El destacado poeta y ensayista uruguayo Eduardo Espina, que cuenta con varios premios en su haber y ha sido traducido a varios idiomas, nos entrega, publicada en Medellín por la Universidad de Antioquia, una selección de poetas peruanos nacidos a partir de 1950 que nos parece digna de consideración. No solo por la calidad de las voces elegidas y porque ha conseguido que participen proporcionando “sus poemas preferidos, a los cuales anteceden con una poética o reflexión en plan de síntesis sobre el acto de escribir poesía” (p. 33), lo cual la convierte en un significativo “testimonio” de su conciencia creadora, al modo de la excelente antología de poesía española contemporánea tejida por Gerardo Diego. También, y señaladamente, porque plantea una lectura “de parte”, “parcializada”, en el sentido que posee una concepción de la poesía desde la cual juzga lo que lee.
Espina es un creador apreciable que ha optado por ciertas coordenadas estéticas: la poesía debe ser “autotélica” (no un medio para hablar de un tema o enviar mensajes, sino un lenguaje que se vuelve su propio fin), palabra del gusto del teórico formalista Roman Jakobson y que acoge Espina para aplicarla a la poesía peruana actual y destacar en ella lo que considera más significativo, poéticamente hablando: “el libro que el lector tiene ahora en sus manos sirve como referente de las preferencias estéticas del antologador, aunque esto en verdad no pretende ser una antología ni una muestra con afán canónico, sino apenas una selección. Es una reunión de voces afines” (p. 33).
En consonancia con ello, los años 70 le parecen menos valiosos que los años 80, por aferrarse a lo mimético (la representación de las circunstancias histórico-sociales) y al lenguaje coloquial, lastres que atribuye al magisterio de Antonio Cisneros, a quien minusvalora: “La narrativa se queda en lo que cuenta [y que además explica demasiado]. Lo autobiográfico, cruzado en sus intermitencias por lo histórico inmediato, no va más allá de lo meramente circunstancial y oportunista [...] Poesía con complejo de denotación, con fecha de caducidad” (p. 13). Esos rasgos miméticos y anecdóticos los acentuaron Hora Zero y los diversos grupos de los años 70.
En cambio, Mario Montalbetti funcionaría —según Espina— como el “punto pivotal” hacia lo que desplegarían los años 80 y las dos décadas ulteriores: “la realidad queda reducida a lenguaje y allí desaparece”; y es que: “se trata de interrogar al silencio de la escritura [donde mejor habla la historia] y no de prolongar los escándalos y devaneos de la realidad en textos limitados por su mimetismo social”. (p. 22-23).
No debe sorprender, entonces, que acuda a Eguren para titular su muestra: “Festivas formas”. Eguren inauguró “la poesía peruana moderna” porque “la verdadera actualización de la poesía comenzaba con un cuestionamiento de la imagen y no con la repetición de un yo poético diezmado por los acontecimientos de la historia inmediata” (p. 10). Espina retoma, así, la división entre poesía pura y poesía social (p. 10-12), y la redefine como ambigüedad connotativa versus denotación, protagonismo del lenguaje frente a mimetismo.
Cabe discrepar con Espina, pero reconociendo la importancia de su lectura, avalada porque escoge 22 poetas relevantes: Verástegui, López Degregori, Sánchez Hernani, Montalbetti, Morales Saravia, Zapata, Santiváñez, M. Chocano, R. Jiménez, Chirinos, Mazzotti, Medo, Echarri, Frisancho, Helguero, Rodríguez Gaona, Ildefonso, P. Guillén, Irigoyen, J. Pimentel, Podestá y A. Cabel. Pero faltan autores imprescindibles: Chanove, Dreyfus, Di Paolo, De Ramos, Moromisato, limitándonos a figuras de los años 80 y sin ánimo de ser exhaustivos.
Fuente: El Comercio
Espina es un creador apreciable que ha optado por ciertas coordenadas estéticas: la poesía debe ser “autotélica” (no un medio para hablar de un tema o enviar mensajes, sino un lenguaje que se vuelve su propio fin), palabra del gusto del teórico formalista Roman Jakobson y que acoge Espina para aplicarla a la poesía peruana actual y destacar en ella lo que considera más significativo, poéticamente hablando: “el libro que el lector tiene ahora en sus manos sirve como referente de las preferencias estéticas del antologador, aunque esto en verdad no pretende ser una antología ni una muestra con afán canónico, sino apenas una selección. Es una reunión de voces afines” (p. 33).
En consonancia con ello, los años 70 le parecen menos valiosos que los años 80, por aferrarse a lo mimético (la representación de las circunstancias histórico-sociales) y al lenguaje coloquial, lastres que atribuye al magisterio de Antonio Cisneros, a quien minusvalora: “La narrativa se queda en lo que cuenta [y que además explica demasiado]. Lo autobiográfico, cruzado en sus intermitencias por lo histórico inmediato, no va más allá de lo meramente circunstancial y oportunista [...] Poesía con complejo de denotación, con fecha de caducidad” (p. 13). Esos rasgos miméticos y anecdóticos los acentuaron Hora Zero y los diversos grupos de los años 70.
En cambio, Mario Montalbetti funcionaría —según Espina— como el “punto pivotal” hacia lo que desplegarían los años 80 y las dos décadas ulteriores: “la realidad queda reducida a lenguaje y allí desaparece”; y es que: “se trata de interrogar al silencio de la escritura [donde mejor habla la historia] y no de prolongar los escándalos y devaneos de la realidad en textos limitados por su mimetismo social”. (p. 22-23).
No debe sorprender, entonces, que acuda a Eguren para titular su muestra: “Festivas formas”. Eguren inauguró “la poesía peruana moderna” porque “la verdadera actualización de la poesía comenzaba con un cuestionamiento de la imagen y no con la repetición de un yo poético diezmado por los acontecimientos de la historia inmediata” (p. 10). Espina retoma, así, la división entre poesía pura y poesía social (p. 10-12), y la redefine como ambigüedad connotativa versus denotación, protagonismo del lenguaje frente a mimetismo.
Cabe discrepar con Espina, pero reconociendo la importancia de su lectura, avalada porque escoge 22 poetas relevantes: Verástegui, López Degregori, Sánchez Hernani, Montalbetti, Morales Saravia, Zapata, Santiváñez, M. Chocano, R. Jiménez, Chirinos, Mazzotti, Medo, Echarri, Frisancho, Helguero, Rodríguez Gaona, Ildefonso, P. Guillén, Irigoyen, J. Pimentel, Podestá y A. Cabel. Pero faltan autores imprescindibles: Chanove, Dreyfus, Di Paolo, De Ramos, Moromisato, limitándonos a figuras de los años 80 y sin ánimo de ser exhaustivos.
Fuente: El Comercio
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