Cada vez que me enfrento con un nuevo libro de Coral Bracho siento que debo comenzar de cero, como si nunca hubiera leído nada de ella y lo que llega a mis manos se me escapara, ajeno a toda intención conceptual. Ciertamente, conozco a una buena parte de lo que la crítica ha escrito desde que apareció Peces de piel fugaz, su primer título, publicado al final de los años setenta por La Máquina de Escribir. Sin embargo, confieso que muchas de estas exégesis me han dejado siempre un tanto frío, particularmente aquellas provenientes del post estructuralismo más duro. El universo de imágenes al que recurren para explicar, digamos, la poesía de Coral Bracho como un tejido “rizomático” es sugerente, sin duda, pero por lo general aparecen plagadas por un conjunto de jergas que oscurecen lo que antes pudiera resultarnos obvio: Coral Bracho escribe y habla con los cinco sentidos.
En efecto, el concepto de rizoma, extraído del discurso de Deleuze y Guattari y sobrepuesto como un mapa de lectura sobre El ser que va a morir, por ejemplo, tiene sentido en la medida que es un símil que ilustra el carácter indeterminado de estos poemas, sus largos fraseos que inician en cualquier punto y no concluyen nunca. Sin embargo, se trata sólo de eso, de un símil; de una poética que, para mí, pierde interés en cuanto se transforma en bártulo de especialistas o en militancia hermenéutica. En este sentido, la figura del rizoma como un amasijo de tallos subterráneos que crecen por acumulación sin seguir un desarrollo natural y progresivo que les de forma (un lirio, un octosílabo), sirve en tanto lente que nos ayuda a discernir una estructura. No obstante, como decía Mounin a propósito de los “mecánicos del texto literario”, limitarnos a este tipo de lectura es como aprender a armar y desarmar un reloj, olvidando que éste sirve para medir algo sobre lo que apenas si tenemos la más mínima intuición: el tiempo. Y los poemas de Coral Bracho, entre otras cosas, son eso: una medida del tiempo; un momento habitado entre dos abismos (la nada anterior y final) o el instante suspendido por el deseo que yergue al “ser que va a morir”.
En este contexto, me gusta la antología que ha preparado, traducido y publicado recientemente Forrest Gander para New Direction, la legendaria editorial norteamericana que —a insistencia de Pound— fundó James Laughlin hace más de siete décadas. Me gusta porque, sin proponérselo, corrige la interpretación anterior con la que, insisto, suele identificarse a Coral Bracho. Y si cualquier traducción es un acto de interpretación, con más razón una antología es el resultado de una lectura meditada, con miras a destacar los rasgos esenciales de una voz sin traicionar las fases de su evolución natural. De ese modo, Firefly Under the Tongue traza un mapa en donde encontramos aquella poesía que se ramifi ca al dictado de cierta ley de las asociaciones (metonímica, dirán algunos) y, asimismo, abre un espectro en el que el poder de atracción se hunde en la perplejidad. Los órganos internos de la analogía, por decirlo así, experimentan un vacío, una ruptura que disgrega a los seres y las cosas. En este sentido y para expresarlo en pocas palabras habría que decir que la afirmación vital, casi orgánica y ritual de los primeros libros (Peces de piel fugaz, El ser que va a morir), al final encalla en una interrogación.
Forrest Gander ha sabido interpretar este cambio drástico en la poesía de Coral Bracho siguiendo las variaciones de la voz. En efecto, cualquiera de los poemas que el traductor y antologador recoge al final de Firefly Under the Tongue está dictado por un ánimo que habita una dimensión más meditada que palpada, menos corporal y más atenta a cierta música de la idea, como decía Darío. Se trata de un cambio en el eje de rotación que sostiene al poema efectuado al paso de los años y que, en la introducción que el traductor escribió para este volumen, ubica y expone de la siguiente manera:
The book-length poem That Space, that Garden and the new shorter poems that follow it seem to forge out of Bracho’s earlier styles a capacious new virtuosity. While the poems can be abstract, the intensifying cadence and the canon-like effect of repeating talismanic words ensure that the work is experienced sensually as well as intellectually. While never intending to mirror the world in snapshot images, Bracho increasingly tunes in to the frequency of things, the thicket of things that comprise a region, a room, a relationship. Her meditation on the palpable edge of thingness—the surface of trees, furniture, skin—leads her to an intuition of volume, depth, inhabiting spirit. Radiating lines of perspective and shifting, ambiguous pronouns lead us across the borders of familiar language tropes into a concentrated attentiveness, a bedazzled listening. Removed from any central vantage point, we discover a world of uncanny interrelationships, our own world: complex, provisional, yet somehow intact.
A mi manera de ver se trata de un desplazamiento desconcertante viniendo de alguien a quien, decíamos al inicio de esta nota, identificamos con la red de los sentidos lanzada al río de las metamorfosis esencialmente tangibles; esto es, una sensibilidad bien dispuesta al “deleite de las formas”, según nos dijo en Tierra de entraña ardiente. En este orden —recordemos— los poemas de Coral se hundían en la marea de los elementos para regresar transformados en ritmo e imagen gracias a una enorme capacidad para experimentar el lenguaje como un fenómeno con respiración propia. Una poética en donde las palabras aparecían dotadas de una identidad casi orgánica entretejida a un cauce dilatado y denso.
Por el contrario, en sus poemas más recientes aquellos elementos se convierten en objetos —lo que no es poco decir—, como si la alta marea de las asociaciones se hubiera retirado dejando un pan sobre la mesa. La espiral del deseo que atravesó Peces de piel fugaz o El ser que va a morir multiplicando la realidad al contacto de otras realidades, se subvierte y desgaja con aire de cosa dislocada. Consecuentemente, dichos objetos traen consigo la posibilidad de hundir la mano en otra dimensión, a riesgo de suspender toda certeza acerca de nuestra propia realidad. Para ser precisos hay que reconocer que esta duda abrió un hueco en la poesía de Coral Bracho desde su anterior libro, Ese espacio, ese jardín, volumen en donde la plenitud se asoma al espejo de la vacío para leer el paso de los días: “La muerte,/ a gatas entre los muebles”.
En efecto, me parece que con Cuarto de hotel no hay ya plenitud posible y las epifanías del tiempo —el deseo que ata los cuerpos en Peces de piel fugaz y El ser que va a morir, el amor y la infancia en Ese espacio, ese jardín— se esparcen en fragmentos que apenas se distinguen como los restos de un naufragio. Los objetos (el pan sobre la mesa) se yerguen señalando un extravío, una soledad incapaz ya de iluminarse al pabilo de una historia. Alguien habla, en efecto, pero no sabemos qué ni a quién. Y ese “cuarto de hotel” del título sólo acentúa la nada en donde, finalmente, se evapora el hilo del que pende nuestro ser e identidad.
Muchos de estos poemas, a mi parecer, se desdibujan leídos de manera aislada, como si la autora nos ofreciera los retazos de un monólogo transcrito al paso. Sin embargo, a partir de estos fragmentos sostenidos a fuerza de líneas oscuras, reticentes, Coral Bracho configura una atmósfera cargada de sugerencias pero, sobre todo, atravesada por un profundo desconcierto ante el sinsentido de una cotidianidad súbitamente extraña e impersonal. En este orden, la voz que escuchamos en Cuarto de hotel y en los poemas aún no recogidos en libro pero que Forrest Gander incluyó al final de Firefly Under the Tongue, es la voz de lascosas y los seres enclavados —por decirlo así— en su lado oscuro, sobre una realidad absorta a la medida de nuestras incertidumbres más profundas.
Coral Bracho, Firefly Under the Tongue, Selected Poems. Translated, with an Introduction by Forrest Gander, New Direction, 2008.
Texto publicado en el número 14 de Literal. Latin American Voices.
En efecto, el concepto de rizoma, extraído del discurso de Deleuze y Guattari y sobrepuesto como un mapa de lectura sobre El ser que va a morir, por ejemplo, tiene sentido en la medida que es un símil que ilustra el carácter indeterminado de estos poemas, sus largos fraseos que inician en cualquier punto y no concluyen nunca. Sin embargo, se trata sólo de eso, de un símil; de una poética que, para mí, pierde interés en cuanto se transforma en bártulo de especialistas o en militancia hermenéutica. En este sentido, la figura del rizoma como un amasijo de tallos subterráneos que crecen por acumulación sin seguir un desarrollo natural y progresivo que les de forma (un lirio, un octosílabo), sirve en tanto lente que nos ayuda a discernir una estructura. No obstante, como decía Mounin a propósito de los “mecánicos del texto literario”, limitarnos a este tipo de lectura es como aprender a armar y desarmar un reloj, olvidando que éste sirve para medir algo sobre lo que apenas si tenemos la más mínima intuición: el tiempo. Y los poemas de Coral Bracho, entre otras cosas, son eso: una medida del tiempo; un momento habitado entre dos abismos (la nada anterior y final) o el instante suspendido por el deseo que yergue al “ser que va a morir”.
En este contexto, me gusta la antología que ha preparado, traducido y publicado recientemente Forrest Gander para New Direction, la legendaria editorial norteamericana que —a insistencia de Pound— fundó James Laughlin hace más de siete décadas. Me gusta porque, sin proponérselo, corrige la interpretación anterior con la que, insisto, suele identificarse a Coral Bracho. Y si cualquier traducción es un acto de interpretación, con más razón una antología es el resultado de una lectura meditada, con miras a destacar los rasgos esenciales de una voz sin traicionar las fases de su evolución natural. De ese modo, Firefly Under the Tongue traza un mapa en donde encontramos aquella poesía que se ramifi ca al dictado de cierta ley de las asociaciones (metonímica, dirán algunos) y, asimismo, abre un espectro en el que el poder de atracción se hunde en la perplejidad. Los órganos internos de la analogía, por decirlo así, experimentan un vacío, una ruptura que disgrega a los seres y las cosas. En este sentido y para expresarlo en pocas palabras habría que decir que la afirmación vital, casi orgánica y ritual de los primeros libros (Peces de piel fugaz, El ser que va a morir), al final encalla en una interrogación.
Forrest Gander ha sabido interpretar este cambio drástico en la poesía de Coral Bracho siguiendo las variaciones de la voz. En efecto, cualquiera de los poemas que el traductor y antologador recoge al final de Firefly Under the Tongue está dictado por un ánimo que habita una dimensión más meditada que palpada, menos corporal y más atenta a cierta música de la idea, como decía Darío. Se trata de un cambio en el eje de rotación que sostiene al poema efectuado al paso de los años y que, en la introducción que el traductor escribió para este volumen, ubica y expone de la siguiente manera:
The book-length poem That Space, that Garden and the new shorter poems that follow it seem to forge out of Bracho’s earlier styles a capacious new virtuosity. While the poems can be abstract, the intensifying cadence and the canon-like effect of repeating talismanic words ensure that the work is experienced sensually as well as intellectually. While never intending to mirror the world in snapshot images, Bracho increasingly tunes in to the frequency of things, the thicket of things that comprise a region, a room, a relationship. Her meditation on the palpable edge of thingness—the surface of trees, furniture, skin—leads her to an intuition of volume, depth, inhabiting spirit. Radiating lines of perspective and shifting, ambiguous pronouns lead us across the borders of familiar language tropes into a concentrated attentiveness, a bedazzled listening. Removed from any central vantage point, we discover a world of uncanny interrelationships, our own world: complex, provisional, yet somehow intact.
A mi manera de ver se trata de un desplazamiento desconcertante viniendo de alguien a quien, decíamos al inicio de esta nota, identificamos con la red de los sentidos lanzada al río de las metamorfosis esencialmente tangibles; esto es, una sensibilidad bien dispuesta al “deleite de las formas”, según nos dijo en Tierra de entraña ardiente. En este orden —recordemos— los poemas de Coral se hundían en la marea de los elementos para regresar transformados en ritmo e imagen gracias a una enorme capacidad para experimentar el lenguaje como un fenómeno con respiración propia. Una poética en donde las palabras aparecían dotadas de una identidad casi orgánica entretejida a un cauce dilatado y denso.
Por el contrario, en sus poemas más recientes aquellos elementos se convierten en objetos —lo que no es poco decir—, como si la alta marea de las asociaciones se hubiera retirado dejando un pan sobre la mesa. La espiral del deseo que atravesó Peces de piel fugaz o El ser que va a morir multiplicando la realidad al contacto de otras realidades, se subvierte y desgaja con aire de cosa dislocada. Consecuentemente, dichos objetos traen consigo la posibilidad de hundir la mano en otra dimensión, a riesgo de suspender toda certeza acerca de nuestra propia realidad. Para ser precisos hay que reconocer que esta duda abrió un hueco en la poesía de Coral Bracho desde su anterior libro, Ese espacio, ese jardín, volumen en donde la plenitud se asoma al espejo de la vacío para leer el paso de los días: “La muerte,/ a gatas entre los muebles”.
En efecto, me parece que con Cuarto de hotel no hay ya plenitud posible y las epifanías del tiempo —el deseo que ata los cuerpos en Peces de piel fugaz y El ser que va a morir, el amor y la infancia en Ese espacio, ese jardín— se esparcen en fragmentos que apenas se distinguen como los restos de un naufragio. Los objetos (el pan sobre la mesa) se yerguen señalando un extravío, una soledad incapaz ya de iluminarse al pabilo de una historia. Alguien habla, en efecto, pero no sabemos qué ni a quién. Y ese “cuarto de hotel” del título sólo acentúa la nada en donde, finalmente, se evapora el hilo del que pende nuestro ser e identidad.
Muchos de estos poemas, a mi parecer, se desdibujan leídos de manera aislada, como si la autora nos ofreciera los retazos de un monólogo transcrito al paso. Sin embargo, a partir de estos fragmentos sostenidos a fuerza de líneas oscuras, reticentes, Coral Bracho configura una atmósfera cargada de sugerencias pero, sobre todo, atravesada por un profundo desconcierto ante el sinsentido de una cotidianidad súbitamente extraña e impersonal. En este orden, la voz que escuchamos en Cuarto de hotel y en los poemas aún no recogidos en libro pero que Forrest Gander incluyó al final de Firefly Under the Tongue, es la voz de lascosas y los seres enclavados —por decirlo así— en su lado oscuro, sobre una realidad absorta a la medida de nuestras incertidumbres más profundas.
Coral Bracho, Firefly Under the Tongue, Selected Poems. Translated, with an Introduction by Forrest Gander, New Direction, 2008.
Texto publicado en el número 14 de Literal. Latin American Voices.
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