lunes, 31 de marzo de 2014
Poemas de la cárcel de Bob Kaufman (Traducción de Santiago Acosta)
At the Cafe Trieste, North Beach, San Francisco, 1975. Left to right: Allen Ginsberg, Harold Norse, Jack Hirschman, Michael McClure & Bob Kaufman. Photo by Diana Church.
Bob Kaufman (1925-1986) es uno de los mejores y menos recordados poetas de la generación beat norteamericana. La fuerza mítica de escritores como Jack Kerouac, Gregory Corso y LeRoi Jones (Amiri Baraka), la relevancia fundacional de Lawrence Ferlinghetti y, por otra parte, el carisma de Allen Ginsberg, el más prolífico y famoso de los poetas de su generación, frecuentemente cierran el paso del lector hacia otros nombres como Peter Orlovsky, Philip Lamantia, Frank O’Hara, Diane di Prima y el mismo Bob Kaufman. De Kaufman solía decirse que era el mejor poeta estadounidense de los años cincuenta, y hasta llegó a ser conocido en Francia como the American Rimbaud. Originario de Louisiana, a la edad de 13 años huyó de casa. Le tomó veinte años dar nueve veces la vuelta al mundo, hasta que en la década de los cincuenta conoció en Los Ángeles a Jack Kerouac, quien lo integraría definitivamente a la naciente escena beat.
Luego del asesinato de Kennedy Kaufman hizo un voto de silencio en protesta contra la guerra de Vietnam. Ese voto duró diez años, durante los cuales no habló ni escribió una sola palabra. En 1973, cuando la guerra llegaba casi a su final, Kaufman entró en una cafetería y recitó el poema “All Those Ships that Never Sailed”.
Kaufman fue prácticamente un poeta oral, hasta el punto de que sus amigos y su esposa debían obligarlo a escribir, cuando no apuntaban ellos mismos los versos que el poeta declamaba. Esa cualidad improvisacional y performática de sus poemas —tan cercana al jazz— puede percibirse en su prosodia, su ritmo rabioso y sus imágenes muchas veces insólitas. Quizás allí resida gran parte de su atractivo: en la capacidad de conciliar en una sola voz el duende de lo callejero con las dimensiones del simbolismo y el surrealismo.
El siguiente poema, “Jail Poems”, tomado del libro Solitudes Crowded With Loneliness (New Directions, 1965), se inserta en la larga y dolorosa tradición de escritores que han sufrido los males del encarcelamiento, tal como lo hicieron en épocas distintas César Vallejo, Miguel Hernández, Nazim Hikmet y Roque Dalton, entre muchos otros. (Pienso además en los venezolanos Antonio Arráiz, Andrés Eloy Blanco, Alí Lameda, Eduardo Sifontes y Rafael José Muñoz.) A lo largo de 34 fragmentos que van haciéndose cada vez más escuetos, el poema (o poemas, si tomamos literalmente el título) transita desde la solidez de lo enclaustrado hasta una suerte de disipación alarmante, como si el encierro fuera apagando las palabras del poeta para hacerlo entrar de lleno en el espacio de las revelaciones.
Como siempre, la traducción que presento, además de libre y aproximativa, es un work in progress. Espero que lo disfruten.
Poemas de la cárcel
Bob Kaufman
1
Estoy sentado en una celda con vista hacia malignas paralelas
esperando que el trueno me astille en mil pedazos.
No es suficiente estar enjaulado con uno mismo;
quiero sentarme frente a cada prisionero en cada agujero.
Las puertas se deslizan y golpean. Cada portazo señala el fina de algo, ¡bang!
El yonqui desapareció en un ruido rojo; se drogaba para sacarse un infierno.
El oloroso borracho se enorgullece porque ha dejado de fumar,
huellas dactilares sobre negras lápidas llenas de tinta,
ruidos de dolor filtrándose a través de paredes de acero, rompiéndose,
alcanzan mi dolor. Me hago parte de alguien más para siempre.
El acento salvaje de los criminales me resulta más dulce que el balbuceo de los policías,
ocupados en cerrar las escotillas de estas almas; carga
destinada a puertos de acusaciones, muelles de culpa.
¿Qué comen los policías, viejo Sócrates, aún prisionero?
2
Pintor, píntame una cárcel enloquecida, dementes celdas de acuarela.
Poeta, ¿qué edad tiene el sufrimiento? Escríbelo en plomo amarillo.
Dios, hazme un cielo en mi techo de vidrio. Necesito estrellas
para guiarme en esta atmósfera de gritos e infiernos privados,
entradas y salidas, adentro… afuera… arriba… abajo, el balancín municipal.
Yo—aquí—ahora—óiganme—aquí—ahora—siempre aquí de alguna manera.
3
En un universo de celdas, ¿quién no está preso? Los carceleros.
En un mundo de hospitales, ¿quién no está enfermo? Los médicos.
Una sardina dorada está nadando en mi cabeza.
Ah, sabemos algunas cosas, hombre, sobre algunas cosas
como el jazz y las cárceles y Dios.
El sábado es un buen día para ir a la cárcel.
4
Ahora nos dan un nuevo formulario, tembloroso como gelatina,
que demuestra que cualquier muchacho puede ser presidente de Muscatel.
Le odian porque es uno de Ellos.
Desnudez no planeada, salpicada de gris; dedos
pestilentes aferrados a la poceta. El Sr. América se quiere bañar.
¡Mira! En el piso, acostado sobre el rostro de América,
una estrella de cine que ha actuado en un millón de noticieros.
¿Qué estoy haciendo?, ¿siento compasión?
Cuando salga colaborará con mi asesinato.
Probablemente odia estar vivo.
5
Tuercas y tornillos resonando en su estómago, revueltos.
La sociedad se ha hecho pedazos en su barriga, hinchada.
Mira el gran molino americano, inclinándose hacia dentro,
bueno y sólido, como los que embriagaron América.
El éxito escrito en todo su culo rayado por las calles.
Exitoso éxito, cuarenta jonrones en un solo inning.
Deja de sufrir, Jack, no nos puedes engañar. Lo sabemos.
Este es el mejor país del mundo, ¿no lo es?
No lo logró. Borracho en la Celda 3.
6
Han pasado demasiados años en este breve lapso.
Mi alma reclama una caverna propia, como el dios del Jainismo;
mas debo lograr que continúe, ruda como el jazz, relumbrando
en esta oscura selva de plástico, tierra de largas noches, heladas.
Mi ombligo es un botón que aprieto cuando quiero salir de mí.
¿Soy algo más que una masa de entrañas y toscos tejidos?
¿Debo romperme los huesos? ¿Beber mi sangre, diluida en vino?
¿Debería arrancar viejas tristezas de mi pecho?
No otra vez,
esas antiguas bolas de fuego, engullidas con ardor, déjenlas.
Déjenme escupir vapores de introspección, pedazos de mí,
así, cuando me vaya seguiré estando en el aire.
7
Alguien que soy no es nadie.
Algo que he hecho no es nada.
Algún lugar que he visitado no está en ninguna parte.
No soy yo.
¿A qué respuestas
debo buscar preguntas?
Para este montón de calles ajenas
debo encontrar ciudades.
Gracias a Dios por los beatniks.
8
Toda la noche el hedor de cuerpos que se pudren,
el vaho que surge de piras de hombres vivos,
satura mi nariz de repugnancia gaseosa,
ahogando en lágrimas mis expuestos ojos.
9
Vendedor ambulante de Dios, reventándome el tímpano
con la parte más aburrida de un libro bueno y sensual,
impaciente por el lunes y las calculadoras.
10
Perros de ojos amarillos silbando en la noche.
11
El bebé vino hoy a la cárcel.
12
Un día más al infierno, lleno de glándulas que flotan.
13
La cárcel, un cubo de metal enorme y hueco
colgado de la luna por una cadena de plata.
Algún día Johnny Appleseed vendrá a cortarla.
14
Tres largos hilos de luz
trenzados en un rayo.
15
Soy aprensivo en cuanto a mi futuro;
mi pasado me ha dado la espalda.
16
Sombras veo, formándose en la pared,
imágenes de deseos que habían sido protegidos de mis ojos.
17
Después de pasar toda la noche construyendo un sueño,
vino la mañana y me cegó con su luz.
Ahora busco, entre montañas de cáscaras de huevos,
el maldito sueño que nunca quise.
18
Sentado aquí escribiendo cosas en el papel,
en lugar de clavar mi lápiz en el aire.
19
La Batalla de los Fracasos Monumentales, crispada;
ambos bandos anhelan una limpia derrota.
20
Ahora veo la noche, abrumando silenciosamente el día.
21
Atrapado en las imaginarias redes de la conciencia,
lloro por mis actos, mas continúo creyendo.
22
Deberían construir las ciudades en un solo lado de la calle.
23
Las personas que no arrojan sombra
nunca mueren de pecas.
24
El fin siempre llega de último.
25
Nos sentamos en una mesa
devorándonos palabra por palabra
hasta que no quedó nada, esqueletos repulsivos.
26
Estoy sentado escribiendo, sin atreverme a parar,
por miedo a ver lo que está fuera de mi cabeza.
27
Listo, Jesús, ¿ves que no dolió ni un poco?
28
Temo seguir a mi propia carne hasta esas angostas
anchas rígidas blandas camas femeninas, pero lo hago.
29
Eslabón por eslabón, forjamos la cadena.
Luego, al descubrirla alrededor de nuestros cuellos,
nos espantamos.
30
Nunca he visto una poética y salvaje hogaza de pan,
pero si la viera, me la comería con corteza y todo.
31
¿Desde cuántos años atrás vienen los bebés?
32
Universalidad, dualidad, totalidad… uno.
33
El anormal que balbuce en el suelo
alguna vez fue un hombre que gritaba sobre las mesas.
34
Ven, ayúdame a aplanar una gota de lluvia.
Escrito en la Cárcel de la ciudad de San Francisco
Celda 3, 1959.
Fuente: http://detrasdeloserizos.blogspot.com/2010/08/bob-kaufman-poemas-de-la-carcel.html
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