La poesía es algo maldito, y es necesario explicar de nuevo este lugar común.
Maldita por ser la moral más pura en un mundo inmoral, el rostro único
en un mundo inmoral, el rostro único en un mundo de máscaras,
la hombría cierta ante la intelectualidad bufona y pierdetiempo.
Maldita por ser la inteligencia y el amor fundiendo juntos.
Maldita por sus exigencias, por su avidez de conciencia
y de verdad, por su necesidad de existir sin condiciones
(Raúl Gustavo Aguirre)
Entrar en terrenos de la literatura y especialmente de la poesía argentina, es relacionarse de algún modo con la parte cosmopolita, con los “caras pálidas” de las letras latinoamericanas. Tuve la oportunidad de tratar durante algún tiempo a Roberto Juarroz, uno de sus poetas mayores: metafísico, introspectivo, profesoral, inclinado por las místicas orientales… A Juarroz le sorprendía encontrar en Medellín a alguien que conociera a la par de él los Ensayos sobre Budismo Zen de D.T. Suzuki. Mis relaciones con el poeta se interrumpieron súbitamente debido a las habituales comidillas de provincia, añadidas a los hechos inciertos, yo diría que parapsicológicos, registrados durante cierta velada organizada en su habitación del Hotel Bolívar, ya desaparecido de la ciudad.
Más adelante privilegiadamente, pude conocer a Enrique Molina y a Raúl Gustavo Aguirre. A Aguirre lo encontré en Caracas mientras asistía a unos insólitos Coloquios, organizados alrededor de la entrega del Premio Rómulo Gallegos. Y digo que insólitos por la calidad rigurosa de los escritores participantes en el evento, entre los cuales se encontraba José Vásquez Amaral, el enorme traductor al español de Los Cantares de Ezra Pound, y el novelista mexicano Salvador Elizondo, al que para entonces rodeaba la aureola de escritor gótico o escatológico (por su novela Farabauf)… "con voz de pato" como lo describe en medular entrevista Elena Poniatowska. Autor, para mi gusto, de una de la más hermosas y sugestivas Autobiografías, escritas por un latinoamericano de finales del siglo XX. Pude corroborar lo de la “voz de pato” hablando con el novelista por un citófono del Hotel Tamanaco Inter-Continental, donde se hospedaba; pero no conseguí entrevistarlo como era mi deseo. En su lugar opté por entrevistar al poeta argentino atrás mencionado: Traductor de Rimbaud, crítico clarividente de cuanto vale la pena en el ámbito de la poesía moderna, director por largos años de la revista Poesía Buenos Aires de persistente influjo entre las nuevas generaciones literarias de su país e iberoamericanas en general, creo que este breve cuestionario no pierde vigencia y merece, desde luego, la atención de los lectores actuales.
¿Fundamentalmente, en qué consiste para usted la experiencia poética? ¿Qué ha representado la poesía a lo largo de su vida?
- Parafraseando a Tristan Tzará, diría que la experiencia poética no es para mí “una vaga ocupación de orden estético”, sino una manera de vivir, pero tampoco una entre otras, sino la única posible.
¿Cree que el poeta debe salvar el abismo que separa el arte de la vida o, por el contrario, cultivar el arte como una actividad marginal, que en nada compromete su vida cotidiana?
- El “abismo” entre el arte y la vida es uno de los caracteres inhumanos de nuestra civilización actual. La función creadora es esencialmente humana. El poeta no hace más que servir a la recuperación de esa característica fundamental de la especie y lo hace según sus medios y recursos, por lo común, modestos. Pero lo que importa es que vaya en esa dirección.
Maldita por ser la moral más pura en un mundo inmoral, el rostro único
en un mundo inmoral, el rostro único en un mundo de máscaras,
la hombría cierta ante la intelectualidad bufona y pierdetiempo.
Maldita por ser la inteligencia y el amor fundiendo juntos.
Maldita por sus exigencias, por su avidez de conciencia
y de verdad, por su necesidad de existir sin condiciones
(Raúl Gustavo Aguirre)
Entrar en terrenos de la literatura y especialmente de la poesía argentina, es relacionarse de algún modo con la parte cosmopolita, con los “caras pálidas” de las letras latinoamericanas. Tuve la oportunidad de tratar durante algún tiempo a Roberto Juarroz, uno de sus poetas mayores: metafísico, introspectivo, profesoral, inclinado por las místicas orientales… A Juarroz le sorprendía encontrar en Medellín a alguien que conociera a la par de él los Ensayos sobre Budismo Zen de D.T. Suzuki. Mis relaciones con el poeta se interrumpieron súbitamente debido a las habituales comidillas de provincia, añadidas a los hechos inciertos, yo diría que parapsicológicos, registrados durante cierta velada organizada en su habitación del Hotel Bolívar, ya desaparecido de la ciudad.
Más adelante privilegiadamente, pude conocer a Enrique Molina y a Raúl Gustavo Aguirre. A Aguirre lo encontré en Caracas mientras asistía a unos insólitos Coloquios, organizados alrededor de la entrega del Premio Rómulo Gallegos. Y digo que insólitos por la calidad rigurosa de los escritores participantes en el evento, entre los cuales se encontraba José Vásquez Amaral, el enorme traductor al español de Los Cantares de Ezra Pound, y el novelista mexicano Salvador Elizondo, al que para entonces rodeaba la aureola de escritor gótico o escatológico (por su novela Farabauf)… "con voz de pato" como lo describe en medular entrevista Elena Poniatowska. Autor, para mi gusto, de una de la más hermosas y sugestivas Autobiografías, escritas por un latinoamericano de finales del siglo XX. Pude corroborar lo de la “voz de pato” hablando con el novelista por un citófono del Hotel Tamanaco Inter-Continental, donde se hospedaba; pero no conseguí entrevistarlo como era mi deseo. En su lugar opté por entrevistar al poeta argentino atrás mencionado: Traductor de Rimbaud, crítico clarividente de cuanto vale la pena en el ámbito de la poesía moderna, director por largos años de la revista Poesía Buenos Aires de persistente influjo entre las nuevas generaciones literarias de su país e iberoamericanas en general, creo que este breve cuestionario no pierde vigencia y merece, desde luego, la atención de los lectores actuales.
¿Fundamentalmente, en qué consiste para usted la experiencia poética? ¿Qué ha representado la poesía a lo largo de su vida?
- Parafraseando a Tristan Tzará, diría que la experiencia poética no es para mí “una vaga ocupación de orden estético”, sino una manera de vivir, pero tampoco una entre otras, sino la única posible.
¿Cree que el poeta debe salvar el abismo que separa el arte de la vida o, por el contrario, cultivar el arte como una actividad marginal, que en nada compromete su vida cotidiana?
- El “abismo” entre el arte y la vida es uno de los caracteres inhumanos de nuestra civilización actual. La función creadora es esencialmente humana. El poeta no hace más que servir a la recuperación de esa característica fundamental de la especie y lo hace según sus medios y recursos, por lo común, modestos. Pero lo que importa es que vaya en esa dirección.
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¿Cómo ve el actual panorama de la literatura argentina. Qué obra poética ha sido para usted la más valiosa y cercana en ese contexto?
- Uno de los rasgos más definidos de la literatura argentina actual sigue siendo la multiplicidad de visiones estéticas que resulta de la convivencia de varias generaciones y de las características disímiles de los diversos centros culturales esparcidos en un vasto territorio. Esta multiplicidad es riqueza en cuanto se concreta en diálogo. Doy un ejemplo que –también- contesta la segunda parte de la pregunta. Para mí ha sido, entre otras, muy valioso el conocimiento de la obra poética de Juan L. Ortiz, pero este poeta, nacido en 1896, sólo comienza a ser reconocido en toda su importancia cuando ya tiene ochenta años. Una de las razones de esto, es que siempre vivió en Paraná, ciudad situada a unos seiscientos kilómetros de Buenos Aires. Algunos poetas de mi generación debemos mucho también al ejemplo de Aldo Pellegrini y Oliverio Girondo.
¿Qué alternativa queda al poeta en el momento presente ante la imposibilidad de vivir de su actividad. ¿No piensa usted que tanto el periodismo como la cátedra universitaria -por hablar de algunas de las alternativas escogidas generalmente por los poetas para “ganarse la vida”- terminan limando, agotando, las facultades poéticas reacias a toda normatividad o servidumbre?
- Me parece bien que el poeta no viva de la poesía porque la poesía no es una profesión. En cuanto al problema de sus medios de vida, no quisiera pecar de moralismo. Sólo quiero hablar de mi caso personal: a mí el periodismo me espanta porque me fatiga intelectualmente. Otro tanto, creo que ocurriría con la publicidad. En cambio la cátedra -sólo ejercí la secundaria- me parece algo positivo, por el contacto viviente y cuestionante con los jóvenes. Claro que yo siempre entendí la enseñanza como un intercambio, donde a veces es el alumno el que enseña y el maestro el que aprende.
Cuando hablaba de facultades poéticas me refería a la “inspiración”, ese particular “estado de gracia”, de receptividad absoluta que, por así decirlo, permite que el poema se escriba a través del poeta. ¿Qué piensa usted de la inspiración?
- No se si la inspiración existe. En todo caso habría que definirla antes con suma precisión. Más bien me parece que es el desencadenamiento de un largo trabajo previo, a veces de años…Lo que si puedo decir es que yo nunca escribí un poema en estado neutro, de redactor. Siempre lo hice bajo el signo de una pasión, de una exaltación o de una necesidad experimentada como angustia. Le diré también que los poemas que más quiero son los que menos tuve que tocar después, en esa etapa que algunos llaman de trabajo crítico.
A propósito, usted ha mantenido una constante actividad crítica, complementaria a su trabajo poético. ¿Cuál es la función que cumple la crítica en el contexto de la literatura moderna?
- La crítica ayuda a leer mejor, sin duda, o debiera. Creo que esa es su función.
¿Y el poeta?... Finalmente juega algún papel en nuestro tiempo o por el contrario, habría que decir que es un personaje pasado de moda, una especie de fósil viviente, sin nada que decir o hacer en el mundo actual?
- Esto se relaciona con lo que decíamos al comienzo. Sin los artistas y sin los poetas el hombre no sería humano. La vida no tendría sentido. El hombre que talló la primera piedra ¿era poeta o cazador? No lo podemos discernir hoy. La función del arte y la poesía me parece más importante que nunca, porque consisten sobre todo en reconciliar a los hombres con el mundo, con los otros, consigo mismo, con todo eso que se les ha vuelto cada vez más extraño.
¿Cómo ve el actual panorama de la literatura argentina. Qué obra poética ha sido para usted la más valiosa y cercana en ese contexto?
- Uno de los rasgos más definidos de la literatura argentina actual sigue siendo la multiplicidad de visiones estéticas que resulta de la convivencia de varias generaciones y de las características disímiles de los diversos centros culturales esparcidos en un vasto territorio. Esta multiplicidad es riqueza en cuanto se concreta en diálogo. Doy un ejemplo que –también- contesta la segunda parte de la pregunta. Para mí ha sido, entre otras, muy valioso el conocimiento de la obra poética de Juan L. Ortiz, pero este poeta, nacido en 1896, sólo comienza a ser reconocido en toda su importancia cuando ya tiene ochenta años. Una de las razones de esto, es que siempre vivió en Paraná, ciudad situada a unos seiscientos kilómetros de Buenos Aires. Algunos poetas de mi generación debemos mucho también al ejemplo de Aldo Pellegrini y Oliverio Girondo.
¿Qué alternativa queda al poeta en el momento presente ante la imposibilidad de vivir de su actividad. ¿No piensa usted que tanto el periodismo como la cátedra universitaria -por hablar de algunas de las alternativas escogidas generalmente por los poetas para “ganarse la vida”- terminan limando, agotando, las facultades poéticas reacias a toda normatividad o servidumbre?
- Me parece bien que el poeta no viva de la poesía porque la poesía no es una profesión. En cuanto al problema de sus medios de vida, no quisiera pecar de moralismo. Sólo quiero hablar de mi caso personal: a mí el periodismo me espanta porque me fatiga intelectualmente. Otro tanto, creo que ocurriría con la publicidad. En cambio la cátedra -sólo ejercí la secundaria- me parece algo positivo, por el contacto viviente y cuestionante con los jóvenes. Claro que yo siempre entendí la enseñanza como un intercambio, donde a veces es el alumno el que enseña y el maestro el que aprende.
Cuando hablaba de facultades poéticas me refería a la “inspiración”, ese particular “estado de gracia”, de receptividad absoluta que, por así decirlo, permite que el poema se escriba a través del poeta. ¿Qué piensa usted de la inspiración?
- No se si la inspiración existe. En todo caso habría que definirla antes con suma precisión. Más bien me parece que es el desencadenamiento de un largo trabajo previo, a veces de años…Lo que si puedo decir es que yo nunca escribí un poema en estado neutro, de redactor. Siempre lo hice bajo el signo de una pasión, de una exaltación o de una necesidad experimentada como angustia. Le diré también que los poemas que más quiero son los que menos tuve que tocar después, en esa etapa que algunos llaman de trabajo crítico.
A propósito, usted ha mantenido una constante actividad crítica, complementaria a su trabajo poético. ¿Cuál es la función que cumple la crítica en el contexto de la literatura moderna?
- La crítica ayuda a leer mejor, sin duda, o debiera. Creo que esa es su función.
¿Y el poeta?... Finalmente juega algún papel en nuestro tiempo o por el contrario, habría que decir que es un personaje pasado de moda, una especie de fósil viviente, sin nada que decir o hacer en el mundo actual?
- Esto se relaciona con lo que decíamos al comienzo. Sin los artistas y sin los poetas el hombre no sería humano. La vida no tendría sentido. El hombre que talló la primera piedra ¿era poeta o cazador? No lo podemos discernir hoy. La función del arte y la poesía me parece más importante que nunca, porque consisten sobre todo en reconciliar a los hombres con el mundo, con los otros, consigo mismo, con todo eso que se les ha vuelto cada vez más extraño.
1 comentario:
Muy buena entrevista. Aguirre es uno de los grandes poetas del s.XX.
Abrazo fuerte, desde City Bell, josé maría
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