No hay nada ya que todo lo creamos. A través de la sucesión y ejercicio constante de un sonido atrapado tras otro la forma se construye y provoca heladas, vértigo y aprehensión de las futuras soledades. La poesía es eso, lo que no resistió abrir Pandora; ya que en el mundo conocido, para seres tan complejos como los humanos, ya no representa, sino su luz ubicable y la riqueza, su sensibilidad y locura (por distante y lóbrega) lo que quiere es arrancarse la lengua y crear una nueva forma, un secreto que pocos escalen en la belleza reconocible en los poemas y que se violenta como esa flor de Blanca Varela. Ponzoñosa y fóbica porque el que escribe está extraviado, su vida es lo abstruso y late constante la inseguridad que entierra al poeta pero también lo hace todopoderoso: de tacto lúbrico, de ojos volados y de oído desconocido. El poeta representa el futuro, la soledad suprema que vivirán otros hombres ubicuos en el hoy, el ayer y el mañana. El arte despierta a los seres imposibles y duerme a la muerte en el infinito. El verso es río y el poema océano que lo recibe y detiene, producto de la vida de su paisaje inquietante. Abstracto.
Denisse Vega Farfán (Trujillo, 1986) en Una morada tras los reinos (Lustra Editores, Lima, 2008) esparce y construye perspectivas y bondades tras lo que se presiente pero no se reconoce, tal la metáfora de Giacomo Leopardi en El infinito: “Sentado aquí, contemplo interminables / espacios detrás de ella, y sobrehumanos / silencios”. Su voz late, está viva, al borde del abismo y no solo eso, sino que esta voz salta, se arroja a él. Porque ve al abismo como una posibilidad, coronada, porque ha sido escogida. Es su voz de poeta en su extraña morada como ingente canto rodado que bloquea al río, que impide que la vida llegue a su funeral indefectible. La poeta hace esta estructura silente porque espera ser abierta y transformada. Esa es la dificultad del lector: levantar los días, los siglos si hay que hacerlo y vivir con la poesía.
“el sol de aluminio ha caído
anidándose en mis vísceras
la eternidad y sus hierros
se han desplomado sobre mis hombros
el hombre de lata golpea y golpea
su ciego tambor bacante
busca entre sus despojos un charco limpio”
Denisse Vega Farfán (Trujillo, 1986) en Una morada tras los reinos (Lustra Editores, Lima, 2008) esparce y construye perspectivas y bondades tras lo que se presiente pero no se reconoce, tal la metáfora de Giacomo Leopardi en El infinito: “Sentado aquí, contemplo interminables / espacios detrás de ella, y sobrehumanos / silencios”. Su voz late, está viva, al borde del abismo y no solo eso, sino que esta voz salta, se arroja a él. Porque ve al abismo como una posibilidad, coronada, porque ha sido escogida. Es su voz de poeta en su extraña morada como ingente canto rodado que bloquea al río, que impide que la vida llegue a su funeral indefectible. La poeta hace esta estructura silente porque espera ser abierta y transformada. Esa es la dificultad del lector: levantar los días, los siglos si hay que hacerlo y vivir con la poesía.
“el sol de aluminio ha caído
anidándose en mis vísceras
la eternidad y sus hierros
se han desplomado sobre mis hombros
el hombre de lata golpea y golpea
su ciego tambor bacante
busca entre sus despojos un charco limpio”
(Fragmento de Ignoro lo que pende en mí)
Una morada tras los reinos es un buen libro porque sobrepasa lejos esa escala reprimida y permitida por las mujeres poetas en el pequeño escenario de su cuerpo poluto por hélices prendidas pero ya viejas. Este ramo de poemas en tono melancólico y oscuro que nombra la balada deja a Carmen Ollé y a María Emilia Cornejo y se asienta junto a Blanca Varela y Sor Juana Inés de la Cruz. Así Denisse Vega Farfán refuerza este diverso y fuerte grupo de poetas que ponderan el lenguaje como eje de esplendor, cura y peligro.
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