TÍTULO: Quien las hojas
AUTOR: Miguel Ángel Sanz Cheng
EDITORIAL: ZIGNOS
Todo un bestiario poético, rico en símbolos para representar la condición humana y el ciclo de la naturaleza, nos entregó Miguel Ángel Sanz Chung (Lima, 1979) en su primer poemario: "La voz de la manada" (2002). Se reveló como una de las voces más personales de la novísima poesía peruana. Ahora nos brinda un libro más breve, aunque de mayor depuración expresiva y organicidad (al punto de que semeja un solo poema en diez estancias), que forma un herbolario, aspecto subrayado por las ilustraciones; hojas secas intercaladas entre sus partes, que remite a la costumbre de insertar hojas en un cuaderno, álbum o libro, y dejar que se sequen dentro.
El mayor antecedente de "Quién las hojas" es, a nuestro juicio, el Neruda de los tres "cantos materiales" (en especial los dos primeros, dedicados a la madera y al apio) de "Residencia en la tierra". Desgajadas de la savia de los árboles, sometidas a la acción humana que las ha transformado, las maderas (cada vez más secas) enseñan a Neruda sus vetas, poros, etc. clamando desde su aparente silencio, desde su lentísimo calvario. También el apio le grita su terrible sufrimiento en los mercados. Ante ello, Neruda anhela hundirse en las materias sometidas, servirles de portavoz y ayudar a reavivarlas liberándolas de la opresión.
También en "Quién las hojas" el poeta escucha las hojas secas. A diferencia de Neruda, son las hojas las que le permiten oírse a sí mismo, tomar conciencia de su humanidad solitaria y doliente: "agitaba los brazos como intentando espantar / una colonia de abejas enfurecidas. / Con cada torpe latigueo / decenas de ellas salían despedidas por el aire (...) y si no fuera por el vértigo, / si no fuera por el horror que me obligaba a correr / sin atender a mi propio espíritu, / juraría que me susurraban al oído, que gemían, que imploraban, / que por momentos casi gritando me auguraban / el sufrimiento perpetuo de mi vida" (p. 30). Con lo cual Sanz Chung comulga con la necesidad tanática, tan melancólica como desoladora, de Javier Heraud de celebrar el advenimiento del otoño; si hasta la arquitectura en partes comparte con la textura de "El río" y composiciones de Heraud.
Añádase que la división en diez cantos de "Quién las hojas" nos recuerda las diez églogas de Virgilio. Nexo al que apunta el epígrafe tomado de Virginia Woolf: "el pastor toca su elegía en medio del tráfico"; es decir, su canto doliente en medio de las alienantes ciudades actuales.
HOJAS SECAS
En diez partes, más un preludio y un epílogo que sellan su sólida arquitectura, este segundo libro de Sanz Chung (cada parte puede leerse como un poema autónomo, a la vez que como pieza de un solo poema concertante) despliega la imagen de las hojas secas. Desperdigadas en el suelo, huérfanas de árboles. Se amontonan en los parques y las plazas de la ciudad, sometidas a la inclemencia del otoño hasta la llegada funesta (la nieve termina por disolverlas) del invierno. Comunican al poeta su desamparo y angustia: la "multitud de sus gritos desesperados" que él sabe escuchar (adentrándose en sí mismo) a pesar de su "absoluto silencio".
Fuente: El Comercio
AUTOR: Miguel Ángel Sanz Cheng
EDITORIAL: ZIGNOS
Todo un bestiario poético, rico en símbolos para representar la condición humana y el ciclo de la naturaleza, nos entregó Miguel Ángel Sanz Chung (Lima, 1979) en su primer poemario: "La voz de la manada" (2002). Se reveló como una de las voces más personales de la novísima poesía peruana. Ahora nos brinda un libro más breve, aunque de mayor depuración expresiva y organicidad (al punto de que semeja un solo poema en diez estancias), que forma un herbolario, aspecto subrayado por las ilustraciones; hojas secas intercaladas entre sus partes, que remite a la costumbre de insertar hojas en un cuaderno, álbum o libro, y dejar que se sequen dentro.
El mayor antecedente de "Quién las hojas" es, a nuestro juicio, el Neruda de los tres "cantos materiales" (en especial los dos primeros, dedicados a la madera y al apio) de "Residencia en la tierra". Desgajadas de la savia de los árboles, sometidas a la acción humana que las ha transformado, las maderas (cada vez más secas) enseñan a Neruda sus vetas, poros, etc. clamando desde su aparente silencio, desde su lentísimo calvario. También el apio le grita su terrible sufrimiento en los mercados. Ante ello, Neruda anhela hundirse en las materias sometidas, servirles de portavoz y ayudar a reavivarlas liberándolas de la opresión.
También en "Quién las hojas" el poeta escucha las hojas secas. A diferencia de Neruda, son las hojas las que le permiten oírse a sí mismo, tomar conciencia de su humanidad solitaria y doliente: "agitaba los brazos como intentando espantar / una colonia de abejas enfurecidas. / Con cada torpe latigueo / decenas de ellas salían despedidas por el aire (...) y si no fuera por el vértigo, / si no fuera por el horror que me obligaba a correr / sin atender a mi propio espíritu, / juraría que me susurraban al oído, que gemían, que imploraban, / que por momentos casi gritando me auguraban / el sufrimiento perpetuo de mi vida" (p. 30). Con lo cual Sanz Chung comulga con la necesidad tanática, tan melancólica como desoladora, de Javier Heraud de celebrar el advenimiento del otoño; si hasta la arquitectura en partes comparte con la textura de "El río" y composiciones de Heraud.
Añádase que la división en diez cantos de "Quién las hojas" nos recuerda las diez églogas de Virgilio. Nexo al que apunta el epígrafe tomado de Virginia Woolf: "el pastor toca su elegía en medio del tráfico"; es decir, su canto doliente en medio de las alienantes ciudades actuales.
HOJAS SECAS
En diez partes, más un preludio y un epílogo que sellan su sólida arquitectura, este segundo libro de Sanz Chung (cada parte puede leerse como un poema autónomo, a la vez que como pieza de un solo poema concertante) despliega la imagen de las hojas secas. Desperdigadas en el suelo, huérfanas de árboles. Se amontonan en los parques y las plazas de la ciudad, sometidas a la inclemencia del otoño hasta la llegada funesta (la nieve termina por disolverlas) del invierno. Comunican al poeta su desamparo y angustia: la "multitud de sus gritos desesperados" que él sabe escuchar (adentrándose en sí mismo) a pesar de su "absoluto silencio".
Fuente: El Comercio
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