgos miméticos y anecdóticos los acentuaron Hora Zero y los diversos grupos de los años 70”.
Para empezar, creo que el lenguaje coloquial lo introdujo Pablo Guevara en sus primeros libros, y que los primeros libros de Cisneros, a su vez, no son los más coloquiales de él. Luego habría que decir que la narratividad, el circunstancialismo histórico y el ímpetu denotativo no necesariamente llevan, como por un tubo, a una poesía “con fecha de caducidad”. Ahí están Kavafis y José Watanabe entre tantos otros, para demostrar lo contrario.
Creo que el problema de la poesía de Antonio Cisneros va por otro lado. Tal vez es el típico caso de poesía que empieza en un nivel muy alto para su edad cronológica, luego llega a su clímax con poemarios como El libro de dios y de los húngaros y Como higuera en un campo de golf, para luego descender ostensiblemente en su curva con Las inmensas preguntas celestes y otros libros de los últimos años.
Más interesante aún puede ser considerar que Cisneros es un poeta de grandes poemas, muy populares, y no de libros conceptuales, complejos, rizomáticos, como le gustaría al crítico Ospina. Ciertamente, mucho de lo suyo (me refiero a Cisneros) ha envejecido y no dice más de lo que la denotación imprime en el lector; pero tal vez por ello mismo siga diciendo algo al “gran público” durante muchos años más.
Gran público, dije, y se abre otro punto de reflexión. Puede que la particular forma de ser de Cisneros, y la peculiar forma en que Cisneros ha vinculado su obra con sus lectores y su público “oyente” (esto sobre todo entre los sesenta y los ochenta) hayan condicionado e impedido una natural complejización de su propuesta poética; lo que ha llevado a que el surgimiento de avezadas aristas en este punto (neobarroco, poesía neoquechua, poesía visual, etcétera) desenfoque el interés de críticos y poetas jóvenes en la obra de Cisneros, de manera que el vate limeño resulta convertido en una suerte de poeta “tradicional”, arrogante, pachotero, engreído y… (oh) desestimable para quienes valoran el trabajo con la lengua y sus límites antes que la seguridad de una anécdota bien contada.
No sé cuánto importe lo que yo personalmente pienso de la poesía de Antonio Cisneros (mi opinión más “objetiva” está más o menos expuesta en lo escrito más arriba, la más radical me la ahorro por ahora). Pero sí es interesante ver cómo los críticos más jóvenes, reconocidos y abiertos al cambio de Latinoamérica comienzan a poner entre paréntesis su obra. Ello algo ha de significar…
(En la foto: Eduardo Espina)
Fuente: Luz de limbo
Varios comentarios negativos, y alguno que otro positivo afirmando que Cisneros es un gran poeta, me llevó a cuestionarme cuál es el real nivel de la poesía del autor de Comentarios Reales, más allá del premio recibido la semana pasada en Chile, que puede muy bien ser merecido.
Hoy encuentro en El Comercio, en el comentario que hace Ricardo González Vigil a una antología de poesía peruana publicada en una provincia colombiana (N. de E. en realidad la antología ha sido publicada por el prestigioso sello de la Editorial Universidad de Antioquia con sede en Medellín, dentro de su Colección Poesía, en esa colección se pueden encontrar libros de Eugenio Montejo, José Manuel Arango, Giovanni Quessep, Piedad Bonett, Amílcar Osorio, la obra poética completa de Huidobro, Poemas selectos de Emily Dickinson, entre otras cosas) por el crítico uruguayo Eduardo Espina, que el crítico atribuye el “lastre” del lenguaje coloquial en la poesía peruana al “magisterio” de Antonio Cisneros, de quién afirma:
“La narrativa se queda en lo que cuenta [y que además explica demasiado]. Lo autobiográfico, cruzado en sus intermitencias por lo histórico inmediato, no va más allá de lo meramente circunstancial y oportunista [...] Poesía con complejo de denotación, con fecha de caducidad” (p. 13). Esos rasgos miméticos y anecdóticos los acentuaron Hora Zero y los diversos grupos de los años 70”.
Para empezar, creo que el lenguaje coloquial lo introdujo Pablo Guevara en sus primeros libros, y que los primeros libros de Cisneros, a su vez, no son los más coloquiales de él. Luego habría que decir que la narratividad, el circunstancialismo histórico y el ímpetu denotativo no necesariamente llevan, como por un tubo, a una poesía “con fecha de caducidad”. Ahí están Kavafis y José Watanabe entre tantos otros, para demostrar lo contrario.
Creo que el problema de la poesía de Antonio Cisneros va por otro lado. Tal vez es el típico caso de poesía que empieza en un nivel muy alto para su edad cronológica, luego llega a su clímax con poemarios como El libro de dios y de los húngaros y Como higuera en un campo de golf, para luego descender ostensiblemente en su curva con Las inmensas preguntas celestes y otros libros de los últimos años.
Más interesante aún puede ser considerar que Cisneros es un poeta de grandes poemas, muy populares, y no de libros conceptuales, complejos, rizomáticos, como le gustaría al crítico Ospina. Ciertamente, mucho de lo suyo (me refiero a Cisneros) ha envejecido y no dice más de lo que la denotación imprime en el lector; pero tal vez por ello mismo siga diciendo algo al “gran público” durante muchos años más.
Gran público, dije, y se abre otro punto de reflexión. Puede que la particular forma de ser de Cisneros, y la peculiar forma en que Cisneros ha vinculado su obra con sus lectores y su público “oyente” (esto sobre todo entre los sesenta y los ochenta) hayan condicionado e impedido una natural complejización de su propuesta poética; lo que ha llevado a que el surgimiento de avezadas aristas en este punto (neobarroco, poesía neoquechua, poesía visual, etcétera) desenfoque el interés de críticos y poetas jóvenes en la obra de Cisneros, de manera que el vate limeño resulta convertido en una suerte de poeta “tradicional”, arrogante, pachotero, engreído y… (oh) desestimable para quienes valoran el trabajo con la lengua y sus límites antes que la seguridad de una anécdota bien contada.
No sé cuánto importe lo que yo personalmente pienso de la poesía de Antonio Cisneros (mi opinión más “objetiva” está más o menos expuesta en lo escrito más arriba, la más radical me la ahorro por ahora). Pero sí es interesante ver cómo los críticos más jóvenes, reconocidos y abiertos al cambio de Latinoamérica comienzan a poner entre paréntesis su obra. Ello algo ha de significar…
(En la foto: Eduardo Espina)
Fuente: Luz de limbo
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