“El alcohol de los estados intermedios” (Fundación Editorial El Perro y La Rana) reciente publicación de Gladys Mendía (Venezuela, 1975) nos muestra, desde el interior de su vehículo de carne y hueso, toda la fragilidad humana, la resignación como sinónimo de culpabilidad, el caos en el que se suele subsistir cotidianamente, el límite al que solemos estar expuestos. Nos encontramos ante una voz que incendia la vida, que busca el equilibrio, que lucha contra sus demonios internos, que advierte el existir como una mueca absurda del destino:
solo somos parpadeos con nombres confinados y
finados nombres repitiendo los mismos incendios
caen los pedazos de piel mientras caminamos y
conversamos y comemos y dormimos…
Existe cierto sometimiento a lo largo de este viaje, cierto gusto por el estado angustiante en el que se desenvuelve el yo poético. En medio de la ponzoña, también encontramos vida, calor, fe. Bajo la sombra tóxica del esperpento la felicidad también puede ser posible, menos gris, pero igualmente desesperanzadora. A través del pirómano discurso la poeta va destejiendo la vida como un trapo raído e inservible:
destejer hay que destejer acabar con el rito la voz
se construye mientras arde fríamente el intelecto es
caricatura el viaje se ha iniciado…
Dentro de estas páginas la imagen de (la caverna) se constituye en un elemento repulsivo, disociador, es la figura a la que hay que doblegar, incendiar, aun cuando el alma y el cuerpo se tornan el receptáculo de todo el dolor y la angustia, aun cuando el eterno barco a la deriva no haya de triunfar sobre el objeto maligno:
(…) la caverna es el / espacio sin forma
sin forma ni claridad no hay / reflejo
pero todo arde viéndose el incendio es el
parpadeo que esconde el espejo
¿Qué camino tomar cuando la vida se cierra hasta no dejar ni una puerta de salida? Aquí los poemas actúan como una válvula de escape, son ese otro yo proyectado en el papel, el doble dentro del espejo, un vehículo que la poeta usa como forma de liberación. El siguiente texto encierra toda la fuerza poética de Mendía y creo que traduce muy bien el alma de este libro:
procreo sin semillas soy tan FERTIL como el aullido
del mar velocidad máx. 90 dicen encienda las
luces en el túnel como si uno ya no estuviera encendido
hace siglos no hay DESVIO no hay regreso llamo
por el teléfono de emergencia
el túnel mira dentro de su ojo un luminoso cadáver
Los caminos se han transformado en venas abiertas, ácido para la carne aún viva. Las imágenes han sido dinamitadas por las palabras que actúan como señales de advertencia, dentro de un trayecto mohíno, vívido, reincidente:
COMIENZO DE CAMINO SINUOSO (…)
DISFRUTE EL PAISAJE (…)
SR CONDUCTOR MANEJE A LA DEFENSIVA (…)
BOSQUE NO PRENDA FUEGO (…)
FIN DE CAMINO SINUOSO (…)
El descenso ha terminado. Gladys Mendía encuentra en los estados intermedios de la palabra un nuevo punto de partida, una tabla donde aferrarse: el fin no es el fin, es la incógnita que deja una vida incendiada por la poesía:
el alfabeto en tránsito es la ruleta rusa
la autopista cuando es río se libera del juego
La Molina, Junio de 2010
Fotografía: Gladys Mendía
solo somos parpadeos con nombres confinados y
finados nombres repitiendo los mismos incendios
caen los pedazos de piel mientras caminamos y
conversamos y comemos y dormimos…
Existe cierto sometimiento a lo largo de este viaje, cierto gusto por el estado angustiante en el que se desenvuelve el yo poético. En medio de la ponzoña, también encontramos vida, calor, fe. Bajo la sombra tóxica del esperpento la felicidad también puede ser posible, menos gris, pero igualmente desesperanzadora. A través del pirómano discurso la poeta va destejiendo la vida como un trapo raído e inservible:
destejer hay que destejer acabar con el rito la voz
se construye mientras arde fríamente el intelecto es
caricatura el viaje se ha iniciado…
Dentro de estas páginas la imagen de (la caverna) se constituye en un elemento repulsivo, disociador, es la figura a la que hay que doblegar, incendiar, aun cuando el alma y el cuerpo se tornan el receptáculo de todo el dolor y la angustia, aun cuando el eterno barco a la deriva no haya de triunfar sobre el objeto maligno:
(…) la caverna es el / espacio sin forma
sin forma ni claridad no hay / reflejo
pero todo arde viéndose el incendio es el
parpadeo que esconde el espejo
¿Qué camino tomar cuando la vida se cierra hasta no dejar ni una puerta de salida? Aquí los poemas actúan como una válvula de escape, son ese otro yo proyectado en el papel, el doble dentro del espejo, un vehículo que la poeta usa como forma de liberación. El siguiente texto encierra toda la fuerza poética de Mendía y creo que traduce muy bien el alma de este libro:
procreo sin semillas soy tan FERTIL como el aullido
del mar velocidad máx. 90 dicen encienda las
luces en el túnel como si uno ya no estuviera encendido
hace siglos no hay DESVIO no hay regreso llamo
por el teléfono de emergencia
el túnel mira dentro de su ojo un luminoso cadáver
Los caminos se han transformado en venas abiertas, ácido para la carne aún viva. Las imágenes han sido dinamitadas por las palabras que actúan como señales de advertencia, dentro de un trayecto mohíno, vívido, reincidente:
COMIENZO DE CAMINO SINUOSO (…)
DISFRUTE EL PAISAJE (…)
SR CONDUCTOR MANEJE A LA DEFENSIVA (…)
BOSQUE NO PRENDA FUEGO (…)
FIN DE CAMINO SINUOSO (…)
El descenso ha terminado. Gladys Mendía encuentra en los estados intermedios de la palabra un nuevo punto de partida, una tabla donde aferrarse: el fin no es el fin, es la incógnita que deja una vida incendiada por la poesía:
el alfabeto en tránsito es la ruleta rusa
la autopista cuando es río se libera del juego
La Molina, Junio de 2010
Fotografía: Gladys Mendía
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