viernes, 19 de junio de 2020

LA ESCRITURA DESASIDA DEL PACIENTE GUILLÉN, por Manuel de J. Jiménez


Paul Guillén. Hospital del viento. México DF: Proyecto Literal, Colección Instante Fecundo.

Se pueden escribir bastantes líneas de la escritura como curación o, en su caso, de la escritura que describe en libros cómo se recupera un paciente o cómo un personaje se enferma. Estas últimas son narraciones que cuentan, la mayoría de las veces, una historia de dolor. Quizás se trata de un tema demasiado recurrido en la literatura occidental, a tal grado que se puede leer el Quijote desde esta perspectiva: la historia de una enfermedad mental y su postrera curación en epitafio. Sin embargo, en Hospital del viento, Paul Guillén no elucubra una historia para ser leída linealmente, más bien hace escolios y ciertos apuntes a narraciones ya contadas, oralidades que recuperan el nombre de un poeta alcohólico o ególatra y, en su caso, esbozos de un espectador que se conmueve terriblemente con una pintura o con un performance.
¿Por qué entrar en un hospital? Como el epígrafe del libro sugiere y como el propio autor me ha confirmado, la idea de una clínica eólica viene de Max Aub, particularmente de los poemas que escribió entre 1941-1942 en Argelia y que se publicarían en el libro Diario de Djelfa. Paul Guillén toma unos versos de “Enfermería” para contextualizar furtivamente al lector. El poeta describe un fenómeno óptico y simbólico: “lo blanco sobre lo blanco”. Para ello, Guillén tiene en mente un manicomio a la mitad del desierto, con las dunas ilegibles y completamente borradas: un poeta a quien se le ha borrado la memoria por la locura (padecimiento de fiebres en la albura). Pero no se trata solo de la descripción de una patología o ir registrando las dolencias del paciente para integrar una sintomatología en la escritura; hay que entender que Hospital del viento opera a su vez como una praxis poética y, para demostrar eso, nuevamente hay que recurrir al poema de Aub. A través de su lectura queda descubierto cómo funciona el sentido medicinal del aire: “El viento ruge, empuja, muerde,/ destroza su propia muerte./ Grita victoria y resuelve”.
El viento es creador y destructor al mismo tiempo, es el elemento por excelencia de la purificación. Por esta razón, las medicinas tienen “corona de nieve” y el médico se ocupa solo de manipular correctamente el viento para aliviar a las personas. Algo que seguramente los antiguos conocieron como la curación más natural. En este sentido, me apropio de la máquina poética de Paul Guillén y descubro en mi memoria una foto que miré en un libro. En ella aparece Max Aub junto a un refugiado. Ambos padecen frío, cubriéndose con roídas bufandas y preparando una cuerda para ser usada en algo que imagino es de suma importancia. Conjeturo que es para garantizar la supervivencia. Aub se encuentra en el campo de internamiento de Vernet d’Ariège e intento ensayar un poema a partir de esa imagen. Un poema que se pinta en la memoria y se desvanece en los fiordos de la expresión. Aunque nada se escribe, regreso a la misma sensación que encontré en los poemas de Paul: “Tiempos de guerra”, “La historia del Perú se resumirá a cómo se destruye un poeta”, “La caza del aire”.
Pero el gesto que otorgó una semiótica diferente al libro y por el que se aleja del típico desarrollo entre la voz y la enfermedad, es la poética performática del autor. Si Paul Guillén nos otorga una metatextualidad con los fotogramas de películas de culto o con los performances de La Congelada de Uva y Ana Mendieta (esta última, una pieza con intenciones grafo-terapéuticas), en la parte final, arremete con “Mi mano desasida”. Es el propio poeta o el autor como paciente lo que se muestra en esa radiografía. Guillén espera que el lector especule sobre esa imagen y que se proyecte una curación en el gabinete de trabajo. Pero ¿cuál fue el mal de Guillén? La escoliosis que se generó de esa escritura escindida, de ejercitar el arte clásico de los escolios. Se trata de otra escoliosis, la que llega por el skoliós: aquello que duele por retorcido. Finalmente depende del lector si se salva la distancia entre las versiones de los copistas y el manuscrito princep. A Paul se le han desprendido las falanges. No puede escribir más, por ahora.

Manuel de J. Jiménez

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