El texto se abre con una meditación trascendente, con un intento de trasegar los límites del mundo en su concepto ordinario.
Nuestras objeciones de verdad, o falsedad, son condiciones
Que predestinan la realidad y lo que existe es un acontecimiento determinado
Por nuestra época. El mundo
Es un proceso: no una lógica que sirva para envanecer o justificar desechos
Consumados.
Este discurso poético racional es con frecuencia violentado, interrumpido por rasgones de lirismo que ahondan la materia poética al mismo tiempo que afincan un equilibrio gradual y paradójicamente controlado:
¿Importan estación, temperatura y posición de los astros
En un astrolabio hecho para imperar sobre el cielo?
“Escribir no es meditar”, nos advierte el poeta cuando ya estaba tentado a recomendarle lo mismo. Pero felizmente no hay muchas ocasiones para ello en este largo poema dividido en diez secciones. Si bien el diálogo con la amada y el sopesamiento de la relación de pareja –concebida como enfrentada a la vulgaridad de la realidad y sus coerciones- son puntos axiales que afloran en el discurso con regularidad, los puntos de crisis (en sentido positivo) los obtiene Verástegui cuando salta por encima de lo erótico-amoroso para asomarse a las cimas de lo trascendente, y aun cuando cae en furtivos arrebatos confesionales. Cito in extenso:
No una vuelta –como podría decir el hombre poco discreto-
A la vulgaridad sino un enriquecer esta vida,
Con vida: este acto de cultura
Que es, sencillamente, intercambiar experiencias
Como flores, producir este mundo a imagen y semejanza
(…)
Nosotros aún permanecemos aquí escarnecidos
Y masacrados, perseguidos, absurdamente inteligentes
En un mundo donde serlo equivale a descender al infierno
(…)
Esa obra de perfección, como hablaron los místicos,
Es tu cuerpo como un templo donde creación
Y destrucción se complementan a ti mismo. Tú eres un Dios,
Una dulce fuerza divina capaz de todos los propósitos,
Una bella cosa operante en el mecanismo
De los mundos.
(…)
Sé que he escrito poco y que he todavía soñado más.
Esta vida es un sueño destruido en la polea de una industria
Que me escarneció, e insultó, vilipendió mientras
Me escabullía hacia el amor restituyéndome
A los corazones que me han guarecido…
La tentación profética no parece arredrar al poeta, conciente de que “una bella escritura si no trae orden y limpieza a tu mente/ desaparece en la noche/ y el caos queda como agua pasada en el agua que viene”:
El mundo exige ser transformado
Para lograr el sueño de sus padres,
Esto que somos ahora: una personalidad cultivada,
Una reflexiva visión de los actos, esta palabra profética
En una época que vive el futuro
Pero que no acepta al futuro en sus entrañas
Verástegui no encuentra razones para “cesar de escupir estas verdades permanentes”. Se permite amenazar con que todo quedará hecho cenizas “si no logramos vencer la intolerancia”, y sueña con el cuerpo femenino como locus de iniciación, como vehículo hacia las altas esferas. ¿Cabe esperar un discurso más alejado de la retórica sociologista de los 70-80? Ya se entiende entonces que buena parte del velo de incomprensión que ha opacado su poesía tiene que ver con el diferencial ideológico entre sus presupuestos y los de muchos de sus congéneres. Aparte el natural rechazo que ha venido causando el ciudadano Verástegui con sus declaraciones grandilocuentes y sus extravíos mesiánicos.
Sufrí incomprensiones absurdas como garfios
Clavados a mi carne para decirte que amo tu cuerpo
Claro, pues ese amor del cuerpo no es el límite –como sucede con otros creadores-, porque el poeta no vislumbra límite en el ritual de sacrificar los deseos y la razón en aras de una suerte de supranacionalidad apenas susceptible de ser sostenida con un discurso lineal, de naturaleza causal. De ahí que el discurso poético de Verástegui se apoye en la fluidez del lenguaje. No en la lógica discursiva (Watanabe es el genio de este ámbito), ni en la coherencia imaginal (¿debo hablar de Ramírez Ruiz aquí?). Ni siquiera en la lógica onírica de que hablaba Welles. Este discurso se funda sobre la feliz sucesión de las palabras, y por ello tanto se yerra en su comprensión:
Una ciudad que se proyecta no como existir
Sino como irrealidad no contiene esta verdad acumulada suave-
Mente en el pasto
Bajo estos geranios donde unos enamorados se acarician lenta-
Mente: su futuro
Es el presente y una persona real
Ha de florecer como esta luna
En la noche
Sin perder serenidad ni pétalos que han de moverse
-tu destreza dará realidad
A los frutos de tu visión- en la conciencia
Donde el poema adquiere su verdad perdurable y ahora Salave-
Rry parece
Una ribera tranquila sembrada con autos, hospitales
De cáscara verde, cafés con terrazas donde el viento…
El yo poético pasa de la contemplación de una ciudad a la constatación del amor de pareja, y de ahí se proyecta a una consideración abstracta sobre la conciencia y el poema, para finalizar en la visión de una calle específica de Lima. ¿Cómo considerar este bello extravío sino a partir de la felicidad lingüística que precariamente le da consistencia?
Si bien hay en el poema “Leonardo” acumulación de comparaciones –es lo que llamo el vicio mayor de su poesía-, estos cúmulos son mucho más tenues que en el resto del libro (Leonardo, INC, 1988), y menos flagrantes que en otros libros del poeta. Cito un ejemplo del poema “Apariciones en un panel de computador”:
Flores pálidas como el recuerdo de un amor en un aula de la
Universidad.
Chagall está enloquecido como una flor, el tiempo
como este poema son geranios delicados pero en vez de gera-
nios debiera destrozar a lo que me hiere (énfasis mío)
El tema del olvido como elemento purificador, benéfico, es otra persistencia en el poema. El “mundo heredado”, la cultura, pero también el pasado del poeta, volverán a instaurarse, “como por arte de vasos comunicantes”, para ser testimonio de la luz, la vida y los sueños. Porque “yo que no tengo pasado, lo nombro/ y nombro lo pasado que destruyo./ Donde hay olvido acontece la vida”. ¿Será mucho pedir a los comisarios de la razón y el discurso univoco que olviden los excesos del ciudadano Verástegui y se atengan a su feraz poesía? Comprender su obra exige que seamos “una luz arrancada suavemente a la noche/ o a la incomprensión, a todo lo inerme”.
En Lima, a julio 2007
Nuestras objeciones de verdad, o falsedad, son condiciones
Que predestinan la realidad y lo que existe es un acontecimiento determinado
Por nuestra época. El mundo
Es un proceso: no una lógica que sirva para envanecer o justificar desechos
Consumados.
Este discurso poético racional es con frecuencia violentado, interrumpido por rasgones de lirismo que ahondan la materia poética al mismo tiempo que afincan un equilibrio gradual y paradójicamente controlado:
¿Importan estación, temperatura y posición de los astros
En un astrolabio hecho para imperar sobre el cielo?
“Escribir no es meditar”, nos advierte el poeta cuando ya estaba tentado a recomendarle lo mismo. Pero felizmente no hay muchas ocasiones para ello en este largo poema dividido en diez secciones. Si bien el diálogo con la amada y el sopesamiento de la relación de pareja –concebida como enfrentada a la vulgaridad de la realidad y sus coerciones- son puntos axiales que afloran en el discurso con regularidad, los puntos de crisis (en sentido positivo) los obtiene Verástegui cuando salta por encima de lo erótico-amoroso para asomarse a las cimas de lo trascendente, y aun cuando cae en furtivos arrebatos confesionales. Cito in extenso:
No una vuelta –como podría decir el hombre poco discreto-
A la vulgaridad sino un enriquecer esta vida,
Con vida: este acto de cultura
Que es, sencillamente, intercambiar experiencias
Como flores, producir este mundo a imagen y semejanza
(…)
Nosotros aún permanecemos aquí escarnecidos
Y masacrados, perseguidos, absurdamente inteligentes
En un mundo donde serlo equivale a descender al infierno
(…)
Esa obra de perfección, como hablaron los místicos,
Es tu cuerpo como un templo donde creación
Y destrucción se complementan a ti mismo. Tú eres un Dios,
Una dulce fuerza divina capaz de todos los propósitos,
Una bella cosa operante en el mecanismo
De los mundos.
(…)
Sé que he escrito poco y que he todavía soñado más.
Esta vida es un sueño destruido en la polea de una industria
Que me escarneció, e insultó, vilipendió mientras
Me escabullía hacia el amor restituyéndome
A los corazones que me han guarecido…
La tentación profética no parece arredrar al poeta, conciente de que “una bella escritura si no trae orden y limpieza a tu mente/ desaparece en la noche/ y el caos queda como agua pasada en el agua que viene”:
El mundo exige ser transformado
Para lograr el sueño de sus padres,
Esto que somos ahora: una personalidad cultivada,
Una reflexiva visión de los actos, esta palabra profética
En una época que vive el futuro
Pero que no acepta al futuro en sus entrañas
Verástegui no encuentra razones para “cesar de escupir estas verdades permanentes”. Se permite amenazar con que todo quedará hecho cenizas “si no logramos vencer la intolerancia”, y sueña con el cuerpo femenino como locus de iniciación, como vehículo hacia las altas esferas. ¿Cabe esperar un discurso más alejado de la retórica sociologista de los 70-80? Ya se entiende entonces que buena parte del velo de incomprensión que ha opacado su poesía tiene que ver con el diferencial ideológico entre sus presupuestos y los de muchos de sus congéneres. Aparte el natural rechazo que ha venido causando el ciudadano Verástegui con sus declaraciones grandilocuentes y sus extravíos mesiánicos.
Sufrí incomprensiones absurdas como garfios
Clavados a mi carne para decirte que amo tu cuerpo
Claro, pues ese amor del cuerpo no es el límite –como sucede con otros creadores-, porque el poeta no vislumbra límite en el ritual de sacrificar los deseos y la razón en aras de una suerte de supranacionalidad apenas susceptible de ser sostenida con un discurso lineal, de naturaleza causal. De ahí que el discurso poético de Verástegui se apoye en la fluidez del lenguaje. No en la lógica discursiva (Watanabe es el genio de este ámbito), ni en la coherencia imaginal (¿debo hablar de Ramírez Ruiz aquí?). Ni siquiera en la lógica onírica de que hablaba Welles. Este discurso se funda sobre la feliz sucesión de las palabras, y por ello tanto se yerra en su comprensión:
Una ciudad que se proyecta no como existir
Sino como irrealidad no contiene esta verdad acumulada suave-
Mente en el pasto
Bajo estos geranios donde unos enamorados se acarician lenta-
Mente: su futuro
Es el presente y una persona real
Ha de florecer como esta luna
En la noche
Sin perder serenidad ni pétalos que han de moverse
-tu destreza dará realidad
A los frutos de tu visión- en la conciencia
Donde el poema adquiere su verdad perdurable y ahora Salave-
Rry parece
Una ribera tranquila sembrada con autos, hospitales
De cáscara verde, cafés con terrazas donde el viento…
El yo poético pasa de la contemplación de una ciudad a la constatación del amor de pareja, y de ahí se proyecta a una consideración abstracta sobre la conciencia y el poema, para finalizar en la visión de una calle específica de Lima. ¿Cómo considerar este bello extravío sino a partir de la felicidad lingüística que precariamente le da consistencia?
Si bien hay en el poema “Leonardo” acumulación de comparaciones –es lo que llamo el vicio mayor de su poesía-, estos cúmulos son mucho más tenues que en el resto del libro (Leonardo, INC, 1988), y menos flagrantes que en otros libros del poeta. Cito un ejemplo del poema “Apariciones en un panel de computador”:
Flores pálidas como el recuerdo de un amor en un aula de la
Universidad.
Chagall está enloquecido como una flor, el tiempo
como este poema son geranios delicados pero en vez de gera-
nios debiera destrozar a lo que me hiere (énfasis mío)
El tema del olvido como elemento purificador, benéfico, es otra persistencia en el poema. El “mundo heredado”, la cultura, pero también el pasado del poeta, volverán a instaurarse, “como por arte de vasos comunicantes”, para ser testimonio de la luz, la vida y los sueños. Porque “yo que no tengo pasado, lo nombro/ y nombro lo pasado que destruyo./ Donde hay olvido acontece la vida”. ¿Será mucho pedir a los comisarios de la razón y el discurso univoco que olviden los excesos del ciudadano Verástegui y se atengan a su feraz poesía? Comprender su obra exige que seamos “una luz arrancada suavemente a la noche/ o a la incomprensión, a todo lo inerme”.
En Lima, a julio 2007