Apuntes para describir una planicie. Sobre Caos portátil. Poesía contemporánea del Brasil por Víctor Cabrera
En las primeras líneas de su presentación a Caos portátil. Poesía contemporánea del Brasil, Camila Do Valle escribe: "Una selección de poesía siempre (con)forma un paisaje. En el caso de ésta, se podría tener la impresión de que se trata de un paisaje muy contemporáneo: poetas nacidos en las décadas de 70 y 80. Pero en realidad, este libro (com)porta muchos paisajes: así, en plural."
Después de revisada un par de veces esta muestra, no puedo sino disentir de al menos una de tales afirmaciones: Estoy de acuerdo con Camila en la primera de ellas, pero habría que aclarar: el paisaje que conforma una selección [de poetas, narradores o futbolistas, para estar a tono con la nacionalidad de la poesía que hoy presentamos] será siempre fragmentario, incompleto y, por lo tanto, perfectible, y su horizonte estará definido más por la mirada y las cualidades combinatorias de quien observa, califica, discierne, descarta y escoge, que por el talento y/o las virtudes de los seleccionados. Para decirlo de manera pedestre, no es igual el Ronaldinho de Rijkaard al de Dunga.
Matizada por la posibilidad [ese “se podría tener la impresión”], la certeza cronológica de la segunda declaración, antes que confirmar lapidariamente y arriesgarse de más, propone: que sean los lectores los que se sumerjan en el caos y decidan por ellos mismos si, más allá del rigor temporal que impone la inclusión de autores nacidos en una determinada época, esos textos les resultan, en la forma y el discurso, verdaderamente “muy contemporáneos”. Y en eso podremos estar o no de acuerdo.
Difiero, entonces, de la tercera proposición (“este libro [com]porta muchos paisajes: así, en plural”) por dos razones: como dije hace un momento, lo que prevalece en una selección, muestra, florilegio o como quiera que se le llame a una reunión generalmente arbitraria de textos y autores, es la mirada de su antólogo, su idea de ―en este caso― la poesía contemporánea y su afán de compartir o imponer, dependiendo de su autoridad y su prestigio, dicha idea a sus lectores. Y lo que prevalece, en este caso, es un paisaje conformado por una mirada doble: la de la propia Camila Do Valle y la de Cecilia Pavón, seleccionadoras de estos 11, no, 13 poetas (esto es, el equipo completo más dos suplentes que cada quien podrá alinear según sus preferencias). En segundo lugar, instalado ya en mi propia lectura, no alcanzo a vislumbrar desde ella ese paisaje múltiple al que se refiere Do Valle. Lo que veo, sí, es uno discontinuo, sucesorio, poblado de claroscuros o, para decirlo paisajísticamente, con sus crestas y sus valles: zonas de niebla y regiones de luz, amplios espacios de tanteo y otros, menos vastos y abundantes, de verdadera consolidación poética.
Lo que encuentro, antes que esa variedad que desea la compiladora, es la homogeneidad de tonos, discursos y hasta formas, previsible cuando se piensa en la naturaleza de un sello editor que asume valiente, temeraria y febrilmente el riesgo de privilegiar en sus publicaciones la poesía postvanguardista o ultravanguardista o neovanguardista de América Latina, frente a otros quizá mejor peinados (quiero decir engominados) o menos propositivos y en todo caso más afectos a eso que llamamos, positiva o infamantemente, Tradición.
Como en otras muestras o antologías de las poesías latinoamericanas más o menos recientes, lo que puedo observar es una búsqueda de contemporaneidad en la que los autores, en su afán por resultar forzosa y necesariamente rupturistas, terminan por ser sospechosamente semejantes uno a otro. Esta adopción de formas y fórmulas poéticas cada vez más generalizadas (piénsese, por poner un ejemplo, no en el poema en prosa, sino en la versión más narrativa de ésta) revele acaso un programa generacional en América Latina: el de ser uniformemente actuales. Lo malo es que las formas adoptadas parecen no ser siempre el mejor andamio para un fondo discursivo por lo demás confuso. Justamente allí donde no parece haber ese discurso de fondo, sugiere la lectura de estos poetas, hay un vacío, esto es, el simulacro que somos y habitamos: las sociedades de consumo, la televisión y la red omnipresente, el reality show que suplanta a la real life. También lo otro: la injusticia y la violencia secular de nuestras urbes, su disfrazada oferta de hastío, la pérdida de la esperanza. Y para confirmar[me] esta idea, escojo tres versos de Elisa Andrade Buzzo, una de las jóvenes poetas incluidas en estas páginas, “[…] cuando termina la voluntad/ De decir/ Sobran sonidos guturales”.
Quizá sea esta la razón de que un buen número de los poetas incluidos en el libro parezcan urgidos de forzar los límites de la poesía en general, y del poema en particular, de hacer que todo quepa en ellos, de transformar cada palabra por la alquimia de la disrupción del espacio en blanco, del metatexto, de aquella prosa camuflada, incluso del balbuceo mencionado por Andrade Buzzo. Y es en este sentido que leo un puñado de frases programáticas que los autores intercalan en sus versos a manera de poéticas personales: “transformar toda la harina en pan” (Elisa Andrade Buzzo); “Hay un residuo de futuro en el viento”, “[…] la libertad total en el reino de la imposibilidad” (Sergio Cohn); “Continúo una tradición que sigue hablando sola” (Camila Do Valle); “¿y si nos libramos de ezra pound?” (Angélica Freitas); “pienso en el canto/ en las modulaciones de la voz/ en los lugares vacíos/en los espacios en blanco// y el resto es ortografía” (Izabella Guerra Leal); “Desconfío de las ideas, sé que todo poema es una navaja” (Augusto de Guimaraens Cavalcanti); “Nuestra juventud todavía no encontró el bar adecuado y la hora de parar”, “pedimos la bendición y vamos a dormir en el espejo/ taponado de referencias analgésicas” (Andre Monteiro).
A veces estas consignas logran consolidarse más allá de sí mismas y es entonces cuando la poesía surge y supera los sucesivos tonos de denuncia o lamento social, la autorreferencia, la metatextualidad y el intertexto, la verbosidad excesiva y el excesivo laconismo. Menciono un par de casos que son los mejores ejemplos de esta sospecha pues se trata, a mi parecer, de las voces más sólidas y maduras, de las muestras más constantes de todo el libro: la propia Camila Do Valle y Angélica Freitas.
En algunas ocasiones desde la ironía y en otras desde la encendida arenga de tintes feministas, pero a veces también, decantados puntualmente esos discursos, desde su voz más natural e íntima, es decir, más poética, Do Valle despliega sus mejores recursos y se erige como una verdadera conciencia social, ácida, corrosiva, más allá del puro y duro panfleto.
Angélica Freitas, por su parte, asume plenamente el humor como su más prestigiosa herramienta poética. Iconoclasta, Freitas pone en entredicho el canon poético-literario occidental para desmoronarlo por la vía de ese humor efectivo por venenoso. Lo suyo, declara la autora, no son Gertrude Stein (esa señora culona que se tira pedos en la tina) ni el viejo Pound loco en su jaula de Pisa, sino las canciones de la radio y un batido de Rilke con helado para las noches de insomnio.
Otro caso que llama mi atención es el de Sergio Cohn, quien y haciendo uso de herramientas disímiles a las de Do Valle y Freitas (e incluso a las del resto de los autores), destaca en la muestra como una anomalía: un poeta mesurado que no apuesta ni por el desbordamiento verbal ni la pirotecnia de la imaginería, sino que parece avanzar seguro hacia una poética de la decantación. Lo demás parecen numerosas tentativas entre las que aparece de pronto, como un hallazgo, extraordinario por inesperado, la poesía.
En las primeras líneas de su presentación a Caos portátil. Poesía contemporánea del Brasil, Camila Do Valle escribe: "Una selección de poesía siempre (con)forma un paisaje. En el caso de ésta, se podría tener la impresión de que se trata de un paisaje muy contemporáneo: poetas nacidos en las décadas de 70 y 80. Pero en realidad, este libro (com)porta muchos paisajes: así, en plural."
Después de revisada un par de veces esta muestra, no puedo sino disentir de al menos una de tales afirmaciones: Estoy de acuerdo con Camila en la primera de ellas, pero habría que aclarar: el paisaje que conforma una selección [de poetas, narradores o futbolistas, para estar a tono con la nacionalidad de la poesía que hoy presentamos] será siempre fragmentario, incompleto y, por lo tanto, perfectible, y su horizonte estará definido más por la mirada y las cualidades combinatorias de quien observa, califica, discierne, descarta y escoge, que por el talento y/o las virtudes de los seleccionados. Para decirlo de manera pedestre, no es igual el Ronaldinho de Rijkaard al de Dunga.
Matizada por la posibilidad [ese “se podría tener la impresión”], la certeza cronológica de la segunda declaración, antes que confirmar lapidariamente y arriesgarse de más, propone: que sean los lectores los que se sumerjan en el caos y decidan por ellos mismos si, más allá del rigor temporal que impone la inclusión de autores nacidos en una determinada época, esos textos les resultan, en la forma y el discurso, verdaderamente “muy contemporáneos”. Y en eso podremos estar o no de acuerdo.
Difiero, entonces, de la tercera proposición (“este libro [com]porta muchos paisajes: así, en plural”) por dos razones: como dije hace un momento, lo que prevalece en una selección, muestra, florilegio o como quiera que se le llame a una reunión generalmente arbitraria de textos y autores, es la mirada de su antólogo, su idea de ―en este caso― la poesía contemporánea y su afán de compartir o imponer, dependiendo de su autoridad y su prestigio, dicha idea a sus lectores. Y lo que prevalece, en este caso, es un paisaje conformado por una mirada doble: la de la propia Camila Do Valle y la de Cecilia Pavón, seleccionadoras de estos 11, no, 13 poetas (esto es, el equipo completo más dos suplentes que cada quien podrá alinear según sus preferencias). En segundo lugar, instalado ya en mi propia lectura, no alcanzo a vislumbrar desde ella ese paisaje múltiple al que se refiere Do Valle. Lo que veo, sí, es uno discontinuo, sucesorio, poblado de claroscuros o, para decirlo paisajísticamente, con sus crestas y sus valles: zonas de niebla y regiones de luz, amplios espacios de tanteo y otros, menos vastos y abundantes, de verdadera consolidación poética.
Lo que encuentro, antes que esa variedad que desea la compiladora, es la homogeneidad de tonos, discursos y hasta formas, previsible cuando se piensa en la naturaleza de un sello editor que asume valiente, temeraria y febrilmente el riesgo de privilegiar en sus publicaciones la poesía postvanguardista o ultravanguardista o neovanguardista de América Latina, frente a otros quizá mejor peinados (quiero decir engominados) o menos propositivos y en todo caso más afectos a eso que llamamos, positiva o infamantemente, Tradición.
Como en otras muestras o antologías de las poesías latinoamericanas más o menos recientes, lo que puedo observar es una búsqueda de contemporaneidad en la que los autores, en su afán por resultar forzosa y necesariamente rupturistas, terminan por ser sospechosamente semejantes uno a otro. Esta adopción de formas y fórmulas poéticas cada vez más generalizadas (piénsese, por poner un ejemplo, no en el poema en prosa, sino en la versión más narrativa de ésta) revele acaso un programa generacional en América Latina: el de ser uniformemente actuales. Lo malo es que las formas adoptadas parecen no ser siempre el mejor andamio para un fondo discursivo por lo demás confuso. Justamente allí donde no parece haber ese discurso de fondo, sugiere la lectura de estos poetas, hay un vacío, esto es, el simulacro que somos y habitamos: las sociedades de consumo, la televisión y la red omnipresente, el reality show que suplanta a la real life. También lo otro: la injusticia y la violencia secular de nuestras urbes, su disfrazada oferta de hastío, la pérdida de la esperanza. Y para confirmar[me] esta idea, escojo tres versos de Elisa Andrade Buzzo, una de las jóvenes poetas incluidas en estas páginas, “[…] cuando termina la voluntad/ De decir/ Sobran sonidos guturales”.
Quizá sea esta la razón de que un buen número de los poetas incluidos en el libro parezcan urgidos de forzar los límites de la poesía en general, y del poema en particular, de hacer que todo quepa en ellos, de transformar cada palabra por la alquimia de la disrupción del espacio en blanco, del metatexto, de aquella prosa camuflada, incluso del balbuceo mencionado por Andrade Buzzo. Y es en este sentido que leo un puñado de frases programáticas que los autores intercalan en sus versos a manera de poéticas personales: “transformar toda la harina en pan” (Elisa Andrade Buzzo); “Hay un residuo de futuro en el viento”, “[…] la libertad total en el reino de la imposibilidad” (Sergio Cohn); “Continúo una tradición que sigue hablando sola” (Camila Do Valle); “¿y si nos libramos de ezra pound?” (Angélica Freitas); “pienso en el canto/ en las modulaciones de la voz/ en los lugares vacíos/en los espacios en blanco// y el resto es ortografía” (Izabella Guerra Leal); “Desconfío de las ideas, sé que todo poema es una navaja” (Augusto de Guimaraens Cavalcanti); “Nuestra juventud todavía no encontró el bar adecuado y la hora de parar”, “pedimos la bendición y vamos a dormir en el espejo/ taponado de referencias analgésicas” (Andre Monteiro).
A veces estas consignas logran consolidarse más allá de sí mismas y es entonces cuando la poesía surge y supera los sucesivos tonos de denuncia o lamento social, la autorreferencia, la metatextualidad y el intertexto, la verbosidad excesiva y el excesivo laconismo. Menciono un par de casos que son los mejores ejemplos de esta sospecha pues se trata, a mi parecer, de las voces más sólidas y maduras, de las muestras más constantes de todo el libro: la propia Camila Do Valle y Angélica Freitas.
En algunas ocasiones desde la ironía y en otras desde la encendida arenga de tintes feministas, pero a veces también, decantados puntualmente esos discursos, desde su voz más natural e íntima, es decir, más poética, Do Valle despliega sus mejores recursos y se erige como una verdadera conciencia social, ácida, corrosiva, más allá del puro y duro panfleto.
Angélica Freitas, por su parte, asume plenamente el humor como su más prestigiosa herramienta poética. Iconoclasta, Freitas pone en entredicho el canon poético-literario occidental para desmoronarlo por la vía de ese humor efectivo por venenoso. Lo suyo, declara la autora, no son Gertrude Stein (esa señora culona que se tira pedos en la tina) ni el viejo Pound loco en su jaula de Pisa, sino las canciones de la radio y un batido de Rilke con helado para las noches de insomnio.
Otro caso que llama mi atención es el de Sergio Cohn, quien y haciendo uso de herramientas disímiles a las de Do Valle y Freitas (e incluso a las del resto de los autores), destaca en la muestra como una anomalía: un poeta mesurado que no apuesta ni por el desbordamiento verbal ni la pirotecnia de la imaginería, sino que parece avanzar seguro hacia una poética de la decantación. Lo demás parecen numerosas tentativas entre las que aparece de pronto, como un hallazgo, extraordinario por inesperado, la poesía.
En su triple acepción, la palabra caos designa lo mismo el “estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos”, “confusión y desorden” y un “comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos”. Podría escoger cualquiera de ellas para definir la naturaleza de este volumen, aunque prefiero atender a la etimología griega del vocablo, que refiere una “abertura”. Me gustaría, entonces, hacer una invitación a leer este Caos portátil no como un desorden de bolsillo sino como una grieta desde la que vislumbremos la posibilidad de un panorama distinto.
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