El poeta a los 35 años. Archivo de Manuel Pantigoso. Fuente: Cervantes Virtual. |
Sydal
Encadenada tu voz al gozo sydal viajas conmigo
y se agazapan en la nostalgia los fastos tu ternura
y abruptas florecen encerradas las palabras
como el sol cuando el horizonte lo divide y lo devuelve
supiste detener el mar mas no la playa
(las olas dejaron abiertos tus aromas)
cada segundo sydal tu luz entre mis yemas
cada segundo mis ansias de irme dejando atrás para mañana
supiste abrevar mis ojos los espacios antiguos
y juntos beber los labios dolidos que se inclinan
al ausentarse mis infancias y acudir en su agonía
plácido dolor tan suave ahora y siempre ya sin término
supiste todavía mostrar recuperado el sueño
y al fondo de ese sueño el otro sueño que perdimos
para que cada uno tenga su cuota asegurada
y se busque en sus capas infinitas donde la piel se muerde
desplomada
para que se conozca en el retorno a su propio corazón
(pesa dijiste demasiado)
y se descifre
en todas las auroras soñadas desprendidas o más lejos
más lejos donde encuentra de bruces bastante espacio
nuestra hermosa y solitaria soledad deshilachada
sydal primera y siempre nueva explosión donde escondimos
la hora secreta de soplo amanecida
sydal la bienvenida
y el adiós hasta siempre el tiempo se levante
sydal la travesía
apretada sangre sydal alondra derramada.
(De Sydal)
Manuel Pantigoso con Octavio Paz en México en 1982. Archivo de M.P. Fuente: Cervantes Virtual |
Pájaro de balde
Como pájaro de balde broto de tu floresta diluido de sol y de algas y aspiro el sonido reversible de la yerba de la brisa desprendida de los pámpanos al pico de pura llama templando a la noche sus puntadas sus rugientes zumos manando rubores sin fin porque sabes que aún persiste la vida en sus raíces en sus zanjas en su piel de alamedas donde bisbisean párpados y rocíos de puro corazón a borbollones la existencia filtrando al cerrojo posible de evitar al calendario palpitante y lúcido como un pájaro de balde y repartir otros treinta y uno y más los sueños y ser otras primaveras caminando y herir el capullo el silencio solo de seda mientras voy dejando cada día algunas plumas como rastros para cubrir tu cuerpo claro y recogernos luego a dúo por tu flora donde pía tu sangre tu licor hasta las ramas porque el amor es ala ligera y fugitiva música y torbellino que degusta apetencias por la tarde la reclusa de vuelos la de élitros a tus hojas desflecadas a mis dedos transparentes por causa del nuevo árbol que se viene devastando guarismos otro silencio con bellotas -tu verde mar a la intemperie- subiendo con el jugo de tu peso insobornable clepsidra goteando tu migración virginal tanto y cuánto apetecible seno de todas las imágenes eufónico al cristal purísimo de frutos donde cada letra penetra al mundo flavo hasta la piel o hasta las plumas para evocar un lluvioso amanecer de adioses cuando todavía el otoño no ha llegado y sin aires es posible devolverle la vida al sueño como un
pájaro de balde.
(De Reloj de flora)
Manuel Pantigoso con Jorge Luis Borges en Buenos Aires en 1983. Archivo de M.P. Fuente: Cervantes Virtual |
Limbo
Porque acrisolas en cendal y mimbres
candeladas y crepúsculos
porque destilas en la tarde mi pasión y mi gozo
y el corazón flexible se estremece
y el follaje lentamente
cuán rápido oscurece purificado el viento
la savia donde mojo mi mano
para repasar toda tu piel con mi íntima lluvia en tu pecho
de aceite y sal candente de sudores
mi aleta que te envuelve y te salpica
para hacerte rodar otra en la playa y otra
distinta y concertina vez
el tiempo verde
como ubre de licor que fermenta al río
cada letra en las raíces venero de la tierra
un exhalo de mantillos y retamas.
(de Reloj de flora)
Manuel Pantigoso con su padre, el pintor Manuel Domingo Pantigoso, en el «Jardín de Magdalena» en 1985. Archivo M.P. Fuente: Cervantes Virtual |
Genealogía de La Pampa
Soy el padre de mi padre
su geometría plana sin fronteras
soy el rostro de mi hijo y de mi abuelo
-atónita historia-
sus nuevas líneas y sus ángulos
algunas veces ando a trancos y otras
retrocedo en las vetas de tus cabellos quebradizos
luego nos caemos
ánima sola
por la arena
hasta que hembra y macho al fin
desnudamos nuestros cuerpos
y disputamos
geográficos miedos
(en la dirección de la Osa Mayor extendemos a la intemperie nuestras ropas)
-en el punto del cielo que acuatiza
la curva de la hoja que renace-
el vástago que soy
el resalto acodado de mi abuelo
lame tu extremidad derramada de sal en la neblina
así
hilvanando mi tú y tu yo
la lenta salida de tu línea en mi llanura
mi volumen de tu sueño en el espacio
por un ligero desplazamiento de la guja del sol
al aleteo
en tanto el candelabro -su amor tridente-
filtra el resplandor de la playa al otro lado de la colina donde el mar
se precipita
donde ciertos dioses moldeados de arcilla impulsaron el movimiento
del granito y de la arena
(algunos cuentan
que Wiracocha estrenó su corazón desde la altura
y Mama Ocllo resbaló de sus manos
preñada del rayo y de la brisa
como alondra)
soy el rastro del padre de mi padre superpuesto
ni burlado
ni agredido
inmune al gatillo que en la noche
lame sus uñas y en tus ojos se dispara
soy la ceniza de la marca del hijo de mi hijo
dormido y sin embargo
muy despierto
a la aventura
cruzadas las piernas y holgados los brazos
hacia el sur
mi genealogía está en la monda del mundo de todos los tiempos
en el lomo de un toro refractario que galopa
todavía no astillado por los astros
estampando con grafitos
su lengua
por la pampa.
(de Nazca)
Manuel Pantigoso con Nicanor Parra en Santiago de Chile en 1986. Archivo M.P. Fuente: Cervantes Virtual |
Duras aguas negras lajas
A Panti, mi padre
Atisbo la piel fugaz del río
las rugosas nubecillas
las lajas del agua como lavadas sombras
y veo que me haces falta
los cercos del aire
la mirada del espejo
tus pinceles bajo el brazo
desde el Jardín más hermoso mi Madre
ofrece nísperos a los pájaros
nada parece haber muerto en la tristeza de los años
en los oscuros caminos de siempre donde
las luciérnagas encienden sus alas
y se incineran
porque morir es fácil y vivires lo que cuesta
acodado en la hoguera de los techos
de los trenes extraviados
cortándonos la cara los largos túneles negros
nuestras largas caminatas hasta hallarnos Padre
una salida
es difícil
pero a sueño de arder se aprende
a conversar contigo en el silencio blanco del parque
en la estación próxima (donde fuera)
a parar otras violencias
otras vigilias que se pierden
otros olvidos que sobreviven este infierno
de salivar en mi sobresalto tu reseca lengua.
(De Los Siete Uni/versos del Jardín de Magdalena)
* Esta selección fue realizada por Paul Guillén basándose en la muestra de poemas de Manuel Pantigoso publicada por Cervantes Virtual.
Manuel Pantigoso Pecero (Lima 1936-2024). Poeta, periodista, profesor universitario, dramaturgo, ensayista con un importante libro sobre Gamaliel Churata. Miembro de número de la Academia Peruana de la Lengua y del Instituto Ricardo Palma. Hijo del pintor Manuel Domingo Pantigoso. Partió a la eternidad el 10 de marzo de 2024.
Poemarios:
- Salamandra de hojalata, Lima, Biblioteca Universitaria, 1977.
- Sydal, Lima, Capulí, 1978. Colofón de Washington Delgado.
- Reloj de flora, Lima, Capulí, 1981. Prólogo de Carlos Germán Belli.
- Contrapunto de la Mitomanía, Málaga, Corona del Sur, 1982.
- Nazca, Lima, Intihuatana, 1986. Prólogo de Augusto Tamayo Vargas. Colofón de José Antonio Bravo. - Amaromar, Lima, Intihuatana, 1993. Prólogo de Luis Jaime Cisneros. Colofón de Manuel Serrano y Augusto Tamayo Vargas.
- Arte-Misa, Lima, Intihuatana, 1998. Prólogo de Marco Martos.
- Calicantos de la pared del viento, Lima, La Tortuga Ecuestre, n.º 165 (1999). Colofón de Antonio Sarmiento.
- En-clave de sol del color, Lima, Ikono, 2007. Edición bilingüe, francés-español. Prólogo de Sophie y Nelson Vallejo-Gómez.
- Retablo de la Naturaleza, Lima, Ikono, 2012. Prólogo de Arturo Corcuera. Colofón de Jesús Ruiz Durand.
- Los Siete Uni/versos del Jardín de Magdalena, Lima, Ikono, 2015. Prólogos de Roland Forgues y Antonio Melis. Colofón de Antonio Sarmiento.
- Piel de la palabra. Antología poética. Lima: Altazor/Casa de la Literatura Peruana, 2016. Selección y prólogo de Antonio Sarmiento.
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