martes, 6 de febrero de 2018

ESCRITORES DEL KARST: PARTE TERCERA y CUARTA, por Adán Echeverría

PARTE TERCERA. LOS ESCRITORES NACIDOS EN LA DÉCADA DE 1980.

Para hablar de la literatura escrita por autores nacidos o avecindados en la península de Yucatán se encuentran pocas referencias. Tristemente, una de esas referencias es la que ha dejado el poeta Marco Murillo en el portal del Círculo de Poesía. Y digo "tristemente" porque se le tiene que tomar como referencia ya que poco hay al respecto, y que adolece de muchos problemas, uno es el que el mismo Marco Murillo decida incluirse a sí mismo en dicha selección de autores, como si hubiera hecho la relación para dar a conocer su obra que para el 2011, año de publicación, apenas comenzaba a despuntar. Murillo en vez de permitir que los editores o lectores de poesía encuentren su obra y la valoren, decide valorarla él mismo. Otro error es incluir en su antología de nacidos en la década de 1980, a Rodrigo Ordóñez Sosa (nacido en 1979) a pesar de que intente explicarlo diciendo: "porque es un puente entre la nueva generación y la anterior", porque el trabajo de Rodrigo no es un puente generacional, y si lo señala porque nació en 1979, habría que hacer el puente entonces entre los nacidos en 1979 y 1980, para ver si es que en poesía ¿existe algo que pueda denominarse 'puente generacional'?. Marco Murillo incluye de igual forma al campechano Manuel Iris (1983) y al nacido en la Ciudad de México, Agustín Abreu, lo que nos lleva a decir que la antología de los nacidos en los 80, no es tal al incluir a un autor nacido en los 70; y que dicha antología no es de la poesía yucateca al incluir a dos autores nacidos fuera del estado de Yucatán. Porque hay que saber citar y referenciar, hay que saber apuntar a la hora de hacer investigación literaria (antologías, compilaciones, análisis literarios) los objetivos, los límites y los alcances para nuestros trabajos. Conscientes de que las impresiones en papel siempre requerirán mayor presupuesto que las electrónicas o en PDF, y que eso pueda limitarnos la extensión de nuestro análisis. Pero un texto que pretendía de inicio presentarse a un portal electrónico como Círculo de Poesía, podría estar más completo, o al menos tener los límites mejor definidos: nacidos y avecindados en Yucatán, y entonces poder incluir a Iris y a Abreu, como se hizo; y como he dicho si se pretende analizar la frontera entre los nacidos en los 70 y los 80, habría entonces que validar a ambas generaciones y no incluir a Rodrigo Ordóñez como se hizo, sino ser claros y decirlo: Rodrigo es, como Marco A. Murillo, Manuel Iris, Nadia Escalante, Karla Marrufo, Manuel Tejada y Agustín Abreu parte de la Red Literaria del Sureste.

De la misma forma, y siguiendo con los equívocos, Murillo menciona tres antologías hechas anteriormente en Yucatán. De una de ellas La voz ante el espejo, menciona a su compilador Rubén Reyes; pero de Nuevas voces en el laberinto: novísimos escritores yucatecos no menciona a los compiladores que fuimos Ivi May (nacido en Mérida, Yucatán, 1980) y yo (quien escribe estas líneas). Y es que además la antología de Murillo no incluye al escritor, maestro, columnista crítico de las letras Ivi May, poeta, dramaturgo, y quien fuera Premio Estatal de la Juventud en el año 2007 (cuatro años antes de que Murillo publicara su texto en el portal mencionado, por lo cual Murillo no puede señalar que no tuviera conocimiento de quién es en las letras yucatecas Ivi May). De esta forma es evidente que el trabajo de Marco Murillo surge como abono precisamente a la inocua batalla que desde el año 2000, la Red Literaria del Sureste ha lanzado contra el Centro Yucateco de Escritores (CYE, fundado en los años 90). Por tal motivo la antología en línea que Murillo lanzara en el año 2011, no fue bien recibida, y fue muy poco consultada.

Más adelante, a finales de 2011, Murillo publicaría su poemario Muerte de Catulo como una plaquette bajo el sello de la 'Catarsis Literaria El Drenaje'; donde apareciera igual la plaquette Que me sepulten recostado en la palabra, de Jorge Manzanilla Pérez. Dos autores publicados por la 'Catarsis Literaria El Drenaje', de la cual yo soy el coordinador y fundador desde el año 2003; dos autores publicados en la Catarsis que se juntaron para realizar la antología Casi una isla. Nueve poetas yucatecos nacidos en la década de 1980. Un proyecto que se había gestado con la idea de terminar con aquella batalla Red Literaria – CYE, y que tiene su inicio en el 2013, cuando incluía a 10 autores que acá cito: Wildernaín Villegas (1981), Christian Núñez (1981), Nadia Escalante (1982), Karla Marrufo (1982), Manuel Iris (1983), Ileana Garma (1985), Jorge Manzanilla (1986), Marco Antonio Murillo (1986), Mario Pineda (1986), Esaú Cituk (1988); de los cuales Mario Pineda y Esaú Cituk fueron sacados para dar entrada a Agustín Abreu, nacido en la Ciudad de México, y así publicarla en el año 2015 con el apoyo de la Secretaría de Cultura de Yucatán (Sedeculta).

Vemos entonces que Murillo no respeta ni su propia antología anterior de autores nacidos en la década de los 80, publicada en Círculo de Poesía en 2011: porque aunque vuelve a dejar fuera a Ivi May, esta vez también saca a Manuel Tejada (1980), quien en 2015 ganara el Premio de Poesía José Díaz Bolio auspiciado por la asociación Pro Historia Peninsular (Prohispen); mismo premio que ganaran Ileana Garma (en 2005), Jorge Manzanilla (en 2013), y este 2016 hasta Karla Marrufo, que sí fueron incluidos en la antología Casi una isla; aunque en este 2016 como parte del jurado que premió a Karla Marrufo se contó con la poeta Nadia Escalante, otra ganadora del Premio Prohispen de Poesía José Díaz Bolio (lo ganó en el 2006). Por lo que este vínculo Marrufo-Escalante, ambas antologadas juntas por Murillo, las dos relacionadas con la Red Literaria del Sureste, las dos estudiantes de la Universidad Veracruzana, las dos juntas en carteles de lecturas públicas compartidas y organizadas por su agrupación cultural, tiene que hacer que sospechemos de la validez y pureza de un premio de poesía que se ha vuelto regional y que cuenta con aportaciones económicas del dinero público.

Sin embargo, hay que hacer notar que entre los autores nacidos en la década de los 80, otros ganadores del mismo premio de poesía auspiciado por Prohispen son los poetas, Omar Góngora, nacido en 1982, quien lo ganara en el año 2001, y el mismo Ivi May de quien ya se ha hecho mención y que lo ganara en el año 2014. ¿Cuál es entonces el método para la inclusión de los poetas en las dos antologías de Marco Murillo? Omar Góngora, tiene libros de poesía publicados, ha ganado varios premios literarios, pero no es considerado en ambas antologías. Manuel Tejada fue considerado en la primera antología de Murillo, pero al sacar Casi una isla, fue ignorado. Mientras que Mario Pineda ganador del premio de poesía Jorge Lara en el año 2006, estaba al inicio del proyecto, pero al final fue sacado del mismo. Y Armando Pacheco Barrera, quien fuera mención honorífica en el mismo premio José Díaz Bolio de poesía en los años 2005 y 2006, ganador en dos ocasiones del Premio de Poesía Joven Jorge Lara en el 2003 y 2006, y quien este 2016 se hizo con el Premio Regional de Poesía Sian Ka'an en Quintana Roo, no fue siquiera contemplado. Otro poeta nacido en los años 80 es Nelson Ibarra Canul, quien fuera el iniciador de los talleres de la Catarsis Literaria El Drenaje.
¿Es este el trabajo de un antologador, hacer una compilación carente de metodología? ¿O es acaso que únicamente está validada por el gusto estético personal? Lo cual es válido en cuestiones de presupuestos, pero que salta a la vista cuando el mismo Marco Murillo en una entrevista dice lo siguiente: "la generación de los ochenta ya hizo lo suyo en Yucatán y ya están dados los nombres de los que están trabajando constantemente, que son los que aparecen en la antología Casi una isla"; y sin embargo se exponen poemas, se presentan fichas de los autores, pero Murillo es incapaz de hacer un análisis profundo de los textos, y con ello habría que señalar ¿a qué se refiere Murillo cuando señala que 'ya hicieron lo suyo en Yucatán'? Un total equívoco, toda vez que como hemos analizado la antología Casi una isla, carece de metodología en la selección de los autores, incluyendo incluso a Christian Núñez, quien ha publicado al menos tres libros de poemas, pero quien no ha sido recipiendario de premios por su obra poética. Al contrario de Manuel Tejada, que ha recibido premios, pero que no ha publicado ningún poemario de manera individual, pero que sí ha sido antologado en otros proyectos pero no en Casi una isla. ¿Fueron sus premios literarios por su obra poética o fueron acaso sus libros publicados los que les valieron la inclusión? Hemos visto que Omar Góngora que tiene tanto premios como libros de poemas publicados no fue incluido en las dos antologías de Murillo.

En total, habrá que decir que de los 9 autores que al final quedaron en la antología Casi una isla, 7 de los mismos, o forman parte o están relacionados con la Red Literaria del Sureste, por lo que solo Jorge Manzanilla (quien funge como compilador) no es parte de la Red Literaria del Sureste ni del Centro Yucateco de Escritores, y que Ileana Garma quien cuando le conviene sí es parte del CYE, pero que ha recibido premios nacionales como el Caza de letras de la UNAM, tanto como la beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), por lo que no podían dejarla fuera; como sí lo hicieron con Esaú Cituk y con Mario Pineda, que no tienen relación ninguna con la Red Literaria del Sureste. Contrario a la soberbia mostrada por Murillo, hay que apuntar, sin embargo, la moderada voz de Jorge Manzanilla, el otro compilador de Casi una isla, quien tiene a bien señalar: "este libro pretende dejar un registro dentro de la historia de la poesía en Yucatán, con la intención de establecer una generación emergente de creadores destacados y reconocidos por su trabajo en el ámbito de las letras".

Por otro lado, es necesario señalar que los autores dedicados a la prosa, han recibido aún menos apoyo para sus obras, ni siquiera para antologías. Recordemos de nueva cuenta el trabajo Nuevas voces en el laberinto: novísimos escritores yucatecos (2007), y los volúmenes I y II de Cuentos del Caribe, que fueron publicados en el primer lustro de los dos mil. En la primera se puede leer el trabajo de Camilo Solís, quien con el tiempo se dedicara más a la investigación, tanto como de Manuel Tejada, cuya incursión en la poesía le está dando dividendos actualmente, y quien por muchos años ha sido un constante animador de la cultura con sus columnas en el periódico Por Esto! Otro de esos autores de la prosa presentes en 'Novísimos escritores yucatecos' son: María de Lourdes Pérez, Patricia Garfias, Grisel Ávila Ortega, René May Leal, Juan Sánchez Cocom, Juan Esteban Chávez, y Armando Pacheco. Juan Esteban ha publicado novela, y entre las mujeres Patricia Garfias es una de las autoras con mayor aliento narrativo. De los autores que fueron surgiendo después se puede contar con Joaquín Peón, quien se mudara a Jalisco, como editor de la revista Replicante, y el excelente autor Gerardo Hoy Acosta, quien formara parte de los talleres de la Catarsis Literaria El Drenaje.

Es necesario considerar esas referencias mencionadas para poder comentar a los escritores del Karst, nacidos en la década de 1980, ya que aunque muchos de los que ya hemos mencionado aparecieron en la escena a partir del año 2000 o incluso antes de eso como Ivi May, o Armando Pacheco (ambos nacidos en 1980), quienes desde su etapa como estudiantes de bachillerato en el Centro de Educación Artística (CEDART) Ermilo Abreu Gómez, a los 16 y 17 años ya habían comenzado a trabajar en su obra literaria; otros dejaron pasar los años para que pasada la primera década del siglo XXI (2010) comenzaran a tener acercamiento con los talleres literarios, las Escuelas de Escritores o de Creación Literaria.

El primer autor al que accedemos de los nacidos en los 80 es Daniel Ferrera Montalvo (Mérida, Yucatán, 1989); cursó algunos años de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana en la UADY, ha publicado en revistas nacionales y fuera de México. Presenta un trabajo cargado de esa limpieza de imágenes en las que siempre flota la calamidad. Su voz narrativa camina como una mezcla de Quiroga y Borges, y desde ese tono, los sucesos que Daniel narra nos hace disfrutarlo. No se trata de una autor que nos muestre sólo su entorno actual, ni de un autor en el que se noten los espacios vitales de su ahora. No. Daniel figura los extremos literarios en los que ha permeado, y los pliega uno sobre el otro, para atrapar la realidad dentro de la ficción. Sus personajes habitan con los personajes de otras lecturas, con los personajes de otros autores, desde ahí se desdoblan. Sus lecturas mutan en su ingenio, y nos narra desde ese punto. Una creatividad que es impulsada para rellenar esos espacios que tanto le gusta abrevar en sus propias lecturas. Hace coincidir la lectura de su obra, con la obra latinoamericana que ha abrevado. En su CUADERNOS DE UN AHORCADO, Ferrera nos entrega a la locura, pero es difícil decidir quién es el enfermo: el joven que escribe, o la madre que lo mira escribir: "El joven reconoció que había muerto cuando notó la amarga indiferencia de la gente. Era demasiado astuto como para ignorar que era invisible ante los demás." Y con esta idea de la juventud actual podemos decir que presenta la misma depresión que se deja sentir en los textos de Ariel López, o en los de Ángel Nimbé. Daniel Ferrera Montalvo evidencia tener una pluma educada en lecturas y análisis; y nos ofrece en cada historia esa sensación de la literatura hispanoamericana en donde se ha dejado construir su texto. Influencia que el autor asume sin reparos: "Durante su  infancia había leído muchísimo sobre el Doppelganger, la idea de que en algún punto ─y en algún curso─ existía un ser idéntico a él". La minificción titulada "Cuadernos de un ahogado", tuve la fortuna de escucharla en una lectura pública en la Casa Colón, en Mérida, cerca del año 2014, y ya evidenciaba a un autor que estaba decidido a dedicarse a la literatura. Pero la juventud se entorpece con las decisiones inmaduras, y una de esas decisiones siempre será la Falta de Disciplina. Eso ha hecho que el trabajo de Ferrera Montalvo se vaya estancando y no continué su crecimiento. Sin embargo, joven aún (27 años para este 2016), hace pensar que se está a tiempo de apretar el acelerador para decidirse a escribir y escribir y leer y leer. Desde aquel momento pude percatarme de la calidad que presentaba su trabajo: "El oficial cerró el cuaderno de notas, miró a la señora distraído y luego de unos segundos mintió: 'Aquí sólo hay historias señora, meras fantasías de escritores.'"

Otro tema en el que Ferrera se construye es el erotismo y la sexualidad que se dejan ver en su obra; desde ahí construye su minificción "HELENA"; y también nos puede mostrar una marcada tendencia sobre sus búsquedas. Autores que eran niños cuando ocurriera en México el fenómeno de las tribus denominadas "Emos", que eran el reflejo de una corriente musical denominada "Emotional Hardcore Music", en el cual los seguidores mostraban su hastío respecto de la sociedad, validando la muerte, el suicidio, el lastimarse a uno mismo, para saber si en verdad se estaba vivo. El asumir en el dolor físico la posibilidad para la ternura, el transformar la dulzura de la niñez, y de la juventud, en la posibilidad del engaño, de la más cruel violencia. Si como jóvenes hemos de sufrir a manos de otros, ¿para qué? mejor sería destruirnos a nosotros mismos, y así nadie podría hacernos daño, acostumbrarnos al dolor que nosotros mismos nos hacemos, para sobre llevar el dolor que los otros puedan causarnos. Y entonces mezclar el Erotismo con los Juguetes, con los Muñecos de Felpa, de Trapo; validar todo lo infantil en un desarraigado egoísmo. Ferrera Montalvo lo muestra en la siguiente escena:

"Me gustaba Helena porque parecía una muñeca. Sus ojos, su mandíbula, sus hombros delgados, todo en ella estaba dispuesto como en cuidadosa manufactura. La verdad yo adoraba su vagina; su vagina estrecha e irritante y su boca de acrílico que me lloraba suplicando 'Libérame Álvaro, libérame Álvaro, y arráncame este gusano que roe mi cabeza, yo siento cómo muerde aquí en mi cabeza.' Entonces yo la tomaba del pecho y me masturbaba con ella hasta que amaneciera, hasta que lentamente perdiera el brillo en los ojos y  se le gastara la vida."

Y con esta imagen gráfica que alude a ese erotismo reflexivo, muestra además el dolor de la soledad (esos hombres maduros que viven solos y se complacen con la prostitución), o de alguna pareja que a pesar de la violencia de la penetración, o del maltrato social, recae en la construcción del espacio social que es bien visto por la sociedad: La enamoro, la maltrato, y le hago el favor de casarme con ella y darle una familia. "Esas mujeres deberían estar agradecidas", parece gritar la sociedad. Y Ferrera Montalvo, sabe ser cínico para narrarlo:

"Eventualmente, como suele ocurrir en estos casos, al cabo de los días tuvimos tres hermosos hijos. Ellos me recordaban  mucho a su madre, tenían esa mirada intensa que hacían olvidar su enfermedad degenerativa, que hacían de sus noches de insomnio y dolores de cabeza, un infierno menos insoportable y angustioso. Sin embargo, una mañana al regresar del trabajo,  encontré a Helena en su camastro bronceándose. 

─¿Y los niños?─ pregunté preocupado del silencio inusual que hacía en el interior de la casa.
─En la escuela─ respondió con una sonrisa que me pareció cariñosa. 
─Helena ─le tomé con fuerza de la mano─ Eso no es posible, hoy es domingo. 

Comencé a buscarlos y sin saber por qué, me dirigí a la piscina, una alarmante corazonada me decía que allí estaban. En efecto, sus cuerpos flotaban inertes en medio de las hojas amarillas, con sus cabellos largos cubriendo sus preciosas caras. Desde luego, me abalancé llorando, incrédulo de lo que veía, gritándole a Dios que no fuera verdad, que me los devolviera."

Y con la pluma observadora del mundo que le toca vivir, relata los estados sicóticos de las parejas. El abuso intrafamiliar y doméstico. La violencia de los 'enamorados', la  venganza de la mujer sobre los infantes, o su manera "estúpida" de ofrecerles protección: "Ellos no sufrirán lo que yo, mejor los mato y luego me suicido". Estados sicóticos que vemos igual en la prosa de Jhonny Euán, o en aquella mujer de Gema Cerón que termina por matar a la suegra, como en aquel trágico texto de Violeta Azcona, que termina con su violador, y con la madre que ha solapado al que ha abusado de su hija. Estos estados mentales en que los personajes parecen recrear una realidad que empieza a volverse escandalosa para una sociedad que termina por aceptar de manera por demás natural, vivir pendientes del siquiatra, como si la normalidad fuera tener un psiquiatra de cabecera. Como si nuestros hijos tuvieran que ir al dentista al menos dos veces al año, y al siquiatra una vez al mes. Porque las historias al respecto se han vuelto recurrentes: 1) Mi hijo de diez meses me estuvo golpeando, anda muy enojado desde que su papá y yo nos separamos, no es normal. Hablé con mi siquiatra y me recomendó que apenas cumpla el año lo lleve con el paido siquiatra, para que comience la terapia con mi hijo. 2) Es normal sentirnos mal, y sentirnos violentos, sentirnos miserables y que nos hundimos cada día más, mi siquiatra me ha dicho que debo enfrentar mi situación, aceptándola, y no sentir vergüenza, poder decirle a todos: Sí, soy paciente siquiátrica, y he decidido armarme de valor, y recluirme en una clínica. No debe darme pena aceptar que estoy enferma. 3) Hola me llamo Fulano-Fulana, soy bipolar, si ves que me comporto extraño, tienes la obligación de entenderme; y de esta forma evidenciar aquella debilidad de carácter, y rendirse ante los medicamentos, validando el abandono al que se someten en busca de que el psiquiatra sea quien los saque adelante, como antes el sacerdote. 

En su cuento SANTO Y SEÑA, Daniel Ferrera nos dice: "Tres o cuatro semanas pasaron, desde la muerte de mi padre, cuando dibujé aquel hombre clavándose un martillo en la cabeza. Los doctores alegaron que lo usual era que pintara casas con árboles, arcoíris, inclusive familias tomadas de la mano, pero yo requería dibujar lo que veía en sueños, lo que esas voces me dictaban en la impenetrable noche." Y de la misma forma, que otros autores ya mencionados en estas páginas, su visión de la religión imperante en su sociedad, le brinda el motivo para rechazarla, aún con una provocación herética, carente de importancia, porque ante lo que no se cree, no te impele respeto, el autor mezcla la crítica social sobre la crítica de la culpa que las religiones han validado sobre la construcción de grandes sectores de la sociedad mundial. Daniel Ferrera, privilegia sobre la escena lo literario, ante lo escandaloso, y narra de una manera por demás natural la idea del coito entre su personaje con la virgen, que acaba siendo el coito con su propia madre. Esta unión madre-hijo, madre dominadora, madre fanática religiosa, con hijo enfermo mental, enfermo porque así han querido que lo sea, para poder tenerlo dominado y en casa. Los paralelismos con su anterior texto "Helena", son similares; porque existe de la misma forma una opresión de la madre sobre el hijo, como en aquel texto de la madre que mata a sus hijos. Pero en este texto contrario al texto de Helena, la figura paterna, la ocupa la religión de la madre. La religión es el "macho" que tiene doblegada a la mujer. El erotismo es de la misma forma, gráfico:

"Un chorro caliente y amarillo salía de mi cuerpo hasta antes de ver la imagen detrás de la cortina de vidrio. Era una morena hermosa, de larga cabellera negra, bordada de un centenar de estrellas. Tenía los senos grandes y las caderas anchas como una graciosa potranca de corral. Yo la miraba sin poder quitarle los ojos de encima, esperando a que se moviera o a que ocurriera algo, pero en algún momento imprevisto, sólo dios sabe por qué, advertí que me había excitado. Traté de cubrirme pronto, guardándome la pija adentro del pantalón, pero para mi sorpresa, la bella figura comenzó a tocarse los senos, a mover los labios pegándose suavemente a la puerta de cristal que separaba la regadera del retrete. No lo podía creer. La bella escultura me incitaba a fornicarla, se metía los dedos en la vagina, chupaba con ansias la puerta de vidrio. Yo temía con presteza que aquello redundara en un perjuicio para mí, pero sin duda, era la cosa más deseable, más incontenible y al mismo tiempo más horrorosa que había visto en  la vida.

Me acerqué a la regadera aún dudando en si hacía lo correcto y motivado como por una fuerza que me pareció irresistible, la comencé a fornicar. ¿Cómo describir lo que viví en esas horas inciertas de la madrugada? Con la punta de los dedos, alcé los pliegues del vestido estampado que cubría sus preciosas piernas y virándola de espaldas, introduje hasta el final mi engrosado pene. Su vagina estrecha y vacilante era un capullo hermoso que recibía gustosa cada una de mis torpes embestidas. Yo le miraba el trasero redondo y terso que se sacudía cada vez que le apretaba con fuerza las tetas y el cabello; y sus ojos ¡Ah sus ojos y su boca! Eran una invitación continúa a la demencia y la lujuria. Me encontraba al borde del espasmo, recorriendo cada uno de mis nervios un placentero escalofrío, cuando de pronto la manija del baño se entreabrió y escuché la serena voz de mi madre: "¿Está todo bi…?" En ese momento no pude evitar vertir un torrente de semen que se derramó por las paredes. Mi madre, abombada, cerró de golpe la puerta y se dirigió de prisa a su cuarto. Yo evidentemente no supe qué hacer. Sin pensarlo, me trepé los pantalones y de la misma manera que mi madre, me apresuré a subir a mi recámara."

El relato del incesto que Ferrera Montalvo narra, pasa de ser primero entre la Santa, la Virgen, la figura estatuaria, hasta reproducirse en el cuerpo de la madre del personaje. El texto en su claridad no solamente es fuerte, llega a ser incluso divertido, desde una lectura contemporánea, lo cual establece el punto exacto en donde la sociedad literaria, la comunidad artística se ha prolongado. Por un lado los temas siguen siendo fuertes, y por otro, las relaciones de la realidad continúan siendo marcadas por la sociedad. El impulso para que Daniel Ferrera establezca estas ideas literarias, nos habla de esa búsqueda de romper con los conceptos sociales, y terminar por liberar las conciencias. La religión como esa droga que tanto daña a los que se vuelven fanáticos, y que es bien aprovechada por personajes sin escrúpulos, que en muchas ocasiones abusan de sus feligreses. Ferrera Montalvo se atreve:

"En los días siguientes las pesadillas y las voces continuaron  multiplicándose en mi cabeza. Soñaba con arañas de gigantescos ojos y colmillos que trepaban por las paredes llenando de oscuridad mi cuarto con sus lomos afelpados. Una noche, momentos antes de despertar, sentí que la morena hermosa entraba silenciosamente girando la rosquilla de la puerta y descubriendo sus hombros y senos del vestido, subía a la cama montándose en mis piernas. Al mirar bien, descubrí con asombro que el cuerpo sentado sobre el mío, no era el de la bella escultura, sino el de mi madre que cabalgaba jubilosa con lágrimas en los ojos. Ella me repetía muy suave al oído "shh no digas nada, no digas nada" pero yo me sentía impelido a empujarla y al mismo tiempo a desobedecerla. Así pues, aún sin entender cómo o quizás bajo el influjo del ensueño, me dejé llevar por el ritmo vertiginoso de sus caderas.

Los encuentros posteriores con la dulce figura no fueron tan diferentes del de la recamara, sin embargo estuvieron enmarcados, al principio, por un tibio refinamiento, una indiferencia e incomodidad natural para unas vidas tan ordinarias como  las nuestras. Todas las noches, al  momento de cruzar los altos pasillos de la casa, los cuadros,  los espejos y los relojes temblaban y yo sentía otra vez las terribles voces mascullándome al oído y las alucinaciones que dibujaba en mis cuadernos. Entonces caía en un profundo solipsismo del cual sólo me recuperaba después de haber rayado las puertas y tapices con círculos y al  azotarme contra las paredes hasta perder el conocimiento. Al abrir los ojos, la dulce morena se recostaba a mi lado con sus enormes pechos desnudos en un claro gesto de cansancio y arrepentimiento. Yo no podía dejar de preguntarme por qué una mujer tan bella se regocijaría de ese modo conmigo, pero ella parecía entenderme y en una significativa muestra de los dedos a la boca, me repetía muy suave al oído: "No digas nada, no digas nada."

O como ocurre en otra de sus narraciones, UN ENCARGO ESPECIAL, son los hijos quienes tienen que lidiar con la enfermedad (locura) de su madre; al grado de que la hija termina por desaparecer, o más bien es "desaparecida", como ocurre con tantos jóvenes y jovencitas, que o huyen de casa, o por falta de cuidados, terminan siendo secuestrados o se van de casa, hartos o en busca de crear su destino propio. En todo el texto, es obvia la falta del padre, para la conformación de aquellas familia que las comunidades cristianas aun quieren llamar como "familias normales", y en las que Daniel Ferrera, deja entrever, de manera sutil que en una familia donde falta el padre, la madre enloquece, los hijos terminan por construirse solos, terminan locos o muertos: "Quizás la primera muestra de perturbación de mi madre, ocurrió aquella mañana de octubre cuando despertó exasperada".

Pasamos luego a leer el trabajo de Javier Paredes, (Umán, Yucatán, 1989) un juglar de la palabra, un anacoreta del lenguaje, quien vive rodeado de pinceles, colores, lápices, hojas y números; con un libro siempre junto al pecho, una idea metida siempre en la bombilla que le brinda esa luz que es su alimento. Un anacoreta del lenguaje, un juglar de la palabra, y desde esa dualidad Javier se va burlando de la sociedad y le saca la lengua a los personajes que él mismo construye. Con una habilidad de alquimista, Paredes logra hasta en sus minificciones mantener el registro de su voz. Sus textos arden en la yema de los ojos, arden en las pupilas del tacto. Uno entra a las letras de Javier Paredes y ríe agónicamente, presa de la burla. El artificio con el que Javier construye su trabajo denota que seguirá en franco crecimiento, porque se alimenta del arte que le rodea: pintura, cine, novelas, poemas, cuentos, obras de teatro, todo pasa ante sus ojos. En sus textos, muestra habilidad al tocar la literatura contemporánea y recrearse en ella (NOTA AL PIE DE PÁGINA O CONTINUIDAD DEL CUENTO DE  JUAN JOSÉ ARREOLA, es uno de sus textos), interviniéndolos si es necesario, tomando prestado personajes, metiendo a sus propias creaciones dentro de otros textos ya construidos; fanfarronea incluso acerca de sus variadas lecturas de La Biblia ("aquella zarza que vio su antepasado Moisés" como lo hace en LA SEÑAL DEL PACTO, en donde recrea el sacrificio que intenta Abraham con su hijo Isaac; o en los textos 14400, tanto como en IN NOMINE PATRIS), porque sabe que es desde las lecturas en que se ha nutrido de dónde sacará la materia prima para llenar aquellos huecos que su escritura necesita, para completar aquella búsqueda en la que se decanta.

Pero tal como los otros escritores del Karst, Paredes Chí, es excesivamente crítico en las relaciones familiares. En MAÑANA NO ESTARÁS AQUÍ. Uno pasa de condolerse con la tristeza de la viuda, al melodrama que nos muestra a su hijo de nueve años que dirige su vista hacia un árbol, donde hay un toro de macilenta figura:

"El animal mueve la cola, tratando de ahuyentar a las moscas verdes. Sobre él hay un letrero: 'Mañana viernes, carne fresca a partir de las seis de la mañana'. El niño no puede mantenerse ecuánime al ver a la res. El rumiante le parece demasiado humano, como si en su rostro se trazaran los signos de la angustia y el dolor de su padre suicida."

Un padre que comete suicidio y Javier lo narra desde los ojos del hijo, un pequeño que camina con la madre y se conduele al mirar al animal amarrado a un árbol con el letrero encima anunciando su próxima muerte. Esa tradición de algunas regiones de Yucatán, México, América Latina, donde para anunciar la frescura de la carne, los carniceros presentan al animal que matarán al día siguiente a los transeúntes y posibles compradores de la carne, lo cual visto desde la humanidad que en muchas regiones sigue su batalla contra la pena de muerte, contra el maltrato de los animales, puede resultar ofensivo, lastimoso a las buenas conciencias, y sin embargo, un letrero sobre un animal no es entendido por el mismo animal, por lo que la sensación de desesperanza es precisamente como la señala Paredes por medio de los ojos del niño, a quien el rumiante "le parece demasiado humano". Y recordemos lo que Nietzche: humano demasiado humano.

En su texto EL REPTIL, miramos a otro niño que manifiesta otro problema de tipo mental como otros autores del Karst han evidenciado; quizá autismo, quizá algún pequeño retraso, tal vez solo ingenuidad, timidez: 

"después de avanzar varios metros, ya no recuerda cuál es el motivo de su salida. Solamente sube y baja de la acera; se inclina para observar lo que hay en el pavimento: basura, baches y una fila de hormigas llevándose los restos de una cucaracha. Luego dirige la mirada hacia los árboles, hasta que se detiene en el cuerpo de un reptil. (…) Esteban está desorientado, así que tiene que recurrir a sus bolsillos, en donde seguro encontrará alguno de los recordatorios que le pone su madre cada vez que lo manda a comprar. Pero esta vez no encuentra ninguno, solo un billete que le hace suponer que lo han mandado a la tienda."

Nuestra civilización que continúa recurriendo a la victimización de las personas. El mismo Nietzche señalaba su desprecio por los mendigos, por los enfermos, incluso por los enfermos mentales, la ironía fue que el mismo filósofo terminara afectado de sus facultades mentales, o que al menos eso han terminado por decirnos. Javier Paredes aunado al chico que presenta con ese pequeño problema intelectual, nos narra la maldad de las calles, eso del poder del que abusa sobre el que nota a la distancia más débil.

"Al doblar en una de las esquinas, se tropieza con unos chicos, que al mirarlo encuentran en él tanta ingenuidad y flaqueza como para sustituir el juego de hostigar a los perros por el de asustar a un tonto rapazuelo."

Pero Paredes va más lejos, porque nos retrata igual la maldad desde los adultos, el abuso familiar en toda su potencia con aquel que es débil, o diferente, con los hijos a quienes pretenden lastimar, porque son de 'su propiedad', e incluso escudándose en los Mandamientos de la Religión Católica-Cristiana, de los cuales el cuarto mandamiento dice: "Honrarás a tu padre y a tu madre". Por lo que hay que ponernos a pensar que si algo tiene que escribirse como una Orden (Mandamiento) que tiene que ser obedecida porque no hacerlo implica el castigo del pecado, el pecado implica la posibilidad de 'irse al infierno', es un buen recurso para la manipulación del poderoso sobre el débil, del Padre y de la Madre sobre los hijos e hijas. Entonces han hecho de embarazar sinónimo de ser Padre, parir un hijo, sinónimo de ser Madre, lo cual es totalmente falso. No es natural "Honrar al Padre y a la Madre", es una imposición Religioso-Cultural, porque el título de Padre y el título de Madre, debe ser algo que tienen que ganarse al cuidar, querer, respetar, valorar, ayudar a salir adelante a sus hijos, y no al contrario. El Mandamiento debería ser: Honrarás a tus hijos. Pero Javier Paredes que lo sabe, logra dejarlo claro en su texto, el mostrarnos lo que la cultura Neocristiana ha decidido llamar padre: "Esteban llora, se siente impotente, y sobre todo, porque entre las mofas de los pillos cree reconocer la voz de su padre, diciéndole que es un maricón y que por eso no se sabe defender."

Javier Paredes Chi es un escritor que mide de forma inteligente el tamaño de sus narraciones, dándole la justa medida a sus creaciones, balanceando las palabras, y haciendo que en ellas solo aparezcan las que son verdaderamente necesarias. Desde esa arquitectura aborda cualquier tema, incluso el tema de los escritores, con sorna, como todo en él: "El poeta se unió al sueño de sus antepasados, sin estar seguro de que su dios, en otra vida le permitiría ser el mismo hombre, y esta vez sí llegara a Estocolmo, para recibir su premio Nobel de literatura." 

De igual forma hace el trazo sobre las familias modernas, cargadas de espanto, violencia, desintegración, se deja sentir en una de sus prosas de mayor extensión: AQUEL MEDIO DÍA.

"Mientras mi padre y mi hermanita esperaban la función, recorrí con la vista los asientos de atrás. El público parecía dirigirme una mirada de enojo. De manera que me volví. Fijé la vista en el ruedo vacío. Era imposible. El mareo y las ganas de salir corriendo no me dejaban en paz: la tierra se hundía y abultaba continuamente".

Nos presenta a un padre que violenta el núcleo familiar, y que luego –para compensar- lleva a los hijos de paseo. El retrato que Paredes hace del padre, es doloroso en demasía. Como lector, se termina odiando al personaje:

"─En-de-ré-za-te─ Ordenó mi padre, poniendo una mano sobre mi hombro.
─Papá, cómprame palomitas... Tengo sed... Quiero hacer pipí ─Mi hermanita no se callaba. ─ ¡Ya basta! ─ le gritaba en mis adentros. Le hice muecas, para que no lo hiciera enojar. Más no me obedeció. Estaba entercada con la idea de un algodón de azúcar. Tenía estirado el brazo derecho para señalar a los venteros. Los llamaba, con esa voz chillona que agrieta y destruye todo silencio que trato de construir dentro de mí. Mi padre le apretó la muñeca. Le advirtió: ─Última vez que te traigo al circo. ¿Será que no te basta con ver la función? Y para colmo, tu hermano que siempre se aburre─ Luego dirigió su rostro hacia el mío: ─Quieres hacer el favor de abrir bien los ojos y sonreír. Con esa jeta de sueño te pareces a esos idiotas discapacitados.─ Carraspeó, echó fuera un poco de saliva sobre el ruedo y se limpió los labios. Continuó su discurso: ─No sé de donde coños te viene el cansancio. Yo a tu edad ya trabajaba, no era un inútil mantenido."

Y dentro del paseó, desde la voz del pequeño, nos asomamos a la escena del medio día en la casa familiar:

"Después apareció el domador de leones. El estruendo de los latigazos hizo que yo reviviera lo que había ocurrido al medio día. Me parecía que el público estaba contemplando aquella escena.

A esa hora Eli dormía. Mientras tanto, mi padre golpeaba a mi mamá. Le decía que era una mierda y que solo se dedicaba a putear. (Y todo porque cuando probó el potaje se quemó la lengua). La empujó. Quedó derribada. La sujetó de los cabellos y la arrastró por todo el comedor.

No supe cómo defenderla. Mi corazón percutía con violencia. Me temblaba el cuerpo. Me ardían los ojos. Sentía que la garganta se me cerraba. Apenas podía deglutir mi saliva espesa. Me escondí en un rincón de mi alcoba. Traté de concentrar mi atención en el cuento que siempre leo en voz alta cuando estoy triste o asustado. Pero en esa ocasión ni siquiera podía entender la primera línea. Así que lo arrojé sobre la puerta. Me cubrí los oídos y cerré los ojos. Recuerdo que no dejaba de llorar."

La escena va in crescendo y uno se apena con el chico, se apena con los niños que están ahí en el circo mirando la función intentando acallar los recuerdos que horadan como gusanos, y ovopositan esas amarguras que les formará el carácter y la tristeza, durante los años que permanezcan en ese infierno. Uno asiste a un pequeño cuadro, y se aterra de no poder hacer nada por ayudar a aquellos niños:

"Cuando creí que la furia había cesado, me asomé. Vi que le estaba sumergiendo la cabeza en la olla. Si no fuera porque el guiso ya estaba frío, no sé cómo hubiese quedado su rostro. Después de eso, mi padre se dirigió a su recámara.

Me acerqué a mi mamá. Tenía el cabello embarrado de lentejas: el caldo le escurría por las sienes. Su mirada endeble se detuvo un instante en mis ojos y luego se marchó. En el trayecto hacia el lavaplatos, secó su cabello y el rostro con su blusa.

No quise dejarla sola, de modo que mientras lavaba los trastes, restregando la esponja varias veces sobre cada pieza, permanecí sentado junto a la mesa. Podía escuchar su nariz que fluía. Con el antebrazo se enjugaba las lágrimas.

Dejó caer un plato de porcelana cuando Eli comenzó a gritar que ya había despertado. Levantando la voz, como si después de sus palabras fuera a derrumbarse, me exigió: Anda a su cuarto y dile a esa niña que se calle. Apresúrate, no te quedes ahí parado como un tonto". 

El niño, el hijo que busca hacerle compañía a la madre; y la mujer, la madre que también le grita: "no te quedes ahí parado como un tonto". No hay luz en estos textos de Paredes Chí, solo dolor, trepado sobre más dolor.

Sin embargo, Javier Paredes Chí, también puede recrear la fantasía creativa, como lo hace en el texto ALGÚN DÍA ESTA PIERNA, donde lo inverosímil tiene lugar, desde la prosa atrevida de Javier, que se arriesga a contar y contando te mete en el mundo que quiere que aceptes sin preguntas; haciéndote partícipe, tal como lo hace Violeta Azcona, del deseo de mutilación auto infligida: "Cada vez que le saco punta a mi lápiz, tengo ganas de meter mi pierna derecha en el sacapuntas eléctrico."

Con dos obras poéticas en su haber Melodía tu engranaje quieto (Catarsis Literaria El Drenaje, 2011), y Cruóris o la rabia que fuimos (Ayuntamiento de Mérida, 2014), Ángel Fuentes Balam ha demostrado que la poesía es material para la fuerza del espíritu. Si alguien pretendiera decir que la poesía no sirve para nada,

Fuentes Balam le escupiría al rostro porque para eso igual sirve el poema. Para escupirlo, para gritarlo, para golpear en la cabeza a los que se ponen la corbata de la academia en busca de "validarse a través de sus textos y sus sonrosadas premiaciones". Los poemas de Ángel Fuentes Balam nacen de la certeza de tener los pies claramente asentados en el suelo. Fuera los disfraces, fuera los trajes sastre, hay que sangrarse los músculos, lastimarse los nudillos en la construcción del verso, así, con esa rabia: "Entre sombras / intento asir el volumen de una garganta que siembra / un antiguo horror entre los hombres con su grito / de impiedad y lumbre."

En el poema LA NOCHE NO TIENE BRAZOS, Fuentes Balam hace eco de esa búsqueda intimista que he señalado como factor que traza unidad en los autores acá reunidos: "soy ola que golpea el gran peñasco de la soledad." Y más adelante deja sentir esa misma soledad, como una necesidad de encontrarse, y al hacerlo afirmarse: "La noche no tiene brazos que sujeten mis hombros ni mi nombre". Incluso puede evidenciar una postura similar ante las religiones: "La noche no tiene brazos que sostengan el mundo,  /ni dedos para hacer la cruz." Porque se han terminado los rituales impuestos, y nacemos a nuestro propio reconocimiento, a la construcción de nuestro rituales modernos. En sus poemas el poeta se vuelca por completo, nos deja ver parte de esa postura ante la vida, dando alguna enseñanza a su hija. En el poema ARIADNE OCEÁNICA, que aparece dedicado "A mi hija, Luz Ariadne Fuentes Leyva", el autor señala "Todo fue minúsculo. Fui aquel dios que juega /a matar sus criaturas y reír al acto /para no llorar de soledad." El poeta Fuentes Balam evidencia lo que hemos mencionado, la postura individualista ante el mundo, saberse dios como creador, pero renegar de esa misma divinidad que de alguna forma nos ha sido impuesta como un acto colonizador, y por ello pretende la lejanía de toda religión, en búsqueda del lado más humano, no ajeno a la podredumbre social en que nos vamos deconstruyendo.

La otra cara de la moneda poética en esta reunión de Escritores del Karst la leemos en la obra de Ángel Augusto. Si Fuentes Balam es el fuego que todo lo consume, Ángel Augusto (Umán, Yucatán, 1988) es la flama que sabe moldear el acero. Los poemas de Ángel Augusto son cantos y melodía, la mano que abre la bruma para dejar que la luz llegue a los jardines. Sus poemas son la naturaleza, la primavera que derrite las nieves e invita a la reflexión. Uno puede ver al poeta caminando cerca de las fuentes, junto a los riachuelos, con el pincel en la mano, dando color a toda la oscuridad que pudiera presentarse en el camino. Más allá de su poema para 'Encontrar a Satanás', los poemas de Augusto se forman en la ternura del amor, lo que lo convierte en una especie de poeta de la vida, de la alegría, la pureza, ese pequeño espacio de luz al final del túnel que ha sido la constante en esta reunión de escritores. El hablante lírico que Augusto construye, no solo porta la luz, es la luz que hace vivir a la rosa, la que hace brotar el agua de la roca. Y hasta de las tinieblas de la tradición y el erotismo, el autor enmarca la claridad de su espíritu: "Mi sexo soporta el peso abrumador de tus caderas / Como el peso del mundo / Como el peso de todo lo obsceno / Como el peso del gozo". Tal vez fundado en su relación de pareja, tal vez por su constante trabajo con los niños a quienes imparte talleres de lectura y creación, la voz de Ángel Augusto planea sobre aquellos pantanos y sale limpia, sin manchas, pero ave al fin, el poeta tiene más del cuervo de Poe que de aquel albatros de Baudelaire, y muy lejano a aquella gaviota narrada por Richard Bach. El autor es consciente de que: "Tanta belleza / a veces duele".

En su poemínimo PLENILUNIO nos muestra dónde se encuentra el hablante lírico, disfrutando la maravillosa naturaleza: "Sentado / en la cornisa /del tiempo /miro la flor /plateada /que se abre /en la noche." Y es "la cornisa del tiempo", en dónde correctamente se sitúa y nos invita a situarnos, siempre al borde del tiempo, porque así es como vivimos hoy los habitantes de todas las ciudades. Augusto, quien como Javier Paredes, son naturales del municipio de Umán, Yucatán, que ha sido conurbado con el municipio de Mérida, capital del estado, han podido crecer mirando la frontera física, tanto como legal de dos municipios, de dos tipos de comunidades, una más rural que la otra, que están unidas por una avenida donde se sitúan la Ciudad Industrial. Umán fuer por mucho tiempo, y en ocasiones sigue siéndolo, la entrada a Mérida desde occidente. Todos los autobuses, camiones de carga o automóviles que llegan a Mérida, lo hacían atravesando el poblado-villa de Umán, quien con todo, no ha perdido sus tradiciones, que se conservan en sus pobladores, de los que tanto Javier Paredes como Ángel Augusto son protagonistas. Nuevamente vemos el alcance que tiene la significación de "la cornisa del tiempo" donde el poeta sitúa acertadamente a la civilización.

En el poema "En defensa propia", leemos: "la estrujé entre mis dedos /con toda la fuerza /con todo el amor que puedo dar"; la pasión y la locura se ponen de manifiesto. De nuevo encontramos el punto en el que Augusto se hace uno con los demás Escritores del Karst, al dejar evidencia de que las pasiones, el amor, mal encaminado es probable que cause daño sobre el objeto amado. En el poema se hace referencia a la 'rosa', pero durante muchos años se ha podido comparar la dualidad "rosa-mujer", recuérdese que una de las "letanías a la Virgen" la compara llamándola "rosa mística" y dentro de los textos bíblicos, en Cantares, el rey Salomón escribe la siguiente expresión: "Yo soy la rosa de Saron y el lirio de los valles". Revisemos entonces lo que el poeta Augusto plantea al escribir: "la estruje entre mis dedos", nos parece plantear la posibilidad de destruir lo que es bello. Por ello el poeta remata el texto: "el sentimiento de alivio /que solo la muerte /de algo que amas /y duele /y se duele /puede provocar".

Damos vuelta a la hoja para entrar al mundo poético de Alejandra Sustersick (Mérida, Yucatán, 1986). El trabajo de Sustersick planea entre el amor, el desamor, el erotismo, y la amistad inquebrantable. Las preocupaciones literarias de la poeta se perciben en la autoconstrucción del Yo. Cada parpadeo-poema es un espacio físico y lírico para que la imagen sea una parte del cuerpo. Su anatomía se encuentra desperdigada entre los versos de su obra, haciendo de cada poema una estructura corporal independiente en el que la autora enhila sus espacios vitales. La casa, la ciudad, el espacio abierto, el paisaje, los elementos de la naturaleza: fauna, flora, aire, agua, la energía se percibe en el trabajo que Sustersick nos presenta.

En su poema AGONIZANDO, en tan sólo un verso se puede evidenciar ese amor-erotismo-amistad- permanencia-lucha continúa por salir adelante: "el temblor nocturno nos sostuvo", porque la noche ha sido concebida como oscuridad y desde ese valor simbólico como antítesis de la luz-día, pero al mismo tiempo es la oscuridad, la noche, uno de esos espacios para los encuentros sexuales, para el romanticismo, para abrazarse, para la fiesta con amigos, amores, amantes. Ese "temblor nocturno", que pueden ser los cuerpos amándose eróticamente, como puede ser la fiesta, y como también puede ser el miedo a lo desconocido; pero es en el plural "nos", donde el hablante lírico evidencia lo grupal. También en Sustersick permea la desesperanza que se ha vuelto 'lugar común' y 'tendencia' entre los Escritores del Karst, y que la sociedad no quiere mirar, cerrando los ojos. En su poema "Sus latidos se alejan de su propia superficie", la autora se pregunta: "¿Qué se ha hecho a sí mismo el hombre que ha quedado hueco?" Y la pregunta no es por ese vacío, por ese hueco que se encuentra en los habitantes del mundo, sino por qué se lo ha auto infligido. Como hemos visto en la revisión de estos autores, esa desesperanza, ese vacío, esos huecos van seguidos del auto castigo, de la depresión, del abandono de sí mismos. La autora es capaz de nombrarlo, de percibirlo y lanzar el grito en busca de eco en los lectores, porque ante la pregunta: "¿Qué se derrumba qué muere qué dispara?", la misma autora busca una respuesta a manera de placebo: "Todo podría tener sentido / Todo podría ser un engaño".

Manuel Crespo (Temax, Yucatán, 1984) nos recuerda la voz poética de Fuentes Balam, al menos en la energía con la que se construye el discurso. Sin embargo, la prosa de Crespo es mucho más ácida que su poesía. En el poema de Crespo vemos otro espacio mental creativo que el que desarrolla en su prosa. Como si para la prosa escribiera con la mano izquierda, a escondidas de la mano derecha con la que escribe el poema. Pero ambos creadores son el complemento de un autor que tiene ganas de decirnos las cosas con claridad. En sus poemas podemos leer: "Ya todo está muerto. / Ya todo es llanto. /y no te tengo." Lo cual vuelve a mostrarnos el ambiente generacional de los autores acá registrados, la desesperanza ante la vida. El abandono de la alegría. Crespo es un autor empeñado en que la literatura sea esa balsa para sortear el río de la vida. Leer a Crespo es abrir el refrigerador, tomarse una cerveza, y leer con calma. Luego tirarse sobre la pareja y llenarla de besos y mordidas al por mayor. El atrevimiento del autor se nota cuando en su cuento EL ANDALUZ, de una violencia terrible, y que tiene la osadía de dedicárselo a su hijo: "A mi hijo Santiago Darío Crespo Canché". El texto narra una historia de hotel, que nos remite a aquella misma escena de la película del Emilio Indio Fernández, Salón México, filmada en 1948.

"El tipo estaba completamente ebrio. Tirado en el suelo. Balbuceaba el nombre de una mujer. Creo que esa mujer se llamaba Ana". (…)

"El cuarto pertenecía a un motel del centro de la ciudad. El tipo bebía mecánicamente, no tenía noción. Pronunciaba el nombre de Ana y eructaba, después se tomaba un trago. Volvía a pronunciar el nombre de Ana, suspiraba y se tomaba dos tragos. Casi inconsciente, insistía con el nombre de Ana y lloraba, y bebía hasta terminarse la cerveza". 

La soledad del personaje ebrio que retrata Crespo, tiene todo menos el cliché. Esos fanfarrones machitos que se la pasan llorando por la mujer, o que se enfurecen cuando alguien les menta la madre, porque viven a plenitud lo que menciona aquella cumbia que ha pasado a la historia "Los caminos de la vida", y cuya letra dice más o menos: "Que mi viejecita buena se esmeraba / Por darme todo lo que necesitaba / Y hoy me doy cuenta que tanto así no es", que en el 2004, volviera a lanzar el cantante argentino Vicentico. A eso suena el personaje que Manuel Crespo construye, lloriqueando mientras se alcoholiza, lloriqueando mientras lo macho se le pierde en el recuerdo de la mujer, como si recordara a su madre, como si recordara a toda mujer. Pero al personaje de Crespo le crece lo macho de golpe, en el retrato de la mujer que llega a ver al tipo del hotel:

"Se escuchó que alguien tocaba la puerta. El tipo no podía levantarse y no quiso hacerlo. Ese alguien lo intento dos veces más. Luego se detuvo por unos segundos. Enseguida, se escucho el ruido de unas llaves y la voz de una mujer.
—Sabía que esto sucedería.— dijo. 
Aquella mujer que entró en el cuarto, tenía puesto un vestido negro y cargaba en la mano un bolso del mismo color." (…)

La mujer sacó del bolso una botella de whisky. Miró fijamente al tipo y comenzó a beber en solitario. El tipo estaba inconsciente. Con unos tragos encima, la mujer escribió en un boleto de autobús estas líneas '11:15 pm. Mérida, Yucatán. Ana jamás será para ti. Borracho de mierda' luego guardó la nota en la camisa del tipo. Se sentó a su lado. Tomó una colilla de cigarro y la encendió. "

Y en golpe de tintes de cine oscuro, tirando a gótico, Crespo retrata como en el realismo sucio la podredumbre mental, sobre las adicciones de los personajes que son retratados, que pueden suceder todos los días en cualquier ciudad de México, América Latina, o el mundo:

"La mujer bebió un poco más de lo planeado, casi hasta emborracharse. En un acto fuera de lugar, la mujer desabrocho el cierre del tipo. Le sacó el miembro y lo roció con un poco de cocaína… luego se lo metió a la boca. No hizo ningún movimiento. Solamente le quito  la cocaína con su lengua. 
El tipo seguía inconsciente pero ronroneaba. 
—Sabes lo mucho que me encanta tu lengua, Ana.
Por fin el tipo abrió los ojos. Miró aquella mujer sin sorprenderse, como si la conociera. Ella al ver que el tipo había despertado, se sacó de la boca el miembro, se limpió los labios y le sonrío de una manera burlona. 
—¿Quieres chingarme?— preguntó la mujer, retándolo con los ojos.
—Quiero joderte. Joderte hasta que desangres, puta. 
La mujer se levantó de la cama. Se puso enfrente del tipo y comenzó a desnudarse, muy lento. El cuerpo de aquella mujer era hermoso. El tipo ni se inmutó. Con risitas incompletas se burlaba de ella y de su poca sensualidad. Cuando la mujer estaba completamente desnuda, volvió a insistir pero esta vez fue más irónica.
—Desnúdate. Quiero saber que tal chingas.
—Puta, siempre puta.— Ronroneaba el tipo mientras se desnudaba.

La mujer sacó del bolso una pistola sin que el tipo se diera cuenta, la colocó debajo de la cama. Cuando él la miró, la mujer estaba acostada en el suelo y con las piernas abiertas. Entonces, él aprovecho la ventaja. Sin ninguna caricia de por medio y mucho menos un beso, el tipo la penetró ferozmente en cinco ocasiones. En cada una de las penetraciones ambos pronunciaban el nombre de Ana. Cuando el tipo quiso alzarle las piernas, la mujer tomó la pistola y le apuntó en la frente. El tipo tampoco se sorprendió de aquel acto. La mujer no lo amenazó, sólo le dijo que era su turno. Él entendió que tenía que acostarse y lo hizo. La mujer seguía apuntándole con la pistola, tenía fijamente la mirada puesta en la frente. Sus ojos color miel reflejaban los ojos negros de aquel hombre. Ella se dejaba penetrar de nuevo (en esta ocasión fueron diez veces). No hubo esbozo del nombre de Ana. Cuando el tipo le quiso besar los pechos, la mujer se detuvo. Lo miró fijamente y sin rodeos. Se apuntó la sien, y con una sonrisa de venganza dijo.

—Cuando Ana se entere de esto, te odiará.— después jaló el gatillo."

Luego de la agitación del río revuelto que nos han dejado las lecturas anteriores, el remanso llega a tiempo desde la pluma de Alejandro Argáez (Mérida, Yucatán, 1980), en el retrato de la escena natural que sucede en una ciudad a un hombre cualquiera (Fulano de Tal) que puedes encontrarte en cualquier esquina. La meticulosidad narrativa con la que Argáez se maneja no carece de agilidad mental: "Cierro la puerta principal de la casa. Siempre me ayudo con la llave para poner el seguro pero esta vez me decido a solo jalar la puerta; total, no hay nada de gran valor que se puedan robar." La crítica social que implica "no hay nada de gran valor que se puedan robar", que remarca lo que es una gran mayoría de la sociedad mexicana. Uno puede ver cada movimiento de los personajes, como sentirse dentro de ellos mismos, y sorprenderse y condolerse al mismo tiempo.

"Todo hubiera terminado aquí sin más escándalo que el típico caso donde el marido mata a su infiel esposa y al amante. La noticia no tendría mayor impacto y terminaría por formar parte de las estadísticas, pero después de soltar el arma y acercarse a los cuerpos, Fulano de Tal reconoce al hombre, es Pancho el carnicero. Todo fue tan rápido que hasta ahora se fija que su mujer le era infiel con un tipo de poca monta. Eran tal para cual, se consuela. Se sienta a un costado de la cama y desde ahí observa el cuerpo de su esposa, ella era todo para él. Se arrodilla para tomar la delgada mano de su mujer y mirar la fina alianza de oro que él le entregó el día de su boda diez años atrás. Observa el rostro del desgraciado carnicero, lo mira como el tigre mira a su presa. De pronto una idea llega a su mente. Va en busca de un machete,  pasa por la cocina y saca de la alacena las bolsas más grandes para la basura. Vuelve al cuarto, primero decide encargarse del cuerpo del carnicero. Fulano de Tal no puede evitar una sonrisa sarcástica, después de tantos años de rebanar y descuartizar animales, ahora le toca a Pancho. Con gran saña desprendió la cabeza, luego cortó los brazos a la altura de los hombros, en los codos y después las manos, por último cortó las piernas, primero las desprendió del tronco, hizo un corte a la altura de las rodillas y para terminar cortó los pies. Al final el cuerpo quedó dividido en catorce partes."

Su mujer le ha sido infiel con un "tipo de poca monta", dice el autor, luego de habernos dicho por palabras de su personaje que no tiene nada de valor que le puedan robar, y sin embargo le han robado la mujer, le han robado la tranquilidad porque ahora se ha convertido en un asesino. Y mirar a un Fulano de Tal descuartizar a un ser humano, y leerlo como si tal cosa, evidencia las escenas ante las que la sociedad mexicana se está volviendo tan pacífica. Es tan natural que alguien descuartice a otro, que los jóvenes se hagan cortes a sí mismos. Que una mujer pueda matar a la suegra, que un joven pueda quemar a su novia, que una mujer pueda cogerse a su joven hijo, que un 'padre' pueda golpear a su hijo en grupo y llamarlo: maricón cobarde. A estas escenas nos estamos acostumbrando tanto, lo cual es peligroso.

Y en este presentimiento de peligro social, situado en las lecturas, es como entramos al trabajo de Daniela Eugenia (Mérida, Yucatán, 1980) donde debemos permitirnos la ensoñación de sus poemas y contrastarlos con sus prosas. Desde su primer poema titulado 'Matices' la autora hace de la imagen su herramienta, que invita a mirar con los ojos de la poesía el caminar del hablante lírico a través de la ciudad. Daniela podría situar su verso entre la poética de Ángel Augusto y Melbin Cervantes. La suavidad y la cadencia del verso se palpan, y en ese vaivén prosódico se construye el sentimiento que termina por derramarse en la lectura. En su poema MATICES, leemos: "Un edifico alto, vigoroso / asoma a la distancia /y los matices de la ciudad me abruman. / Tanto sufrimiento, tanta miseria / me pregunto ¿seré parte de ello? / ¿alguien me mirará con pena?"

Contrario a los poemas de Sustersick o de Ángel Nimbé, Daniela Eugenia aboga por la "duda" y lo señala: "¿alguien me mirará con pena?", y en esta preocupación que surge en su hablante lírico, la poeta sitúa la escena como en un álbum de cromos; nos hace a los lectores responder si acaso la miramos con pena, si acaso nos condolemos con esa miseria y sufrimiento que el hablante lírico percibe en la ciudad que atraviesa.

El poema continúa: "En cada esquina las flores se marchitan / el niño con la caja de chicles y cigarros / ese anciano que todas las mañanas / me pide una moneda /la mujer del bastón mastica un pan / y lo ciegos agitan sus canastas." A lo que también nos hemos acostumbrados como cómodos espectadores tal como señala una de las letras de una de las bandas de mayor tradición en el rock mexicano, La Maldita Vecindad, en su canción Gran Circo: "Difícil es caminar en un extraño lugar /En donde el hambre se ve /Como gran circo en acción/ En las calles no hay telón así que /Puedes mirar como único espectador /Te invito a nuestra ciudad", canción grabada en 1991.

Las narraciones de Eugenia, en cambio tienen un tono diferente, un sabor más ácido, que se pega como la muerte se pega en nuestros miedos. Daniela narra cómo si usara pincel y lienzo. Sus trazos quedan cargados en las tonalidades del paisaje donde se realizan, los verdes de las hojas, el rojo de las flores, el blanco de la sala de hospital. Su prosa, como sus poemas, se vuelven paisajísticos, pero en las prosas impera la violencia machista. Un hombre asesina a una mujer que va espiando, poco a poco, como un depredador hasta meterse a su casa, "Sombrero y flores rojas bajo el sol":

"Ahí estaba sobre esa pequeña escalera, apoyada sobre la pared blanca del jardín. Un enorme sombrero le cubría el rostro, las nubes de humo del cigarro escapaban de su boca. Eran las ocho de la mañana, dibujaba en aquella pared un árbol de flores rojas. La observé largo tiempo sin que notara mi presencia; ella reía y de vez en cuando mascullaba alguna que otra palabra inentendible para mí, debido a la distancia.

Me estuve bajo ese almendro, que me ocultaba a su vista, durante dos horas, las mismas que ella invirtió en lograr aquel dibujo; la veía entrar y salir de casa siempre sin dejarse ver el rostro, pero pude imaginarlo; sus delgadas y largas piernas me decían que invertía tiempo en su aspecto físico. Una figura tan armoniosa no podría tener más que un lindo rostro.

Un día antes coincidimos en la ferretería. El movimiento de su boca al pedir los tres colores de pintura vinílica hicieron que mis ojos se perdieran en ella. Salió del lugar, y yo, olvidando por qué había ido, la seguí con la mirada; su pequeña silueta se perdió entre las luces naranjas del atardecer.

Decidí seguirla, no me importaba si se diera cuenta o no: ¡quería verla!, mirar el tiempo suficiente para grabar en mi memoria las ondulaciones de su cuerpo, el flotar de sus cabellos con el viento.

Ahora está quieta. Los rayos de sol filtran por las cortinas viejas de la ventana; fue algo complicado traerla hasta acá; ¿cómo arrancarla de aquella pared, de ese árbol sin vida y de sus flores rojas? La misma vieja noche llega hasta mí, por eso decidí guardar en el recuerdo aquella luz del sol atardecido filtrando por las cortinas, iluminándole el pálido rostro y su cuerpo desnudo; ahora ya tan quieto, y aquellos grandes ojos que me miran, ya sin parpadear."

Y volvemos a mirar otro drama familiar, en el que se retratan los golpes a una madre, frente a los ojos de una niña en "Tardes de tamarindo"; una niña que al principio rememora a ambos padres y el cariño sobre ambos. Dice de la madre: "Todas las tardes después de bañarnos mi mama y yo salíamos al patio de la casa, a mi me gustaba sentarme en una enorme piedra que se encontraba debajo de uno de los árboles de tamarindo, mientras ella me trenzaba el cabello. Sentía la ternura con que sus dedos me acariciaban." Luego la niña narra los encuentros de su padre: "Sabía que en cualquier momento  papá se asomaría  por el umbral de la  puerta trasera de la casa con algún regalo, una muñeca de mejillas rojas, o algún animalillo que a las pocas semanas habría muerto; me tomaba en sus brazos y me besaba largamente la frente. Cómo olvidar la picazón que su espesa barba me causaba". Pero para los niños igual comienzan las tristezas a poblar sus memorias, memorias que pueden tornarse recuerdos de la fatalidad: 

"Lo vi  atravesar el portal, caminó directamente hacia mamá, llegó hasta ella, la tomó del largo cabello y empezó a golpearla. La vi rodar por la tierra. Le ordenó que entrara a la casa, ella se negó, eso lo enfureció mucho más. Ni un sólo quejido brotaba de la boca de madre. Yo lo miraba a él erguido sobre los puños de ella, e imaginaba su rostro como el de un diablo, de esos  que te han enseñado en  la doctrina.

Mi madre pudo zafarse, logró levantarse, retrocedió y pudo correr. Él, recuperando el aliento, fue tras ella. Los tropiezos eran inevitables sobre el enorme terreno. Era como un juego, como una película que se repetía una y otra vez, a la misma hora, las mismas actitudes, mismos gestos, mismo guión y yo la espectadora detrás de la pantalla, en mi butaca de madera."

¿Hasta cuándo miraremos nuestras propias miserias. Las miserias que continuamente construimos sobre los niños?

La generación de nacidos en los ochenta cierra con el trabajo de Anel May (Mérida, Yuc., 1980) y de María Jesús Méndez. Los temas de actualidad se presentan en ambas autoras. Los textos intimistas y confesionales de Anel, brincan en la crudeza de la sociedad que se retrata. ¿Qué somos los humanos sino los parásitos y la ruina de las demás especies? Aquello que no queremos ver terminamos por espantarlo de nuestro camino. Y desde ese espanto es de donde se convoca la realidad de la mirada de la autora. En "También los perros", Anel May retrata la miseria humana vista en los ojos de un perro callejero. Nos hace mirar hacia todos los parque públicos de México, mirar a esos niños de la calle, mirar la tragedia indisoluble sobre los tantos miserables que habitan las calles de las ciudades. 

"Pasan sin mirarlo, sin importarles su suerte. Nadie sabe si ha comido o bebido algo en las últimas horas, en los últimos días. Él, camina a paso cada vez más lento, fatigoso, hay que ver cómo anda, el esfuerzo que hace. Cuando se fija en mí, me mira y eso basta para descubrir su tristeza, su decepción por la vida. Hace varios días que no prueba bocado, saca la lengua debido al calor y al sol que lo agobia y le resta las pocas fuerzas que le quedan."

María Jesús Méndez en cambio intenta conciliar su individualidad con una sociedad en la que se sabe centrada. Busca dentro de su verso esquivar el encono social para caminar con la cabeza en alto sobre el discurso de su voluntad: "Por momentos, ingenua / me visto de sobreviviente." Y cuando su hablante lírico señala: "por momentos ingenua", donde miramos el reconocimiento de lo que nos rodea. Saber dónde se está parado. 

PARTE CUARTA. NACIDOS EN LA DÉCADA DE 1970.

El libro termina con el trabajo de Roberto Cardozo y José Trinidad Aranda. Cardozo (Dzilam González, 1975), similar a Javier Paredes es un juglar de la palabra. Pero a diferencia del discurso de Paredes, el discurso de Cardozo es más coloquial, más centrado en el ahora, pero no por eso ajeno a las lecturas del canon occidental, de donde recoge muchas de sus filiaciones artísticas, Kafka, Wilde, pueden ser unos ejemplos en el que recrea sus minificciones, trayéndolas incluso a la modernidad:

INSECTO. 
Al despertar una mañana, después de un sueño intranquilo, me encontré en mi cama convertido en Gregorio Samsa.

LA SELFIE DE DORIAN GRAY
Publicó su foto en Instagram y se dispuso a observar el paso del tiempo.

Mientras que Paredes se sostiene de las referencias clásicas y del canon occidental, Cardozo –aunado a sus influencias literarias– se ocupa de la actualidad, de los problemas y dramas cotidianos: "El niño de sexto grado despertó sonriendo al recordar el dulce beso que le dio a la maestra en sus sueños. El niño de sexto grado despertó siendo hombre." Un texto en el que el autor logra conectar con el tema Tabú del abuso de los niños varones por las mujeres adultas; un tema ante el cual muchos quieren cerrar los ojos. Sabedores, con Octavio Paz, de la diferencia entre ser Hijo de la Chingada, que Hijo de Puta; sabedores de lo que implica la "penetración" sobre el rompimiento del himen, que siempre rasga tanto vaginas como anos, es necesario reflexionar que se le da menos peso a la violación que una Mujer realiza sobre un infante varón, toda vez que la mujer termina igual siendo la "penetrada" por un pene aún infantil, pero arrebatándole de la misma forma la "inocencia al pequeño". La violación infantil ocurre tanto con niños como con niñas, y hay mujeres que violan o abusan de niños, desde pequeños niños de meses de nacidos hasta de jovencitos de 15 años; los cuales no tendrían por qué sostener relaciones sexuales con mujeres adultas aún.

Por su parte José Trinidad Aranda (Cansahcab, Yucatán, 1971), nos inunda la mente con sus historias cargadas de un costumbrismo naturalista de actualidad. Y así como puede situarnos en un punto específico de la historia de la península de Yucatán, igual se siente cómodo al narrar respecto de las tradiciones populares. La ficción y la fantasía caminan en las narraciones de Aranda, tanto como la capacidad humana del riesgo, el asombro, y la remembranza. Un recurso poco utilizado por los narradores contemporáneos de la península yucateca, es el cuento histórico, que con base en la ficción, pueda sumergirnos en algún instante de los sucesos que han formado nuestra región. Ya en Abbadon, el exterminador de 1971, Sábato va mezclando la vida contemporánea con los textos históricos de la Argentina, de una manera por demás loable. Y movido por ese mismo espíritu, Trinidad Aranda, se permite el uso de aquella posibilidad literaria. Un toque de historia para situarnos en el tiempo, y desde ahí poder acercarnos a un texto regional que con el tratamiento busca hacerse universal. En su texto "NADANDO EN RON", Aranda recrea aquel tiempo de la revolución carrancista que sucediera en la costa de Yucatán: 

"El día amaneció nublado. El sargento Cañares aún no entraba en la fase de "cruda", pues apenas tres horas antes había dejado de tomar. No lo hizo por gusto; se había acabado la dotación de ron que robaron en la hacienda Chenché de las Torres, al salir de la jurisdicción de Temax, rumbo a la costa. La orden era detener, en Chabihau, un posible ataque de las fuerzas constitucionalistas, que iban a ser enviadas para combatirlos."

Y nos enfrenta, como casi en todos sus trabajos, al efecto de la tradición, la experiencia, el costumbrismo. Narraciones ligeras pero claras sobre la forma de enfrentar momentos importantes de la vida, escuchando la voz de la experiencia. En otro de sus trabajos Trinidad Aranda, a la manera de Julio Cortázar, que incluso en tres ocasiones hace uso de aquel truco literario (La isla a medio día, La noche boca arriba, Axolotl), el autor en TRÁNSFUGA, se permite decirle al maestro: Yo también logro hacerlo, he aprendido la lección, y cambiar al personaje narrativo hacia el otro personaje que se narra para volverlo el narrador.

"nací en el corral y aprendí a beber la leche de mi madre inmediatamente. El instinto me indicaba que tenía que golpear las ubres con la frente para que ella las dejara llenarse de una tibia y dulce leche que era una delicia, al igual que las caricias del pastor que se ocupaba de todas las ovejas, pero a las pequeñas nos consentía más. 

Un día soleado vino por mí y me llevó a una parte del rancho que yo no conocía y que me hizo sentir temor. Antes de que pudiera saber la razón de mi miedo sentí que me ataron las patas traseras y de un tirón quedé colgando boca abajo. 

La sangre se agolpaba en mi cabeza y sentía dolor. Cuando quise gritar, vi que en el extremo de su mano derecha algo brillaba. El brillo se acercó a mi cuello, y dejó de ser visión para convertirse en una horrible sensación que seccionaba mi piel y otros tejidos. Mis músculos estaban muy tensos, y por el miedo y el odio que instantáneamente sentí hacia el pastor, lo miré a los ojos por última vez: ¡Apreté los músculos de mis extremidades delanteras y cerré los ojos con la fuerza de toda mi rabia e impotencia juntas; al abrirlos vi que con mi mano derecha casi rompía el mango del cuchillo, mientras atravesaba con él la tráquea del borrego!

En su mirada, que iba apagándose, pude distinguir el alivio de regresar al orden de las cosas, y entendí  por qué el pastor sabía muy bien lo que sentíamos.
No era yo el que moría colgado boca abajo, sino el pastor"

Las memorias que se desatan en los momentos menos inesperados es lo que se cuenta en "CHUKULMACH", y es además el pretexto con el que el autor rescata una tradición en los campos de Yucatán:

"Pues bien, ahí me encontraba. Tal como estaba programado, llegué dos horas antes del vuelo, con una sensación de vacío en el estómago, no obstante haber desayunado un par de huevos estrellados cubiertos con jamón.

Siendo mi primer vuelo y apenas aguantándome el miedo de imaginarme tan lejos de la tierra firme traté de tranquilizarme poniendo mucha atención a las explicaciones.

Ya en mi lugar, el corazón se fue acelerando aún más, aunque en realidad la ansiedad la sentía en las tripas. Por un momento temí que de verdad me asaltara tal ataque de pánico que tuvieran que bajarme del avión para no ser un peligro. 

(…) en ese vaivén de la nave que proporciona la verdadera sensación del vuelo, sucedió: 

Tengo 6 años y observo desde la puerta de la tienda de papá —abarrotada de gente—, cómo otros niños y adultos del pueblo se divierten jugando con un papagayo que me parece muy grande.

Cada jugador toma el extremo del hilo, que es de sosquil atado a un manojo de hierbas —como si fuese el carrete—, y corren haciendo que el juguete se eleve, y ya que ha tomado considerable altura lo sueltan. 

Entonces el siguiente participante tiene que coger el manojo en el aire antes de que el papagayo pierda sustentación, y echarse a correr también, repitiendo la acción.

El juego se llama "chukulmach", y lo conozco desde que tengo conciencia del mundo; pero nunca lo he jugado, soy muy pequeño para eso, no sólo por mi edad, sino también por mi talla, pero me divierto mirando. Mientras sucede esto veo que Maduch, dejando por un momento la cocina con su colección de ollas, recados y condimentos, ha salido también a ver el juego, animada por los gritos de chicos y grandes, quienes se alternan para lanzar el papagayo."

Como vemos, entre las constantes de este grupo antologado son las lecturas que abrevan. Leer hace a todo escritor, y eso es algo que se cumple en estos 21 autores. Otra constante es la libertad, la multiplicidad de pensamientos y la diversidad de ideas. La flama que no se extingue en la renuncia a lo establecido, a las autoridades. Los "escritores del karst" dejan constancia de esa muerte de dios, que es la muerte de todo aquello que pretende ser norma causadora de culpas, y se rompe con eso que busca doblegar a los espíritus. Los autores antologados, parecen renunciar a ser víctimas y a ser participes de odios, odios y desesperanzas que logran retratar en la sociedad y que logran retratar en conjunto para este año 2016, desde la ciudad de Mérida, Yucatán, México. Los escritores del Karst, se muestran resueltos a vivir y dejar vivir, a leer y dejar leer. No intentan establecer fricciones insanas de valores arquetípicos, sino que soslayan la imprecación del tiempo, sobre los pasados errores y se ríen de todo aquello que intente limitarlos. 

Los autores convocados en esta antología lo han ido descubriendo. Llevan el parásito de la literatura metido entre los ojos, contaminando su sangre. Y solo el empeño podrá decir a dónde habrán de llegar con este impulso que ahora se les brinda al reunirlos y sacarlos a la luz de otros lectores. Porque en Yucatán las antologías no han sido pocas, y como al inicio hemos comentado, las más recientes se pueden nombrar a partir de La voz ante el espejo, para continuar con Nuevas voces en el laberinto, y llegar hasta el trabajo de Casi una isla, sin embargo, de las tres que acá se mencionan solamente Nuevas voces en el laberinto incluye a narradores y ensayistas, las otras dos exclusivas de poetas.

La literatura en la península de Yucatán es de alta calidad y tiene exponentes tenaces y de gran constancia. Por ello podemos establecer que la década de los nacidos en los sesenta está representada en la poesía por Jorge Lara, José Díaz Cervera y Álvaro Chanona Yza. En la narrativa por Carolina Luna y Carlos Martín Briceño. La década de los setenta en poesía está representada por Lourdes Rangel y Ena Evia, y en narrativa por Will Rodríguez y Roberto Azcorra. Los nacidos en los ochenta están representados en poesía por Manuel Iris e Ileana Garma. Autores cuya obra poco a poco irá formando parte del corpus de la literatura yucateca. Y hay muchos más nombres a los que usted puede acceder con calma, y que nombrar nos llevaría algunas cuartillas. 

Los autores documentados en la antología "Karst. Escritores de la península yucateca en 2016", alzan la mirada, y frente a ellos se vislumbra el camino de una carrera literaria que tiene que ser recorrida. Ser escritor no es cosa fácil. Ser escritor no es un disfraz para agradarle a un selecto grupo de personas. Ser escritor es tener conciencia de la creación de personajes, historias que formarán un mundo diferente, a donde viajarán aquellos lectores que habrán de consumir un trabajo, en busca de hallarse a sí mismos. Ser escritor es una gran responsabilidad que tiene miles de recompensas diarias, en el conocimiento y la experiencia que implica la calma observación del mundo que nos rodea. Ser escritor es, incluso, una gran carga que pocas veces deja descansar. ¿Estás preparado para serlo? 

¿Qué nos ha dejado la lectura de estos 21 autores nacidos en el sureste de este ombligo de la luna entre 1971 y 1996? Ante la desesperanza nos deja la Esperanza de que los autores saben observar, ante las cadenas del egoísmo de la sociedad la libertad. La limitante del arte por el arte, que ha alejado a los escritores como redactores de su sociedad, críticos de la misma, ha sabido validarse alrededor de las anteriores líneas. Dejando un espacio para el reconocimiento de compartir las existencias en un punto exacto del tiempo. Reconocer al otro en el texto creativo. Porque es en la expresión escrita en donde la palabra dejará pasar el tiempo. Y es el tiempo el que al final pondrá en su lugar a todos los autores.
¡Que el tiempo ponga en su lugar a los poetas!

Parte 1: http://sol-negro.blogspot.com/2016/12/escritores-del-karst-por-adan-echeverria.html

Parte 2: http://sol-negro.blogspot.com/2018/01/escritores-del-karst-parte-segunda-los.html

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