Los referentes escasos que se tienen de la poética surrealista de Fernando Quíspez Asín Roca se mantienen aún incólumes en el espíritu de la liberación total que animó la revista “Littérature”, y que agitó a contrapunto el movimiento de “La Révolution Surréaliste”. Toda esa proclama original contra lo burgués, por la necesidad de cambiar la vida, y que aún, hasta nuestros días, pueden escandalizar a los más bisoños, conservadores, y mojigatos lectores de su ejemplar ultramundano, y bello libro: “Paisajes para una emperatriz” (Lima, 1963).
Fernando Quíspez Asín Roca, poeta y periodista, activó, soportó, y padeció, los estragos del desabrigado ambiente cultural limeño de esos años mediocres y “apachurrantes” de los 50. Enfrentó el desabrido literario de esa Lima (“la ciudad de mil quimeras”). Y, frecuentó, el derrumbamiento social de esa inexistente “fata morgana” literaria, que fue nuestro pobre escenario cultural, por obra y gracia de aquella menesterosa “vida cuchicheada” en esa Lima, tan perversa, de entonces.
A esa fúnebre realidad, del panteón literario limeño existente: mojado de lluvias moradas y decadentistas, que era nuestro páramo literario (aburrido e inflorido), lleno de mala poesía, conducente de una lírica invadida de mediocridad siguiente: desde la etapa colonial hasta la etapa actual de la república, y todo ese mundo de pacotilla que alimentaba aquel parnaso local, del turbado “efémero” con olor a morgue, podredumbre y modorra. A ese momento de marras (desesperanzado también, e invadido de pesadumbre total, negado para la creatividad libre e integral, para cualquier artista), fue al que, Fernando Quíspez Asín Roca llamó con desprecio “el estertor de la rata”. Así, con genial “humor negro de poeta negro”, etiquetó la realidad de esa situación política vivida durante dictadura de Odría: nada más frontal para llamar por su nombre a ese nauseabundo momento dictatorial del “odríismo” ramplón pasado (padre del “fujimorismo” actual) que reinó estúpidamente durante los años 50. No en vano, Sebastián Salazar Bondy personificó, y, testimonió también, en contra de este malestar acrecentado de corruptelas y cortesanos burócratas, confirmando esta desdicha sabida a gritos de la realidad nacional de los años 50 en “Lima La Horrible”: “El panteón segrega su mentira fantasmagórica”.
Fernando Quíspez Asín Roca (Lima, 1927-1962) demostró no solo destreza literaria y militancia para con el movimiento surrealista internacional. Se autoproclamó como “poeta surrealista”, tal como aparece en la biografía en su libro “Paisajes para una emperatriz”:
“Nació en Lima, el 14 de marzo de 1927. Murió el 4 de agosto de 1962. Fueron sus padres Jesús Quíspez Asín y Agustina T. Roca. Cursó estudios superiores en la Facultad de Letras y Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Periodista de vocación, colaboró en diferentes periódicos y revistas de la capital. Espíritu sutil, conversador brillante, poeta surrealista y de estirpe de artistas. Fue sobrino de Alfredo Quíspez Asín “César Moro”, célebre poeta surrealista y de Carlos Quíspez Asín, pintor de renombre”.
Formó parte de “la conspiración del silencio” como llamó Felipe Buendía a esa “rebeldía”, saludada por él en algunos de sus artículos periodísticos de esa época. Ad perpétuam, adherido a ese estado de “plenitud existencial” que animó también a otros poetas surrealistas (luego del regreso a Lima, y de la experiencia vertible protagonizada en París y en México por César Moro) entre los que se encontraban: E. A. Wespthalen, Augusto Lunel, Rafael Méndez Dorich, y el enigmático Rodolfo Milla. Sumaban a esta “la conspiración del silencio”, esa complacencia, también agitadora, de otros poetas para-surrealistas como Carlos Germán Belli, y Francisco Bendezú, y con la complicidad expresada desde el auto-exilio europeo de otros poetas vanguardistas como Leopoldo Chariarse, Américo Ferrari, y Jorge Eduardo Eielson, tan deliberativos y difíciles para encasillarlos en este conferido movimiento ecléctico, e incluso tenemos que incluir aquí en esta protesta, que vale también, para este desarraigo, la actitud iconoclasta de Sebastián Salazar Bondy.
A todos ellos, exaltados y apasionados poetas, les unía una expectativa muy sincera por una nueva moralidad -en ese instante- y por la plenitud de otra revuelta literaria, y aunque la crítica de académicos gacetilleros, a algunos de ellos, los llamaban “puros”, estaban también juntos con los otros poetas llamados “sociales”, que pedían a gritos un cambio verdadero en la poesía peruana. Toda poesía es “pura” y es “social” a la vez, por lo tanto, la polémica fue un asunto vano, y no sirvió para nada, salvo para ciertos “escándalos literarios limeños”.
Todavía el diez de enero del 1965, nueve años después de la muerte de César Moro, nadie se había atrevido a una valoración fidedigna de la obra de Moro. Se queja E. A. Westphalen, de esta indiferente falta de reconocimiento al accionar del movimiento surrealista en Lima, que todavía vibraba y agitaba en los años sesenta. La poesía de Fernando Quíspez Asín Roca es todavía, cuanto prevalece, esta protesta surrealista: un escándalo tardío, la búsqueda de cierta “revolución” existencial, que de alguna manera los surrealistas peruanos lograron agitar y sopesar, en contra de esa apatía localista, provinciana y mediocre, que envolvía toda la vida cultural limeña. Fue, sin lugar a dudas “Un Voto Más En Contra” dentro de esa Lima quimérica, contra la Arcadia Colonial.
Siempre a favor de ese “Voto En Contra” y de rechazo a la aberración nostálgica, pasadista y colonialista que los surrealistas peruanos lanzaron -con mucha simpatía- su vigorosa actitud de apostar por una nueva revuelta literaria. O, por cierto desplante, este reclamado estratagema: invadidos por un cambio de actitud auspiciado por el surrealismo internacional, o como un singular destello para azorar el ambiente con las diversas manifestaciones y actitudes diletantes de su movimiento literario en Lima. Era “Un Voto En Contra” de rechazo, en oposición, a ese aspecto mortuorio de aquella vida literaria de entonces, que coincide con Sebastián Salazar Bondy, con aquella apertura en “Lima La Horrible”, como un verdadero juicio final, un ajuste de cuentas.
Allí –a excerta y a transverso, de detalles que no vienen al caso para escudriñar sobre la escatimosa estética y la vertiginosa esencia surrealista de esta "esciente" propuesta literaria- en “Paisajes para una emperatriz”, se nos remite -sin ningún exclusive- hacia una atmósfera de una exégesis verdadera por el surrealismo, y también, hacia una particular resistencia existencial -casi xerófaga- del poeta frente al marasmo cultural limeño.
Fernando Quíspez Asín Roca fue uno de nuestros más destacados poetas surrealistas peruanos, perteneció a ese bullicio literario limeño por “el cadáver exquisito”, por “la escritura automática”, por “el disparate puro” y por “la irrupción de la imaginación moderna”, pero con una inédita expresión poética, muy personal, y brillante.
Los poemas de “Paisajes para una emperatriz” no son el exuberante estornudo del último agripado poeta del surrealismo peruano, aunque llegó tarde a este graznido representativo de los seguidores locales de Bretón y Lautréamont. Son poemas de gran intensidad y de impecable estirpe surrealista, donde la palabra libertad es lo único que todavía se exalta: la libertad integral del hombre que exige sacudirse de todos los dogmas que oprimen en primer término el dogma de la omnipotencia de la razón pura. Debió escandalizar, entre los militantes y lectores, el surrealismo fundamental de este poema “SESIÓN DE VARIEDADES” (1963) de Fernando Quíspez Asín Roca, aún cuando llegaba tarde al escenario de la revuelta surrealista, recurre con destreza a ese increíble automatismo de la escritura y a los estados delirantes de “el cadáver exquisito”:
Se puede hablar de
“en la isla de espejos la pasión no está mensurada”
de
“en mi torre sin fin las rajaduras de las copas suenan
dulcemente”
o de
“los pecados mudos que tristemente aúllan”
Más aún
“como los filamentos tenues de la noche en tus ojos”
pero de
“la mirada admonitiva de un ciempiés de medio
cuerpo muerto
que se divierte ante el espectáculo
de un grupo encantador de coristas amigas”
o de
“la mirada vidriosa del azúcar
que endulza corazones de agua tibia”
o de
“el sudor de la sal antes del primer baño”
Más aún
“todas las rutas de las axilas conducen al vientre”
eso ya es otra cosa
Es algo así como freír su propia salsa en un asador
de púas
es decir
HACER UN ABANICO DE LA CÁRCEL.
“No me encuentro en mi salsa” protesta todavía Carlos Germán Belli, algo más tarde, en uno de sus más celebres poemas de “El pie sobre el cuello” (Montevideo, Alfa , 1967). Expresión brusca contra la dolorosa vivencia de escribir poesía, en un medio tan hostil como el ambiente literario peruano, blasfemia surreal, expresión que aún denota el descontento profeso contra el deprimente estado de alienación en que ha vivido siempre la sociedad peruana actual, es una protesta contra la chatura de la condición humana, un estado cosificante de las cosas, de los hombres y de sus acciones.
Fernando Quíspez Asín Roca, poeta y periodista, activó, soportó, y padeció, los estragos del desabrigado ambiente cultural limeño de esos años mediocres y “apachurrantes” de los 50. Enfrentó el desabrido literario de esa Lima (“la ciudad de mil quimeras”). Y, frecuentó, el derrumbamiento social de esa inexistente “fata morgana” literaria, que fue nuestro pobre escenario cultural, por obra y gracia de aquella menesterosa “vida cuchicheada” en esa Lima, tan perversa, de entonces.
A esa fúnebre realidad, del panteón literario limeño existente: mojado de lluvias moradas y decadentistas, que era nuestro páramo literario (aburrido e inflorido), lleno de mala poesía, conducente de una lírica invadida de mediocridad siguiente: desde la etapa colonial hasta la etapa actual de la república, y todo ese mundo de pacotilla que alimentaba aquel parnaso local, del turbado “efémero” con olor a morgue, podredumbre y modorra. A ese momento de marras (desesperanzado también, e invadido de pesadumbre total, negado para la creatividad libre e integral, para cualquier artista), fue al que, Fernando Quíspez Asín Roca llamó con desprecio “el estertor de la rata”. Así, con genial “humor negro de poeta negro”, etiquetó la realidad de esa situación política vivida durante dictadura de Odría: nada más frontal para llamar por su nombre a ese nauseabundo momento dictatorial del “odríismo” ramplón pasado (padre del “fujimorismo” actual) que reinó estúpidamente durante los años 50. No en vano, Sebastián Salazar Bondy personificó, y, testimonió también, en contra de este malestar acrecentado de corruptelas y cortesanos burócratas, confirmando esta desdicha sabida a gritos de la realidad nacional de los años 50 en “Lima La Horrible”: “El panteón segrega su mentira fantasmagórica”.
Fernando Quíspez Asín Roca (Lima, 1927-1962) demostró no solo destreza literaria y militancia para con el movimiento surrealista internacional. Se autoproclamó como “poeta surrealista”, tal como aparece en la biografía en su libro “Paisajes para una emperatriz”:
“Nació en Lima, el 14 de marzo de 1927. Murió el 4 de agosto de 1962. Fueron sus padres Jesús Quíspez Asín y Agustina T. Roca. Cursó estudios superiores en la Facultad de Letras y Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Periodista de vocación, colaboró en diferentes periódicos y revistas de la capital. Espíritu sutil, conversador brillante, poeta surrealista y de estirpe de artistas. Fue sobrino de Alfredo Quíspez Asín “César Moro”, célebre poeta surrealista y de Carlos Quíspez Asín, pintor de renombre”.
Formó parte de “la conspiración del silencio” como llamó Felipe Buendía a esa “rebeldía”, saludada por él en algunos de sus artículos periodísticos de esa época. Ad perpétuam, adherido a ese estado de “plenitud existencial” que animó también a otros poetas surrealistas (luego del regreso a Lima, y de la experiencia vertible protagonizada en París y en México por César Moro) entre los que se encontraban: E. A. Wespthalen, Augusto Lunel, Rafael Méndez Dorich, y el enigmático Rodolfo Milla. Sumaban a esta “la conspiración del silencio”, esa complacencia, también agitadora, de otros poetas para-surrealistas como Carlos Germán Belli, y Francisco Bendezú, y con la complicidad expresada desde el auto-exilio europeo de otros poetas vanguardistas como Leopoldo Chariarse, Américo Ferrari, y Jorge Eduardo Eielson, tan deliberativos y difíciles para encasillarlos en este conferido movimiento ecléctico, e incluso tenemos que incluir aquí en esta protesta, que vale también, para este desarraigo, la actitud iconoclasta de Sebastián Salazar Bondy.
A todos ellos, exaltados y apasionados poetas, les unía una expectativa muy sincera por una nueva moralidad -en ese instante- y por la plenitud de otra revuelta literaria, y aunque la crítica de académicos gacetilleros, a algunos de ellos, los llamaban “puros”, estaban también juntos con los otros poetas llamados “sociales”, que pedían a gritos un cambio verdadero en la poesía peruana. Toda poesía es “pura” y es “social” a la vez, por lo tanto, la polémica fue un asunto vano, y no sirvió para nada, salvo para ciertos “escándalos literarios limeños”.
Todavía el diez de enero del 1965, nueve años después de la muerte de César Moro, nadie se había atrevido a una valoración fidedigna de la obra de Moro. Se queja E. A. Westphalen, de esta indiferente falta de reconocimiento al accionar del movimiento surrealista en Lima, que todavía vibraba y agitaba en los años sesenta. La poesía de Fernando Quíspez Asín Roca es todavía, cuanto prevalece, esta protesta surrealista: un escándalo tardío, la búsqueda de cierta “revolución” existencial, que de alguna manera los surrealistas peruanos lograron agitar y sopesar, en contra de esa apatía localista, provinciana y mediocre, que envolvía toda la vida cultural limeña. Fue, sin lugar a dudas “Un Voto Más En Contra” dentro de esa Lima quimérica, contra la Arcadia Colonial.
Siempre a favor de ese “Voto En Contra” y de rechazo a la aberración nostálgica, pasadista y colonialista que los surrealistas peruanos lanzaron -con mucha simpatía- su vigorosa actitud de apostar por una nueva revuelta literaria. O, por cierto desplante, este reclamado estratagema: invadidos por un cambio de actitud auspiciado por el surrealismo internacional, o como un singular destello para azorar el ambiente con las diversas manifestaciones y actitudes diletantes de su movimiento literario en Lima. Era “Un Voto En Contra” de rechazo, en oposición, a ese aspecto mortuorio de aquella vida literaria de entonces, que coincide con Sebastián Salazar Bondy, con aquella apertura en “Lima La Horrible”, como un verdadero juicio final, un ajuste de cuentas.
Allí –a excerta y a transverso, de detalles que no vienen al caso para escudriñar sobre la escatimosa estética y la vertiginosa esencia surrealista de esta "esciente" propuesta literaria- en “Paisajes para una emperatriz”, se nos remite -sin ningún exclusive- hacia una atmósfera de una exégesis verdadera por el surrealismo, y también, hacia una particular resistencia existencial -casi xerófaga- del poeta frente al marasmo cultural limeño.
Fernando Quíspez Asín Roca fue uno de nuestros más destacados poetas surrealistas peruanos, perteneció a ese bullicio literario limeño por “el cadáver exquisito”, por “la escritura automática”, por “el disparate puro” y por “la irrupción de la imaginación moderna”, pero con una inédita expresión poética, muy personal, y brillante.
Los poemas de “Paisajes para una emperatriz” no son el exuberante estornudo del último agripado poeta del surrealismo peruano, aunque llegó tarde a este graznido representativo de los seguidores locales de Bretón y Lautréamont. Son poemas de gran intensidad y de impecable estirpe surrealista, donde la palabra libertad es lo único que todavía se exalta: la libertad integral del hombre que exige sacudirse de todos los dogmas que oprimen en primer término el dogma de la omnipotencia de la razón pura. Debió escandalizar, entre los militantes y lectores, el surrealismo fundamental de este poema “SESIÓN DE VARIEDADES” (1963) de Fernando Quíspez Asín Roca, aún cuando llegaba tarde al escenario de la revuelta surrealista, recurre con destreza a ese increíble automatismo de la escritura y a los estados delirantes de “el cadáver exquisito”:
Se puede hablar de
“en la isla de espejos la pasión no está mensurada”
de
“en mi torre sin fin las rajaduras de las copas suenan
dulcemente”
o de
“los pecados mudos que tristemente aúllan”
Más aún
“como los filamentos tenues de la noche en tus ojos”
pero de
“la mirada admonitiva de un ciempiés de medio
cuerpo muerto
que se divierte ante el espectáculo
de un grupo encantador de coristas amigas”
o de
“la mirada vidriosa del azúcar
que endulza corazones de agua tibia”
o de
“el sudor de la sal antes del primer baño”
Más aún
“todas las rutas de las axilas conducen al vientre”
eso ya es otra cosa
Es algo así como freír su propia salsa en un asador
de púas
es decir
HACER UN ABANICO DE LA CÁRCEL.
“No me encuentro en mi salsa” protesta todavía Carlos Germán Belli, algo más tarde, en uno de sus más celebres poemas de “El pie sobre el cuello” (Montevideo, Alfa , 1967). Expresión brusca contra la dolorosa vivencia de escribir poesía, en un medio tan hostil como el ambiente literario peruano, blasfemia surreal, expresión que aún denota el descontento profeso contra el deprimente estado de alienación en que ha vivido siempre la sociedad peruana actual, es una protesta contra la chatura de la condición humana, un estado cosificante de las cosas, de los hombres y de sus acciones.
Es cierto, Lautrémont revolucionó la poesía moderna, su grito: “La poesía debe ser hecha por todos” cambió la forma de entender las cosas. Lautrémont fue un verdadero “Dios” para todos los surrealistas. Isidore Ducasse, el Conde de Lautrémont , uno de los más altos fundadores de la imaginación moderna, el autor de “Los Cantos de Maldoror”, poeta que entusiasmó a los simbolistas tardíos, primero, y de los surrealistas al comienzo de la década de los veinte, fue un sagrado mito. No olvidemos que sus “Poesías” fueron reeditadas por Bretón en 1919 y por Philippe Soupault en 1923, desde donde el mito de Lautrémont creció.
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Y, aunque a Lautrémont recién se le pudo leer por primera vez en castellano por la traducción de Aldo Pellegrini, publicada por primera vez en Buenos Aires en 1964, sus “Cantos de Maldoror” circularon entre los vanguardistas y los surrealistas, y siempre despertó Lautrémont entusiasmos entre los poetas surrealistas latinoamericanos. El caso de Fernando Quíspez Asín Roca no fue la excepción de la regla. Y, aunque “Paisajes para una emperatriz” se publicó en 1963, el libro había esperado más de una década antes de ser publicado, y solo a partir de la prematura muerte del poeta, en la edición que se realizó por iniciativa y mediante la financiación de los deudos del poeta y la gentil colaboración de Francisco Campodonico, es que aparece este discreto volumen representativo y raro que reúne la obra de Fernando Quíspez Asín Roca.
El brillante poema “Lautrémont” es uno de los mejores realizados por poeta alguno del surrealismo internacional, siempre lleno de surrealismo puro, eliminando el control de la razón, iluminando lo oscuro del ser:
Radiante sobre un bólido de venas
desenfreno original cíngulo de nitro que aprisiona
una balandra de ágata y la ilumina
áspid remolino en el ámbito de la úlcera
del crepúsculo vertiginoso
imagen montuosa del viento
catarata irisada de espejos que se entrechocan como
una cabellera esplendorosa
pacto en las tinieblas para alumbrar ríos eléctricos
tu rostro salpicado de estatuas
isla de alba
pedestal colosal sobre un paisaje marino
arde imperiosamente en el imperio del fulgor
oh corona turbulenta sobre una órbita intocable
donde lámparas carcomidas alumbran casi
imperceptiblemente
como una fosforescente lejanía
una pluma sobre el césped
junto al fragmento de un guante
recuerdo de una velada feroz
La realidad está enferma..., había denunciado César Moro. Por la ignorancia o penuria de ideas nuevas en el quehacer literario limeño, el surrealismo es un medio de liberación total del espíritu. Así lo entendió a carta cabal Fernando Quíspez Asín Roca, que publicó muy poco, solo en revistas de poesía marginales y apologéticas del movimiento surrealista, donde se adhirió a ciertos manifiestos de la época y adoptó las posiciones fructuosas, que como escritor padeció y vivió en una ciudad mínimum estupida como Lima, invadida de un marasmo cultural pro-oligárquico, tal como padeció en su itinerario vivido como poeta, y/o, como ciudadano limeño.
Para este poeta surrealista no existía provincialismo alguno, aunque su centro del mundo siempre estaba en el “Primer Manifiesto del Surrealismo”, o en lo que decía Bretón, su máximo gurú, desde 1924. Y, aunque el movimiento se fue aquietando en todas partes, la ola de su extensión y prestigio del surrealismo demoró todavía mucho tiempo atrás. La palabra libertad era lo único que todavía exaltaba a los surrealistas. La poesía ante todo era liberación total, nada podía limitar la esfera de su ámbito cultural individual, ni ninguna edad circunfusa, ni el dogma de cualquier religión extrema, nada limitaba su circunspecta jurisdicción literaria. Lo que más vale es la estética de su arte y acción de su palabra expresada en: la libertad, el amor y lo maravilloso, la exaltación lírica expresada en la vigencia del mundo onírico, como en este poema “LA SOGA Y ALREDEDORES”:
Ingrato sugieres perros que roen huesos de palomas
sobre kimonos de terciopelo negro
extraño parecido el péndulo y la hormiga
hay que amputar los reflejos de la cortina
o en su defecto observar por el perfil de la cerradura
una mujer hecha de una cortina y un hombre frente
a ella recrudeciendo al calor
ya viene el amor ya viene
pero hay que secarse antes del baño
un juego de dados contra el infinito
el cubilete un recipiente de basura adorada
la hondura de la vida se mide elevando los ojos
a la sombra de una ola mientras la mano que recorre a ciegas grita al amor
y la fuerza secuaz de la memoria
recuerda la tibia túnica
tus dádivas salvajes sobre el desolado corazón
balanza para pesar eclipses
la cuestión del día que uno toma como un
acontecimiento
estribaciones del sexo dilema del símbolo
el parto del molino no denotan mayor cambio
cubre amorosamente sus desgarradas garras
la carroña tras la quemadura de la miel
los planos interiores circundados de púas
y el escorpión que roe tu silueta
la mirada del sueño
pone una O en los relojes
lámpara llave hoja ardiente sobre una pradera de
cristal
y un arco iris acoge la llegada
como eterno calendario que pende de los labios
El surrealismo, fue pues, una mística de la revuelta. Y, Fernando Quíspez Asín Roca fue uno de sus respectivos revoltosos. El surrealismo peruano aparte de sus más destacados poetas de cierto renombre internacional como César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, hubieron otros desde los primeros instantes como Xavier Abril, Carlos Oquendo de Amat, Adalberto Varallanos, Alejandro Peralta, José Alfredo Hernández, José Alvarado Sánchez (Vicente Azar), Enrique Peña Barrenechea, Juan Ríos y Manuel Moreno Jimeno. Muchos de ellos agitaron y publicaron alrededor de la revista “Las Moradas”, donde desarrollaron el humor surrealista contra el orden convencional, la exaltación lírica, el principio de lo maravilloso, el contenido negro: el humor negro del poeta negro, y la magia dorada.
Tenemos pues que, rendirnos ante la transparencia de lo puramentente lírico y en abstracto, que también desarrolló la poesía de Fernando Quíspez Asín Roca, por ejemplo, en su poema “MUERTE DE UN POETA”:
Fuente errante de burbujas ardientes
Imposible quemar la llama negra
Su brisa caliente el corazón
Mas tu fulgor no es un destello que se ha quedado
En los ojos
Porque aún más allá del crepúsculo insondable
En donde se trituran los cisnes
La Eternidad es un matiz
Terminaré reconociendo que “Paisajes para una emperatriz” es un libro de varias miradas donde hay muchas “Galerías” para viajar en el sueño vigente donde desfila siempre “lo espontáneo”, que es el arma más efectiva del poeta surrealista Fernando Quíspez Asín Roca:
Galerías de humo finamente tejido
Abren al infinito
Oscuros huesos sobre un barco congelado
Flotante buhardilla de rígidos espectros
Y en cualquier parte
En la recámara para sonidos muertos
Un estruendo de cera
Adormece al desvelado actor
Espejo vibrante
Vibrante espejo girado
Hélice punzante
Seno profundo
Aleta luminosa
Tú satélite desprendido
Clave subrepticia
Mueca vibrante
Señal
Mas bien
Ruido extraviado
Liendre autómata
Lumbre triturada
Confín de la mueca
Germen del confín
Tú
Espuma temblorosa
Impregnada del eco de un ardiente dardo
Parasol de escamas
Para un eclipse compacto
A su vez surtidor de eclipses
Tú triste voz circumpolar
Tú jinete en la corteza
Prisionero de su índole
En el apogeo de la existencia
Vas a internarte en las vertientes de la noche
Mas
Candelabros en forma de dagas
Se obsesionan a rasgar la envolvente figura
Y a lo lejos
Refulge complaciente
Un cadáver
Es edificante escudriñar en la ventura de los escombros de esta poesía veraniega, venática, y fuerte, como un vendaval, de Fernando Quíspez Asín Roca. Poesía y protesta, llena de gran veracidad y sabiduría, expresión coherente de aquel surrealismo peruano de los años 50, que tiene también, sin lugar a dudas, en Augusto Lunel o en Rodolfo Milla, o en el mismo Alejandro Peralta: poetas con pulquérrimos aportes y destreza de la “técnica surrealista”. Albedríos sinceros que aún pasan desapercibidos, y esperan un llamado de atención para esa consagración definitiva ante sus despiadados lectores.
(Del libro: “La poesía surrealista en el Perú”)
El brillante poema “Lautrémont” es uno de los mejores realizados por poeta alguno del surrealismo internacional, siempre lleno de surrealismo puro, eliminando el control de la razón, iluminando lo oscuro del ser:
Radiante sobre un bólido de venas
desenfreno original cíngulo de nitro que aprisiona
una balandra de ágata y la ilumina
áspid remolino en el ámbito de la úlcera
del crepúsculo vertiginoso
imagen montuosa del viento
catarata irisada de espejos que se entrechocan como
una cabellera esplendorosa
pacto en las tinieblas para alumbrar ríos eléctricos
tu rostro salpicado de estatuas
isla de alba
pedestal colosal sobre un paisaje marino
arde imperiosamente en el imperio del fulgor
oh corona turbulenta sobre una órbita intocable
donde lámparas carcomidas alumbran casi
imperceptiblemente
como una fosforescente lejanía
una pluma sobre el césped
junto al fragmento de un guante
recuerdo de una velada feroz
La realidad está enferma..., había denunciado César Moro. Por la ignorancia o penuria de ideas nuevas en el quehacer literario limeño, el surrealismo es un medio de liberación total del espíritu. Así lo entendió a carta cabal Fernando Quíspez Asín Roca, que publicó muy poco, solo en revistas de poesía marginales y apologéticas del movimiento surrealista, donde se adhirió a ciertos manifiestos de la época y adoptó las posiciones fructuosas, que como escritor padeció y vivió en una ciudad mínimum estupida como Lima, invadida de un marasmo cultural pro-oligárquico, tal como padeció en su itinerario vivido como poeta, y/o, como ciudadano limeño.
Para este poeta surrealista no existía provincialismo alguno, aunque su centro del mundo siempre estaba en el “Primer Manifiesto del Surrealismo”, o en lo que decía Bretón, su máximo gurú, desde 1924. Y, aunque el movimiento se fue aquietando en todas partes, la ola de su extensión y prestigio del surrealismo demoró todavía mucho tiempo atrás. La palabra libertad era lo único que todavía exaltaba a los surrealistas. La poesía ante todo era liberación total, nada podía limitar la esfera de su ámbito cultural individual, ni ninguna edad circunfusa, ni el dogma de cualquier religión extrema, nada limitaba su circunspecta jurisdicción literaria. Lo que más vale es la estética de su arte y acción de su palabra expresada en: la libertad, el amor y lo maravilloso, la exaltación lírica expresada en la vigencia del mundo onírico, como en este poema “LA SOGA Y ALREDEDORES”:
Ingrato sugieres perros que roen huesos de palomas
sobre kimonos de terciopelo negro
extraño parecido el péndulo y la hormiga
hay que amputar los reflejos de la cortina
o en su defecto observar por el perfil de la cerradura
una mujer hecha de una cortina y un hombre frente
a ella recrudeciendo al calor
ya viene el amor ya viene
pero hay que secarse antes del baño
un juego de dados contra el infinito
el cubilete un recipiente de basura adorada
la hondura de la vida se mide elevando los ojos
a la sombra de una ola mientras la mano que recorre a ciegas grita al amor
y la fuerza secuaz de la memoria
recuerda la tibia túnica
tus dádivas salvajes sobre el desolado corazón
balanza para pesar eclipses
la cuestión del día que uno toma como un
acontecimiento
estribaciones del sexo dilema del símbolo
el parto del molino no denotan mayor cambio
cubre amorosamente sus desgarradas garras
la carroña tras la quemadura de la miel
los planos interiores circundados de púas
y el escorpión que roe tu silueta
la mirada del sueño
pone una O en los relojes
lámpara llave hoja ardiente sobre una pradera de
cristal
y un arco iris acoge la llegada
como eterno calendario que pende de los labios
El surrealismo, fue pues, una mística de la revuelta. Y, Fernando Quíspez Asín Roca fue uno de sus respectivos revoltosos. El surrealismo peruano aparte de sus más destacados poetas de cierto renombre internacional como César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, hubieron otros desde los primeros instantes como Xavier Abril, Carlos Oquendo de Amat, Adalberto Varallanos, Alejandro Peralta, José Alfredo Hernández, José Alvarado Sánchez (Vicente Azar), Enrique Peña Barrenechea, Juan Ríos y Manuel Moreno Jimeno. Muchos de ellos agitaron y publicaron alrededor de la revista “Las Moradas”, donde desarrollaron el humor surrealista contra el orden convencional, la exaltación lírica, el principio de lo maravilloso, el contenido negro: el humor negro del poeta negro, y la magia dorada.
Tenemos pues que, rendirnos ante la transparencia de lo puramentente lírico y en abstracto, que también desarrolló la poesía de Fernando Quíspez Asín Roca, por ejemplo, en su poema “MUERTE DE UN POETA”:
Fuente errante de burbujas ardientes
Imposible quemar la llama negra
Su brisa caliente el corazón
Mas tu fulgor no es un destello que se ha quedado
En los ojos
Porque aún más allá del crepúsculo insondable
En donde se trituran los cisnes
La Eternidad es un matiz
Terminaré reconociendo que “Paisajes para una emperatriz” es un libro de varias miradas donde hay muchas “Galerías” para viajar en el sueño vigente donde desfila siempre “lo espontáneo”, que es el arma más efectiva del poeta surrealista Fernando Quíspez Asín Roca:
Galerías de humo finamente tejido
Abren al infinito
Oscuros huesos sobre un barco congelado
Flotante buhardilla de rígidos espectros
Y en cualquier parte
En la recámara para sonidos muertos
Un estruendo de cera
Adormece al desvelado actor
Espejo vibrante
Vibrante espejo girado
Hélice punzante
Seno profundo
Aleta luminosa
Tú satélite desprendido
Clave subrepticia
Mueca vibrante
Señal
Mas bien
Ruido extraviado
Liendre autómata
Lumbre triturada
Confín de la mueca
Germen del confín
Tú
Espuma temblorosa
Impregnada del eco de un ardiente dardo
Parasol de escamas
Para un eclipse compacto
A su vez surtidor de eclipses
Tú triste voz circumpolar
Tú jinete en la corteza
Prisionero de su índole
En el apogeo de la existencia
Vas a internarte en las vertientes de la noche
Mas
Candelabros en forma de dagas
Se obsesionan a rasgar la envolvente figura
Y a lo lejos
Refulge complaciente
Un cadáver
Es edificante escudriñar en la ventura de los escombros de esta poesía veraniega, venática, y fuerte, como un vendaval, de Fernando Quíspez Asín Roca. Poesía y protesta, llena de gran veracidad y sabiduría, expresión coherente de aquel surrealismo peruano de los años 50, que tiene también, sin lugar a dudas, en Augusto Lunel o en Rodolfo Milla, o en el mismo Alejandro Peralta: poetas con pulquérrimos aportes y destreza de la “técnica surrealista”. Albedríos sinceros que aún pasan desapercibidos, y esperan un llamado de atención para esa consagración definitiva ante sus despiadados lectores.
(Del libro: “La poesía surrealista en el Perú”)
Fuente: Terra ígnea
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