Lo importante del ejercicio de antologar el
trabajo de estos 21 autores compilados en la antología Karst, escritores de la península yucateca en 2016, es darlos a
conocer a los lectores para mostrar que la literatura desarrollada por los Escritores
del Karst, afincados en la península de Yucatán, está sana, goza de buena
salud, es analítica, pensada, observadora y retrata su entorno inmediato
tomando de la universalidad las posturas necesarias para expresar sus ideales. Las
diferentes creaciones de cada uno de los 21 autores recrean, mediante la
expresión de su intelecto, la capacidad para asumir sus lecturas y es, desde la
asimilación del trabajo creativo, de donde logran plasmar sus emociones y su
vitalidad al descubrirse insertos en la sociedad en que les ha tocado
desarrollarse. La publicación de sus letras es una forma de dar a conocer sus preocupaciones,
con esa carga natural de vanidad que viene con toda publicación, pero que en estos
autores aspira más al hecho de compartir, con la esperanza de que cada lectura
pueda ofrecer un debate e intercambio de pensamientos. La antología aspira a
reunir y entregar parte de su obra ante los ojos censores de amantes de la
literatura, de los cuatro puntos cardinales en este planeta, lectores de habla
hispana. Validarlos como escritores actuales de esta sociedad que hoy convive en
la península yucateca de este México, conjunción de tres entidades federativas
diferentes Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Autores que, por lecturas y desde
las redes sociales, se conocen entre sí, y caminan coincidiendo en un tiempo-época,
y que por este medio ha sido posible retratar.
Ya en la Primera Parte de este ensayo hemos
hablado de Violeta Azcona Mazún, Ángel Nimbé, y Gema Cerón Bracamonte, (leer
acá http://critica.cl/literatura/escritores-del-karst-tres-mujeres-tres-decadas-diferentes-primera-parte); por lo que
esta segunda entrega hablaremos de los otros 17 autores que incluye la citada
antología Karst.
Abrimos con la excelente muestra poética de
Daniel Medina, autor de capacidades claras para la metáfora y la construcción del
significante en cada verso. Medina marcha atento sobre su voluntad creativa,
diferenciando en el oficio de escritor el momento justo para la lectura
pausada, y para la escritura como reflejo de la reflexión. Nacido en Mérida,
Yucatán en 1996, es estudiante de literatura latinoamericana por la Universidad
Autónoma de Yucatán (UADY). Ha publicado Mímesis
para Gusanos (LCE, 2015). Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014
por Templo de la fiebre; Mención de
Honor en Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía 2015 por Casa de las flores. Desde su poema Breve estudio
sobre un poema dañado, el
autor deja claridad de su propuesta poética; nos permite mirar lo que para él
puede significar la construcción del poema, cuando dice: "Dejo caer /este poema
/(…) / Olvido su nombre /y relación con la materia. /Él no busca la luz /ni la
floristería; /prefiere a los parásitos. /Teme regresar /a la misma orilla en
que /lo hallé mendigando, /(…) /Este poema /(…) /no sabe de vocablos. /Dice
nunca haber oído sobre dioses, /mucho menos de pájaros. /Dice no conocer a los
poetas."
Daniel Medina niega a conocer a los poetas, y en
eso basa su respeto por la poesía, en la materia clara de lo que es el Poema y
no la vanagloria del Poeta, porque los poemas sobrevivirán al tiempo, a la
destrucción de la materia, porque son las ideas cuajadas en los versos los que
sobreviven y no los poetas, que apenas son el instrumento para la expresión del
lenguaje, que continuará mutando. Sólo el tiempo pondrá en su lugar a los
poemas, y eso es algo que Daniel Medina deja muy claro al señalar: "La
idea inicial de este poema /ya no es clara. /Por tanto / debo destruirlo."
Nos han
dicho y nos dicen que todo creador, que todo poeta "Es un pequeño
Dios", y sin embargo los autores del Karst, no quedan conformes con esta
postura, que tiene mucho de constructo entre años, entre ideas, entre sangre
derramada en las conquistas. Justo hoy la humanidad continúa pendiendo de un
hilo en espera de que alguien apriete el botón de autodestrucción, y convoque a
la siguiente Guerra Santa, Guerra Sagrada, en las que la Cultura Neocristiana,
continúa aferrada a la superchería religiosa. El poeta Medina Rosado se permite
dudar, y es dentro de esa duda en donde cuelga la desesperanza de su hablante
lírico, y en donde plantea la construcción y el respeto por el poema. Como esta
sociedad aún no termina de lamentar la Muerte de Dios, expuesta desde el siglo
XIX por Nietzche, y cantada por otros autores que se plantaban mucho más
terrenales, y ajenos a todo misticismo.
Incluso
Daniel Medina se permite mostrarnos sus Cinco
formas de encontrar a Dios, en el que el autor dice entre otras cosas: "Levanté
una roca en el camino / y encontré a Dios /en forma de cangrejo. / Celebramos /
hasta la madrugada / iluminándonos."
Y luego de hacer retroceder a dios como un cangrejo, arrastrándose en la arena,
nadando en el agua de mar, de río, con ese pequeño exoesqueleto en el que,
disfrazado, quiere continuar espiándonos. Este dios de Medina Rosado se vuelve
"cangrejo"; y poblada esta la literatura y el arte de las formas que
toman los dioses: Zeus que como Cisne ha tomado a Leda; en cambio Medina hace
una caricatura del dios, y aún se da el lujo de "celebrar" con aquel
cangrejo hasta la madrugada, iluminándose. Ese vencer la noche, esperar el
nuevo día. Todos aquellos nocturnos literarios vienen a nuestra mente y junto
con el poeta miramos ese Nuevo Amanecer que nos anuncia la madrugada. Luego el
poeta Medina continúa diciendo: "Dicen que en los incendios / y los
terremotos / a Dios le gusta aparecerse / en forma de árbol histérico." Y
entonces aquel dios ahora es La Naturaleza, como catástrofe. Justo es el
reconocimiento del autor al Cambio Climático en el que su aliento vital se
sitúa: con las temperaturas elevándose, los glaciares derritiéndose, los
agujeros en la capa de ozono, los huracanes cada vez más poderosos, los tsunamis,
los terremotos, las erupciones volcánicas que se siguen presintiendo;
catástrofes de las que Medina no es ajeno, porque la península de Yucatán está
situada justo en el paso de los huracanes que se forman en el Atlántico y que
buscan internarse en el Golfo de México. Y aquel "árbol histérico"
que son estas sociedades y sus paradigmas de psicoanálisis, todos aquellos
fantasmas de la psiquiatría metiéndose en la conciencia colectiva del poeta,
que mira su entorno: ese árbol histérico (del griego útero), que nos sitúa frente
a un dios-hembra enloquecida: Gaía en busca de cobrárselas con la humanidad.
Es
interesante mirar los vasos comunicantes entre los autores de la misma
generación; la forma en que dialogan los textos de los unos con los otros
permite medir la cultura de los pueblos en una misma época-tiempo en el que les
toca convivir. Y de esa forma, mientras que Daniel Medina nos cuenta ¿cómo
encontrar a Dios?, el poeta Ángel Augusto Uicab (nacido en Umán, Yucatán, 1988),
nos presenta sus Lugares donde se puede
encontrar a Satanás; que como una especie de plagio creativo, tal vez
inspirado en el texto de Medina, Augusto señala: "Levanté una roca /encontré
sus cuernos /la terminación de su cola /en forma de hormigas rojas /de cientos
de mordeduras en mi cuerpo". ¿Cuál es el significado presente en la
palabra "roca" que tanto Medina como Augusto señalan levantar, al
iniciar sus poemas?; Medina "levanta una roca en el camino", que como
aquella canción mexicana de José Alfredo Jiménez: "una piedra en el camino
/ me enseñó que mi destino / era rodar y rodar"; rocas rodantes (rolling
stones), en el que se recupera la tradición, y se evidencia al hablante lírico
que busca, que evita los obstáculos, que persigue tesoros. Medina encuentra a
dios bajo esa roca, mientras que Augusto encuentra a Satanás. El poeta Ángel
Augusto continúa versando: "Una rosa marchita /entre las páginas de una
biblia empolvada.", y esa imagen vuelve a encontrar al delirio que le
ánima. Ya en La Biblia Satánica
(publicada en 1969), Anton Szandor LaVey nos sitúa en la intención de romper el
paradigma de Satán y lo hace confluir hacia un movimiento filosófico existencialista,
individualista, incluso, donde el placer debe ser exponenciado. Ángel Augusto
muestra "la empolvada biblia" como una imagen romántica, en el que
aquel amor de juventud ha dejado una flor, como recuerdo; y ha sido el paso del
tiempo de la humanidad, que ahora descubre marchita a la flor (podredumbre,
como todo lo vivo que muere), y aquella colección de textos sagrados, bañados
de ese polvo que todos somos. El abandono de la religión, el abandono de aquel
romance, en busca del placer.
En su
poema "Diálogo", Daniel Medina continúa plasmando su poética y
expresa: "Tengo dos poetas muertos en la bolsa /y un montón de arañas
explosivas. /(…) /Los poetas vivos /no sirven para nada."
Lleva
los poetas en la bolsa, porque así se llevan las lecturas, en las bolsas, en
los bolsillos. Como escritores somos el resultado de nuestras lecturas, que
siempre nos acompañan; y es la sociedad la que ha metido además "un montón
de arañas explosivas" con la tanta violencia, tanto grito, tanto apuntarse
con el dedo los unos a los otros; arañas que al explotar pueda hacerle tender
las telarañas entre unos y otros. El autor se sabe comunicándose siempre con
los que le rodean, lo acepta; pero se sabe capaz de validar la tradición de sus
lecturas porque: "los poetas vivos no le sirven". Medina Rosado es un
creador que se presiente ya en la forma de algún dios –aquel capaz de crear y
dar vida-, y sabe que tiene que destruir esas creencias que le liberen el
pensamiento; situándose en el siglo XXI, donde la comunicación acerca las culturas,
los países, los acervos que se sitúan desde las interfaces de la internet, para
que desde esa libertad pueda acceder a la creación de mundos propios: y si el
internet fuera el verdadero dios. Esta búsqueda concluye en su poemínimo "Primer contacto", donde el autor
dice: "Hay una especie de Dios al fondo de mi vaso."; y al escribir
"una especie de dios", hace a ese ser supremo uno más, que puede ser
clasificado bajo la nomenclatura binomial diseñada por Carlos Lineo en su
Sistema Naturae publicada entre 1735 y 1770,y que ha llegado a nuestros días.
Sumados a la postura de Medina Rosado, esa "especie de dios", podría
ser nombrada: Deus sp. en espera de
que definamos qué especie de dios puede ser la que habita el fondo de aquella
botella que mira el poeta.
Salimos de la obra de Medina para adentrarnos
en los reflejos pictóricos de Daniel Poot Fuentes (Mérida, Yuc., 1995), quien dentro
de uno de sus textos intenta reconocer la relación de aprendizaje y enseñanza
entre adultos y menores, o adultos de diferente genitalidad. Expone el juicio
de los investigadores y científicos que se la pasan más dedicados a la
contemplación del rito de la publicación necesaria (a veces exigida por las
academias en pro de prebendas económicas) que en el poder representar un
posible cambio en las estructuras sociales en las que se desenvuelve. Poot
Fuentes se presiente reflexivo del oficio del artista, como del genio creativo
y del investigador sentado sobre la academia. Pone el dedo en la llaga de la
comodidad no productiva de la sociedad. Primero en su cuento Botella al río nos dibuja una fantasía,
que puede ser abordada desde al menos dos aristas: un padre tiende a deshacerse
de su hijo o le impulsa a irse, a dejar el hogar paterno. La motivación de Poot
Fuentes para poder descubrirnos esa visión del niño que no puede dejar de
sentir el poder supremo del padre, como ese dios del que absorbe los
conocimientos de la vida:
"Esa tarde papá me llevó al río. Dijo que
limpiara una botella de cristal, trajera un papelito y algún lápiz. (…) Al río
llegamos a las cinco. Se escuchaba un ruido muy fuerte; papá dijo que era por
la corriente del agua; yo me asusté al imaginar que el río se acercaba a
nosotros y nos arrastraba. No sabía qué ocurría, tampoco pude entender de dónde
salía tanta agua, y eso me mantuvo preocupado; esperaba el momento en que toda
esa agua se gastara. Me pregunto si el agua es infinita. Hay mucho calor. Juego
con mis dedos a atrapar el sol, abro y cierro mis dedos, intento tapar todos
los orificios, los cierro fuertemente, la luz sigue entrando; los acomodo para
que mis dedos encajen, sólo veo la luz roja como si fuera fuego. Papá me
habla."
El pseudo cuento infantil en el que el autor
narra la enseñanza, la convivencia padre-hijo, en un momento memorable en el que
puede mirarse la ternura, mientras se detiene uno de la silla esperando lo
peor, que no llega. Dejo acá algunos fragmentos:
"Pone la botella en el río, ésta comienza a
tambalearse dentro del agua y se empieza a alejar… choca contra algunas rocas,
y hecha pedazos se hunde. (…) Hago como papá dijo, doblo el papel, pero a mí no me
sale tan bien; lo inserto en la botella y la cierro. Pongo la botella en el
río; veo cómo se la va llevando la corriente, la botella entonces se va muy
brusca sobre el agua, le llegará a los piratas, a cualquier parte, donde yo no
podré verla, dejaré que se la lleve el río a donde quiera."
"Anochece, veo el sol
ocultarse como si estuviera amarrado a un hilo y alguien lo fuera jalando hasta
guardarlo, quizá Dios; como una vez dijo la abuela: él se encarga de todo. La
abuela era una persona extraña, siempre hablando de Dios en la casa, decía
tantas cosas de él y decía también que recibe a los niños, principalmente. ¿Por
qué no se ha acercado a mi Dios?"
"Papá me mira. Se
acerca a mí, lento, toca mi hombro, sonríe; me carga, me toma entre sus brazos
hasta alzarme, (…) me gira desde lo alto hacia su espalda; con delicadeza
comienza a bajarme, me deposita en una botella transparente y blanca, donde
puedo verlo todo."
"Él sigue sonriendo, yo
lo miro, se ve feliz, yo me siento feliz. Veo el cristal. Siempre me han
gustado los lugares nuevos. Papá me pone en el fondo, me quedo parado mirando
el río, veo a papá y enseguida, sella la tapa dejando un anillo de sombra (…) '¿Estás
listo, hijo?' Y dejándome en la orilla del río, empuja la botella con suavidad
porque sabe que estoy adentro."
Daniel Poot nos muestra en su texto que
cuando la relación padre-hijo ocurre en armonía, la despedida para comenzar la
aventura de alejarse del hogar mantiene una esperanza, una posibilidad siempre
abierta: " se ve feliz, yo me siento feliz".
En cambio, el escritor en su cuento Mirada de los inútiles, nos narra el
lado opuesto a la felicidad, la desidia; retrata
la fácil postura de "aquellos intelectuales" que batallan por la
creación de sus "papers", por el desarrollo de su pensamiento, por la
explicación de los eventos que suceden a su alrededor. Como dijera Rubén Darío
en su Letanías de nuestro señor don
Quijote: "De las Academias / ¡líbranos Señor!" Y es justo Darío, el
nombre que Daniel Fuentes utiliza para nombrar a su personaje, como
reconociendo y alimentando la idea planteada por el escritor de Azul. Porque no podemos prescindir de la
fantasía que representa la locura de El Quijote, para sumirnos en los engrosados
tratados de textos que se apartan de la libre creación persiguiendo el método.
El personaje de Poot Fuentes, al que acusan de "inútil" como reza el
título del cuento, muestra el hartazgo ante sus investigaciones que lo
mantienen alejado de la sociedad, de la vida real, por lo que prefiere pararse
a mirar a los transeúntes de la calle. Y me ha hecho pensar justamente en lo
que representa la Educación Académica y Científica en México, para este 2016,
en el que no puedes decirle ahora a tus hijos: ¡Si estudias vas a tener una
mejor economía!, y tenemos que conformarnos con intentar convencer a nuestros
jóvenes diciéndoles: "Estudiar nunca será malo para ti"; porque nada
les puede prometer un futuro mejor, ni estudiando una carrera, o una maestría o
un doctorado. Tal como nos lo han representado en la película española
"Perdiendo el norte" estrenada en el año 2015, donde dos españoles
con excelente nivel de estudios viajan a Alemania (se vuelven migrantes) en
busca de una mejor oportunidad, y terminan lavando trastes en un restaurante
turco. Poot Fuentes lo narra de la siguiente manera:
"Mi esposa venía a
alentarme a continuar mis investigaciones; se paraba a lado de mí para
sermonearme cada vez que me veía arrastrar la silla hacia la ventana.
¾Por favor Darío, continua
con lo que estabas haciendo, esas investigaciones pasarán a la historia si tú
sigues trabajando, no te detengas.(…) Hace dos semanas que no abres la libreta
y que no estás en el salón de estudio.
Abrí la libreta revisando
detenidamente y con mucho cuidado todas las hojas. Nada significaba ya, ni
siquiera para mí, lo que una vez fue una investigación emocionante y
verdaderamente ardua. Mi objetivo de toda la vida, ahora sólo era un pedazo de
papel que se rompía si dejaba caer mi sudor y rascaba con la mínima fuerza. Un
trozo de papel que sólo lograba asquearme."
Caminamos
así hasta el trabajo de Emmanuelle Kubrick (Chetumal, Quintana Roo. 1993),
quien desde su nombre nos marca la influencia que el cine tiene en la juventud
lectura y artística contemporánea. Emmanuelle en su cuento Carlos presenta ese diálogo entre
aquella cumbre de escritor a la que una inmensa mayoría aspira, desde el juicio
de un infante que representa la muerte, y al mismo tiempo la propia inocencia
alejada de los reflectores del marketing al que lo ha empujado el éxito
conseguido en sus primeras publicaciones; mezclado todo con la tradición y el
canon que el autor ha sabido abrevar.
"Marcel descendió desde
su habitación hasta su estudio, donde se la vivía entre catorce a dieciséis
horas diarias; desgastándose los dedos en su vieja máquina de escribir. Quería
consumar un éxito más para su vida. Su editorial le exigía una nueva publicación,
cual fuese."
Para su segundo texto "De los niños de
Charlestown", el autor recrea esa violencia entre jóvenes y niños, al puro
estilo de Robert Artl en El juguete
rabioso, Juan Marsé en Si te dicen
que caí, como Bukowski en su texto de Hijo
de Satanás, Emmanuel recrudece esta violencia sin sentido, e incluso la
hace extrama, como la que ocurre en la escena del tren del texto Las cavas del Vaticano de André Gide, ya
que en el cuento de Kubrick un jovenzuelo que mata a un niño por el puro deseo
de mirarlo morir; que muta y es al mismo tiempo el asesino de algún otro niño.
"Caminaba sobre la
acera, cuando un pequeño rubio me llamó desde un carro con insistencia.
Vacilante me aproximé. Dijo que quería un pastelillo de coco y si le acompañaba
a la repostería, me compraría uno.
—Bueno, pero no he de tardar
mucho, mi madre me aguarda.
El chico bajó del carro, le
tomé la mano y pregunté dónde se encontraban sus padres."
Haciendo pasar la voz narrativa de uno a otro
personaje, para recrear la visión de cámara de cine, como en una puesta
teatral, que nos permite mirar a los personajes hablar, en vez de construir
desde el narrador omnisciente:
"—Mi madre se ha
marchado de compras y mi padre se encuentra en casa del gobernador. Yo le he
acompañado, pero me ha hecho esperarle demasiado, tanto, que mi pancita gruñe.
Al salir de la tienda, el
pequeño mantenía esa sonrisa, tan jubilosa y yo tan pusilánime, ¡qué pesado! Le
sostenía la mano, aún con más fuerza, como para asegurarme de que nada grave
pudiese ocurrirle. No podía controlar mis impulsos y supe desde el primer
instante que deseaba asesinarle."
Involucrando además otra voz interrogatoria
para situarnos en una escena de confesión del asesinato, con alguien que está
fuera de foco, que no es descrito; pero que junto contigo como lector se
sorprende y desea continuar leyendo (o escuchando); y en ese juego es
Emmanuelle quien nos somete, al hacernos partícipes de la tragedia, sabedores
de la violencia del personaje, de su cinismo, y nos vuelve cómplice:
"—¿Todavía desea saber
más?
—Sí… continúa.
El pequeño sonreía, y miraba
con atención a aquellos barcos pesqueros; dijo que nunca había mirado algo
semejante. Y yo, nunca me había sentido tan fastidiado con tanta felicidad
desmesurada."
La narración del asesinato nos puede provocar
la misma ansiedad de intentar conocer más acerca de este asesino construido por
Emmanuelle Kubrick, porque es el morbo el que nos sigue atrayendo a la lectura.
Lectores morbosos, ávidos de enterarnos de la violencia habitando los
cuadernos, las hojas, los ensayos, los cuentos, las narraciones, o el fiel
reflejo del estarnos acostumbrando a que la violencia de la realidad permea la
vida literaria, la creación:
"Me puse de pie y me le
acerqué. Coloqué mi mano derecha sobre de su hombro y le palmeé en dos
ocasiones. Él repitió que mirase lo inmenso que era aquel barco. Respondí: ¡Es
realmente gigantesco! Cuando descargué un furioso ataque; clavando mi navaja en
el cuello de aquel angelical niño.
Cayó sobre de la arena, pero
a pesar del sorpresivo ataque, no había muerto y peleaba por su vida. Le
desprendí la navaja del cuello y comencé a apuñalarle sin detenerme, sonriendo,
como lo hago ahora: Me sentía feliz.
Tomé una vara y se lo
inserté en el ojo derecho. Le bajé los pantaloncillos e intente castrarle como
lo hacía a los perros y gatos de mis vecinos.
Le clavé nuevamente la
navaja al cuello, pero no logré arrancarle otro grito. Fue ahí qué, por primera
vez, el miedo se apoderó de mi y escapé de la playa, acudiendo al mercado para
cumplir con el recado que mi madre me había encargado, pues haberlo hecho, no
me convierte en un hijo desobligado."
Ariel López, nacido en Guatemala en 1992,
vive en Mérida en donde estudia la licenciatura en biología; nos narra la
contemporaneidad con esa soltura con que todo joven platica hoy sobre las
drogas, la muerte, la violencia como un juego de niños; acostumbrados a los
video juegos, al internet tan cargado de imágenes que suman en nuestro
inconsciente y nuestra psique sus colores y sonidos. Pero también nos presenta
en sus poemas esa fresca voz juvenil que tiene mucho de grito, y esperanza a
través de saber resistir y levantar la voz cuando hay que hacerlo. López es el
primer escritor de este grupo que hemos analizado que se atreve a caminar en
los dos géneros, el de la prosa y el de la construcción del poema, y en los dos
saben salir bien librado. Su voz poética es un reclamo social: "Voltéate
periodista de arena, / La playa se tiñe del calor de la tarde / y eres el ojo
carnoso cuya pupila absorbe". Las preocupaciones de Ariel son muy claras, el fácil acceso a las drogas,
la falta de optimismo, la desesperanza de las religiones, la búsqueda de la
libertad.
En su cuento "Saudade", el autor
nos deja muy claro lo fácil que es para todo joven que tenga la intención
conseguir drogas, en cualquier ciudad o poblado de México: "Ese día creo
que fuimos el Flaco, el Mono y yo. No conocíamos al dealer, pero nos
recomendaron mucho su producto: siempre tiene la mejor calidad de la mierda que
te metas al sistema, dijeron todos".
Mientras que la parte mística, tanto como la
parte creativa, se entrelazan en sus poemas. En Un trazo de muerte, Ariel
nos aclara: "Allá viene
Lucifer, /cayendo con toda su orquesta iracunda. /Allá viene la carcajada
repleta de dientes, /herido de guerra apunta
en el delirio."; y en esa "carcajada repleta de dientes" es en
donde se narra la idiotez, la poca cordura para la aceptación de cualquier
Armagedon; somos sobrevivientes a la decadencia, nos volvemos decadentes, somos
parásitos en la cueva pútrida que la vida. Parásitos al fin, nada no daña, como
alimañas, resistiremos, sobreviviremos como cucarachas. Pueden venir los Cuatro
Jinetes del tan anunciado apocalipsis, nosotros seguiremos riendo a carcajadas,
riendo junto a nuestro destructor (Lucifer, el que trae el fuego, el portador
de la luz), porque nos hemos acostumbrado a los descabezados, a los
desmembrados a los encajuelados, que ni un infierno puede ya asustarnos.
En tanto que
en su texto Maleta humana, el
autor deja claro que los demonios son más terrenales que sobrenaturales: "Un
demonio te arrastra, llena tu pecho /con pesadas caricias."; la sexualidad
y la sexualización de los infantes; tanto como el infantilismo de los adultos,
nos brinda una población mexicana que deriva en la sexualidad
"erotoplástica", en la que misma genitalidad se va haciendo a un
lado. Para su poema El Arquero, el
autor nos presenta la incertidumbre ante la creación poética, y la búsqueda del
poema, que ocurre de manera natural: "Sus manos se tensan en / posición
caligráfica, /sostiene el arco una vida /intermitente /en
el horizonte."; el autor retrata al creador poético, rodeado de ese aura
que nos brindan las sagas de la fantasía que en la actualidad son tan
perseguidas como éxitos editoriales y de taquilla, cuando de películas se
trata.
Con una visión muy clara para expresar el
sentimiento, López se vierte honestamente dentro de sus creaciones poéticas, y
de esa decadencia en la que se plantean las experiencias nos dice en Exploración del sufrimiento, "Debemos aislar toda partícula del sufrimiento, /cada lágrima extinguiéndose en el aire, los detalles en las pausas del grito." Los poemas
que Ariel López construye pegan en el alma, se asientan en la mente, son dulces
en su carga de tragedia, son duros en su ternura. Son esas pausas del grito,
que necesita ser escuchado. Esa pausa que significa el silencio, para que la
voz del hablante lírico no ocupe todo el espacio definido por el tiempo, en el
que su grito se eleva; sino que permite la aparición del silencio, con la oreja
atenta, esperando por el Otro, por la voz que le responda. Porque el grito es
el escape "En ese big bang de violencia /donde la bala marca el
trayecto"; nos dice el poeta, y uno puede preguntarse ¿a dónde nos conduce
esa bala que marca el trayecto? ¿a dónde nos conduce toda esta violencia? ¿ya
no tenemos miedo? Como fantasmas, hemos muerto ya, nada más nos debe preocupar,
porque a nadie pueden matar tantas veces. Ariel López se desdobla con mucha
claridad, y dibuja a toda su generación, en esta impostura asediada por el
monstruo de tres cabezas: El Neoliberalismo, Lo políticamente correcto y las
Luchas de la Genitalidad y su Patriarcado erigido como Tótem. En su poema Retrato, el poeta nos dice: "Soy el
sobresalto de un sueño fallido. / Pura presencia, carencia de sombra, / lo
rechazado por verdades y mentiras. / Soy ese rostro / que abandonan los ojos al
filo del espejo."; el rostro que abandonan los ojos al filo del espejo,
cansados de mirar, apenados de ver un rostro incapaz, doblegado; personajes que
no quieren mirarse de frente. Y como un poeta observador de la sociedad que le
toca vivir, Ariel López marca el paso para los escritores kársticos en este
2016, con este poema titulado: El
sacrificio:
Voltéate periodista de
arena,
La playa se tiñe del calor
de la tarde
y eres el ojo carnoso cuya
pupila absorbe.
El que nota las marcas de
grilletes en el cielo.
Voltéate periodista que se
desmorona en la claridad teñida,
porque seguir esa mancha
rojiza es seguir una senda hacia el vacío.
Allá solo un tráfico
fantasma de ficciones,
palabras malditas moviendo
las olas y la espuma.
Es tu voz periodista de los
miedos
la que fuerza el mecanismo
del silencio,
amarre de los pueblos a su
tumba despicada.
Voltéate y devuélvenos la
sonrisa,
porque las miradas son
tendones amarrados a barrotes.
Tus puños son de saliva y no
de huesos molidos.
Abandona la caldera donde
cocinan el destino de los hombres.
Allá dentro no hay horizonte
sino muros de hierro y plomo.
No son de arena los gritos
que hierven a fuego lento,
ni las carcajadas que
machacan institutos y prisiones.
Son plumas que sobrevuelan
el papel en blanco,
tinta roja, libre de la
agonizante mezcla: agua salada.
Voltéate periodista de
arena.
Más allá del sol abierto
como costra, aureola de las almas en pena,
hay un cuchillo dentando
sobre tu cuello.
Esa playa de huesos molidos
es una mano empuñando tus alas.
En el que
puede observarse la constante que ha venido a derivar la poesía social que se
ha construido en Mérida, Yucatán, y que con Mario Pineda Quintal (nacido en
1986) sonaba más o menos así en su 'Discurso de un ciudadano más', publicado a
principios del año 2012: "Camaradas / hermanos de huella / las calles nos
pertenecen / Sangre quién sangre / Nuestros antepasados las hicieron con sus
pies libres / caminando de cuadra a cuadra / sin temor a no seguir el mismo
paso // Camaradas / no dejemos que esta historia / se hunda en los baches donde
hemos caído / arranquemos las púas de la esclavitud / enrollada en nuestros
dedos / Sangre quién sangre // Basta de resistir / es momento de avanzar a la
victoria de pasos interminables / No vamos a respetar los semáforos que
impusieron los invasores / patadas al rojo hasta que sea verde / verde de
nosotros // Camaradas / Descalzos y valientes / aplastemos las banquetas de los
invasores / el asfalto es de nosotros / Recibamos el sol de la mañana caminando / ni un paso atrás / Sangre quién sangre."
El espíritu combativo es el que permea en las
hojas de esta antología, ese mismo espíritu que se narra en la aulas, que se
dibuja en el consumo de libros, obras de arte, filmes. Y sangre quien sangre,
hay que seguir caminando, sin más temores a la noche y a la oscuridad. Estos
son los vasos comunicantes que se presienten, se recrean, permanecen y van
evolucionando en el pensamiento de los escritores del Karst.
Melbin Cervantes (Cancún, Quintana Roo, 1991)
es el poeta que canta, el poeta que cuenta, el poeta que continúa su búsqueda
por un lenguaje de silencio, como persiguiendo al dios que hay dentro de las
palabras, con la finalidad de encontrarlo y ser así mismo dios-creador. Con la
fatalidad asombrosa de matar al dios para ocupar su lugar como creador, tal
como lo han dispuesto anteriormente ya Daniel Medina Rosado; pero la batalla
que Melbin ha comenzado se puede paladear en sus textos: "Sobre ríos que
no cesan / viaja el lenguaje." Porque es una verdad que el lenguaje,
materia prima de los escritores, es como un río que no deja de fluir, y que
llega a inundarlo todo, los cuadernos, las mentes. El autor sigue sobre ese
río, no navega en él, se deja arrastrar e incluso nada entre esas aguas
buscando las orillas, buscando asentar el pie firme en la ribera. Ese perseguir
el silencio que todo autor requiere, esa búsqueda que jamás cesa: "Apagada
lámpara, / en el olvido de la noche, / es la esperanza".
La esperanza reflejada y descrita como una apagada lámpara en el olvido de la noche, porque al igual que sus coetáneos, Melbin es presa de esa desfachatez de la desidia, a la que trata de resistir, pero es su hablante lírico quien le grita y nos recuerda: "¿Somos cobardes? / ¿Habrá defensa para nuestras faltas?". Porque aún presos en esa Cultura Neocristiana, se siguen pensando en que "hemos cometido faltas" y por ello estamos siendo castigados, por ello tenemos un mal gobierno, por ello no alcanza la economía, por eso el desempleo de los jóvenes, por eso una educación lastimosa. Y no terminamos de enfrentar a ese Monstruo de Tres Cabezas: Neoliberalismo, Lo Políticamente Correcto, La Batalla de la Genitalidad. Aceptamos una culpa que no nos representa, que nos han venido imponiendo desde las revoluciones de inicios del siglo XX: "El lenguaje de esta piedra que tenemos / por corazón: sólo sabe nombrar /vitupera lo sagrado."
De la misma forma como antes lo ha hecho Daniel Medina y Ariel López, Cervantes establece su creación poética en preguntarse por las voces, por la creación, por quién se es. E intenta definirse dentro de su poema Sigo las huellas que dejó el silencio: "Soy tan solo un rostro de brillo que dura el instante / vientre azul vertido al mar."; recurre al paisajismo, alimentando por la vida que lleva en la isla de Cozumel, en el estado de Quintana Roo, donde reside actualmente (2016), y con esa idea alimenta su poema "Primera nota", que le hace decir: "Un rayo para destellar el horizonte / enciende este poema /que está colgándose del cielo". Materia formativa para el texto, el paisaje, por el que el poeta Melbin se muestra observador del ambiente que le rodea, y desde ese sentirse pleno entre la naturaleza, puede descargar sus versos, como abrirse a la libertad: "Queremos desnudarnos, pero no nos creemos tan libres." Y en este dudar "no nos creemos tan libres", es en donde se continúan sintiendo y sufriendo los grilletes de un dogma de fe impuesto desde la conquista de la América Hispánica.
Los nacidos en los noventa cierran con el trabajo narrativo de Jhonny
Euán Canul (Mérida, Yucatán, 1991), un autor que ha sabido caminar de a poco
sobre la literatura. Plasma sus lecturas cotidianas en la construcción de sus
obras. Los guiños a Bradbury, a Lovecraft como a Cortázar, Borges, Saramago,
entre otros escritores del canon contemporáneo, son constantes en sus
construcciones. La habilidad de Euán consiste en que sus narraciones no sólo
son ágiles sino imperiosas, cargadas de una necesidad de romperse en pedazos
ante los ojos, son prosas tangibles, cárnicas. El sexo, la juerga juvenil, las
relaciones de pareja, la brutalidad sexual, el desenfreno, la desesperación,
todo se cuenta con tal soltura que uno llega al final de los textos con un
sabor a menta: "Haces lo que más amo en esta vida, escribir.", dice
uno de sus personajes. Y en su trabajo podemos ver cómo se va ampliando en
registro de su narrativa, ya que para desarrollar "La montaña de fuego",
hace uso de sus lecturas, y con ellas construye la arquitectura de su prosa:
"Me voy a casa, la azotea del Hotel Lovecraft. Al llegar, intento dormir
pero el jodido sueño de siempre me exaspera: mis padres cogiendo al mediodía.
Fahrenheit 451 en el televisor de la sala."
Si algo nos faltaba para mostrarnos la juventud mexicana, situada en
esta planicie kárstica que es la península de Yucatán, habría que referirse al
rock que desde los años de 1960 ha creado una plataforma que durante décadas ha
inundado de conciertos independientes la ciudad de Mérida, como algunas de las
otras poblaciones de Campeche y Quintana Roo. Y sembrado en esa idea, Euán
narra: "La banda sube al escenario. La gente grita, el suelo sucio y
mojado, y el alcohol escurriéndose por los cuellos. Estridencia. Todos los
cuerpos comienzan a girar como ritual prehispánico, el calor los rodea y los
ojos se aceleran, se golpean, las guitarras sin explotar, nadie se
detiene."
Libertad, energía, pasión, flama, fuego, incendiarse, hacer correr el
incendio por toda la ciudad, por todo el mundo al que se tiene acceso como
joven. El incendio que son estas voces que necesitan hacer arder la sociedad toda,
quemarla por completo para que vuelva a nacer, como al hacer la milpa en las
tierras mayas, como al agostar el potrero, hacer la roza, tumba, quema como
desde los tiempos prehispánicos; y eso es lo que más o menos vienen a
mostrarnos los autores, como Euán que recurre al fuego metafórico: "En mi
mundo sólo hay amigos y cervezas, y a veces unas viejas, grita el vocalista.
Soy feliz aquí, para qué quiero leer libros si puedo reventarme."
El incendio que primero quema por dentro, y luego va quemando lo que
toca. Euán en su narración rescata esas desechadas costumbres de odiarnos los
unos a los otros, mientras al mismo tiempo nos seguimos buscando en la apertura
de braguetas, en el bajar de faldas, y subir de blusas. Mujeres que lo pueden
todo, hasta sacar de quicio a aquellos que saben violentarles los espacios de
su cuerpo, o en el imaginario de la falsa libertad que nos incita a doblegarnos
los unos a los otros:
"—¡Hola, mi escritor
favorito!, ¿Dónde andas? Ya llegué a casa.
—Estoy en la Sekta, hubo tocada
de Punk.— Qué fastidios con esa noña.
—Sabes que no me gustan esos
bares de mala muerte, puros mugrosos van y tú no lo eres. Ven a casa, te traje
un ejemplar buenísimo de Bukowski, y ¡ahh!— grita emocionada la mujer que vive
conmigo — te conseguí “El hombre más triste y solitario del mundo y salpicado
de vómito” de José Agustín.
Obviamente me emocioné, le
dije adiós a mis cuates, y salí disparado rumbo a mi casa para hojear los
libros.
Al llegar al hotel, subo
rápidamente por las escaleras hasta la azotea. Abro de golpe la puerta de
acceso a la locura y todo es silencio y oscuridad. Enciendo las luces y la
miro. Ella sentada en la cama, con su cuerpo curvo y delgado que provoca
orgasmos, un diminuto short negro de mezclilla le cubre las piernas, una horrible
cucaracha en su muslo derecho; es Kafka, se ve radiante con tinta negra. Ella
sonríe, como si hubiera estado esperando mi llegada para quitarse la ropa y
dejarme ver sus senos totalmente fijos en mí. A su lado están los tesoros.
La beso efusivamente y tomo
los ejemplares. La gloria del universo está contenida en mis manos."
Luego es de nuevo el alcohol, el sexo, la lucha genital por saberse
vencedores o vencidos, el simulado amor de la juventud marcado por la
violencia. Esas tribus que van de un lado a otro, naciendo en el terror del
abandono, de las infancias lamentables como la de la niña narrada por Violeta
Azcona, en la anterior entrega de esta serie que es abusada por su padrastro. Y
entonces nos asomamos en la prosa de Euán a una nueva escena que avanza sobre la
violencia, que como una alimaña se ha metido entre las juventudes, teniendo de
música de fondo esas canciones en que han crecido, rememorando "los
clásicos" de una época que nos les tocó vivir pero que hoy alimentan en el
recuerdo: “Simphony Of Destruction” de Megadeth, que es mencionada en la
narración, o como aquella "Sympathy for the devil", que desde los
años 70 nos cantaran los Rolling Stone, pero que en los noventa volviera a ser
grabada en una versión más actualizada, para esa otra generación nacida al
final del siglo XX, e interpretada por Guns and Roses; personajes que
simpatizan con el mal.
"El cuarto bien
cerrado, Violeta despierta sin comprender y me ve frente a ella. La montaña nos
separa.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me
amarras? — Saberse sometida la hace entrar en pánico.
—Lo comprendí, cariño. Tuve
un sueño y ya sé que tengo que hacer. Querida, no necesitamos tener libros, son
sólo letras que limitan nuestra mente, nos oprimen y nos dictan lo que debemos
pensar y hacer; nos minimizamos al saber que existe un maldito libro, el cual
leeremos y leeremos. Tenemos que matarlos, mi amor. Su única función es
enseñarnos cosas nuevas, no manipularnos…
La música suena… —¡Qué
tonterías son esas! ¡Tú amas los libros!
—Los amo, es verdad. Pero no
debemos atarnos a ellos, sólo sirven para ser leídos, luego hay que
desecharlos, porque de eso modo usaremos lo que hojeamos con pasión y
desenfreno. Los libros sólo nos mantienen viviendo al azar.
—¡Estás enfermo, has perdido
la razón!"
Parte Uno: http://sol-negro.blogspot.com/2016/12/escritores-del-karst-por-adan-echeverria.html
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