martes, 11 de marzo de 2014

Miguel Angel Zapata: una originalidad insoslayable, por Víctor Manuel Mendiola


En medio de la poesía peruana de finales del siglo XX y principios del XXI, los poemas de Miguel Ángel Zapata resaltan por su rara frescura lírica, no obstante que una buena parte de sus poemas más notables están escritos en prosa. O mejor dicho: Zapata ha sabido llevar al discurso del lenguaje prosaico una claridad y una ligereza que son propios del verso. Desde la aparición de sus conocidos libros Lumbre de la letra y El cielo que me escribe, Zapata alcanzó una originalidad insoslayable. Hay poemas de él que me parecen insustituibles y, por qué no, inolvidables: “Mi cuervo anacoreta”, “La iguana de Casandra” y “Mi caballo se ha quedado sin estrellas”, entre otros. Cuando realicé la antología de la poesía peruana La mitad del cuerpo sonríe (FCE, 2005), la pequeña, pero sustanciosa obra poética de Zapata se me reveló con toda su fuerza. No cabe la menor duda de que la nueva poesía peruana —dejando de lado las figuras centrales de mediados de los 50 de Sologuren, Eielson, Varela, Belli y Corcuera— es una de las literaturas con mayor presencia en el contexto hispanoamericano. Con voces tan señaladas como las de Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Jorge Pimentel, José Watanabe y Carmen Ollé y voces más nuevas como la de Róger Santiváñez, Domingo de Ramos y Rosella di Paolo, el lector observa una descendencia lírica a la altura de los grandes poetas del Perú. Zapata es uno de ellos. Celebro, como lector, la aparición de este nuevo volumen, La ventana.


V.M. Mendiola, MAZ, Armando Gonzalez Torres, y Víctor Baca

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