Es sabido que la llama del surrealismo prende y se agiganta vivamente en Europa —en Francia, particularmente— durante el período entre las dos guerras. Lo que suele olvidarse, si no ya ignorarse por completo, es que casi al mismo tiempo la Revolución Surrealista tiene lugar en nuestro Hemisferio, aunque entre nosotros acaso no haya salido aún de la clandestinidad. André Breton, sin embargo, sabía de las condiciones ideales para el surrealismo que ofrecen nuestros países y así lo expresó alguna vez. Claro que ya habíamos tenido en nuestro continente una anticipación fulminante de la visión surrealista del mundo en Isidoro Ducasse, Conde de Lautréamont, nacido en Montevideo en 1846, quien fuera sin duda el más grande fecundador del movimiento. Tanto Aldo Pellegrini (Antología de la poesía viva latinoamericana, 1966) originalmente, como luego Stefan Baciu (Antología de la poesía surrealista latinoamericana, 1974) y, recientemente, Floriano Martins (Un nuevo continente: antología del surrealismo en la poesía de nuestra América, 2004) han intentado con variado éxito reunir, en sendas antologías, muestras vivas de la presencia del gran movimiento surrealista en la mejor poesía latinoamericana. La de Pellegrini no aspira a ser una antología de la poesía surrealista solamente, y la de Baciu sufre de un academicismo exclusivista que pretende arbitrariamente redefinir el surrealismo. La antología de Martins presenta, por primera vez, a poetas del Brasil, Canadá, Estados Unidos, Martinica y República Dominicana, pero excluye, sin embargo, a poetas como Octavio Paz (México), Jorge Cáceres (Chile) y José Alvarez Baragaño (Cuba), a más de los poetas nacidos a partir de los años sesenta. Martins, notable poeta y ensayista brasileño, publica, con Claudio Willer, una excelente revista digital, Agulha, que desde hace tiempo realiza una encomiable tarea de divulgación del surrealismo en nuestra América, en portugués y español. Y estos días prepara una nueva edición de Un nuevo continente que habrá de corregir las omisiones de la original, así como un estudio de la joven poesía surrealista que se escribe en Latinoamérica.
Con todo, la significación del surrealismo en la América Latina y el Caribe apenas es reconocida: se habla de Matta y Lam en la pintura y de Octavio Paz (quien, sin embargo, se consideraba a sí mismo sólo “tangencialmente” surrealista) y Aimé Césaire en la poesía, pero se ignora a muchos otros artistas fieles a su visión surrealista del mundo: pienso en el mismo Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Alejandra Pizarnik, Francisco Madariaga y Olga Orozco, en la Argentina; los también poetas Braulio Arenas, Enrique Gómez-Correa, Teófilo Cid, Jorge Cáceres y Ludwig Zeller, chilenos, como el pintor Matta; el poeta-pintor César Moro, acaso uno de los más grandes poetas surrealistas en cualquier lengua, y Emilio Adolfo Westphalen, peruanos; Sergio Lima y Roberto Piva en Brasil; en Venezuela, Juan Sánchez Peláez y Juan Calzadilla; junto a la poesía de Paz, Marco Antonio Montes de Oca y José Carlos Becerra, en México, se destaca la fotografía de Manuel Álvarez Bravo; y en el Caribe a más de Aimé Césaire (oriundo de Martinique) está la presencia fulgurante del poeta haitiano Clément Magloire Saint Aude, así como la del dominicano Freddy Gatón Arce... Asimismo, vale señalar que la actividad surrealista de la mayoría de estos grandes poetas latinoamericanos —algunos de los cuales también fueran o aún son destacados artistas plásticos—, y de los grupos surrealistas que se organizaran en algunos de nuestros países, particularmente en Argentina, Chile y Brasil, quedó ampliamente documentada en legendarias revistas si bien de precaria existencia y pobre distribución. Así, es, precisamente, Pellegrini quien funda en Buenos Aires el primer grupo surrealista de habla española en 1926, apenas dos años después de la aparición en París del primer Manifiesto del surrealismo, y en 1928 publica Que, la primera revista surrealista en Latinoamérica. Casi inmediatamente después de la aparición de un segundo y último número de Que en 1930, el grupo se disolvió. Mandrágora (Chile, 1938-1943) le daría el nombre al grupo surrealista que formaran Arenas, Gómez-Correa, Cid y Cáceres, entre otros. Otras notables revistas de proyección surrealista son Dyn (México, 1942-1944), La Poesía Sorprendida (República Dominicana, 1943-1947), y A partir de 0 (Argentina, 1952-1956).
¿Y en Cuba? Aparte de la hechizante pintura-poesía de Wifredo Lam (1902-1982) ¿hay en nuestra isla otras huellas del paso centelleante del huracán surrealista? Por lo pronto, en la pintura y escultura cubanas, las señales del surrealismo no sólo son bien evidentes sino también generalmente reconocidas desde los años treinta hasta hoy: a más de Lam, hay que señalar inmediatamente a los también pintores Carlos Enríquez (1900-1957), Roberto García York (1925-2005), Agustín Fernández (1928-2006), Joaquín Ferrer (1929), Jorge Camacho (1934), Ramón Alejandro (1943), Carlos Alfonso (1950-1991), y el escultor Agustín Cárdenas (1927-2001); también la pintura y, sobre todo, la fotografía de Jesse Fernández (1924-1986) son testimonios relampagueantes de un auténtico surrealismo. Pero ¿y la poesía?
Situación de la poesía en Cuba
Si bien el surrealismo nunca se organizó como movimiento en Cuba, sí hemos tenido poetas de poderosa expresión surrealista, y, en algunos casos, de una rica visión surrealista del mundo. Después de todo, los cubanos no somos dados a la formación de grupos o movimientos, literarios o políticos. De hecho, la poesía cubana, en trazos generales, ha tenido una trayectoria histórica que va desde el modernismo de la segunda mitad del siglo XIX, a través del vanguardismo —pobremente entendido y practicado en Cuba— de las primeras décadas del siglo XX, seguido por el período barroco representado particularmente por ciertos poetas del grupo Orígenes, hasta dar paso a la poesía social y conversacional que se manifiesta mayormente durante el llamado proceso revolucionario de los últimos cuarenta y tantos años. Por otro lado, las antologías de poesía cubana, tanto las editadas en la Isla como en el exterior, en el pasado o en nuestros días, suelen tener sus propias agendas, acusan un provincianismo muy marcado, y, por encima de todo, son muy cuidadosas en excluir a los poetas que escapan a encasillamientos fáciles, quiero decir, los “raros” y, por ende, los surrealistas.
No se trata aquí, sin embargo, de hacer distinciones puramente académicas como las propuestas por Baciu entre la poesía genuinamente surrealista y la meramente "surrealizante" o “parasurrealista”, ni tampoco de buscar expresiones poéticas ocasionales que acaso linden en lo formal con el surrealismo, en la obra de poetas con otras miras y de variada estirpe, o de identificar sólo aquellos poetas auténticamente representativos del surrealismo en Cuba. Se trata, eso sí, de seguirle las huellas a la poesía surrealista en Cuba, a las que, por cierto, no se les encuentra en ninguna de las más renombradas revistas literarias cubanas de la primera mitad del siglo XX, como la Revista de Avance (1927-1930), Verbum (1937), Espuela de plata (1939-1941), Nadie parecía (1942) y Orígenes (1944-1956), aunque sí —notable excepción— en Lunes de Revolución (1959-1961). Tampoco se las encuentra en antologías como, entre otras, La poesía moderna en Cuba (Madrid, 1926), por Félix Lizaso y José Antonio Fernández de Castro, o La poesía cubana en 1936 (La Habana, 1937), por Juan Ramón Jiménez; ni, por supuesto, Cincuenta años de poesía cubana (La Habana, 1952), por Cintio Vitier; ni, ya en nuestros días, La poesía de las dos orillas: Cuba 1959-1993 (Madrid, 1994), por León de la Hoz, o Poesía cubana del siglo XX (México, 2006), por Jesús J. Barquet y Norberto Codina.
Si algún grupo cubano pudiera acercarse al modelo surrealista sería acaso el Grupo “H”, organizado en Santiago de Cuba por los años veinte.
El surrealismo en la poesía cubana
Franklin Rosemont, en su ensayo André Breton and the first principles of surrealism (Chicago, 1978), menciona brevemente al "poeta cubano Juan Breá... (quien) libró la lucha por el surrealismo en Cuba y en el exilio" durante los años treinta y cuarenta. Fue de junio a diciembre de 1928 que empezó a aparecer todos los lunes, en el Diario de Cuba, la “Página Literaria del Grupo H”, dirigida por Juan Breá (1906-1941). Miembros activos del grupo y colaboradores fueron Julián Mateo, Francisco Palacios Estrada, Alberto Santa Cruz Pacheco, Manuel Palacios Estrada, Lino Horruitiner, Lucas Pichardo, Amador Montes de Oca, Carlos González Palacios y Leonardo Griñán Peralta.
Mary Low (Orígenes, Año XIII, No. 40, 1956), quien años más tarde conocería a Breá en París y le acompañaría hasta la súbita muerte de éste en 1941, describe así cómo nació aquel grupo: “Por los años veinte, en Santiago de Cuba, [...] un grupo de jóvenes ardientes y desconocidos resolvieron dar nuevas formas y nuevas fauces al espíritu cubano. Su amplio gesto de aventura lo iba a comprender todo: literatura, acción, ideas. Un instinto lúcido y combativo, un ingobernable hastío de lo manido y lo falso, los había reunido con el propósito de salvar al país de su incuria, su languidez y su retraso cultural... Uno de ellos, Juan Breá, figura de fuego que habría luego de destacarse sobre el escenario revolucionario y literario de varios países europeos, se brindó para asaltar la ciudadela de la opinión pública y burguesa... Este muchacho, que iba a ser luego uno de los primeros conspiradores responsables del derrocamiento de [el dictador] Machado, a andar por muchas tierras de exilio tras muchas prisiones políticas, a pelear en los frentes revolucionarios de España, y a destacarse finalmente en los círculos surrealistas de París y Praga, era ya cabalmente un poeta y un inconforme... Aunque [...] Breá permaneció toda la vida ignorado del gran público, merced a su propia incuria, los poetas de aquí y de allá muy pronto lo reconocieron como uno de los suyos... Pero el Grupo H, aunque sin aparente rango histórico ni resonancia nacional, logró estampar su sello en la poesía cubana. Es verdad que ocupó un momento breve y fugaz; que su brillo no pareció extenderse más allá de su Oriente natal; que se apagó en silencio. Sin embargo, fue la mecha que encendió el polvorín. Todos los que escribimos hoy les debemos un poco las gracias a esos jóvenes tan dolorosamente olvidados.”
Así, en los años treinta, en Bucarest, Bruselas, y Praga harían amistad con prominentes surrealistas, izquierdistas y anarquistas como Victor Brauner, René Magritte, Paul Nogué, E.L.T. Mesens, Jindrich Heisler. Entre 1936 y 1937 Breá y Low pelearon en España, experiencia que relataron en su primer libro, Red Spanish Notebook, publicado en Londres en 1937. En 1938 publicaron una colección de poemas en francés, La Saison des flûtes, bajo el sello Editions Surréalistes en París (en 1986 este libro fue reimpreso por Arabie-sur-Seine con un prólogo de Edouard Jaguer). En La Habana, en 1942 y 1943 aparecieron, póstumamente, Poemas de entonces, de Juan Breá, con una introducción de Mary Low, y La verdad contempóranea (ensayos), de Breá y Low, con un prefacio de Benjamin Péret, “importante obra”, según Rosemont, “vergonzosa pero característicamente ignorada por los académicos expertos en surrealismo”.
Mary Low escribe en la introducción a Poemas de entonces: “Aquí alcanzó Breá su máximo punto lírico, aquí su fantasía corre coruscante y sin frenos, aquí se entrega a imágenes inquietantes y comparaciones sorprendentes”:
Allá entre dos continentes
sembraré mi isla
(redonda y sin norte)
como un horizonte
y tiraré de mi pipa
mi último canto de ceniza,
cinta que baja lenta
para aplastarme dulcemente el cielo.
Nada se parece tanto al hombre
como un animal que duerme.
Habrán árboles llenos de victrolas
y un solo río loco
que ha perdido el camino de la mar.
(“Mi Isla”)
Alquimia del recuerdo (La Habana, 1946), con ilustraciones de Wifredo Lam y prólogo de Alberto Baeza Flores, está dedicado por Mary Low a Juan Breá (el libro fue reeditado por Editorial Playor, Madrid, 1986). Allí escribe Low:
Mi ser esencial late
con el ritmo de mares antiguos,
arrastra quimeras de plata
y el peso blanco del jamás.
Mi ser esencial clava
una lanza en el horizonte
se quiebra sobre las piedras
y renace sin querer;
conoce los caballos del cielo,
corre con lunas sin frenos,
duerme su amargo descanso
entre los recuerdos y los olvidos.
Mañana no es para mí,
ayer no retrocede;
mi ser esencial juega
con los aires de un tiempo imposible.
(“Mi ser esencial”)
En correspondencia a Edouard Jaguer, Mary Low, quien viviera en Cuba durante los últimos años de la dictadura de Batista y los primeros de Castro, parte de la Isla definitivamente en 1965 desencantada (“después de la llegada de los rusos todo cambió”) con la revolución. “Sin duda —comenta Jaguer en el prólogo a La saison des flûtes—, esto no sorprendería a aquellos que desconfiaron por mucho tiempo del Caudillo enfundado en su traje verde olivo: ¿cuántos revolucionarios de la primera hora están aún estancados en las cárceles castristas?”.
IV
Baciu, al esbozar someramente la proyección del surrealismo en los países del Caribe, escribe: “En 1939 llegó a La Habana el poeta chileno Alberto Baeza Flores, cargando en sus baúles varios documentos valiosos. Para comprender mejor este acontecimiento, daremos la palabra al propio poeta:
Yo llevé a la República Dominicana desde Cuba unos números de La Revolution Surréaliste, que Neruda adquirió en París, dio en Santiago de Chile a Jorge Cáceres y éste me regaló a mí y yo llevé a La Habana en 1939 y luego a la capital dominicana. También llevé Minotaure y de allí fuimos traduciendo. (De Alberto Baeza Flores a Stefan Baciu, San José de Costa Rica, febrero de 1971.)”
Y agrega Baciu: “La huella del más puro surrealismo latinoamericano va, pues, desde Santiago de Chile hasta la capital cubana y desde allí a Santo Domingo”.
Esa huella, sin embargo, se pierde en La Habana donde no es sino hasta 1952 que irrumpe en el apacible ámbito de la poesía cubana una legítima voz surrealista en José Alvarez Baragaño (1932-1962), quien, por cierto, sólo mereció la siguiente mención en la antología de Baciu: “Debe también ser mencionada la poesía de José Baragaño, poeta mal conocido”. Baciu escribe en 1974, doce años después de la temprana muerte del poeta, quien para entonces ya había publicado sus tres libros capitales de poesía: Cambiar la vida (Editorial Le soleil noir, París, 1952), El amor original (Ediciones Castor, La Habana, 1955) y Poesía, revolución del ser (Ediciones R, La Habana, 1960), y el ensayo Lam (Sociedad Colombiana Panamericana, La Habana, 1958).
En 1951 Baragaño abandona los estudios universitarios en La Habana y parte hacia Europa. En París colaboró en Le Premier Bilan del’Art Actuel y en las revistas Cahiers Le Soleil Noir, Positions, Espacio y Panderma. Hizo amistad con André Breton, Benjamin Péret y Jacques Hérold, entre otros, y asistió a las reuniones del grupo surrealista. Viajó por España e Italia. De vuelta en Cuba en 1954, tuvo que abandonar la isla en 1958, perseguido por la policía de Batista. Tras su regreso definitivo a Cuba en 1959, trabajó como columnista en el diario Revolución y colaboró en el suplemento literario Lunes de Revolución, cuyo fundador y director fuera Guillermo Cabrera Infante. Dictó clases de francés y de historia del arte y de la literatura en la Escuela Profesional de Periodismo de La Habana, y pronunció conferencias, no recogidas en libro, sobre pintura y filosofía.
Virgilio Piñera llama Poesía, revolución del ser un “libro de gran eficacia poética”, y agrega: “Sin otros presupuestos que los de la poesía, Baragaño va integrando en los distintos poemas de su libro algo sin lo cual la Poesía, el Arte todo, no sería más que mero discurso. Es decir, una concepción del mundo... y lo que es de mayor importancia, asumida desde el delirio poético y sin conexión alguna con los modos lógicos de pensamiento”.
He aquí las enumeraciones memorables de “Escrito contra mí”:
¿Y esto que es el hombre
Me perderé y lo perderé de vista?
[...]
Este hombre que soy no es acaso el hombre
Hecho a mi terror a mi semejanza
Escrito en mi palabra destruido en mi palabra
En mi hombre de huesos de ceniza
En mi hombre de vida de perro
En mi hombre de verdad y de miedo
En mi hombre torturado y vejado
En el fondo de naves bajo lámparas
Es mi hombre clavado contra el ser
Es mi ser clavado contra el hombre
Ya en “El amor original” se había preguntado:
¿Soy un poeta?
No en el sentido que tú lo entiendes
Tú que ves en una rosa un cuerpo blanco que se levanta sobre un tallo
Esa rosa que es el mensaje en varias lenguas de niebla
Y uso demasiadas palabras para ser pariente de Igitur
Vivo en el mundo de los sueños y no del mundo de lo que sueño
De lo que me sueña se alimenta mi porción angélica
Baragaño (“¿Por qué la poesía?”, Lunes de Revolución, 25 de enero de 1960) creía que “poesía es ese habitar en poeta, la total develación del ser en lo abierto o la simple acción del sueño y la imagen... Esa revelación del ser que nadie puede penetrar, la intensidad feroz y combativa que es la poesía, que habla con la primera palabra, no se detiene uniendo palabrejas que se consideran “poéticas”, sino viviendo peligrosamente la vida. Pero vivir peligrosamente es algo más que correr riesgos. Es abandonar toda atadura, nadar sobre el encarcelamiento del hombre contemporáneo; romper la red de las alienaciones y ser absolutamente poetas”.
Cuando yo lo conocí, a mediados de los años cincuenta en La Habana, Baragaño no creía en la viabilidad de una revolución en Cuba y se identificaba más bien con el anarquismo. Gozaba entonces de una bien ganada reputación de “poeta maldito” que se burlaba de la cultura oficial en Cuba. No le publicaban su poesía en las revistas literarias de la época. Pasaba hambre y saltaba de un hotel a otro (casi siempre abandonando pertenencias personales, libros y manuscritos), justo antes que lo echaran por falta de pago. Con el triunfo de la revolución, escribió columnas y artículos encendidos en que denunciaba a los insumergibles de la cultura, a los intelectuales que nunca se habían interesado por la política en el pasado pero que ya buscaban cómo integrarse a las filas de la revolución triunfante. Atacó a José Lezama Lima y al grupo de la revista Orígenes por lo que éstos representaran en el escenario cubano, en lo cultural así como en lo político. Hizo, en La Habana cundida del fervor revolucionario de 1959-1961, así como en los tiempos difíciles antes de la revolución, más enemigos que amigos. Permaneció fiel a la revolución hasta su inesperada muerte, sin haber cumplido todavía los treinta años de edad, víctima de la rotura de un aneurisma cerebral, aunque se cree que ya empezaba a criticar duramente a la nueva cultura oficial y a los stalinistas que la dirigían. Baragaño, en “Himno a la muerte”, había escrito: “Mientras la libertad y el amor se me dispersan / Tengo una cita informal y constante con la muerte / ¡Bello aún el tiempo nada ordena!”. Como poeta, llegó a escribir poesía que él creyó necesaria en aquel momento, poesía cargada de marcado contenido social, “en un intento por aprehender la nueva realidad” (Enrique Saínz, prólogo a José Alvarez Baragaño: Poesía color de libertad, UNEAC, La Habana, 1977, volumen que recoge la poesía publicada más poemas inéditos y otros no recogidos en libros).
Desaparecido Baragaño, quedan entonces en Cuba el pintor y poeta Fayad Jamís (1930-1992), mexicano, autor de Los párpados y el polvo (1954), una temprana colección de textos poéticos de gran aliento surrealista, y la poeta y escritora Nivaria Tejera (1930). Habían contraído matrimonio en 1952 y marchado a París en 1954. Así describe Nivaria Tejera (entrevista por Pío E. Serrano, Encuentro, No. 39, invierno 2005-2006) los años de La Habana:
“Nos reuníamos sin brújula en los cafés destartalados, en las librerías, comentábamos, acumulábamos, aprendíamos a conocernos sin máscaras, sin destino. Pero íbamos escribiendo y, como a hurtadillas, atisbando misterios, madurando incertidumbres y espejismos, formando un grupo de poetas con Oraá, Marré, Baragaño, Escardó, como el desvío de la excesiva realidad”... Con ojos febriles de eterno desvelado, Fayad reflejaba nuestro desamparo: “Yo traído del miedo, de la rutina, del llanto, / sangre de tinieblas, viento de inmensas llamas / preparo mis gastados equipajes, mis papeles sin rúbrica / mis años, mis sudores: / todo ese remolino de serrín en que vivo... Cierro las puertas y la mancha de mis párpados / y huyo más del cielo, descendiendo de escalón en escalón, de muerte en muerte”, clamaba en Los párpados y el polvo”.
Y los de París:
...“fue el conocer a Breton y a Péret lo que me integró a esta ciudad. Asistiendo a algunas de sus reuniones, el viaje a París tomaba su real dimensión. Puesto que el surrealismo me filtraba otra manera de ver y sentir el mundo, me adherí a él sin reservas. Aquellos alucinados plasmaban con su pendular hasard objectif la poesía de lo cotidiano; cualquier gesto convertía en algo más la función del ser-existir; el mito regía los actos, como en la Grecia antigua: todo era un presente total, una “exigencia-enigma” autómata al acecho de todo. Yo no creía a mis ojos... Las prisiones y libertades asfixiadas que cargaba dentro se justificaban al descubrir, con Nadja, que París estaba “atravesada de significaciones mágicas”... Es otro modo de caminar por la vida, este movimiento de individuos, y me integré a ellos como uno más. Era un movimiento y no un partido. El único al que he pertenecido”.
De vuelta en La Habana en 1959, ambos se incorporan a la revolución, pero en 1965 Nivaria Tejera abandona “la pesadilla de un yo manipulado de manera absoluta, silenciado” y regresa a Francia. Jamís, por su parte, se instala cómodamente en aquel ámbito tan poco propicio a la creación poética al no existir la libertad individual y, así, en su obra subsecuente se observa con claridad cómo el militante revolucionario le gana la partida al poeta, a expensas, por supuesto, de la poesía misma. Fuera de Cuba, sin embargo, el surrealismo continuaría manifestándose con gran fuerza y renovado ímpetu en la obra de los poetas que tempranamente denunciaran la farsa de la revolución cubana y se marcharan al exilio.
Carlos M. Luis (1932), poeta, escritor y pintor, ha publicado varios libros y participado en Francia en exposiciones del grupo surrealista. Partió de Cuba en 1962. Los poemas recogidos en Entrada en la semejanza (New York, 1972) representan, según el autor, “veinte años de exploración poética”. “La poesía —escribe Luis— posee algo de utópico, algo que tiende hacia la abertura constante de nuestra existencia. Esa abertura es el espacio de la libertad. Poesía y libertad son sinónimos; suprimiendo la una se mutila la otra”. En efecto, la mejor poesía de Luis es testimonio apasionado y a la vez lúcido de los hallazgos y descubrimientos a que sus investigaciones poéticas le guían misteriosamente; y, asimismo, ratifica la validez última de los principios y los temas que en tales momentos rigieran y formaran su visión surrealista del mundo: el amor, la libertad, el ser, la existencia, los elementos, la luz, la verdad, la muerte. Así:
Recortados sobre el océano
rodamos hacia el alfabeto del Sabbat
una boca perdida pronuncia nuestro nombre
donde el mundo ajeno es el relámpago seminal
el pasado es una máscara manchada
y su enano ha visto al día jueves perder su contorno
para limpiar el espejo que cubre al mundo
porque guardamos líquenes de alquitrán
cráteres umbilicales
talismanes ojeras
ojeras Martinica
Martinica Haití
Haití escorpión
escorpión labio de sal
porque escondemos
al dios guadaña los murciélagos Wilfredo Lam
(De “A André Breton”)
Luis, sin embargo, en el transcurso de sus exploraciones de lo poético ha tomado rumbos que le apartan decisivamente de una auténtica visión surrealista del mundo. Su formación católica y su identificación personal con Lezama Lima, en los últimos años de la revista Orígenes, en La Habana de los años cincuenta, le ganaron, por una parte, el escarnio de Baragaño (se les sabía, dentro de los círculos intelectuales de la capital, enemigos irreconciliables, a pesar —o quizás en razón misma— del interés por el arte y la poesía surrealistas que ambos compartían); mas, por otra parte, aquellas otras actividades e intereses que le situaban de hecho en las antípodas del surrealismo le ganaron, precisamente, la entrada en Orígenes, lo cual para Luis era logro mayor. Así, el poeta experimentaría también con unos textos más o menos poéticos en que el fervor religioso —o, más exactamente, católico— y, en sus mejores momentos, un cierto misticismo de nuevo cuño habrían de obliterar casi por completo al poeta capaz de atrapar la “surrealidad”, y, últimamente, con lo que se ha dado en llamar “poesía visual”.
De todos modos, ahí queda la obra poética de este investigador y estudioso del surrealismo francés en la que a veces resuena la expresión surrealista, aunque acaso permanezca en duda su autenticidad.
VII
Uno de los poetas cubanos contemporáneos de más auténtica expresión surrealista es José Antonio Arcocha (1938-1998). En La Habana, donde viviera en sus años de estudiante hasta su partida hacia Europa en 1961, conocería a Fernando Palenzuela y a José A. Baragaño, quienes habrían de influir decisivamente en su formación como escritor y poeta. Luego de frustrados intentos de radicarse en España, Alemania, Luxemburgo y Bélgica, logró establecerse por relativamente largos períodos de precaria existencia en New York, Puerto Rico, New Jersey y, finalmente, Miami. En 1970 Arcocha colaboró con Fernando Palenzuela en la fundación y co-dirección de Alacrán Azul, revista de arte y literatura con sede en Miami, cuyos dos únicos números destacaron y son recordados todavía por su rara calidad y sorpresiva aparición en el páramo editorial y cultural que era Miami entonces. Publicó tres volúmenes de poesía: El reino impenetrable (New York, 1969), Los límites del silencio (Madrid, 1971) y La destrucción de mi doble (Madrid, 1971), y una colección de cuentos breves, El esplendor de la entrada (Madrid, 1975), que recogía relatos que habían sido escritos muchos años antes. (Con la publicación de La destrucción de mi doble, Arcocha anunció que no planeaba escribir otros libros, y así lo cumplió.) Sagaz manipulador de la forma poética, explorador subterráneo de los orígenes, apasionado exorcista en perenne batalla con los fantasmas que le acosaban incesantemente, Arcocha se sitúa desde temprano en el centro mismo de la gran vertiente surrealista que surte la poesía contemporánea y que se inicia en los círculos surrealistas de París por los años veinte.
Aquí está la voz del poeta:
He logrado descifrar el delirio de los cristales
Las hormigas enmascaradas anhelan el incendio de las estatuas
Y un clima de alambre donde se desgarra el monarca
Al polvo despiadado sobre los andamios de la fatiga
Al conjuro de las espinas al veneno en las flautas
Opongo los mitos del sueño los peces en el follaje
(De La destrucción de mi doble)
Nunca más tus ojos que traspasan la niebla
No hay sílabas para tus senos de relámpago bajo la lluvia
Aquí ya hay sólo corales de realidad que esperan el desembarco
Los volcanes del archipiélago indonesio
Y la espada que reluce con la sangre de la dialéctica
Son signos visibles del huracán que anuncia los días de Octubre
Llegaremos galopando el alba con el ras de los mares
No habrá piedad para las naves siniestras
Una escuadra de buques fantasmas ya avizora el castillo
Un salva de libros un arabesco de páginas
Inician su danza en las garras mismas del tigre
Se esfuman las puertas de la prisión y los guardianes con ellas
Ennegrecen los cabellos en la raíz del silencio
Como en sueños hemos asesinado al ángel de la espada flamígera
Es pasto de las llamas un solo árbol del bosque.
(De Los límites del silencio)
Arcocha murió como vivió, solo, en el horror del exilio que no supo cómo conquistar, víctima—como tantos otros—de las fuerzas que le hicieran abandonar su patria (que era, más que Cuba, La Habana) y transitar un mundo extraño, como si hubiera sido de otro planeta; odió al tirano (“sólo tú eres responsable del éxodo”) y amó la libertad, y apreció, sobre todo, la inteligencia, la amistad, las palabras, la escritura, la expresión exacta, los misterios del acto creador, la poesía eterna.
Fernando Palenzuela (1938) y José Alvarez Baragaño son hasta hoy los máximos exponentes de la poesía surrealista en Cuba. Palenzuela conoció a Baragaño en La Habana de los años cincuenta. En 1960, cuando los primeros poemas de Palenzuela (como “Fernando Pazos”) aparecieran en Lunes de Revolución, Virgilio Piñera exclamaría: "He aquí a un poeta". En 1961 marcha a Europa, viajando por España, Francia y Alemania, principalmente, hasta 1962 cuando se radica en los Estados Unidos. Por una década abandona toda actividad literaria, preocupándose más por la poesía de la acción en el mundo que por la acción de la poesía sobre éste. De vuelta a la creación poética funda y co-dirige, junto a José Antonio Arcocha, la revista Alacrán Azul (1970-1971). Su primer libro, Amuletos del sueño (Salamanca, 1972), de gran calidad, recoge poemas escritos entre 1958 y 1962. Alberto Baeza Flores escribió: "Amuletos del sueño [del cubano Fernando Palenzuela] es un libro de continuas asociaciones incesantes, con delirios, con pasos mágicos en la ebriedad del inconsciente, que nos permite descubrir zonas secretas del ser. Está entre el sutil y penetrante resplandor mantenido de Eluard y el huracán de acerado clima de ciertos tonos de Breton. Está en la línea de los poetas chilenos de Mandrágora y en la de César Moro y Emilio Adolfo Westphalen. Con esto creo subrayar la importancia del libro de Palenzuela dentro del surrealismo latinoamericano".
La poesía, según Palenzuela, “significa mucho más que una mera gimnasia del espíritu". Piensa, como Artaud, que "la poesía debe ser una especie de develamiento del ser, una proyección de lo absoluto sobre la realidad", y añade: "la poesía y la creación poética [son] algo más que un mero quehacer formal, o pasatiempo de ocasión, o planificado cotejamiento de palabras, más o menos dichoso, sino, antes bien, la expresión misma del ser... En definitiva, no creo que la poesía consista en descifrar lo indescifrado, sino en conocer lo indescifrado que está en uno". Por años Palenzuela se dedica a tales investigaciones, las que resultan en un segundo libro de poemas recién publicado, La voz por enterrar (Denver, 2006). Tiene en preparación otro volumen de poesía, Esfera Inacabada.
Hay en la poesía de Palenzuela una búsqueda incesante de las claves de lo maravilloso, de los secretos de la creación poética —una exploración de los temas esenciales de toda gran poesía, no importa la época: la muerte, el amor, la libertad. Así, el poeta se pregunta:
¿Dónde está muerte tu aguijón
El impalpable imperio de frente como una estatua de sol negro?
[...]
¿Dónde está la piedra que sonríe
La llamarada de tu boca Muerte?
El rito inapelable de los delfines
Las oleadas de insectos de cal viva
Y las diversas trampas que elaboro
Desde la nave que habita mi memoria
Sólo echarán a tus entrañas sedas
Más feroces y antiguas que el diamante
¡Oh Muerte!
Y este lago huésped de tu carne
Batiendo como una espina anticipada
En la sala de cirugía de esos ojos
Estelares que barren las aguas residuales
Esta prisión del tiempo que pudre mis oídos
Niegan mi libertad no cabe en las escamas
Del Gran Druida marcando el roble donde sollozan los vampiros
(De “Libertad color de hombre”,
Amuletos del sueño)
En La voz por enterrar, el poeta, pasajero invisible pero plenamente consciente de las irreales propiedades del ser, hace inventario de sí mismo y, caminando solo, en una casi despedida o final de juego, en anticipación del silencio último, entre señales ocultas y múltiples referencias a la ubicua “death in progress”—la perenne compañera de viaje—, escribe:
Si lo que hay que enterrar es el silencio
Esa otra voz con que tropieza
La araña de mi nombre en el vacío
Mi voz encerrada en una caja invisible
Mi silencio como un guante sobre la empuñadura de una luz negra
Entonces la aguja para tejer los simulacros
De mi sombra que avanza entre las venas de los cataclismos
Decidirá si he de saltar de un puente a otro
O acaso permanecer con mi cabeza inclinada
Del lado izquierdo de las nubes
Donde un hacha de oro lee los presagios
Cascos de caballos retumbando sobre el polvo de tu cadáver
Entre solemnes apostadores que sólo ganan para seguir jugando
Estrella o escudo vida o muerte
Como la trayectoria de una piedra lanzada al infinito
O la caída de un ave mortalmente herida
Desprendiéndose de su último vuelo
Para hospedarse en una de las uñas del viento
En el espacio donde florece la memoria abolida
[...]
Si no puedo salvar todos mis sueños no salvaré ninguno
Que me despedacen sobre la hierba azul de una tierra que amo
Cuando me envuelva la increíble sombra que me aguarda
Ya no habrá más códigos ni juegos
Sólo la simetría oscura de infinitas lunas
El sol sobre mis huesos en su galope ciego
El agua insomne de la blanquísima aventura
Mi voz oculta en las raíces de los mangles
Mi voz por enterrar
Secretamente
(De “La voz por enterrar”)
IX
Poeta, artista plástico e investigador literario, Jorge Valdés Ramos (1946) estudió arte en la legendaria escuela San Alejandro, La Habana (1967). Vinculado al grupo literario de El Caimán Barbudo, donde publicara sus primeros poemas (1966), su poesía también fue incluida en la antología Punto de partida (La Habana, 1970) por Raúl Rivero. Valdés Ramos cuenta que “su interés por el surrealismo data casi del momento mismo en que se vio obligado a abandonar sus estudios pre-universitarios (tenía una fuerte vocación por la bioquímica), tras ser llamado al servicio militar obligatorio (1964). Tiempo después le escribió a su compatriota, el pintor Jorge Camacho [en París], con la secreta intención de integrarse al surrealismo activo, pero la noticia de éste que el grupo parisino había dejado de existir con la muerte de André Breton (1966) fue algo que lo desconsoló en grande. A partir de entonces decidió vivir hacia adentro, en el mayor de los silencios posibles. Así se quedaron inéditos un poemario tras otro [que] quizás se perdieron cuando partió exiliado hacia los Estados Unidos (1989)”. Es autor, asimismo, de una obra de teatro surrealista, El carné y los estropajos. Ha participado en exposiciones colectivas en Cuba, Estados Unidos y Chile.
He aquí una muestra de su poesía:
Frío de colección con mansiones de mandíbula
Para lo poco rápido que suspiran se ven bastante
El saludo intermitente de lo educado inconstituido
Es la posibilidad ansiosa de lo extraño permanente
Como a degüello entre dos casi me vacían el cerebro
La caricatura de odio la envidia sublime esperpento
Hecho el destino nada se puede corregir cadavérico
En el suelo erguido derrotado aún conservo el rostro
Me voy a morir contento en lo mío muy fructificado
A la fuerza lo obtuve en medio de los varios terrores
Decir lo contrario a lo exacto es como mentir en seco
Los hijos de pluma van a arder pronto con sus venenos
A sucumbir en blanco irán todos los necios semblantes
En tanto la mandíbula de colección en el frío se manifiesta
(“Decir lo contrario”)
En la poesía de Valdés Ramos el sueño, lo invisible, las “imágenes reales de lo que no existe”, los colores, son como trazos sobre un lienzo en que lo maravilloso se asoma y, de pronto, desaparece:
Imágenes reales de lo que no existe
de lo que existe como tal y no se ve
de lo invisible afilado que no se siente
de lo que se huele ajeno como incorpóreo
de lo que se escabulle sin presentaciones
Imágenes nítidas de la fatiga tentacular
aparecidas de improviso mientras se duerme
con su cara criminal de monstruo horrible
tambaleantes en medio de un paisaje
que desaparece
(“Paisaje que desaparece”)
Amuletos del sueño, de Fernando Palenzuela, aunque escrito entre los años de 1958 y 1962, es publicado en 1972, veinte años después de la aparición de Cambiar la vida (1952), de José Alvarez Baragaño. Pasan otros veinte años antes que se revele otro joven poeta de origen cubano, Walt Jiménez (1963), nacido en Jersey City, New Jersey, con un volumen de poesía, Arcanos del otro (1993), que es como una “candela encendida” (Lichtenberg) en su proyección francamente surrealista. Jiménez escribió los poemas incluidos en esta colección en Montclair, Miami, Venecia y Sant Pere de Ribes entre los años de 1984 y 1987. Con epígrafe de Rimbaud ("Plus de mots. J’ensevelis les morts dans mon ventre. Cris, tambour, danse, danse, danse, danse!", de Une saison en enfer), Jiménez escribe en el introito del libro: “La poesía no es algo de palabras y papel. Es carne y sueño y sangre y vida. Es los gritos que se oyen en la noche. Es el ritmo perdido del tambor en la jungla. Es la danza del poeta”. De ahí parte con inusitado brío y compone poema tras poema de un lirismo sorprendente, mas a veces de rasgos claramente saturninos:
Una esperanza silenciosa me lleva
Calladamente a la víspera de la muerte
Soy viajante de las aguas
Busco al dios oscuro que reina sobre ellas
Dios de fluidez y transparencia
Juez del mundo de coral y profundidades
Me río de ti
Me burlo de tu fe en la salvación del hombre agua
Creación del vacío
Abismo será
Pero quedarán las aguas del sol siempre frío
Y en ellas vivirá el hombre agua
Hasta que muera su dios demente
En ellas llevará su vida ligera y esbelta.
(De “Tareas”)
“Mi alma me acompaña en la búsqueda de mi amada Muerte”, escribe Jiménez (“El Mago”), y:
A tu lado muere lentamente una bestia de cristal
¿Eres tú el asesino?
Siglos de desamparo nos han dejado débiles y perdidos
En esta maraña de días infinitos y noches interminables
Sólo el abismo nos queda como alternativa
A la monotonía de la confusión
Pero dentro de esta prisión hay una celda sin paredes
Donde ha llegado el tiempo de los asesinos
Reunidos en aislamiento y unidos en soledad
No hay más que esperar la llegada de la magia
Sé que eres tú el portador de aquella arma
Que derrumbará las tapias que nos encierran
Y contigo entraremos los campos magnéticos.
[...]
Sé que cerca de mí
¿Quizás en mí?
Sigues tus investigaciones al compás de la luna
Y la marea
Y la memoria tenaz
Nací contigo y contigo muero.
(De “Elegías a Baragaño”)
***
Octavio Paz (La búsqueda del comienzo, 1954) observa: “el surrealismo —en lo que tiene de mejor y más valioso— seguirá siendo una invitación y un signo: una invitación a la aventura interior, al redescubrimiento de nosotros mismos; y un signo de inteligencia, el mismo que a través de los siglos nos hacen los grandes mitos y los grandes poetas. Ese signo es un relámpago: bajo su luz convulsa entrevemos algo del misterio de nuestra condición”. Así, en la poesía cubana contemporánea la llama del surrealismo permanece viva y, según parece, no habrá de extinguirse jamás.
* Este ensayo apareció originalmente en la revista electrónica Agulha (www.revista.agulha.nom.br), No. 53, agosto-septiembre 2006. Algunos de los poetas cubanos mencionados pueden ser encontrados en http://www.sonambula.com/ y en http://www.jornaldepoesia.jor.br/bhcuba.htm
Vicente Jiménez (Cuba, 1936). Ensayista. Reside en Miami Beach, Florida. Tiene en preparación el libro Las claves prometidas: proyección del surrealismo en la poesía cubana contemporánea.
Imágenes
[1] El poeta argentino Aldo Pellegrini
[2] Carátula de la revista cubana Orígenes
[3] El libro rojo de Barcelona [Red Spanish Notebook] de Mary Low
[4] Poeta cubano José Álvarez Baragaño
[5] Poeta mexicano Fayad Jamís
[6] Poeta cubano Carlos M. Luis
[7] El Alacrán Azul, revista de arte y literatura, fundada por los poetas cubanos José Antonio Arcocha y Fernando Palenzuela
[8] La voz por enterrar, segundo poemario de Palenzuela
[9] Trabajo de Jorge Valdés Ramos
[10] El cubano Vicente Jiménez, autor del presente ensayo
2 comentarios:
http://www.publiberia.com/libros/p/411-memoria_del_surrealismo_en_cuba.html
El libro Memoria del Surrealismo en Cuba por Vicente Jimenez se publico recientemente.
Irene Vargas muchisimas gracias por esa informacion
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