Crédito de la foto: Mary Ann Agurto |
el poema es mi cuerpo
BLANCA VARELA
Conozco la poesía de Willy Gómez Migliaro
desde hace un poco más de conocerlo a él. Supe de sus versos por primera vez,
cuando publicó su “Construcción
Civil” en el 2013. Acostumbrada como estaba a lo fácil, me costó mucho trabajo
la lectura de ese poemario y, obviamente, lo solté antes de terminar de leerlo.
Me consolé recordando a Borges hablar del contrasentido que representaba la
frase lectura obligatoria. Entre
otras cosas, él decía, refiriéndose a Shakespeare: “Si les resulta tedioso,
déjenlo. Él no ha escrito aún para ustedes. Llegará un día en que él será digno
de ustedes y ustedes serán dignos de él, pero mientras tanto no hay que apresurar
las cosas…”. Es la anécdota que suelo recordar cada vez que me siento
incapacitada para comprender algún escrito, del autor que fuera. Eventualmente,
adquiero la dignidad requerida para ese propósito, pero no siempre tengo suerte.
De modo que pasaron varios años antes de que tomara de nuevo el libro que
menciono y reiniciara mi lectura. Fue a principios del 2016, cuando visité el
taller de escritura creativa de Willy. En esa época también me hice con otro
libro suyo: Pintura roja. Debo confesar que este último poemario me atrajo más,
al saber que su temática aludía a museos y obras de arte. Entonces me acerqué
al libro como me acerco a los cuadros de los museos, sin miedo a “no
comprender”, solo con la intención de “sentir” y “disfrutar”, ya que ¿para qué
más sirve el arte si no es para producir goce?
Y, seguramente, ese fue el día en que mi
pequeño entendimiento fue digno de una parte del universo poético de Willy. Del
mismo modo en que me acerqué a Pintura Roja, me acerqué a Lírico puro. Me
sumergí en su lectura como en un río de imágenes urbanas vívidas. Me choqué con
un torrente de objetos cotidianos y me deslicé a través de sus collages
lingüísticos llenos de colores sombríos. Y es que si Willy Gómez fuera pintor, imagino
que sería como Jackson Pollock, quien usaba su propio cuerpo, además de las
herramientas tradicionales, como pinceles, caballetes y telas, para la
confección de sus cuadros. Su técnica consistía en verter, dejar gotear o
salpicar con pintura la superficie de un lienzo, para transmitir velocidad y
movimiento. Además de eso, le daba volumen y textura a sus cuadros añadiendo
arena, pedazos de vidrio y otros materiales. En la poesía de Gómez, son los
verbos en infinitivo y la ausencia de pronombres personales los que le dan
movimiento y agilidad a sus versos. Al igual que Pollock, le da volumen a sus textos
insertando retazos de lenguaje y personajes tácitos. Crea texturas cuando pega elementos,
aparentemente banales, sobre sus poemas como si se tratara de pegatinas: latas,
velas, televisores, cucharas, escaleras, ganchos de ropa, cartucheras, lijas,
jabones, espejos, bicicletas, geranios, tuberías de plástico, piedritas… En Lírico puro, una serie de símbolos se
pueden arrastrar sobre la hierba del
jardín, y también se los puede encontrar en un film alveolar para dar felicidad, como apunta el autor. Aunque
si bien, el poeta nunca aparece explícitamente en los poemas con un “yo” a
secas, a través de verbos conjugados en la primera persona del plural, como
“estamos” o “somos”, nos hace saber que forma parte de una comunidad. Nunca
está solo. El título del libro, por otro lado, hace referencia a su
corporalidad. Es un ser lírico que usa el lenguaje en su estado más puro.
Continuando con la analogía entre la poesía
de Gómez y el trabajo de un artista plástico, podría añadir que algunos
elementos de su poética nos remiten, no solo al Action Painting de Pollock, sino también al Pop Art. Encontramos un ejemplo de esto en el poema inaugural, en
el que, mientras Andy Warhol usa la imagen de una lata de su sopa de tomates
favorita para exaltar lo banal, el poeta se vale de latas de leche (¿Gloria?)
para hacer alusión, tanto a la sociedad de consumo, como a las infinitas
posibilidades de la poesía. Nos muestra que es posible poetizar lo
insignificante y convertirlo en arte.
La poesía es otra manera de pensar la vida,
ha dicho el autor. Creemos que a eso se debe su continua batalla con las
palabras: a su afán por replantearse su propia existencia. Veamos, pues, cómo
lo hace, cómo destruye y construye, cómo aparecen nueces entre páginas y páginas, al tiempo que le saca chispas al
lenguaje, porque a veces al sacarle
colmillos a la realidad //somos dañados.
nueces
entre páginas y páginas
de modo que así funcionan las
cosas de naturalismo bárbaro y
corte de uñas sin función al dar
precio necesario si envuelve una
decisión de partir cáscaras y
la historia del niño como una
propagación casi literal de su
recolectora así de fácil cuando
la nuez no es sino fruto seco de
árbol acaso está hecha la historia
y esas uñas pintadas desfiguran
carne sobre el tablón
al final de un encuentro
las criaturas infelices amamos
o decimos desde la droga
son lilas al señalar un curso
meter nariz a ese libro de las
nueces por dios sus corazas
no cubren lenguaje
al sacarle colmillos a la realidad
somos dañados
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